Por Carlos Ferrera
UNA HERENCIA INSUFICIENTE
“Soy hijo y todo lo suyo me es sagrado…”
José Francisco Martí
En el verano de 1894, unos meses
antes de su caída en Dos Ríos, José Martí dispuso desde su exilio en New York,
el traspaso de su pequeño patrimonio monetario a su hijo, quizás previendo su
posible muerte en la manigua cubana, a donde había previsto partir en la
primavera del año entrante.
Con ese legado, Carmen y José
Francisco –“Pepi” para su madre–, abandonan para siempre Puerto Príncipe, y el
joven, recién recibido de Bachiller en Ciencias y Letras, puede costearse la
matrícula en la Universidad de La Habana, donde comienza a cursar una
licenciatura en Derecho Civil. En la capital, madre e hijo alquilan una pequeña
vivienda en la calle Zulueta No. 3.
Unos días después del fallecimiento del Apóstol en
combate, Carmen y su hijo se enteran de la triste noticia a través de
comentarios callejeros de la soldadesca española.
Desolada y triste, Carmen comienza a
hacer gestiones para recuperar el cadáver del padre de su hijo, con el objeto
de enterrarlo en el panteón de la familia Zayas-Bazán del cementerio de esa ciudad.
A tal efecto, solicita la entrega del cuerpo al General José Arderius, que fungía como Gobernador
provisional de la Isla en sustitución de Emilio Calleja Isasi. Pero Arderius
desestima su petición.
Sin otra instancia a la que acudir,
Carmen decide enviar una carta abierta a las autoridades españolas utilizando
el periódico “La Lucha” a cuyo director se dirige en estos términos:
“La Habana, el 23 de mayo de 1895:
Sr. Director de La Lucha. Muy señor mío:
Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que
pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado,
ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella
autoridad, era que se nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el
cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y
quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m.,
Carmen Z. de Martí”
Pero el gobierno colonial sigue
desoyendo su reclamo, y entonces, en septiembre de ese mismo año, y haciendo un
gran esfuerzo económico, Carmen viaja con José Francisco a New York, para
recoger las pertenencias de Martí, en poder de su amigo y albacea Gonzalo de
Quesada y Aróstegui.
![]() |
José Martí, Gonzalo de Quesada y su esposa Angelina Miranda, Nueva York, 1893 |
El patriota le entrega, cumpliendo la
última voluntad de Martí, algunos cuadros, artículos personales y unos cuantos
textos de la autoría del Poeta, que ha legado a su hijo. No así su obra literaria
completa, que Martí ha dejado en custodia de Quesada, como legado póstumo a su
patria. Esta decisión de Martí es aceptada por Carmen, pero muy mal recibida
por su hijo.
Entre los biógrafos de José
Francisco Martí, ha habido siempre un interés, a todas luces intencionado, de
edulcorar con florituras patrióticas y sentimentales las motivaciones que tuvo
Pepito para hacer este viaje. Era ya un espigado, inquieto e inteligente
jovencito de 16 años, que la historia oficial presenta a partir de entonces
como digno y constante seguidor de los ideales de su progenitor. Y en realidad,
es cierto que siguió los pasos de su padre con gran constancia, pero no con
iguales objetivos, como se ha dado a entender después.
Aunque Carmen no dejó nunca morir el
recuerdo de Martí en la memoria de su hijo, sus loables intenciones fueron
siempre enfrentadas –e intoxicadas– por la influencia de su propia familia,
junto a la que José Francisco creció. Fue inevitable que, en su educación,
ideología y pensamiento político, también quedaran huellas profundas de su
abuelo Don Francisco Zayas-Bazán, un acérrimo enemigo de la lucha libertaria
cubana. Pepito debía –y tenía– que escucharlo, aunque solo fuera por la
gratitud debida, al haber costeado él sus estudios medios, y también a sus tíos
maternos, algunos de ellos muy vinculados al gobierno colonial español. Y ya
veremos cómo, finalmente, sus acciones de adulto concuerdan más con las ideas
de su abuelo, que con las de su padre.
Carmen pudo hacer más bien poco, a
pesar de su esfuerzo; apenas retirarle a su Pepito un reloj que le obsequió su
abuelo, grabado con los símbolos de España en la tapa posterior, por respeto a
la memoria de su marido.
