domingo, 14 de octubre de 2018

JOSÉ FRANCISCO MARTÍ ZAYAS-BAZÁN, EL HIJO INDIGNO DEL APÓSTOL (II)

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Por Carlos Ferrera


POR FIN, “ISMAELILLO”

«Hijo, espantado de todo me refugio en ti»
José Martí

En 1881, lejos de Carmen y de José Francisco, Martí escribe el libro en que sublima el amor que siente por su hijo. Lo titula con el apodo con que lo llamará desde entonces cariñosamente; “Ismaelillo”. 
Es un pequeño volumen que los emigrantes cubanos exiliados en Nueva York conocerán en 1882, impreso por los editores Thompson y Moreau; “Ya que nos quedamos por ahora con las ganas de ver a Pepito, es menester que venga Ismaelillo”, dice el Poeta.


A los cubanos nos resultan familiares y cercanas casi todas las frases de ese libro, y también dolorosamente tristes: «Hijo, espantado de todo me refugio en ti», «Hijo soy de mi hijo, él me rehace» «¡Tú flotas sobre todo, hijo del alma!». 
Y le llama “mi reyecillo”, “mi dueño", "mi despensero"... Martí bautiza a su vástago ausente con el nombre bíblico que quedará en el imaginario popular, casi como su verdadero nombre. Es un diminutivo poético y dulce que, poco a poco, le quedará demasiado grande al José Francisco adulto.

CARTAS Y REPROCHES

Mientras tanto, en Puerto Príncipe, sola y totalmente hundida, Carmen solicita a su padre la parte de la herencia de su madre que le corresponde desde tres años antes, "porque no tenía ni para zapatos del niño", le escribe a su marido. Pero Don Francisco se enfada ante ese requerimiento, que considera impertinente, y solo le da 40 pesos como única ayuda, para todo y para siempre. Entristecida e impotente ante la situación por la que está pasando, Carmen le cuenta lo ocurrido a Martí en otra carta:
“Viendo yo desde hacía tiempo por los insultos de mis hermanos que todo el motivo que tenían contra mí era que yo estaba en la casa sin deber, haciendo gastos, consulté a Azcárate sobre si podía pedir a papá, sin estar tú aquí, mi haber materno, pues no tenía ni para zapatos para el niño. (…) Fui a hablar con papá, que ha cedido en todo lo que Barrios ha querido en contra mía, me dijo que me viniera a vivir con mis tías porque yo no tenía derecho a estar en casa: entonces le dije si no lo tengo sí lo tengo al haber materno pues no tengo con qué vivir y hace ya tres años que usted debió dármelo y nunca lo he molestado. Gritó, dijo que no tenía un medio, que acabara con su fortuna, que lo quemara todo, que nunca debí hablarle de esto, que me cogiera una casa; acepté y entonces retrocedió y me dijo que solo podía darme 40 pesos papel ¡para vivir y todas mis necesidades como rédito de mi haber materno! Vivo en la calle Mayor 16 comiendo escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo (…) El pueblo está escandalizado (…) Aquí no se habla de otra cosa (…) los escándalos que se han dado en casa hoy son origen de todas las conversaciones”.
Casa familiar de los  Zayas-Bazán en Puerto Príncipe (Camagüey)
Resumiendo, la familia Zayas-Bazán, tanto su padre, como sus hermanos y ahora el cuñado español, no quieren más a Carmen en casa, por su enlace con Martí, ni a su hijo, por ser el fruto de ese amor. Para colmo, las relaciones de Carmen con sus suegros Doña Leonor y Don Mariano, los padres de Martí, que antes fluían con cordialidad, se han ido al traste después que ella lo ha abandonado y separado de su hijo. Quizás es ese el motivo que la impulsa a escribirle otra carta a Pepe cuando regresa de visitar a sus suegros en La Habana: "Me llevo la triste convicción de que tu familia no me querrá jamás; al niño sí lo quieren", y añade, "tengo sed de cariño, de ver solícitas a esas gentes que me quieren todavía viviendo y llorando conmigo... ¿Cuándo verás a tu hijo?".
Carmen, desesperada se ve obligada a huir de la casa familiar y pedir ayuda a sus tías Carmen e Isabel, que la acogen en su hogar. Pero ellas son también muy pobres y la situación económica de las tres mujeres y el niño se hace crítica. "Comía escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo", le dice a Martí en otra carta, y añade: "me han herido, me han injuriado, me han ofendido todos".
En otra carta que Manuela, hermana de Carmen, envía a Martí poco después, le cuenta que Carmen y el niño, que están viviendo con ella, “han llegado de La Habana muy delgados, y Carmen, de estar sin el calor del esposo, anda medio loca”.
Carmen, por su parte, le cuenta al padre de su hijo en sus siguientes cartas, que la aqueja un doloroso padecimiento de la cintura del que no quiere darle detalles, pero que “le resulta muy penoso e invalidante”. Los médicos le aconsejan que no viaje a reunirse con Martí, pues su estado de salud no le permitiría llegar muy lejos. También Leonor, la madre de Martí le dice en otra carta que su nuera, aunque joven, es ya una mujer muy enferma:
“(…) Creo que no debes precipitar su regreso hasta que estés enteramente tranquilo y tengas trabajo seguro, pues ella no es para penalidades. Aquí raro era el día que no necesitaba médico, y gracias a que lo tenía con facilidad, porque el de los fosos es buena persona y venía al momento que lo llamaba, esto no es echarte en cara su naturaleza débil, pero sí decirte que no es mujer para penalidades ni para vivir con pocos recursos y creo harás bien en dejarla descansar algunos meses…”
Carmen Zayas-Bazán e Hidalgo
En realidad, ya Martí no desea tanto la presencia de su esposa como la de su hijo. Tantas separaciones y tantas heridas han debilitado el amor que sentía por ella. La sigue queriendo como madre amantísima de su único vástago, pero alguien ya la ha sustituido en su corazón.

