jueves, 28 de junio de 2018

PLUMAS OCULTAS DE JOSE MARTÍ (II)

PLUMAS OCULTAS DE JOSE MARTÍ (II)

José Martí, óleo de Hermann Norman 1891

Por Carlos Ferrera

“ALFREDO” 
LA LÍRICA HOMOSOCIAL DEL APÓSTOL

En la Revista Universal de México el 1 de abril de 1875, aparece publicado el poema “Alfredo” firmado por Martí, probablemente su más intimista y claro acercamiento a una “sexualidad masculina trastocada”, como he visto que se le denomina en algún ensayo. Lo curioso es que, siendo en esta etapa en la que el poeta acude a los seudónimos, firma el poema con su nombre de pila.

Con “Alfredo”, Martí da una temeraria vuelta de tuerca a su poética homosocial -si es que esta existe- narrando en tortuosos y emotivos versos, la historia de un joven que, decepcionado por no encontrar una mujer, se suicida lanzándose a las aguar de un río. Leamos el poema:

ALFREDO

I
Alfredo: ¡qué abundante cabellera
Sobre la franca sien llevó extendida,
Todo el tiempo de mal y lucha fiera
Que sollozando anduvo por la vida!

Plazas, calles, paseos, vagabundo,
La frente al aire, el caminar tardío,
Aquel ocioso espíritu en profundo
Trabajo andaba, lleno de vacío.

Clavado en sí, su cuerpo lo encerraba
Como la niebla al sol que lucha en vano
Por penetrar la nebulosa traba
Que rayos roba al mundo del humano.

Ora en Alfredo alzábase tormenta,
O en suaves ondas como en lago terso,
El aire blando el suave rizo aumenta
De su alma en el espacio, un alma en verso.

II
Alfredo: bravo mozo; aquel gallardo
De frente franca y de soberbio cuello,
Ocioso eterno, caminante tardo,
Galán, amable, soñador y bello;

Perenne triste, que con mano abierta
Llorando daba gozos y alegrías,
Y va dormido, y ante sí despierta
De su lecho de afán las Simpatías;

Maniático doncel. Mesaba loca
De hambre sus trenzas Dalia la indigente,
Y quiso Dalia besos de su boca,
Y Alfredo puso besos en su frente;

Y donde hallaba de la carne fría
Montón infame que a la carne amaba,
Blanco montón de espíritu ponía
Que la masa bestial iluminaba.

Era raro, en verdad, aquel Alfredo;
Y como al punto cautivó mi asombro,
Palpéle yo, miréle, y vi con miedo
Sangre inmortal manándole de un hombro.

III
Y por calles y plazas y paseos,
La frente al aire y hacia atrás los brazos,
La mano daba a hermosos devaneos,
Y a su adorada Eternidad abrazos.

Sentóse al fin; del apacible río
Las suaves ondas comparó con calma:
¿Quién sabe, dijo, si a mi ser vacío,
Cual onda a ti, refrescará algún alma?

Hincó rodillas, abatió la frente,
Mojó en las aguas claras sus cabellos,
Y suspiró de amores la corriente
Y al joven inmortal besó con ellos.

—"¡Mujer...!"— Y a la palabra que decía,
Todo arbusto de flores se llenaba,
Y hasta un rayo de luna se ponía
Sobre la cabellera que flotaba.

—"¡Mujer...!"— Yo he visto un pájaro perdido
Llegar, volver sobre aquel tronco abierto,
Y el tronco solo, y sin su dueña el nido,
plegar las alas y extenderse muerto.

—"¡Mujer...!"— Yo vi canoso pasajero,
Sangrando el pie, la espalda flagelada,
La tierra abrir, balbucear "¡yo muero!"
Tenderse en tierra, y terminar jornada.

—"¡Mujer...!"— Y el viento a la negruzca roca
De las fatales playas de la vida,
Colgó de los cabellos a una loca
Y está por los cabellos suspendida.

¡El alma así de Alfredo vagabundo!
Loca en la playa, pájaro en el tronco,
Viajero herido por el ancho mundo,
Niebla y sol, noche y luz, gemido bronco.

IV
—"Mujer, mujer, en vano es que la vida
Sin ti vertiendo sangre de dolores,
Como una virgen pálida y herida,
La tierra cruce deshojando flores!

En vano, en vano que la vida entienda
La abrasadora lengua de los sabios,
Sin que este pobre corazón encienda
El lenguaje de amor vivo en tus labios.

En vano, en vano que la vida loca
Contemple en sí cadáveres impresos,
Mientras sin voluntad el alma invoca
el fuego redentor que arde en tus besos.