La lejanía física de la figura
paterna fue un hándicap en la formación de José Francisco: juntando todos los
pequeños segmentos de tiempo en que vivieron bajo el mismo techo, Martí solo
disfrutó de la compañía de su hijo durante 4 años y 10 meses, de los 16 años que
tenía el joven cuando él murió. Martí estuvo lejos de José Francisco durante
más de 11 años, y en realidad nunca existió ese vínculo entre ellos, que la
posteridad ha encumbrado como ejemplo máximo de amor filial. Lo fue realmente,
pero en una sola dirección: Martí adoró a su hijo, casi siempre desde lejos, y
José Francisco simplemente echó de menos a su padre, porque creció alejado de él
y huérfano de sus enseñanzas. Él mismo reconoció después que leyó sus libros,
ya en la madurez.
En la primera edición cubana de
“Martí el Apóstol” de Jorge Mañach, hay un pasaje que ha sido eliminado en
posteriores ediciones. Al rememorar el legado de Martí a su amado vástago, Mañach
escribe: “(…) Pero José Francisco, quizás
tenía un interés más de pecunio que de corazón, cuando viajó a New York a tomar
posesión del legado de su padre…” una frase arrancada de cuajo en todas las
ediciones posteriores, “revisadas” por otros escritores republicanos y
castristas. Sin embargo, no todos los historiadores o biógrafo del hijo del
Apóstol pasaron por alto las incómodas palabras de Mañach.
Tanto Sylvia Molloy como Domingo
Sánchez-Eppler, analistas de solera de la vida y obra de José Martí y
–tangencialmente– de la de su hijo, coinciden
en ver un móvil económico en el interés de Pepito por conocer los detalles de
la herencia que había dejado su padre en los Estados Unidos. A ambos debe haberles
intrigado una carta que el jovencito envió al amigo de su padre, Gonzalo de
Quesada, después de su muerte en combate. En ella le pide con sospechosa
sinceridad:
“Soy (su) hijo y todo lo suyo me es sagrado… dime qué disposiciones dejó
por si acaso no volvía de una expedición que jamás debió haber hecho”.
En épocas más contemporáneas, la
historiadora y periodista Tania Díaz Castro, reflexiona sobre este particular en
su artículo “Los hijos anónimos de la historia de Cuba”:
“A la muerte del Apóstol, su hijo
José Francisco, de 16 años, salió corriendo hacia Estados Unidos en compañía de
su madre, argumentando que iba en busca del legado sentimental del padre.
Pensaba, como pensaron otros, que Martí se había hecho rico por su excelente
labor periodística, sus cargos diplomáticos y la publicación de sus libros. El
héroe caído en combate sólo dejaba a su tan amado hijo, nombrado por todos
Pepito, una vieja cadena de reloj de chaleco y no su obra completa, dedicada
por entero a su Patria, ya en manos de su gran amigo y albacea, Gonzalo de
Quesada Aróstegui (…) Aun así nos pudiéramos preguntar: ¿A lo largo de su vida,
vivió Pepito acorde con los “misteriosos” ideales de su padre, o siempre se
mantuvo firme en no querer compartir su patrimonio con quienes le habían robado
la felicidad de su hogar —nada menos que los patriotas que luchaban por la
libertad de Cuba—, como puso de razón para exigir toda la obra martiana,
divulgada por el mundo gracias al cuidado del gran amigo?”
Curiosa reflexión. Pero a pesar de
dejar claras las no tan nobles intenciones del joven Martí con respecto a la
herencia de su progenitor, Tania peca de lo mismo que casi todos los que
escribieron y escriben sobre el Poeta; prefiere guardar silencio antes de decir
lo que sabe y piensa de su hijo. Confiesa:
“(…) Pero José Francisco o Pepito, vaya usted a saber por qué, tampoco tuvo
suerte bajo el régimen castrista. Sigue siendo poco conocido. Las razones de
Fidel y Raúl las desconozco. Las mías, como una simple periodista que soy, me
las reservo por respeto y admiración al padre”.
Mal. Con decisiones literarias
sesgadas como las de Tania –una periodista que sin embargo admiro profundamente–,
solo se consigue escamotear la verdad para otra generación de lectores, por absurda
conmiseración y pacata deferencia con el Poeta. No es esa la función de los que
escriben sobre la historia, sino justamente lo contrario. No deben tenerse en
cuenta las simpatías, la condescendencia y las moralinas, como sustitutas de la
verdad, por incómoda que sea.