LA OTRA CARMEN

Cuando Martí se queda solo en Brooklyn, no puede asumir los gastos de una casa, porque ha perdido la mayor parte de sus empleos como traductor y articulista. Debe rehacer su vida personal y laboral, y recurre a la ayuda de un amigo que tiene una casa de huéspedes. Es su compañero de ideas políticas, y también el marido de la mujer que ha estado cortejando a espaldas de su esposa; el cubano Manuel Mantilla,  marido de Carmen Miyares.
Carmen Miyares de Mantilla
Manuel acoge a Martí en su casa, -no se sabe si en este momento, o desde antes-, ya enterado del idilio entre el poeta y su mujer. Pero en cualquier caso, decide echarle una mano al hombre que admira. Le permite incluso que no pague los primeros meses de alquiler, que no le cobrará nunca. Martí, sin embargo, no puede devolverle el favor con igual gratitud; se ha enamorado de su esposa.
La historia oficial ha sido tan pacata, tibia y mentirosa sobre este segmento de la vida del Apóstol, que apenas encontramos pasajes blancos y superficiales sobre este instante en los libros de texto. Para muestra, otra vez el libelo Ecured:
“Techo, comprensión, colaboración y abrigo encuentra en la casa de Manuel Mantilla y Carmen Miyares. El hogar de esta familia cubana identificada plenamente con las luchas de nuestra independencia resultará el ambiente propicio para desarrollar en silencio la obra redentora”.
Grandilocuencias patrióticas para esconder una verdad con tintes de tragedia. Ni una palabra sobre el intenso drama que se vivió entre aquellas cuatro paredes, mientras Carmen estaba en Cuba con su hijo: Un esposo cornudo que callaba y aceptaba el idilio de su inquilino y amigo con su mujer, ante sus propios ojos, y que hasta en ocasiones, llega a abandonar la casa “para dejarlos solos”. Un Martí confundido, pero apasionado, debatiéndose entre la lealtad a que obliga la amistad, y la pasión que sentía por la mujer de su benefactor. Una mujer loca de amor por el hombre que también admiraba como líder, y que no pudo reprimir una pasión amorosa y carnal por él, en presencia del padre de sus hijos. Un silencioso y silenciado melodrama, perversamente escamoteado por las moralinas del poder.
Martí con Manuel Mantilla Jr.,
hijo de Carmen Miyares
En el verano de 1881, Carmen Zayas-Bazán, envía otra carta durísima a Martí desde Puerto Príncipe, que muestra su tristeza y desesperación:
“He tenido a mi hijo atacado de una fiebre maligna que lo ha tenido privado de sentido días enteros (…) solo una cosa pedí a Dios, ¡que no solo él se fuera de esta vida, bastante falta le hace a mi alma el reposo de la eternidad” (…) Ojalá que allí halles lo que buscas, pero óyelo bien: nada estable conseguirás. Te estás matando por un ideal fantástico y estás descuidando sagrados deberes (…) Nunca se manchó ningún hombre por volver a su tierra esclava ante la necesidad urgentísima de vestir y dar de comer a su mujer y a su hijo, saber con qué curar sus enfermedades y enterrarlos si se mueren…”
Pero Martí está muy complicado en la preparación de la insurgencia. Son los días de sus contactos con Maceo y Gómez para elaborar las estrategias militares necesarias para la guerra que se avecina, y sus obligaciones le impiden escribir con frecuencia. También por eso disminuyen sus cartas a su familia en Cuba. Aun así, las pocas veces que empuña la pluma para comunicarse con Carmen, se le queja de no recibir noticias de Pepito.
Carmen muy enfadada le responde: “No tienes más noticias del niño porque no me parece natural que dejes meses enteros sin escribir”. Y no son solo Carmen y su hijo los únicos damnificados de las demoras postales del Apóstol. El 19 de agosto de 1881, su madre también le hace reproches muy duros por la falta de noticias. Doña Leonor escribe:
“Yo no sé qué pensar ya de ti ni de tu sano juicio, ya no sé qué palabras emplear para hacerte comprender cuanto me haces sufrir con tu abandono para escribirnos (…) no te cuidas de si vivimos o morimos en meses enteros, no contestas a ninguna carta por más que te lo suplique (…).La pluma se me cae de la mano, no sé ni lo que te escribo, ni si esta tendrá la misma suerte de las anteriores, así es que acabo aquí rogándote que si la lees no sea con la misma indiferencia como las demás (…) pues por trabajosa que sea tu vida no puede faltar un momento para evitar esta angustia en que haces vivir, o mejor dicho, morir a tu madre”.