Cuanto fui, cuanto soy, cuanto se encierra
En esta alma en la tierra encadenada,
Que rota por el peso de la tierra
Sin vivir ni morir vive enclavada;

Cuando en mis horas de mayor locura
Un Dios esclavo dentro de mí germina,
Y rompe el alma con audaz bravura
Su forma vil, su esclavitud mezquina;

¡Todo por el amor que la corriente
Del agua puso en mi cabello impreso!
¡Todo ¡oh mujer! porque en la herida frente
Amor me digas y me des un beso!"

Y por la orilla y calles solitarias,
La frente al aire y ojos en la fierra,
Lloró lamentos, sollozó plegarias,
Buscó mujeres, y lo hallado aterra.

V
—"¡Tú, miserable, porque en ti avarientos
Los ojos puse de codicia rojos,
Carne pusiste, infame, en mis lamentos,
Movible carne ante mis pobres ojos!

¿Pensaste vil en que yo vil te amara?
¡Aparta, fango; mas de mí tan lejos,
Que, si yo fuera el Sol, no te llegara
Ni la pálida luz de mis reflejos!

Y tú, menguada; mísera ovejilla
Que acudiste a mi impúdico reclamo,
Y besaste diez veces mi mejilla,
Y dijiste cien veces '¡yo te amo!';

Para los flacos en la dicha es tarde.
Flaqueza agravia y págate en agravios:
¡Lejos de mí, la oveja que cobarde
Prodiga besos y corrompe labios!

Aquélla, la alba virgen, la que muere
De ansia de amor, y morir más desea,
¿Qué busca? ¿qué me llama? ¿qué me quiere?
¡No ha derecho al amor la mujer fea!

La ajena, la maldita, la casada,
¿Qué quiso en mí la miserable un día,
Allí en el goce impuro revolcada
Donde el esposo mísero dormía?

¡Horror, horror! ¡La mancha de aquel beso
Que entre los labios me dejó la fiera,
Ha de quedar sobre mi labio impreso
Como marca de oprobio, aunque me muera!

¡Y, yo dormido, a sacudirme el dueño
Vendrá, con la casada de la mano,
Y se revolcará sobre mi sueño,
Como sobre él me revolqué inhumano!"

Llorando Alfredo, conteniendo apenas
El pobre corazón que se rompía,
Fuese a regar con llantos las serenas
Ondas del agua que besara un día.

VI
—"¡Oh loca, oh cruel, oh plácida corriente,
Que con el sueño aquel de tus amores
Me diste un beso en la tranquila frente
Que me duele con todos los dolores!

¡Oh imagen de amor que un alma viva
Halló a su nombre pálida y despierta,
Y tinta en sangre y de su mal cautiva,
Llorando vuelve un alma medio muerta!

¡Oh margen pura de la verde orilla
Donde, al amor de la mujer alzada,
El crimen vuelve corva la rodilla
Y la maldita frente avergonzada!

¡Oh madre blanda por que el agua pura
Cantando corre y apacible ondea:
Un beso dame al ánima sin cura
Que punto y gloria de mis culpas sea!

¡Perdón, perdón, corrientes de este río!
¡Perdón, perdón, oh luz de esta ribera!
¡Arbustos que crecéis en torno mío!
¡Ondas que refrescáis mi cabellera!

¡Beso me disteis del amor proscrito
Que en fango traigo sobre el alma impreso;
Pues fue para vivir beso maldito,
Para vivir mejor dadme otro beso!"

Calló el gimiente, se extendió en la onda,
Eco de un beso resonó en el río,
Y "¡Alfredo!"... clamo, sin que allí responda
Más que otro beso al llamamiento mío.

Hoy los versos de “Alfredo” no tendrían por qué motivarnos rubor, pero en su momento la forma excesivamente sensual con que Martí describe físicamente a su protagonista en sus rasgos “femeniles”, generó una peliaguda controversia y levantó abundantes suspicacias sobre su sexualidad. 



Es consenso casi unánime entre los especialistas martianos, que el poema es una declaración de sus más íntimas motivaciones homoeróticas.

Aparece en ellos, además, muy claro y sin ambages, el rechazo frontal a la mujer; una alusión directa al final trágico de las heroínas suicidas del romanticismo, -como su propia “Niña de Guatemala”-, solo que aquí la “heroína” es él y no ella, y lo que frustra la búsqueda de Alfredo -y por extensión, la del autor- es la imposibilidad de hallar una mujer que esté a la misma altura espiritual de los hombres que ha tenido como amigos. No existe para Alfredo una fémina con la hechura que Martí anhelaba, y por eso lo mata.

Las palabras de Martí son duras y a veces hirientes contra ella; no se corta el Apóstol en el empleo de metáforas descarnadas que hoy consideraríamos degradantes: “Buscó mujer, y lo hallado aterra” (OC XVII, 67). Es “fango” (OC XVII, 67), “carne”, (OC XVII, 67), “fiera” (OC XVII, 68).

