domingo, 14 de octubre de 2018

JOSÉ FRANCISCO MARTÍ ZAYAS-BAZÁN, EL HIJO INDIGNO DEL APÓSTOL (III)

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Por Carlos Ferrera


UNA HERENCIA INSUFICIENTE

“Soy hijo y todo lo suyo me es sagrado…”
José Francisco Martí

En el verano de 1894, unos meses antes de su caída en Dos Ríos, José Martí dispuso desde su exilio en New York, el traspaso de su pequeño patrimonio monetario a su hijo, quizás previendo su posible muerte en la manigua cubana, a donde había previsto partir en la primavera del año entrante.
Con ese legado, Carmen y José Francisco –“Pepi” para su madre–, abandonan para siempre Puerto Príncipe, y el joven, recién recibido de Bachiller en Ciencias y Letras, puede costearse la matrícula en la Universidad de La Habana, donde comienza a cursar una licenciatura en Derecho Civil. En la capital, madre e hijo alquilan una pequeña vivienda en la calle Zulueta No. 3.
Unos días después del fallecimiento del Apóstol en combate, Carmen y su hijo se enteran de la triste noticia a través de comentarios callejeros de la soldadesca española.
Desolada y triste, Carmen comienza a hacer gestiones para recuperar el cadáver del padre de su hijo, con el objeto de enterrarlo en el panteón de la familia Zayas-Bazán del cementerio de esa ciudad. A tal efecto, solicita la entrega del cuerpo al General José Arderius, que fungía como Gobernador provisional de la Isla en sustitución de Emilio Calleja Isasi. Pero Arderius desestima su petición.
Sin otra instancia a la que acudir, Carmen decide enviar una carta abierta a las autoridades españolas utilizando el periódico “La Lucha” a cuyo director se dirige en estos términos:

“La Habana, el 23 de mayo de 1895:
Sr. Director de La Lucha. Muy señor mío:

Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado, ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella autoridad, era que se nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m.,
Carmen Z. de Martí”

Pero el gobierno colonial sigue desoyendo su reclamo, y entonces, en septiembre de ese mismo año, y haciendo un gran esfuerzo económico, Carmen viaja con José Francisco a New York, para recoger las pertenencias de Martí, en poder de su amigo y albacea Gonzalo de Quesada y Aróstegui.
José Martí, Gonzalo de Quesada
y su esposa Angelina Miranda,
Nueva York, 1893
El patriota le entrega, cumpliendo la última voluntad de Martí, algunos cuadros, artículos personales y unos cuantos textos de la autoría del Poeta, que ha legado a su hijo. No así su obra literaria completa, que Martí ha dejado en custodia de Quesada, como legado póstumo a su patria. Esta decisión de Martí es aceptada por Carmen, pero muy mal recibida por su hijo.
Entre los biógrafos de José Francisco Martí, ha habido siempre un interés, a todas luces intencionado, de edulcorar con florituras patrióticas y sentimentales las motivaciones que tuvo Pepito para hacer este viaje. Era ya un espigado, inquieto e inteligente jovencito de 16 años, que la historia oficial presenta a partir de entonces como digno y constante seguidor de los ideales de su progenitor. Y en realidad, es cierto que siguió los pasos de su padre con gran constancia, pero no con iguales objetivos, como se ha dado a entender después.
Aunque Carmen no dejó nunca morir el recuerdo de Martí en la memoria de su hijo, sus loables intenciones fueron siempre enfrentadas –e intoxicadas– por la influencia de su propia familia, junto a la que José Francisco creció. Fue inevitable que, en su educación, ideología y pensamiento político, también quedaran huellas profundas de su abuelo Don Francisco Zayas-Bazán, un acérrimo enemigo de la lucha libertaria cubana. Pepito debía –y tenía– que escucharlo, aunque solo fuera por la gratitud debida, al haber costeado él sus estudios medios, y también a sus tíos maternos, algunos de ellos muy vinculados al gobierno colonial español. Y ya veremos cómo, finalmente, sus acciones de adulto concuerdan más con las ideas de su abuelo, que con las de su padre. 

