lunes, 5 de marzo de 2018

EL TEATRO SHANGHAI

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En Zanja entre Manrique y Campanario, abrieron el teatro Shanghái. No tenía nada que ver con los chinos ni con su dinero, como solemos leer por ahí.
Su planificación, construcción y gestión corrió a cargo de un consorcio de empresarios criollos de la noche, que encontraron en Zanja la calle apropiada para ubicar un teatro que ya preveían con una oferta lúdica subida de tono. Entre los actores que alcanzaron allí la fama puedo mencionar a Emilio Ruiz -que hizo famoso su alter ego de El Chino Wong- y Armando Bringuier (el Viejito Bringuier).
La actriz Yolanda Farr, nieta de José Orozco, que fuera dueño del Shanghai, cuenta que en los años 50, cuando el tercer piso, o “gallinero” del teatro estaba cerrado al público, su abuela, una señora alemana llamada Jenny Jeck de Orozco, que era sacerdotisa en la santería cubana, realizaba allí misas espirituales para comunicarse con los muertos. Relata Yolanda, que otro salón del local se convertía por las noches en una guardería infantil donde cuidaban a los niños de las trabajadoras y las actrices.
El Shanghái era un teatro para adultos, preferentemente hombres solos, que en sus inicios ofrecía obras humorísticas de la picaresca cubana. Muchos autores brillantes del vernáculo pasaron por ese escenario del Shanghái: Federico Villoch, Gustavo Sánchez Galarraga, Antonio López Rafael de Arango, Enrique Arredondo, Pedro Castany, Cuca Montero, Fabiola Márquez y otros, algunos de los cuales utilizaron el Shanghái para curtirse en la escena y transitar después a otros escenarios de más boato, como el Teatro Alhambra, o a la radio, la televisión o el cine.
En su escenario vibró, quizá como en ningún otro sitio de Cuba, el glamour, la euforia y los excesos, condimentados con el atractivo extra de lo prohibido, lo no aconsejable por los patrones del buen gusto que exigía la alta sociedad cubana por delante, pero de la que disfrutaba por detrás.
Entre los años 30 y los 60 del siglo XX, el Shanghái pasó a ser la sala de espectáculos más visitada por los habaneros y los turistas. Su fama se hizo proverbial y se convirtió en leyenda maldita y tentadora. Por un peso y pocos centavos, era posible disfrutar de uno de aquellos delirantes espectáculos y luego, además, quedarse hasta la alta madrugada en el local mirando varias películas calificadas entonces como pornográficas.
En el Shanghái se fusionaron los efluvios del Moulin Rouge de París, sus mujeres en topless y sus lentejuelas, con las perlas del teatro vernáculo cubano, gallegos, negritos y rumberas, protagonistas de picantes sketches, y bailarinas con desnudos tan fuertes para aquellos días como inocentones para los actuales.
Hubo en el Shanghái personajes inolvidables, como Superman, un actor que inspiró a Coppola, y aún más a Ava Gardner, de quien se cuenta, quedó impresionada con sus treinta centímetros de miembro viril, todo un torpedo para aguas profundas que terminaría enviando a la Gardner para la sala de emergencias de un hospital habanero con un desgarro vaginal, pero feliz y ahíta. O al menos así lo cuenta la historia callejera del lugar.
El Shanghái tuvo en su cartelera obras como El destino de un varón, Si me caso que susto paso, Un veterano que batea bien, El amante de mi mujer y El trovador de Broadway. Con el paso del tiempo, los dueños del Shanghái subieron la parada con las insinuaciones sexuales y las palabras y gestos obscenos, e incorporaron revistas musicales con desnudos femeninos y cortos cinematográficos pornográficos de producción mexicana o cubana.
Para su propaganda, en grandes anuncios a colores al frente del teatro, se utilizaban textos de mensajes publicitarios o políticos, que habían tenido buena aceptación en la población, aprovechando que se prestaran al doble sentido, título que ponían a las obras que presentaban. Así, podían aparecer: Una tonga de gusto, Esta que es fuerte, fuerte… sepárala, Ella tiene su meneíto, Este es el hombre, Josefina atiende a las señoras, ¿Tiene usted el gusto joven? y otros. En el mes de noviembre de cada año se representaba una parodia de la obra Don Juan Tenorio, donde Don Juan, Don Luis y Doña Inés eran maltratados “a la cubana”.
En los 50, el exotismo y el misterio del Barrio Chino, se hacía presentes en las noches habaneras como una “fruta prohibida”. Por el día, como cualquier otro espacio de la ciudad, era recorrido por hombres y mujeres en busca de porcelanas, miniaturas, figuras artísticas, muebles, sedería, medicamentos y productos y condimentos típicos de la gastronomía china, que se ofertaban en sus diferentes establecimientos. 
Pero por las noches el sexo se adueñaba de calles y serrallos, y entonces el Barrio Chino adquiría su verdadera dimensión y mostraba su cara lasciva.
Durante decenios, ya en el período comunista, donde una vez estuvo el teatro, hubo un descampado solar yermo y baldío sin utilidad alguna. Hoy la gestión de este espacio ha pasado manos de una de las sociedades chinas del barrio, que lo limpió y cercó para convertirlo en una especie de plaza cerrada, dedicada a Confucio, y una estatua suya presidiendo el centro del área.