En “Alfredo”, es el hombre el que “gime” por no hallar una mujer que valga la pena amar, y se suicida como lo hace Narciso. El hablante poético (Martí), siente una atracción irrefrenable por Alfredo, al que celebra su “abundante cabellera”, su “soberbio cuello”, y sus “hermosos devaneos”. No es sólo un alegato en contra de la mujer (Dalia) sino una explícita erotización del amigo que lo atrae (“cautivó mi asombro”) y al mismo tiempo teme, porque siente “miedo” cuando lo palpa. Martí proyecta en “Alfredo” lo que él admira y desea. Su condición de “voz lírica en off” le permite desahogarse y evitar hacerlo en primera persona.

Y termina:

Calló el gimiente, se extendió en la onda
Eco de un beso resonó en el río
Y “¡Alfredo!”… clamo sin que allí responda
Más que otro beso al llamamiento mío. (OC XVII, 69)

Martí no teme integrarse a sí mismo en el conflicto como voz poética: “clama” y “recibe” un beso en respuesta del amante. Es un final, como poco, intencionadamente ambiguo.
En cuanto al detalle de que Alfredo tiene relaciones con una mujer casada, recordemos que hay otro pasaje en su poema “Adúltera”, donde también contradice en su lírica lo que practicó en su vida; uno de sus mal llamados “defectos morales de fábrica”, que para mí, son solo tachas normales en un hombre que le encantaba cortejar a las mujeres: la crítica a las relaciones extramaritales. Dice Martí en “Adúltera”:

La ajena, la maldita, la casada,
¿Qué quiso en mi la miserable un día
Allí en el goce impuro revolcada
Donde el esposo mísero dormía? 
(OC XVII, 68)

Durante su juventud, y presionado por la moral rígida de su padre, para Martí era crucial observar el respeto a la mujer de otro.
Pero en su madurez, el poeta rompe esa convicción, con la sabida relación que establece en Estados Unidos con Carmen Miyares, mujer de su amigo y casero Manuel Mantilla, y madre de María Mantilla, -otra peca humana en su haber-, traicionando a su amigo bajo el mismo techo en que vivían los tres. 
Foto de Martí con María Mantilla
1890, Bath Beach, NY
No era tan rígida la moral martiana en asuntos de amor y de cama. Pero eso no hace mella en su honra ni en su obra; es solo un feliz síntoma de que era un ser humano de lo más terrenal.

En el artículo “Call my son Ismael Exiled paternity and Father/Son eroticism in Reinaldo Arenas and José Martí”, el escritor Benigno Sánchez-Eppler habla de la novela de Reinaldo Arenas “Viaje a la Habana” (1990), y se refiere a un triángulo amoroso que compara con el de Martí con su hijo y su esposa en “Ismaelillo”.
Sánchez-Eppler se tira a la piscina presentando la relación entre el padre y el hijo como un vínculo homoerótico, consecuencia del rechazo de la madre por el padre. Hay también un ensayo de Sylvia Molloy sobre Martí y Whitman, donde la autora comulga con la teoría de Sánchez-Eppler, partiendo de la exclusión de la figura de Carmen en la vida de Martí para destacar la unión que establece el poeta con su hijo. Molloy utiliza esta tesis para comparar a Martí con Whitman y analizar la ambigüedad del cubano ante el dilema de asumir o criticar la sexualidad del norteamericano.
Martí con su hijo Ismaelillo y su esposa Carmen Zayas-Bazán
Los historiadores Arcadio Díaz Quiñones y Arnaldo Cruz-Malavé, también suscriben la opinión de Molloy y Sánchez-Eppler, considerando que la ausencia de la esposa (también madre) es “lo que le permite a Martí volverse como una mujer”, de ahí que el padre “cual amada deseante insta al hijo caballero a ocupar su cuerpo”, dice Díaz Quiñones. Cruz-Malavé, para explicarlo, cita unos versos de Martí en Ismaelillo: “¡Éntrese mi tirano, por esta cueva! ¡Venga mi caballero por esta senda!”.
Martí con su hijo Ismaelillo
Julio Camacho dice en su artículo “Lecturas heterodoxas sobre un cuerpo ambiguo: aproximaciones a los textos de Martí”:
“En estas lecturas, la mujer cada vez aparece como un objeto de deseo circunstancial, en el que el padre no puede o no quiere saciar sus impulsos, lo cual no le deja otro remedio que buscar otro hombre para hacerlo. Esto es lo que hace Molloy cuando habla de Martí, el hijo y Whitman, y lo que hace también Ana Peluffo, en su artículo “Homo-sentimentalismo, fraternidad y lágrimas en José Martí”. (…) Peluffo lee las expresiones de dolor, angustia y en especial, el llanto para demostrar como detrás de esta retórica de las lágrimas se esconde “un erotismo reprimido o inconsciente”, que ella ve manifestándose en los poemas que Martí le envía a su amigo Fermín Valdés Domínguez”.
Fermín Valdés Domínguez.
Pero creo que hay un gran riesgo en estudiar estas cuestiones, desde un psicoanálisis freudiano tan excesivo. Las opiniones de estos expertos están mediatizadas por sus interpretaciones personales (de las que hay tantas como lectores hay) y también -aunque les pese- por el grado de identificación que tiene con Martí cada uno de ellos.