JOSÉ FRANCISCO,
SOLDADO DE LA
PATRIA
No puedo –creo que nadie puede–
asegurar qué pasaba por la cabeza de José Francisco en New York en 1895,
teniendo en cuenta lo poco honesto que hasta ahora se nos revela de su
personalidad. Pero es muy sintomático que consiguiera convencer a su madre de
no volver a la Isla y abandonar los estudios de Derecho que había comenzado
allí, para –supuestamente– prepararse para ingresar en una universidad
norteamericana. Con esa intención, se
establecen en la localidad de Far Rockaway, estado de Nueva Jersey. Carmen pone
a su hijo bajo la tutela del doctor espirituano Manuel de Jesús Coroalles Pina,
para que guíe sus estudios preparatorios con vistas a que ingrese en la
universidad de Troy.
Según la Historiadora de la Ciudad de
Sancti Spititus, María Antonieta “Ñeñeca” Jiménez Margolles, el Dr. Coroalles
había sido un gran colaborador y amigo del Apóstol. Nacido en Sancti Spiritus y
titulado en Medicina y Cirugía en 1864, tuvo una larga trayectoria patriótica
en la Isla y en varios países latinoamericanos. Terminó por radicarse en la
ciudad portuaria de Colón, en Panamá, donde ayudó a muchos cubanos que llegaron
allí como Maceo, Gómez y Martí, al que conoció en una reunión libertaria en la
casa del también patriota Francisco Morales.
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Casa del dr Manuel Coroalles derribada en 1972 hoy Plaza de la Fundación de Sancti Spíritus. |
A Coroalles le llamó la atención
el anillo que tenía el Apóstol hecho con metal de los grilletes que le pusieron
en presidio y grabado con la palabra “Cuba”. Pero sobre todo se interesó por su
salud cuando, escuchando allí unas palabras que Martí pronunciaba de pie,
reparó en que éste apretaba su bombín entre las manos y tuvo que sentarse adolorido
por la herida inguinal que le causó el grillete carcelario.
La historia de la amistad de Martí
con Coroalles es larga y sorprendente, imposible de reproducir aquí por razones
de espacio, así que la resumo en una frase de las tantas que dijo y escribió
sobre el Poeta; “A este hombre no se le
puede decir que no”.
Y años después, residiendo en New
York, tampoco le dijo que no a su viuda, y aceptó servir de preceptor al hijo
de su amigo. Pero su función fue corta y estéril, porque en 1897 y en contra de
sus deseos y de los de Carmen, José Francisco Martí Zayas-Bazán cambia
repentinamente de idea y decide unirse al Ejército Libertador.
He leído por ahí en algún artículo que José Francisco “huyó cariñosamente de los cuidados de Coroalles”. Absurda y ridícula forma de describir el modo intempestivo en que Pepito “se la dejó en la mano” a su preceptor.
He leído por ahí en algún artículo que José Francisco “huyó cariñosamente de los cuidados de Coroalles”. Absurda y ridícula forma de describir el modo intempestivo en que Pepito “se la dejó en la mano” a su preceptor.
Imaginen a Carmen en ese instante, después
de haber sufrido la pérdida del amor de su vida por causa de su pasión
libertaria, otra vez abocada a pasar por el mismo dolor con su otro amor; su
hijo, que aparentemente también priorizaba a la Patria antes que a ella. Y esta
vez es peor, porque Carmen se queda totalmente sola.
Sin embargo, está en duda el motor
que puso en marcha esta decisión de Pepito, por más que en todas partes se ha
ponderado una y mil veces su sentimiento “patrio” al marcharse a la manigua
para emular al hombre que lo trajo al mundo.
Era un chico arrojado y valiente, eso está fuera de toda duda, pero también ambicioso y trepa, como veremos más tarde.
Era un chico arrojado y valiente, eso está fuera de toda duda, pero también ambicioso y trepa, como veremos más tarde.
Si retrocedemos un par de meses atrás
antes de su partida al campo de batalla, encontraremos otra misiva que escribió
a Gonzalo de Quesada el 4 de junio de 1895 cuando supo que su padre había
muerto:
“Querido amigo: es verdad que mi padre ha muerto (…) mi amor de hijo se
resiste a creerlo (…) mi pensamiento no puede apartarse de ese dolor. Tengo 16
años, pero las energías todas de mi alma están despiertas para llorar a mi padre
como hijo y como cubano”.
Esta carta, que suele presentarse como prueba de que los ideales de Pepito ya eran entonces seguir
el camino de la gloria y la honra de su padre, y morir en la manigua junto a
los hombres que lo conocieron, en realidad no prueba nada. Es solo un vanidoso
intento de posicionarse en la alta jerarquía mambisa, utilizando su vínculo
filial con el jefe de la revolución.