Carmen pudo hacer más bien poco, a pesar de su esfuerzo; apenas retirarle a su Pepito un reloj que le obsequió su abuelo, grabado con los símbolos de España en la tapa posterior, por respeto a la memoria de su marido.
La lejanía física de la figura paterna fue un hándicap en la formación de José Francisco: juntando todos los pequeños segmentos de tiempo en que vivieron bajo el mismo techo, Martí solo disfrutó de la compañía de su hijo durante 4 años y 10 meses, de los 16 años que tenía el joven cuando él murió. Martí estuvo lejos de José Francisco durante más de 11 años, y en realidad nunca existió ese vínculo entre ellos, que la posteridad ha encumbrado como ejemplo máximo de amor filial. Lo fue realmente, pero en una sola dirección: Martí adoró a su hijo, casi siempre desde lejos, y José Francisco simplemente echó de menos a su padre, porque creció alejado de él y huérfano de sus enseñanzas. Él mismo reconoció después que leyó sus libros, ya en la madurez.
En la primera edición cubana de “Martí el Apóstol” de Jorge Mañach, hay un pasaje que ha sido eliminado en posteriores ediciones. Al rememorar el legado de Martí a su amado vástago, Mañach escribe: “(…) Pero José Francisco, quizás tenía un interés más de pecunio que de corazón, cuando viajó a New York a tomar posesión del legado de su padre…” una frase arrancada de cuajo en todas las ediciones posteriores, “revisadas” por otros escritores republicanos y castristas. Sin embargo, no todos los historiadores o biógrafo del hijo del Apóstol pasaron por alto las incómodas palabras de Mañach.
Tanto Sylvia Molloy como Domingo Sánchez-Eppler, analistas de solera de la vida y obra de José Martí y –tangencialmente–  de la de su hijo, coinciden en ver un móvil económico en el interés de Pepito por conocer los detalles de la herencia que había dejado su padre en los Estados Unidos. A ambos debe haberles intrigado una carta que el jovencito envió al amigo de su padre, Gonzalo de Quesada, después de su muerte en combate. En ella le pide con sospechosa sinceridad:
“Soy (su) hijo y todo lo suyo me es sagrado… dime qué disposiciones dejó por si acaso no volvía de una expedición que jamás debió haber hecho”.
En épocas más contemporáneas, la historiadora y periodista Tania Díaz Castro, reflexiona sobre este particular en su artículo “Los hijos anónimos de la historia de Cuba”:
“A la muerte del Apóstol, su hijo José Francisco, de 16 años, salió corriendo hacia Estados Unidos en compañía de su madre, argumentando que iba en busca del legado sentimental del padre. Pensaba, como pensaron otros, que Martí se había hecho rico por su excelente labor periodística, sus cargos diplomáticos y la publicación de sus libros. El héroe caído en combate sólo dejaba a su tan amado hijo, nombrado por todos Pepito, una vieja cadena de reloj de chaleco y no su obra completa, dedicada por entero a su Patria, ya en manos de su gran amigo y albacea, Gonzalo de Quesada Aróstegui (…) Aun así nos pudiéramos preguntar: ¿A lo largo de su vida, vivió Pepito acorde con los “misteriosos” ideales de su padre, o siempre se mantuvo firme en no querer compartir su patrimonio con quienes le habían robado la felicidad de su hogar —nada menos que los patriotas que luchaban por la libertad de Cuba—, como puso de razón para exigir toda la obra martiana, divulgada por el mundo gracias al cuidado del gran amigo?”
Curiosa reflexión. Pero a pesar de dejar claras las no tan nobles intenciones del joven Martí con respecto a la herencia de su progenitor, Tania peca de lo mismo que casi todos los que escribieron y escriben sobre el Poeta; prefiere guardar silencio antes de decir lo que sabe y piensa de su hijo. Confiesa:
“(…) Pero José Francisco o Pepito, vaya usted a saber por qué, tampoco tuvo suerte bajo el régimen castrista. Sigue siendo poco conocido. Las razones de Fidel y Raúl las desconozco. Las mías, como una simple periodista que soy, me las reservo por respeto y admiración al padre”.
Mal. Con decisiones literarias sesgadas como las de Tania –una periodista que sin embargo admiro profundamente–, solo se consigue escamotear la verdad para otra generación de lectores, por absurda conmiseración y pacata deferencia con el Poeta. No es esa la función de los que escriben sobre la historia, sino justamente lo contrario. No deben tenerse en cuenta las simpatías, la condescendencia y las moralinas, como sustitutas de la verdad, por incómoda que sea.