Por otra parte, lo que Martí entiende por hermafroditismo, no es de naturaleza sexual, tiene que ver con la indeterminación del alma reflejada en los mitos literarios antiguos. Martí aludía a la antigua cultura y al arte de los griegos, para los que la homosexualidad era esencial en la vida social de los varones.

Francisco Morán lo ve también en su artículo “Sueño con claustros de mármol": Homoerotismo o la veta de mármol de la escritura martiana”, cuando aclara que la representación que hace el cubano de los héroes de la gesta independentista y en su drama Abdala, los tópicos del valor, el sacrificio, la camaradería, y hasta la misma imagen del guerrero, remiten al “valor espartano”, a la antigua Esparta, donde las estructuras políticas y militares “integraron la homosexualidad de manera prominente”.

Pero el poeta no tenía un pelo de tonto, y en la vida real era capaz de identificar, frecuentar y  hasta aplaudir a un homosexual de carne y hueso, como su amigo Barrundia.

MARTÍN BARRUNDIA, EL GRÁCIL

El 2 se enero de 1877 Martí se embarca en Veracruz rumbo a Cuba, donde consigue recomendaciones del padre de Fermín Valdés Domínguez, que era guatemalteco, para varias personas en Guatemala, entre ellas el presidente Justo Rufino Barrios, su antiguo discípulo.

General Justo Rufino Barrios

Martí regresa entonces, brevemente a México, para de allí embarcar el 26 de marzo a Guatemala. Y Guatemala resulta ser todo un regalo para su currículo: es nombrado en abril, Catedrático de Literatura Francesa, Inglesa, Italiana y Alemana y de Historia de la Filosofía en la Escuela Normal Central.
José María Izaguirre
Dirigía entonces esa escuela el cubano exiliado José María Izaguirre, uno de los patriotas bayameses que se habían unido a Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre del 68 en La Demajagua. Izaguirre se exilió después de aquello, y optó por irse a vivir a Guatemala, donde el gobierno del General Justo Rufino Barrios le propuso –y él aceptó– instruir a la juventud guatemalteca.

Gracias a su ayuda, Martí comienza de profesor en la Academia de Niñas de Centro América, y es allí donde conoce a María García Granados, La Niña de Guatemala. 
María García Granados, La Niña de Guatemala

Me referiré muy brevemente a la compleja relación afectiva de María con Pepe, porque la conocemos, pero hago necesaria mención de una cuestión que le atañe, y que sí es menester que comente. José María Izaguirre nos da pistas sobre la naturaleza de la relación entre María García Granados y José Martí:

“Entre las familias más entusiastas por él, se contaba la del general Miguel García Granados, amigo del General Barrios (…). 
Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios

La familia de García Granados era numerosa, y se hacía notar por su cultura y amabilidad; presentado Martí a ella, fue recibido cordialmente, y pronto llegó a ser uno de sus amigos más adictos. Entre las hijas del General había una llamada María, que se distinguía de sus hermanas como la rosa se distingue de las otras flores. (…) Tenía veinte años de edad, y hasta entonces había permanecido insensible a los tiros del amor, sin embargo, desde que Martí frecuentaba la casa, se notó en ella cierta tristeza que nadie se explicaba, así como el silencio en que se encerraba delante de él. (…) Lo que sí sabía ella era que cuando veía a Martí, experimentaba un deleite supremo y que cuando él estaba ausente su tristeza aumentaba, su ansiedad de verlo era mayor y no cesaban estos tormentos hasta que él se hallaba de nuevo en su presencia. Este sentimiento, desconocido para ella, fue creciendo de día en día hasta tomar los caracteres de una verdadera pasión, y aunque lo disimulaba por el recato propio de una joven educada en el amor a la honra, bien comprendió Martí lo que le pasaba. Caballero ante todo, y ligado por igual sentimiento a otra mujer a quien había jurado ser su esposo, se abstuvo de fomentar con sus galanterías o con demostraciones de afecto aquella pasión que parecía próxima a tomar las proporciones de un incendio”.