En epístola a Martí del 21 de enero de 1882, Carmen le reprocha: “Solo te diré que una vez que acepté esta pobreza tuya y fui conforme con los riesgos que traía consigo, y Guatemala es testigo de lo que en ella sufrí, contenta de lo que después vino no lo he sido jamás, porque creo, sin duda equivocada a tu juicio, que no era hora de sacrificios ni frutos, ni justo ante ninguna conciencia prescindir de deberes que no podían cumplirse al mismo tiempo que ese otro ideal tuyo”.
Es imposible que, ante todas estas quejas, Martí no se sintiera culpable. Era un hombre honesto a pesar de sus taras de humano. Echa de menos a su hijo como nunca, y habla de él con todo el mundo, incluso cuando no se le pregunta. En 1882, en carta a su amigo americano Charles A. Dana le dice: “Mi hijo es mi sueño”, y aludiendo al libro que le ha dedicado, escribe orgulloso: “Es la novela de mis amores con mi hijo”. También a su amigo Agustín Aveledo ese mismo año le confiesa: “Yo no vendo este libro: es cosa del alma (…) pensando en mi hijo, se me llena el pecho de jazmines.”
Sin embargo, insisto, los historiadores siempre dibujan este amor paternal sin el más mínimo rastro de culpa. Esa cae siempre sobre los hombros de Carmen. Hasta el historiador y escritor Eduardo Zayas-Bazán, descendiente de la familia de Carmen, y a quien no profesé demasiadas simpatías, se sumó al carro de sus críticos más encarnizados, en pro de limpiar el honor del Poeta. En un artículo -a mi juicio muy parcial e injusto con su parienta lejana- titulado “Carmen Zayas-Bazán, una vida trágica”, escribe:
“En una carta fortísima (Carmen) lo acusa de cobarde: "Mucho más que tú tienen méritos esos hombres que lucharon y que hoy se rinden, no a un gobierno que combatieron sino a las necesidades de sus hijos no satisfechas… Sacrificar a todos y cantar purezas lejos del contagio, olvidando cuánto hay de más sagrado en la tierra, y más serio en la vida, ni es valor ni así se cumple con el deber". Martí le responde en una larga carta en la que le explica que no se puede exponer a perder su libertad en Cuba, que no hay garantías y sin ellas no debe emprender el viaje a la Isla. Y termina la carta abriendo su corazón herido: "Me dices que vaya; ¡si por morir al llegar, daría la vida! No tengo, pues, que violentarme para ir; sino para no ir. Si lo entiendes, está bien. Si no, ¿qué he de hacer yo? Que no lo estimas, ya lo sé. Pero no he de cometer la injusticia de pedirte que estimes una grandeza meramente espiritual, secreta e improductiva".
Sin embargo, aun entonces Carmen no renuncia al amor que sigue sintiendo por Pepe, ni a reunirse con él en el futuro. Permanece con sus tías y su hijo, malviviendo en Puerto Príncipe a la espera de tiempos mejores para su marido.
En tanto, Martí en Nueva York es incansable en su labor revolucionaria, pero es de justicia reconocer su esfuerzo por volver a traer a su hijo consigo. Por fin reúne dinero trabajando de vicecónsul de Uruguay, escribiendo artículos y haciendo traducciones para diferentes tabloides, donde por fin ha sido contratado. Finalmente, su situación económica mejora y puede alquilar una vivienda nueva en Brooklyn. Entonces pide a Carmen que vuelva a los Estados Unidos con Pepito.
En diciembre de 1882 Carmen y José Francisco regresan a Nueva York. La familia vuelve a estar unida. Pero tampoco esta segunda reunificación tendrá muy largo recorrido.
Vuelvo al texto de Eduardo Zayas-Bazán:
“Carmen era una mujer fuerte, exaltada, altiva y celosa que pretendía que Martí fuera no sólo un buen marido, sino que se dedicara a su hogar y al trabajo productivo. Ya antes de casarse, en una carta le había confesado a Martí: "Es cierto que desde que te vi te amé, pero también es cierto que desde que te conozco no he tenido un día de calma, pues los celos me matan…". Sin embargo, Martí era un hombre público que tenía deberes importantes que chocaban con las aspiraciones de Carmen. La falta de compenetración entre ellos continuó y Carmen decidió regresar a La Habana con Pepito en marzo de 1885”.
Eduardo Zayas-Bazán
Loret de Mola 