En carta a Manuel Mercado, el mejor
amigo del Apóstol, el 12 de octubre de 1896, Carmen Zayas-Bazán le escribe al mexicano:
“Pepe hace un año que lucha entre los deseos de irse a la guerra y el dolor
en que quedaré yo sumida (…) aquí pensé hacerlo un ingeniero (…) he querido con
mis lágrimas que mi hijo olvidara su deseo (…) pero me he convencido que no ha olvidado
su ideal…”
Pobre Carmen. Pero Pepito no hizo
caso del llanto de su madre, ni de los consejos de los dirigentes del Partido
Revolucionario Cubano, amigos de su padre, que lo conminaban a no moverse de
los Estados Unidos, para que terminara su carrera y se labrara un porvenir.
José Francisco escapa un día de la vigilancia de Coroalles, y se
presenta en la vivienda del Dr. Raimundo Menocal, otro influyente patriota en el
exilio.
Cito aquí otra vez a María Cristina Sánchez Herrera, otra historiadora que aplaude a la revolución cubana, en su artículo “José Francisco Martí Zayas-Bazán, el hijo de Martí, un hombre digno”. Dice Sánchez:
Cito aquí otra vez a María Cristina Sánchez Herrera, otra historiadora que aplaude a la revolución cubana, en su artículo “José Francisco Martí Zayas-Bazán, el hijo de Martí, un hombre digno”. Dice Sánchez:
“Raimundo Menocal, comprende su justa decisión y le facilita pueda embarcar
en la primera expedición rumbo a Cuba. (…) La expedición llega hasta Oriente.
Por circunstancias de la propia guerra no pudo encontrarse con el generalísimo
Máximo Gómez a quien su madre lo había recomendado, se une a las tropas del lugarteniente
General Calixto García Iñiguez, como simple soldado…”.
¿Justa decisión? Otra gratuita flor
lanzada al hijo del Poeta, de las muchas que recibirá en lo adelante.
En efecto, el 27 de febrero de 1897
sale de una expedición del puerto de Brooklyn, comandada por Carlos Roloff y
Enrique Núñez, oficiales del Ejército Libertador, y con José Francisco entre
los expedicionarios.
LA GLORIA DESEADA
Pepito llega a Cuba y se incorpora
al Ejército Libertador el 21 de marzo de 1897, en el Departamento Oriental,
como el soldado número 35811, a las órdenes del general Calixto García Íñiguez,
y allí estará hasta el final de la guerra. Ya en la manigua cubana, recibe el
caballo Baconao que montaba su padre cuando encontró la muerte.
El brigadier Carlos García Vélez,
hijo de Calixto, asegura que a su llegada, Pepito Martí traía una carta
dirigida a su padre por Carmen Zayas Bazán: “(…)
Le mando todo lo que tengo y que más amo, mi hijo. Hágamelo un hombre”. Calixto
lo nombra su ayudante de campo y estará atento a él en lo adelante, como mismo
hará con su propio hijo.
Calixto fue el maestro de José
Francisco en cuestiones militares, y de él el joven aprendió todo lo necesario
en cuanto a estrategias del combate. Entra a servir en el Cuerpo de Artillería
como oficial dinamitero, aprendiendo a utilizar el peligroso cañón neumático
conocido como Silver Du Dley, que lanzaba bombas cargadas de dinamita, pero
exponía demasiado a sus operadores al requerir de una colocación a muy corta
distancia del arma en la línea de fuego.
Sería deshonesto de mi parte negar los
actos heroicos de José Francisco en la contienda armada de nuestra última
guerra, y desmerecería la veracidad del resto de mi relato. Debo reconocer que
el hijo de Martí fue un soldado arrojado y valiente, y lo demostró en el campo
de batalla. Uno de sus superiores y compañero de armas, el coronel Horacio
Ferrer, en su diario de guerra, narra en estos términos la toma de Las Tunas en
agosto de 1897:
“Los tenientes José Martí, Juan Miguel Portuondo y Francisco Sedano, tres
heroicos muchachos improvisados artilleros, les enfilaron [a los soldados españoles]
el cañón de dinamita, colocándoles una bomba en el sitio preciso para desmontar
la pieza enemiga y acabar prácticamente con sus servidores. Manuel Portuondo,
jefe de esa pieza, resulta herido de muerte al cargar el cañón, y Pepe Martí
ocupa su lugar, carga el arma y hace volar por el aire al polvorín español...”
Ese día, como resultado de esta
acción bélica, José Francisco quedó sordo (de cañón) para el resto de su vida, pero
su comportamiento le valió el ascenso al rango de teniente el 30 de agosto de
1897, con un nombramiento escrito de puño y letra por el general Calixto
García, “por su heroico comportamiento
sirviendo en el cañón, en la toma de la ciudad Tunas de Bayamo”.