Y efectivamente así ocurrió. El papel de Martí –después de un duro esfuerzo por reprimir su pasión por la joven– se limitó desde entonces a tratarla como amigo, y se alejó de su casa paulatinamente para que María comprendiera que no debía entregarse al sentimiento que la dominaba, pues por más que él reconociese sus merecimientos, –como los reconocía–, no podría corresponder a su pasión.
La Niña de Guatemala
Pero no fue por iniciativa del Apóstol, que éste no llegó más allá en sus apetencias amorosas con La Niña de Guatemala. A José le costó Dios y ayuda ser fiel a Carmen e ignorar a María, y lo consiguió gracias a quien más y mejor lo aconsejó sobre qué hacer al respecto. Fue un hombre homosexual de muy peculiar naturaleza.

En julio de 1877 Martí pronuncia un discurso portentoso sobre la oratoria, en una velada literaria que celebra la Escuela Normal. Dice Izaguirre:

“El discurso de Martí fue el gran acontecimiento de la noche, y su nombre voló desde entonces por toda Guatemala en alas de la fama como tribuno insigne, aunque sólo contaba en esa fecha veintitrés años de edad. Un caballero lo confirmó con el apodo de Doctor Torrente, porque, en efecto, Martí parecía en sus discursos un torrente que se despeñaba, y el elocuente y sabio abogado Salvador Falla dijo de él estas palabras: "Martí, como los bosques nuevos y frondosos, tiene mucha hojarasca en lo que dice; pero su imaginación es fecunda, maravillosa su facilidad para expresarse, y cuando tenga más edad y haya moderado su ardor oratorio, habrá adquirido más experiencia y reflexión, y la hojarasca se convertirá en sazonados frutos de exquisito sabor."
Juan Martín Barrundia
Y entre la audiencia de Martí aquella noche, había un orador guatemalteco de excepción: Juan Martín Barrundia, el Secretario de Despacho del presidente Barrios. 

Era un militar y político liberal, hijo del influyente político José Francisco Barrundia y Cepeda, y llegó a ser Ministro de la Guerra durante el período constitucional del gobierno de Barrios, hasta la muerte de este.  

José Francisco era un hombretón de seis pies y alguna pulgada más, bigotudo y físicamente impresionante, pero flexo como una caña de bambú mecida por el viento y afectado en sus maneras y en su estar, como una adolescente enamorada.

Barrundia tenía un plumazo imposible de ocultar, algo de lo que él mismo debió ser tan consciente, que jamás se preocupó por hacerlo. Tampoco le hacía falta, porque tenía más testículos que todos los guatemaltecos juntos, y estuvo a punto de sustituir a Barrios como presidente de Guatemala, un deseo que le frustra su enemigo político el general Manuel Lisandro Barillas Bercián, que le arrebata el poder.

Martí no lo sabe, pero Barrundia se convertirá poco después en su mejor confesor sentimental. Se hizo su amigo aquella misma noche y lo visitó muchas veces después durante el año 1877, tanto en su oficina en la casa de gobierno, como en su propia casa, donde el gigante guatemalteco vivía un amor oculto con su mayordomo, del que el poeta cubano fue testigo complaciente.

Entre el político y el prócer surgió una amistad ennoblecida por el amor que ambos profesaban a la poesía y a la historia. También los dos eran fanáticos de la literatura en lengua inglesa, y era Walt Whitman el ídolo común. 

Martí tenía con Barrundia más cosas en común, que con todas las mujeres que conoció en su vida, juntas.

De Barrundia, Martí aseveraba: “Lo notable en él era aquella gracia femenil en tamaño cuerpo de hombre; no había ojos más claros, nariz más correcta, ni labios más finos; era seda su mano y su mirada y su discurso” (OC VIII, 105). 

El poeta no tenía el menor complejo en describir con gran delicadeza la belleza que observaba en otro hombre, donde –en el caso de Barrundia– el resto solo veía a un amanerado sodomita con poder.  

A Barrundia, Martí le refiere su encrucijada amorosa entre Carmen Zayas-Bazán y La Niña de Guatemala. Y es el guatemalteco quien enfría su pasión desbocada y le aconseja poner distancia entre él y el objeto de su aventura extramatrimonial.
El sepelio de la niña de Guatemala.
Para Martí, Barrundia erun ejemplo de la sabiduría que solo existe en esa sexualidad intermedia, que mezcla la corpulencia y la valentía varonil con la ternura y la pausada reflexión femeninas.
RARAS AVIS DE LA MANIGUA 

Sin embargo, el Apóstol siempre arrugó la nariz ante la definición de “afeminado”, que repelía, por peyorativa. El 6 de marzo de 1889, el periódico The Manufacturer de Filadelfia publicó el artículo titulado “Do You Want Cuba?”, suscrito por influyentes políticos republicanos. En él se acusaba a los cubanos de ser afeminados.
El 25 de marzo José Martí publica una respuesta al artículo que titula “Vindication of Cuba”, en The New York Post. En ella, el Apóstol estalla de ira:

“¿Se nos ha de llamar, como The Manufacturer nos llama, un pueblo afeminado? Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir —estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceitunas— de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murieron como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos afeminados tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln”.