Siento un profundo desprecio por el tono machista y descaradamente chulesco del autor de estas líneas, que minimiza las infidelidades de Martí, naturalizará más tarde sus devaneos con Carmen Miyares, y presenta a Carmen Zayas-Bazán como una loca obnubilada por los celos que “exige” cosas que su marido no puede darle. Plantea la petición de la esposa del prócer como una “pretensión” exagerada, cuando era solo lo que cualquier mujer exigiría al hombre con quien se ha casado y tiene un hijo.

SEGUNDA SEPARACIÓN

A partir de entonces la comunicación postal entre Carmen y Pepe se endurece. El 13 de mayo de 1886 ya la grieta entre ambos es tan profunda que, a una petición de dinero para el niño que le hace Carmen desde Cuba, Martí responde dura y escuetamente que no puede cubrir sus carencias. Carlos Ripoll reproduce la respuesta de Carmen en su libro “La vida íntima y secreta de José Martí":
“Carmen, herida en lo más vivo de su dignidad, riposta:
Ante todo, deseo desde el mes que viene no recibir mesada ninguna. (…) cuando me casé con usted hasta de mis más pequeños gustos prescindí, y anulé de tal manera mi personalidad que cualquiera hubiera sospechado no era yo capaz de un pensamiento propio; lo que hice al principio con placer, llena del amor inmenso que le tenía, mi abnegación de madre me dio fuerzas para llevarlo a cabo después (yo solo busqué en el matrimonio la felicidad en un hogar modesto que según mi pensamiento debía haber bastado siempre a usted, como sin duda me bastó a mí, no es natural que cuando usted cambió tan presto y me abandonó a mis lágrimas y me dio una muerte civil espantosa dejándome sin posición fija en la sociedad, quisiera yo para consuelo en una desventura tan grande poder gastar unos cuantos pesos que recibirlos en esta extraña situación cuesta violencia suma. O usted nunca ha sabido quién soy u obra con mala fe manifiesta suponiéndome mezquindades que cuesta rubor hablar de ellas. No sé si es por mi padre o por mí que dice usted debía avergonzarnos admitir lo que usted envía con esfuerzo (…) ninguna ilusión me ha hecho lo que usted gane, pues, aunque fueran miles de pesos, yo no recibiría nunca dinero de un hombre que no es mi esposo sino por el lazo de mi hijo (…) sería mengua que yo aceptase su trabajo ofrecido a un lazo indisoluble por punto de honor y no por cariño: si he aceptado ha sido en nombre de mi hijo. Para nada necesito ese su horrendo sacrificio de vida que me ofrece ni que se juzgue usted esclavo mío: desde que supe que su alma no entendía la mía no me creo en el derecho de pedir nada y muy ofuscado debe andar su espíritu cuando me ha escrito esto. (…) quise venir, pues eran muchos los tormentos que en un país extraño sin amigos sin conocer el idioma y enferma sufría, a más de los que usted de diario me preparaba. (…) Puede usted siempre tenerme no respeto, pues de usted más que de nadie merezco admiración. De mi hijo esté tranquilo, en mi alma no caben miserias lo enseñaré a que lo ame siempre”.
Pero Martí sigue inmerso en su ardua labor revolucionaria, no tiene tiempo para responderle, apenas duerme ni come, lo absorbe la dura responsabilidad que ha aceptado al frente de la revolución. Entonces Carmen le envía otra carta el 30 de abril de 1887. Dice Ripoll:
“Carmen sigue viviendo expulsada de la casa paterna y sin abrigo financiero alguno, ella se le queja del olvido en que la tiene y le describe en términos verdaderamente desgarradores la miserable vida que lleva con Pepito en casa ajena, y el infierno en la Tierra que tales condiciones significaban para una mujer sola y enferma a cargo de un niño frágil”
Finalmente, el Poeta responde. La carta es larga y amorosa con su hijo, pero parca y escueta con la madre. Carmen le devuelve entonces, estas palabras:
“Al fin recibimos carta, fue tanto lo que padecí en espera de ella que cuando vino a mis manos no pudo quitarme las muchas tristezas que tenía en el alma. Solo te diré que en los últimos diez días perdí doce libras, de modo que todo lo que adelanto a fuerza de cuidados lo pierdo por un olvido que no tiene nombre tratándose de una situación como esta., pues desde enero no preguntas por el niño. (…) El retrato (del niño) irá pronto solo uno solo se sacará para ti porque no puedo más. (…) Cheché nos hace vivir tan afligidos que ni puertas ni ventanas se abren. Siempre imagina que la insultan y es tanta su desventura que a veces dice que son sus propias manos quienes le dicen cosas y se las quiere arrancar arrancándose la piel hasta que le corre sangre, y día y noche corre por la casa gritando espantosamente; es un espectáculo verdaderamente desgarrador; a veces los cuchillos, los palos, cualquier cosa coge y se la arroja a uno encima, a nuestro hijo le ha tirado mucho, aunque cuando se calma lo besa, pero desgraciadamente sus horas de calma van desapareciendo por completo. Los médicos me aconsejan que haga huir a mi hijo de este espectáculo (…) las niñas de Amalia no vienen por nada. Nada te puede pintar nuestra vida con este espectáculo que no tiene igual”.
Cheché era una de las hermanas de Carmen, tía de Pepito, que se volvió loca. Algunos biógrafos martianos, han llegado a describir escenas verdaderamente dantescas de este momento, como la de Cheché intentando degollar a su sobrino con un cuchillo de cocina, un hecho del que no he encontrado más descripción documentada que esta carta de Carmen, pero que menciona, por ejemplo, María Cristina Sánchez Herrera en el también azucarado artículo "José Francisco Martí Zayas Bazán, el hijo de José Martí, un hombre digno" (Contribuciones a las Ciencias Sociales, 2011).
Cuenta la historia oficial que “Ismaelillo” quedó marcado psíquicamente por este ambiente hostil en su familia materna, y yo suscribo esta idea, porque su comportamiento de adulto fue totalmente psicótico, vengativo y cruel. Pero aún tiene 10 años y es un niño sin padre y con una madre enferma y sola.