JOSÉ FRANCISCO, 
SOLDADO DE LA PATRIA

No puedo –creo que nadie puede– asegurar qué pasaba por la cabeza de José Francisco en New York en 1895, teniendo en cuenta lo poco honesto que hasta ahora se nos revela de su personalidad. Pero es muy sintomático que consiguiera convencer a su madre de no volver a la Isla y abandonar los estudios de Derecho que había comenzado allí, para –supuestamente– prepararse para ingresar en una universidad norteamericana. Con esa intención, se establecen en la localidad de Far Rockaway, estado de Nueva Jersey. Carmen pone a su hijo bajo la tutela del doctor espirituano Manuel de Jesús Coroalles Pina, para que guíe sus estudios preparatorios con vistas a que ingrese en la universidad de Troy.
Según la Historiadora de la Ciudad de Sancti Spititus, María Antonieta “Ñeñeca” Jiménez Margolles, el Dr. Coroalles había sido un gran colaborador y amigo del Apóstol. Nacido en Sancti Spiritus y titulado en Medicina y Cirugía en 1864, tuvo una larga trayectoria patriótica en la Isla y en varios países latinoamericanos. Terminó por radicarse en la ciudad portuaria de Colón, en Panamá, donde ayudó a muchos cubanos que llegaron allí como Maceo, Gómez y Martí, al que conoció en una reunión libertaria en la casa del también patriota Francisco Morales. 
Casa del dr Manuel Coroalles derribada en 1972
hoy Plaza de la Fundación de Sancti Spíritus.
A Coroalles le llamó la atención el anillo que tenía el Apóstol hecho con metal de los grilletes que le pusieron en presidio y grabado con la palabra “Cuba”. Pero sobre todo se interesó por su salud cuando, escuchando allí unas palabras que Martí pronunciaba de pie, reparó en que éste apretaba su bombín entre las manos y tuvo que sentarse adolorido por la herida inguinal que le causó el grillete carcelario. 
La historia de la amistad de Martí con Coroalles es larga y sorprendente, imposible de reproducir aquí por razones de espacio, así que la resumo en una frase de las tantas que dijo y escribió sobre el Poeta; “A este hombre no se le puede decir que no”.
Y años después, residiendo en New York, tampoco le dijo que no a su viuda, y aceptó servir de preceptor al hijo de su amigo. Pero su función fue corta y estéril, porque en 1897 y en contra de sus deseos y de los de Carmen, José Francisco Martí Zayas-Bazán cambia repentinamente de idea y decide unirse al Ejército Libertador. 
He leído por ahí en algún artículo que José Francisco “huyó cariñosamente de los cuidados de Coroalles”. Absurda y ridícula forma de describir el modo intempestivo en que Pepito “se la dejó en la mano” a su preceptor.
Imaginen a Carmen en ese instante, después de haber sufrido la pérdida del amor de su vida por causa de su pasión libertaria, otra vez abocada a pasar por el mismo dolor con su otro amor; su hijo, que aparentemente también priorizaba a la Patria antes que a ella. Y esta vez es peor, porque Carmen se queda totalmente sola.
Sin embargo, está en duda el motor que puso en marcha esta decisión de Pepito, por más que en todas partes se ha ponderado una y mil veces su sentimiento “patrio” al marcharse a la manigua para emular al hombre que lo trajo al mundo. 
Era un chico arrojado y valiente, eso está fuera de toda duda, pero también ambicioso y trepa, como veremos más tarde.
Si retrocedemos un par de meses atrás antes de su partida al campo de batalla, encontraremos otra misiva que escribió a Gonzalo de Quesada el 4 de junio de 1895 cuando supo que su padre había muerto:
“Querido amigo: es verdad que mi padre ha muerto (…) mi amor de hijo se resiste a creerlo (…) mi pensamiento no puede apartarse de ese dolor. Tengo 16 años, pero las energías todas de mi alma están despiertas para llorar a mi padre como hijo y como cubano”.
Esta carta, que suele presentarse como prueba de que los ideales de Pepito ya eran entonces seguir el camino de la gloria y la honra de su padre, y morir en la manigua junto a los hombres que lo conocieron, en realidad no prueba nada. Es solo un vanidoso intento de posicionarse en la alta jerarquía mambisa, utilizando su vínculo filial con el jefe de la revolución.
En carta a Manuel Mercado, el mejor amigo del Apóstol, el 12 de octubre de 1896, Carmen Zayas-Bazán le escribe al mexicano:
“Pepe hace un año que lucha entre los deseos de irse a la guerra y el dolor en que quedaré yo sumida (…) aquí pensé hacerlo un ingeniero (…) he querido con mis lágrimas que mi hijo olvidara su deseo (…) pero me he convencido que no ha olvidado su ideal…”
Pobre Carmen. Pero Pepito no hizo caso del llanto de su madre, ni de los consejos de los dirigentes del Partido Revolucionario Cubano, amigos de su padre, que lo conminaban a no moverse de los Estados Unidos, para que terminara su carrera y se labrara un porvenir. José Francisco escapa un día de la vigilancia de Coroalles, y se presenta en la vivienda del Dr. Raimundo Menocal, otro influyente patriota en el exilio. 
Cito aquí otra vez a María Cristina Sánchez Herrera, otra historiadora que aplaude a la revolución cubana, en su artículo “José Francisco Martí Zayas-Bazán, el hijo de Martí, un hombre digno”. Dice Sánchez:
“Raimundo Menocal, comprende su justa decisión y le facilita pueda embarcar en la primera expedición rumbo a Cuba. (…) La expedición llega hasta Oriente. Por circunstancias de la propia guerra no pudo encontrarse con el generalísimo Máximo Gómez a quien su madre lo había recomendado, se une a las tropas del lugarteniente General Calixto García Iñiguez, como simple soldado…”.
¿Justa decisión? Otra gratuita flor lanzada al hijo del Poeta, de las muchas que recibirá en lo adelante.
En efecto, el 27 de febrero de 1897 sale de una expedición del puerto de Brooklyn, comandada por Carlos Roloff y Enrique Núñez, oficiales del Ejército Libertador, y con José Francisco entre los expedicionarios.