Pero eran tiempos difíciles para salir a defender a los homosexuales en Cuba, también para Martí. 

Solo unos meses más tarde, ya en 1890, durante el Primer Congreso Médico Regional de Cuba, el médico, antropólogo y criminólogo cubano Luis Montané y Dardé, presentaba en La Habana su ponencia “La pederastia en Cuba”.
Luis Montané y Dardé
Montané analizó 21 casos de homosexuales recluidos en la Cárcel de La Habana, basado en la interpretación errónea de la homosexualidad como patología y como vicio. Su estudio amerita ser el primer acercamiento de la medicina en la Isla a la homosexualidad, pero hoy se considera anticientífico y degradante, porque presentó a sus “enfermos” como pederastas que se prostituían como hombres, y que se atribuían nombres femeninos, con los que eran conocidos en su oficio. Montané “alertaba” a los cubanos sobre sus gustos “feminoides” por los perfumes, las sortijas, las medias, los pañuelos y los maquillajes (“se empolvan con polvo de arroz, como nuestras mujeres”) y decía que tenían retratos vestidos de mujer, aunque no siempre estuvieran ataviados como ellas; (“suelen ser engañosos, a veces parecen hombres”). También utilizaba ya las categorías “activo” y “pasivo”, según el rol en la relación sexual de “penetrador” o “penetrado” para definirlos.
Libro de semblanzas “Cromitos cubanos"
En 1892 se publica el libro de semblanzas “Cromitos cubanos”, de Manuel de la Cruz. El texto es un acoso y derribo al poeta cubano Julián del Casal. Cruz impugna al hombre afeminado “que no dedica su vida a la acción, ni su pluma a seducir a las mujeres”. Para el autor, Casal no es un hombre hecho para la guerra ni para las actividades públicas, y dice percibir en su obra “cierta falta de mujeres”.
Manuel de la  Cruz
Así era la mentalidad de los hombres cubanos sobre la homosexualidad masculina en tiempos del Apóstol, y por eso ha de ponerse en valor su digna percepción de este fenómeno. 

Pero su defensa de los homosexuales, no se queda en las ideas. En 1893, Martí conmina al general y escritor mambí Serafín Sánchez, a escribir un libro que él se ofrece a editar: “Héroes humildes y los poetas de la guerra”, un interesante volumen sobre la Guerra de los Diez Años que reivindica la figura casi desconocida del mambí homosexual Manuel Rodríguez, conocido como La Brujita entre los insurrectos. Dice Sánchez en ese libro:
El general y escritor mambí Serafín Sánchez
“En la ciudad donde se crió y vivió (Manuel Rodríguez), aún ignoran su mérito; si alguno lo recuerda todavía es para hablar seguramente de sus rarezas; pero allá en los montes, en los históricos campos de la Revolución, a los cuales el mayor número de cubanos no se atrevió a ir, allá, repito, los compañeros de armas de Manuel Rodríguez, sabemos que el petimetre de la ciudad y de la clásica bomba blanca se convirtió en un león desde el momento que aspiró al ambiente purificador de los campos de batalla (...) En Sancti Spíritus no conocieron más qué a La Brujita, el sastre, al artesano de color, al paria, al condenado de la colonia esclava; yo vi en la revolución al capitán, al libre, al bravo, al tigre, al héroe, al hombre. En las ciudades y pueblos menores de Cuba suele verse de los hombres solamente el ridículo tocado de afeminada usanza; pero en los campos unificadores y épicos de la libertad, su corazón se revela entero y brilla su alma superior y completa”.

En su artículo “Mambises y Homosexuales”, en relación al libro de Sánchez, el escritor Abel Sierra Madero apunta:

“A La Brujita, Martí y Sánchez le atribuyen un valor suficientemente probado, lo sitúan dentro del canon del combatiente, que es valiente porque que no teme a la censura. En el texto, Sánchez considera el campo insurrecto como un reivindicador de conductas, al punto de que el afeminado se traviste a la inversa de lo habitual, o sea, el petimetre de la clásica bomba blanca, se convierte -gracias al “ambiente purificador” de los campos de batalla- en león, bravo, tigre, héroe y hombre, y eso lo integra a la épica nacional-liberadora. En el texto no se excluye a La Brujita, se considera parte del proceso revolucionario y se le integra en él”.

Pero las nobles palabras de Serafín Sánchez y el altruista empeño de Martí en publicarlas, no reflejaban la opinión de la media de los hombres que se alzaron en la manigua, que aún veían a los homosexuales como objetos de burla. 
Martí, Panchito Gómez Toro y Fermín Valdés Domínguez 
Sobre La Brujita, comentaba el propio amigo de Martí, Fermín Valdés Domínguez durante la guerra del 95: 

“El general "Rosas", que con sus cobardías y sus modales afeminados, nos dio tela para reír un rato a su costa”.