JOSÉ FRANCISCO MARTÍ

"Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo”
José Martí

Mientras tanto, Pepito crece en Cuba. El niño deja atrás los dulces diminutivos de su primera infancia, para empezar a ser llamado José Francisco Martí en su etapa escolar.
Y he aquí otra página de su biografía velada por la historia republicana y después por la castrista. Ninguna de las dos explica claramente cómo y por qué, en medio de tanta pobreza, José Francisco consigue cursar sus primeros estudios en el prestigioso Colegio Escolapio San Calasancio, ubicado entonces en la Calle Luaces 2, hoy sede de Escuela Provincial de Deportes (ESPA) y de la Clínica Estomatológica Cerro Pelado de Camagüey. Y no lo explican, porque es Don Francisco, su abuelo, el “malvado oficial” de esta historia, quien invierte la herencia de su abuela que antes le negó a su hija, en los estudios de su nieto. Los mejores que podía tener un niño de provincias.
El 30 de septiembre de 1889, con 11 años de edad, José Francisco Martí Zayas-Bazán ingresa con el expediente N°1201 en el Instituto de Segunda Enseñanza en la Escuelas Pías de Puerto Príncipe, en la antigua Plaza de San Francisco de Asís, hoy Plaza de la Juventud de Camagüey. Sus notas se conservan aun en el Archivo Histórico Provincial, y hay constancia de sus prácticas deportivas como torpedero de béisbol en un terreno ubicado en el interior de la carrilera del antiguo Hipódromo, cercano a lo que es ahora la Plaza de la Revolución Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz.
En su libro “Memorias de la guerra”, Enrique Loynaz del Castillo escribió que para la Pascua de 1892, organizó un paseo por la Sierra de Cubitas y a las cuevas del mismo nombre y que dentro de las dos docenas de jóvenes que lo acompañaron estaba José Francisco, con 14 años. Carmen, la madre, se lo había confiado, según el autor, “creyendo que era yo el más juicioso de los concurrentes al paseo”
Loynaz cuenta la anécdota con el hijo de Martí:
“Era un muchacho impetuoso, dispuesto a la aventura revolucionaria. En el profundo lago existente bajo las cuevas se había lanzado al agua antes de que yo pudiera evitarlo y no me quedó más remedio que tirarme al agua en su busca. Con anterioridad, de paso por la ciudad, ataviados los jóvenes de uniformes de dril crudo y sombreros de yarey, revólver en el bolsillo y machete al cinto, se detuvieron en establecimientos e increíblemente al transitar frente al cuartel de caballería Hernán Cortés, uno de los muchachos sacó una corneta e hizo vibrar el mágico toque insurrecto de a degüello. Era la primera vez que en mis oídos resonaba la invocación metálica que enardeció las cargas fulminantes de Agramonte”.
En el colegio San Calasancio, José Francisco recibe una educación pro españolista y directamente enfrentada a los ideales de su padre. Pero durante todo este tiempo, su madre no ha dejado un segundo de hablarle de Martí y de sus luchas, lejos de ponerlo en su contra. Carmen en ese aspecto es un ejemplo de honestidad y amor, y pocas veces se le ha reconocido.

TERCERA SEPARACIÓN

El 30 de julio de 1891, Carmen viaja con Pepito, que ya es un espigado jovencito de 13 años, de nuevo a Nueva York. Es su último intento por recuperar el amor de su marido, y de que su hijo vuelva a ver a su padre. Pero al llegar, Carmen confirma lo que hace tantos años había llegado a sus oídos, y se resistía a creer. Dice su pariente Eduardo Zayas-Bazán:
“Habían pasado seis años separados y ya era demasiado tarde para el matrimonio. Martí entonces tenía una relación amorosa con Carmita Miyares. Y algo le habrán comentado sus amigas o quizás lo leyó en los Versos Sencillos…”
En efecto, Carmen se entera de que Pepe y la Miyares están juntos y conviviendo bajo el mismo techo. Y –como aventura Eduardo Zayas-Bazán–, había tenido que tragarse estos versos escritos por su todavía esposo:

Mi amor del aire se azora:
Eva es rubia, falsa es Eva:
viene una nube, y se lleva
mi amor que gime y que llora.