LA GLORIA DESEADA

Pepito llega a Cuba y se incorpora al Ejército Libertador el 21 de marzo de 1897, en el Departamento Oriental, como el soldado número 35811, a las órdenes del general Calixto García Íñiguez, y allí estará hasta el final de la guerra. Ya en la manigua cubana, recibe el caballo Baconao que montaba su padre cuando encontró la muerte.
El brigadier Carlos García Vélez, hijo de Calixto, asegura que a su llegada, Pepito Martí traía una carta dirigida a su padre por Carmen Zayas Bazán: “(…) Le mando todo lo que tengo y que más amo, mi hijo. Hágamelo un hombre”. Calixto lo nombra su ayudante de campo y estará atento a él en lo adelante, como mismo hará con su propio hijo.
Calixto fue el maestro de José Francisco en cuestiones militares, y de él el joven aprendió todo lo necesario en cuanto a estrategias del combate. Entra a servir en el Cuerpo de Artillería como oficial dinamitero, aprendiendo a utilizar el peligroso cañón neumático conocido como Silver Du Dley, que lanzaba bombas cargadas de dinamita, pero exponía demasiado a sus operadores al requerir de una colocación a muy corta distancia del arma en la línea de fuego.
Sería deshonesto de mi parte negar los actos heroicos de José Francisco en la contienda armada de nuestra última guerra, y desmerecería la veracidad del resto de mi relato. Debo reconocer que el hijo de Martí fue un soldado arrojado y valiente, y lo demostró en el campo de batalla. Uno de sus superiores y compañero de armas, el coronel Horacio Ferrer, en su diario de guerra, narra en estos términos la toma de Las Tunas en agosto de 1897:
“Los tenientes José Martí, Juan Miguel Portuondo y Francisco Sedano, tres heroicos muchachos improvisados artilleros, les enfilaron [a los soldados españoles] el cañón de dinamita, colocándoles una bomba en el sitio preciso para desmontar la pieza enemiga y acabar prácticamente con sus servidores. Manuel Portuondo, jefe de esa pieza, resulta herido de muerte al cargar el cañón, y Pepe Martí ocupa su lugar, carga el arma y hace volar por el aire al polvorín español...”
Ese día, como resultado de esta acción bélica, José Francisco quedó sordo (de cañón) para el resto de su vida, pero su comportamiento le valió el ascenso al rango de teniente el 30 de agosto de 1897, con un nombramiento escrito de puño y letra por el general Calixto García, “por su heroico comportamiento sirviendo en el cañón, en la toma de la ciudad Tunas de Bayamo”.
En virtud de realzar su figura como “digno heredero de su padre” se han escrito ríos de tinta que describen con gran prolijidad las heroicas acciones militares de José Francisco durante su participación en la guerra. Fueron apenas dos años de los 67 que vivió, pero en los relatos oficiales parece que se hubiera pasado toda la vida en la manigua. En cualquier caso, considero este, como el único segmento realmente aplaudible de su vida. No es necesario, por tanto, que me prodigue en detalles sobre esta parte de su biografía; que se puede encontrar fácilmente en la red.
Lo que sí está claro es que José Francisco consiguió en cierta forma la relevancia que buscaba al incorporarse a la lucha armada. Se había propuesto y conseguido ser reconocido por sus propias obras y no por las de su padre, aunque en el futuro no pararía de utilizar su apellido. Además de la contienda de Las Tunas donde perdió la audición, había sido artillero en la batalla de Guisa; en el sitio de Santiago de Cuba; en la toma de El Guamo; en el combate de Las Auras y en muchos otros conflictos armados. Por sus méritos en el campo de batalla fue merecedor de los grados de alférez el 22 de abril de 1897, de teniente el 30 de agosto del mismo año, y finalmente fue ascendido a Capitán del Ejército Libertador, ya en tiempos de paz, el 10 de febrero de 1899, habiéndosele reconocido la antigüedad en el cargo, desde el 18 de agosto de 1898.