Hay varias referencias veladas a posibles tendencias homosexuales entre los mambises que frecuentó Martí durante la guerra. La más comentada -pero bastante improbable, y sin evidencia que la certifique-, fue la relación homosexual que supuestamente existió entre Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, el hijo de Máximo Gómez. 

Entiendo que muchos escritores calenturientos no pudieran sustraerse a la tentación de fantasear sobre un idilio entre dos hombres que vivieron y murieron juntos en el monte. Pero otra vez, son solo cábalas sin pruebas.
Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro
También se ha intentado especular con el afecto “raro” que dispensó el Titán de Bronce al poeta homosexual Julián del Casal, que ha generado un morbo que no ha podido aguantar la procaz e inefable escribidora Zoe Valdés, que no tuvo reparos en ponerlos a fornicar apasionadamente en una habitación del Hotel Inglaterra, parcondimentar una de sus historias macarras imposibles.
Julián del Casal
La única relación homosexual entre soldados del Ejército Libertador, que sí considero contrastada y cierta, porque hay registros, es la que existió entre otros dos mambises, aunque aún está por ver si era consentida, al menos por uno de ellos: el joven soldado negro Ricardo Batrell Oviedo, y su jefe, el mayor general del Ejército Libertador Julio Sanguily Garrite, el mayor de los hermanos Sanguily.
Julio Sanguily Garrite
En su diario de guerra, escrito años después de finalizada la contienda del 95, el propio Batrell comenta un incidente que le ocurre en marzo de 1898 en la provincia de Matanzas con su jefe Julio Sanguily, del que había sido “criado personal” desde antes de la guerra.

Cuenta Batrell que un día, cuando el general Pedro Betancourt se opuso a que él acompañara a Sanguily a Vuelta Abajo tomando en cuenta su corta edad de 17 años, Sanguily le insistió al general para que Batrell lo acompañara. 

Viendo su insistencia, Betancourt le preguntó a Sanguily: “¿Tanta confianza tiene usted en ese niño?” Y Sanguily contestó: “Tanta, general, que sin él, creo no llevar compañero, aunque vaya toda la fuerza conmigo. Ese niño es el alma de mi fuerza”.
Ricardo Batrell Oviedo y su libro
Betancourt finalmente accedió, y  los invitó a almorzar. Pero de regreso al campamento, Sanguily no quiso aceptar las dos parejas de soldados que le brindó el general para que los acompañaran. Quería hacer el viaje solo con su joven ayudante.

En el trayecto, dice Batrell: “¡Nos disgustamos para siempre Sanguily y yo!” y apunta: “¡Hay cosas que opacan el alma más varonil y enfrían los corazones; más, cuando se es demasiado joven como yo lo era en esa época que describo, cuando se vive de amor y de ilusiones! Yo vi en el cariño de mi jefe a un padre. Y en su justo reconocimiento el amigo honrado y leal, y por lo tanto soñaba en mejores días para mí a un oscuro porvenir, a su lado ayudándolo en las contiendas de guerra que se me prestaban, como el más fiel soldado, y como el más cariñoso hijo. Algo grave, muy grave pasó entre los dos en nuestro trayecto para nuestro campamento. Pues no le hice fuego cuando cargué la tercerola prohibiéndole que me siguiera, porque hubiera tenido que abdicar de mi glorioso ideal de Libertad Patria, presentándome. Pues nadie iba a creer la causa que me impulsaran darle muerte si lo hacía. Esto le dije, y tuvo a bien no seguirme”.

Sobre el tema, Abel Sierra Madero apunta en “Mambises y Homosexuales”: 

“Para enfriar el corazón y opacar el alma varonil de un hombre del siglo XIX y mambí por demás, sólo una cosa puede haber ocurrido para que adquiriera esa connotación de extrema gravedad como la que se alude en el relato, al punto de apuntarle con su rifle nada menos que a su jefe. ¿Está insinuando Batrell que su jefe tuvo inclinaciones homosexuales con él? Aunque no se haga alusión al tema homosexual explícitamente, hay cierta intencionalidad a que lo sucedido sea interpretado como tal. En el texto se enfatiza que Batrell veía al jefe como un padre y que el cariño que este le profesaba estaba disfrazado de otras manifestaciones afectuosas”.

“Según Batrell, a los tres días llegó Pedro Betancourt al campamento y “quiso éste que le explicara la causa de mi resolución, y me instaba que fuera a mi puesto. Le contesté, que no podía explicar la causa ni había razones que me hicieran permanecer en el regimiento 'Matanzas' a las órdenes de Sanguily. Hasta el momento de este incidente, en el texto de Batrell no aparece referencia alguna a cuestiones sexuales. Lo sucedido entre él y su jefe resulta muy ambiguo y me hace sospechar un tanto de la veracidad del relato. En todo el texto el autor señala la valentía y las cualidades combativas del jefe, sin embargo, dentro del relato hay una frase casi de pasada en la que Batrell dice que luego del citado incidente, pasó al Cuartel General como simple soldado porque Sanguily no quiso aclarar su grado para que volviera. ¿Será que Batrell está pretextando está situación para enunciar que le quitaron su grado de oficial?”.