Se lleva mi amor que llora
esa nube que se va:
Eva me ha sido traidora:
¡Eva me consolará!

El poeta reconoce en el poema, por fin, haber encontrado a otra mujer que se llama igual que la suya, y que compensa las carencias de su matrimonio. Era finalmente cierto que había vivido -y continuaba- un turbio idilio con Carmen Miyares, una historia de larga data que había empezado en 1880, antes de que Carmen Zayas-Bazán pisara New York por primera vez.
Al asunto ya de por sí humillante para la esposa del prócer, se añadían los rumores de que su marido era el padre de María Mantilla, la hija de la Miyares. Entonces Carmen Zayas-Bazán llega al límite de sus fuerzas, y decide marcharse para siempre.
El regreso definitivo de Carmen a Cuba, que Eduardo Zayas-Bazán describe como un arrebato caprichoso de mujer despechada, es en realidad una tragedia lacerante de una esposa abandonada y engañada por el padre de su hijo. Desvalida, sin apoyos ni amigos, desamada y sola también de espíritu, en marzo de 1885 Carmen suplica a un amigo de Martí, el periodista Enrique Trujillo, propietario del diario “El Porvenir”, que la ayude a regresar a Cuba con Pepito.
Trujillo, al principio duda, por la amistad que lo une al Poeta, pero Carmen insiste con tanta vehemencia, y está tan triste y desesperada, que al fin Trujillo se compadece y la acompaña a solicitar amparo y protección al consulado español. Carmen consigue un pasaporte que le proporciona el cónsul “sin el consentimiento de su esposo”, apunta otra vez en tono muy machista, Eduardo Zayas-Bazán.
Debo apostillar aquí que, no solo Eduardo y muchos otros historiadores cubanos han minimizado –y continúan haciéndolo–, la responsabilidad de Martí en la separación y abandono de Carmen. La literatura castrista también culpa a la esposa del prócer, y cuenta este segmento de la historia menospreciando y culpando a Trujillo, e incluso suponiendo intereses políticos espurios en esta ayuda a la mujer de su amigo. Dice Ecured, haciendo gala de un reduccionismo descarado:
“En abril, arriban a Nueva York Carmen Zayas-Bazán junto a su hijo José Francisco. Cuatro meses más tarde, de manera sorpresiva e inusual y en estrecha relación con Enrique Trujillo, solicita, a través de este, al Consulado Español en esa ciudad, despacharan sus pasaportes con la mayor urgencia posible hacia La Habana. La noticia, la forma oculta de los hechos y el desleal servicio del periodista y propietario de El Porvenir, conmueven al Maestro, quien jamás los volverá a ver y le retira su amistad al indigno compañero.”
No hace falta perder tiempo en analizar esta descripción sesgada de los hechos, porque es a todas luces benévola con el Apóstol y condenatoria con Carmen y con Trujillo, al que por cierto, Martí pidió varias veces dinero prestado para sobrevivir en sus peores momentos en Nueva York. De hecho, es totalmente incierto que Martí “retirara” su amistad a Trujillo; otra vez ocurría lo contrario, según Mañach, fue el periodista quien nunca más dirigió la palabra al Poeta.