REGRESO A LA PATRIA LIBRE

Así se licenció el hijo del Apóstol, el 24 de agosto de 1898, con palmaditas en la espalda, a la semana siguiente de haber sido nombrado capitán. Y ese mismo año, su antiguo jefe le confía su última misión; Calixto García le ordena volver a New York, acompañado por el teniente Bernardo Figueredo, para transmitirle órdenes secretas a Don Tomás Estrada Palma, que estaba allí a la espera de instrucciones de los mandos del Ejército Mambí. Se diseñaba el gobierno de la primera República en libertad, y Estrada Palma era ya uno de los más fuertes candidatos a ocupar la presidencia de la nueva Cuba. El hijo de Martí sería el encargado de transmitirle sus últimas instrucciones.
Don Tomás Estrada Palma
De cierta forma, la casualidad hizo que el hijo del mejor patriota cubano y mayor exponente del pensamiento libertario, fuera el responsable de abrir el camino a la patria libre al que sería el primero de sus presidentes, una coincidencia de la que José Francisco se vanaglorió desde entonces.
Rebosante de orgullo desembarca en New York, con 20 años, el 8 de septiembre de 1898, para reencontrarse con la sufrida Carmen, que casi enloquece de alegría al verlo, “vivo, fuerte, ya hecho un hombre, hermosísimo como no he conocido a otro hombre jamás…”, le escribirá a su hermana Manuela ese mismo día.
A finales del año 1898, Carmen Zayas-Bazán baja orgullosa de un barco, del brazo de un hombre, en el habanero Muelle de La Machina. Su acompañante, de riguroso uniforme militar de gala, es su único hijo, el Capitán del Ejército Don José Francisco Martí Zayas-Bazán, e hijo del mártir líder de la Insurgencia Cubana, José Martí. La imagen de la pareja será desde entonces recurrente en los eventos sociales de La Habana.
No he podido documentarme sobre los detalles de su llegada, pero se sabe que, desde esos primeros días de libertad y hasta el 20 de mayo de 1902, -fecha en que se proclamó la Independencia de la Isla-, era usual recibir con honores, fastos y bandas de música, a los patriotas que regresaban del exilio. Imagino, pues, que José Francisco y su madre recibieron un agasajo institucional y popular, por lo menos notable.
Sin embargo, en principio, todo este esfuerzo por trascender como militar y figura distinguida de la futura primera república, al hijo del Apóstol le servirá de poco. Rápidamente será olvidado por los jefes de la revolución, molestos con su carácter autosuficiente, su vanidad exacerbada y sus manías de grandeza.
José Francisco tendrá que hacer más cosas para ser considerado un héroe distinguido. Y esta vez, le valdrán de poco sus méritos de guerra. Tendrá que protagonizar una de las más vergonzantes páginas de odio racista de nuestra historia. Y también encontrar a una mujer rica que le conceda un sitio en la burguesía cubana, por matrimonio. La millonaria oriental Teté Bances, aún no lo sabe, pero será ella. Y sufrirá por eso.
María Teresa "Teté" Bances

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Cubano de nacimiento y catalán de adopción

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