Al parecer, Abel Sierra desconoce el texto del coronel Fernando Diago en su diario de campaña, que confirma la experiencia de Batrell. El mismo día de la conversación con Betancourt, Batrell, entonces ya bajo sus órdenes, (y cito a Diago) “me cuenta en confidencia, para mi sorpresa y bajo mi promesa de no revelarlo, la causa de su airada reacción con el Mayor. Fue efectivamente una frescura que Julio se permitió con él, de esas que no hacen los hombres. El rechazo de Ricardo y su huida, fueron por cansancio: había accedido a sus deseos muchas veces antes, desde que le sirvió en su casa”. Batrell le dedicó a Diago el libro que publicó en 1912; "A mi jefe en la guerra y mi fiel amigo en la paz".

“Nadie puede ir a la guerra y cruzarse de brazos, porque hace el papel de maricón”, dice el escritor cubano Esteban Montejo. 

La masculinidad es inherente a la imagen del mambí, pero en la manigua -como en la cárcel- se relajaron muchos códigos morales en los batallones de hombres semidesnudos sin mujer, y afloraron otras apetencias. Hay un cerrado mutismo respecto a las conductas homosexuales entre los mambises, pero fueron seguramente abundantes, aunque protegidas por un rígido código de silencio.

LAS ADORABLES AMBIGÜEDADES DEL POETA

Durante su estancia en New York, además de los hombres con los que compartía exilio, José Martí frecuentó a muchas mujeres como amigas. 

Ellas aparecían sin avisar en su casa del número 349 de la Calle 46 Oeste, cuando regresaban de compras, porque sabían que a él le encantaba oler la ropa nueva, y tenía un gusto refinado para juzgar los vestuarios femeninos.

A su amiga Blanca Baralt, le pidió ver el vestido de novia que iba a ponerse en su boda antes de que lo usara, y le puso sobrenombres a todas sus prendas de ropa de futura casada.

Martí era un ídolo para sus admiradoras, y no estrictamente en el sentido sexual, aunque exista la erótica del intelecto.
Aspecto actual de la Casa de  José Martí
en el número 349 de la Calle 46 Oeste, NY
Su sensibilidad femenina, como he dicho antes, era tan poética y sofisticada como su prosa, y esa cualidad se volvía maternal en su trato con los niños. 

No hubo otro mártir de la patria tan cercano a ellos, para los que no solo escribió, sino que los trataba de forma casi maternal. Su extraordinario encanto para los infantes no pasó inadvertido para sus madres, sus amigas y compañeras de exilio en La Gran Manzana. En muchas ocasiones les sirvió de niñera, se quedaba con sus hijos, les contaba cuentos, les hacía dibujos y les recitaba poemas de su inspiración.

Imagino siempre a Martí como el amigo gay inteligente y servicial que tiene cualquier chica en nuestros días, pero en heterosexual. Al contrario de lo que alguien pueda sospechar en esta crónica, imaginarlo en la otra acera me le resta interés a su esencia masculina tan transgresora y liberal.

Si algo está claro, es que el ideal varonil martiano difiere del patrón tradicional de géneros. La masculinidad perfecta para Martí era una sexualidad bastante heterodoxa, muy parecida a las definiciones que de ella harían Julián del Casal, Lorca, Amado Nervo, o Rubén Darío.
“Martí y yo” (2009) Juan Carlos Zaldívar
En nuestros días, el cineasta Juan Carlos Zaldívar en su película “Martí y yo” hace un arriesgado ejercicio fílmico de desacralización de Martí, que en su ficción confiesa a sus compatriotas que ha mantenido relaciones homosexuales con Walt Whitman y con su amigo Fermín Valdés Domínguez.
Walt Whitman
Creo que, teniendo claro lo que es cierto o no de lo que se ha escrito y dicho sobre la sexualidad del Apóstol, se puede fabular sobre ella en torno a sus aristas desconocidas. Es un modo de hacer relectura de esa parte de su intimidad, de “lo que habría podido ser y no se sabe si fue”. 

Hacerlo no es blasfemo, no atenta contra su moral, ni desmerece su legado, y es una forma amena de revisitar su amplio y avanzado pensamiento. Los que escribimos, podemos fantasear, pero sin exagerar las fantasías, porque se corre el riego del descrédito. 

Martí lo hacía con pocas y hermosas palabras, y con fina y femenina sensibilidad.

FIN