Carmen regresa con su hijo al martirio familiar de Puerto Príncipe, que sin embargo, prefiere, a la soledad marital y al engaño que ha sufrido en el frío Brooklyn.
Esta última separación será definitiva: los esposos no volverán a unirse más, dice Ripoll, “pues Martí se trasmuta en antorcha que intenta alimentar hasta sus últimas consecuencias el fuego de la guerra necesaria. Pero Carmen, ya desamada, sustituida por otra Carmen en el corazón de su esposo y olvidada para siempre, daría aún dos vivas muestras de que su amor por Martí seguía intacto, y que a pesar de todo ella continuaba considerándose su mujer legítima”.
María García Granados,
La Niña de Guatemala
Sin embargo, aun estando con Carmen Miyares, Martí admitió que ni esta Carmen, ni la otra, fueron los grandes amores de su vida, a pesar de que su adulador biógrafo Eduardo Zayas-Bazán, insistiera inútilmente en que su parienta lejana fue la mujer que más amó el Poeta. Otro biógrafo, más y mejor enterado del tema, Ciro Bianchi Ross, da las claves de quién fue la fémina que ocupó ese lugar:
Martí volverá a evocar a María (La Niña de Guatemala) en agosto de 1891, cuando Carmen lo abandona en Nueva York y regresa a Cuba con su hijo. Humillado y colérico, diría, y lamento no tener a mano la cita exacta: “Y pensar que por Carmen sacrifiqué a la pobrecita…”
Hay poco que agregar. Quizás, que Carmen, fiel a sí misma y a la palabra que le dio a su marido, se abstuvo siempre de hablar mal a José Francisco de su padre. Por el contrario, no dejó de alimentar en él, el cariño y el recuerdo del hombre que lo engendró. En lo adelante le enviará a Martí regularmente noticias sobre cómo va creciendo, sus aficiones, cualidades y gustos. Hará incluso grandes esfuerzos, -a pesar de su pobreza-, para pagar fotos de daguerrotipo, de las que apenas podía permitirse una única copia, que le mandaba a Martí para que viera cuán sano y hermoso crecía su hijo en Cuba.
En 1892, un Martí solo y entristecido escribe en el periódico Patria: “Un hijo es el mayor premio que un hombre puede recibir sobre la tierra… un hijo es el corazón”. Pero se guarda su último consejo de padre para la última carta que escribe a José Francisco el 1 de abril de 1895 desde Montecristi, República Dominicana, a punto de embarcarse para Cuba para incorporarse a la guerra. Es una desgarradora pero severa epístola que José Francisco no leerá hasta varios meses más tarde:
“Hijo: Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós, sé justo. Tu José Martí”.
Carmen Zatas-Bazán y
José Francisco Martí a los 17 años
Un mes y unos días más tarde, el 19 de mayo de 1895, Martí muere en Dos Ríos bajo fuego español, sobre su caballo Baconao. Su hijo, con 17 años, recibirá en herencia la leontina y la bestia que su padre cabalgó, legado que, sin embargo, le resultará exiguo. 
Intentará emularlo como hombre de guerra, y de hecho, conseguirá superarlo como militar, pero se alejará poco a poco de su ejemplo humanista y de sus limpios ideales patrióticos, hasta convertirse en lo contrario de lo que fue el hombre que lo trajo al mundo.
E incumpliendo el último de sus consejos, no será un hombre justo jamás.