En virtud de realzar su figura como
“digno heredero de su padre” se han escrito ríos de tinta que describen con
gran prolijidad las heroicas acciones militares de José Francisco durante su
participación en la guerra. Fueron apenas dos años de los 67 que vivió, pero en
los relatos oficiales parece que se hubiera pasado toda la vida en la manigua.
En cualquier caso, considero este, como el único segmento realmente aplaudible
de su vida. No es necesario, por tanto, que me prodigue en detalles sobre esta
parte de su biografía; que se puede encontrar fácilmente en la red.
Lo que sí está claro es que José
Francisco consiguió en cierta forma la relevancia que buscaba al incorporarse a
la lucha armada. Se había propuesto y conseguido ser reconocido por sus propias
obras y no por las de su padre, aunque en el futuro no pararía de utilizar su
apellido. Además de la contienda de Las Tunas donde perdió la audición, había
sido artillero en la batalla de Guisa; en el sitio de Santiago de Cuba; en la
toma de El Guamo; en el combate de Las Auras y en muchos otros conflictos
armados. Por sus méritos en el campo de batalla fue merecedor de los grados de
alférez el 22 de abril de 1897, de teniente el 30 de agosto del mismo año, y finalmente
fue ascendido a Capitán del Ejército Libertador, ya en
tiempos de paz, el 10 de febrero de
1899, habiéndosele reconocido la antigüedad en el cargo, desde el 18 de agosto
de 1898.
REGRESO A LA PATRIA LIBRE
Así se licenció el hijo del Apóstol,
el 24 de agosto de 1898, con palmaditas en la espalda, a la semana siguiente de
haber sido nombrado capitán. Y ese mismo año, su antiguo jefe le confía su
última misión; Calixto García le ordena volver a New York, acompañado por el
teniente Bernardo Figueredo, para transmitirle órdenes secretas a Don Tomás
Estrada Palma, que estaba allí a la espera de instrucciones de los mandos del
Ejército Mambí. Se diseñaba el gobierno de la primera República en libertad, y
Estrada Palma era ya uno de los más fuertes candidatos a ocupar la presidencia
de la nueva Cuba. El hijo de Martí sería el encargado de transmitirle sus
últimas instrucciones.
Don Tomás Estrada Palma
De cierta forma, la casualidad hizo
que el hijo del mejor patriota cubano y mayor exponente del pensamiento
libertario, fuera el responsable de abrir el camino a la patria libre al que
sería el primero de sus presidentes, una coincidencia de la que José Francisco
se vanaglorió desde entonces.
Rebosante de orgullo desembarca en New
York, con 20 años, el 8 de septiembre de 1898, para reencontrarse con la
sufrida Carmen, que casi enloquece de alegría al verlo, “vivo, fuerte, ya hecho un hombre, hermosísimo como no he conocido a
otro hombre jamás…”, le escribirá a su hermana Manuela ese mismo día.
A finales del año 1898, Carmen
Zayas-Bazán baja orgullosa de un barco, del brazo de un hombre, en el habanero Muelle
de La Machina. Su acompañante, de riguroso uniforme militar de gala, es su
único hijo, el Capitán del Ejército Don José Francisco Martí Zayas-Bazán, e hijo
del mártir líder de la Insurgencia Cubana, José Martí. La imagen de la pareja
será desde entonces recurrente en los eventos sociales de La Habana.
No he podido documentarme sobre los
detalles de su llegada, pero se sabe que, desde esos primeros días de libertad y
hasta el 20 de mayo de 1902, -fecha en que se proclamó la Independencia de la
Isla-, era usual recibir con honores, fastos y bandas de música, a los
patriotas que regresaban del exilio. Imagino, pues, que José Francisco y su
madre recibieron un agasajo institucional y popular, por lo menos notable.
Sin embargo, en principio, todo este
esfuerzo por trascender como militar y figura distinguida de la futura primera
república, al hijo del Apóstol le servirá de poco. Rápidamente será olvidado
por los jefes de la revolución, molestos con su carácter autosuficiente, su
vanidad exacerbada y sus manías de grandeza.
José Francisco tendrá que hacer más
cosas para ser considerado un héroe distinguido. Y esta vez, le valdrán de poco
sus méritos de guerra. Tendrá que protagonizar una de las más vergonzantes
páginas de odio racista de nuestra historia. Y también encontrar a una mujer rica
que le conceda un sitio en la burguesía cubana, por matrimonio. La millonaria
oriental Teté Bances, aún no lo sabe, pero será ella. Y sufrirá por eso.
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