oOo

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Cubano de nacimiento y catalán de adopción

3 comentarios:

  1. Hay algo en este precioso recuento, un tèrmino quizàs, que no merecìa estar incluido en un material de tal belleza: "ecured". Lo escirbo hasta en minùsculas, pero entiendo perfectamente lo oportuno del mensaje cada vez que lo citas. Eres un genio literario...

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    1. No queda más remedio que mencionar al criminal, si se menciona el crimen, querido Willy... GRACIAS POR TU VISITA :)

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  2. Carlos como llegas tu a estas apreciaciones e investigaciones creibles indudablemente que nos llevan a conocer de primera mano la realidad humana y muy ocultas de personajes venerados hasta hoy. Nos muestras sin cortapisas el lado humano y hasta cierto punto oscuro de esos que la historia ha endiosado por siglos.Realmente eres un tipo especial y con un caudal de informacion increible, pero creible. Cuanto agradecerte ??. Cuan engañados hemos podido estar ante la historia pasada y contemporanea de nuestra Cuba. Agradecerte es poco !!!. Si Cuba necesita de un historiador verdadero, creo que no peco ni dudo en decir que ese eres tu amigo.Alguien tiene que develar tanta mentira alrededor de nuestros dioses heroes, que nunca hemos podido conocer como realmente fueron: de carne y hueso. Gracias amigo, que Dios te bendiga y sigue develando secretos que tanta falta hacen para que la verdad se haga patente.Un fortisimo abrazo que abrase.

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