Allí se realizan actividades para la cultura china. También muy cerca conviven algunos bares y prostíbulos encubiertos, y el cine Pacífico recientemente remodelado de forma bastante pedestre. Llama la atención la tarja que preside el pedestal de Confucio, donde está grabada una frase del célebre filósofo chino: “Cada cosa tiene su belleza, aunque no todos pueden verla”. La de aquel sitio ya, en efecto, es invisible.
En las calles Zanja, Dragones, San Nicolás, Manrique y Campanario se encontraban los locales de la mayoría de las sociedades familiares chinas, unos más suntuosos que otros, con sus llamativos nombres: On Ten Tong, Kwong Wa Po, Li Lom Sai, Lung Kong, Chang Weng Chung Tong, Chi Tak Tong, Min Chin Tang, Yi Fung Tong, Sue Yueng Tong y otros. La mayoría de ellas aún existen, aunque con instalaciones muy deterioradas y escasa membresía, porque los chinos originales poco a poco han muerto, cediendo su sitio a sus descendientes chino-cubanos, producto de la mezclas étnica de casi 300 años de convivencia.
También en Zanja, Dragones y Salud abren sus puertas todavía restaurantes de comidas chinas como Gran Dragón, Guang-Zhou, Tien-Tan, Los Dos Dragones, Viejo Amigo, La Flor de Loto y La Mimosa, entre los más conocidos. En los años de la República, muchos chinos ricos emigraron de California hacia Cuba y establecieron importantes negocios, como grandes almacenes de víveres y lujosos restaurantes, que se encontraban fuera del Barrio Chino, como El Mandarín de 23 y M, el Pekín en 23 entre 12 y 14, el Hong Kong, desde hace años denominado Yang Tsé, en 23 y 26, y Saigón, en Miramar. A ellos se añaden multitud de nuevas “paladares” particulares chinas o cubanas, de oferta y servicio cualitativamente variables.
Aunque la calle Zanja no se limita al espacio que ocupa dentro del Barrio Chino, este es el más importante de los que escolta su trazado y el que le ha dado la celebridad que por sí misma jamás habría conseguido, porque en su camino hay pocas edificaciones arquitectónicamente interesantes, apenas tiene parques o sitios de sombra, y sus aceras estrechas son molestas para viandantes y vecinos de las plantas bajas. 
Después de la Estación de Policía, situada frente al cuchillo que forman las calles Zanja y Dragones, se diluye, como otra calle cualquiera, con múltiples viviendas y comercios, muchos en estado de deterioro, terrenos baldíos donde antes existieron edificaciones, y locales readaptados para usos que no tienen nada que ver con su designación inicial.
Mantienen algún interés el local del viejo Café OK en Belascoaín, el edificio moderno donde se encontraba la sucursal de la dulcería Super Cake S.A., la vieja instalación de la primera fábrica de radiadores de Cuba de Max Brikman, construida en 1927 entre las calles Marqués González y Oquendo, la calle en la que nací yo, y el Centro de Inspección Técnica de Vehículos, conocido popularmente como el "Somatón", antes de llegar a la Calzada de Infanta. 
Hace años, en las oficinas de Planificación territorial del Poder Popular de La Habana, duerme el proyecto urbanístico y social para reactivar la calle Zanja y rescatar definitivamente el Barrio Chino, ambos ligados históricamente. 
En el espacio donde se levantó el pórtico, cada año se realizan las danzas del dragón y del león y se celebra el año lunar, se ofrecen demostraciones de artes marciales —aunque la mayoría de nuestros chinos no eran guerreros sino comerciantes— y espectáculos de música, cantos y bailes tradicionales. Además se venden comidas típicas, principalmente el popular arroz frito y las maripositas, que tienen más de San Francisco que de Cantón. Y existe en Zanja y Manrique la denominada Academia Wushu, donde ales se practican las artes marciales chinas wushu y taijiquian.

Desde aquella idea altruista de Juan de Rojas en 1545 hasta hoy, Zanja nunca ha lucido una estética acorde a su rango de arteria importante de la ciudad. No se han concebido áreas verdes ni árboles en su trazado, apenas un par de minúsculos parques resultantes de algún derrumbe, por lo que caminar por ella en verano a pleno sol es una tortura casi china.
Tampoco posee ornamentos ni mobiliario, ni bancos ni pérgolas. Sus estrechas aceras conspiran contra la privacidad de los vecinos hacinados en las plantas bajas, y hace más dificultoso e incómodo el tránsito a los numerosos viandantes de la zona.
La calle Zanja actual y el Barrio Chino sufren la misma dolencia que afecta a casi todas las calles y barrios de la decadente Habana de hoy: edificios ruinosos, derrumbes, comercios desabastecidos y sucios, infraestructura insuficiente, aceras rotas, baches, aguas albañales, mala pavimentación, peligrosidad e indisciplina ciudadana, violencia callejera y falta de educación de sus habitantes.

Reactivar la una y rescatar el otro, a pesar de las buenas intenciones de los descendientes chinos que sobreviven precariamente allí, son objetivos muy difíciles de conseguir en el estado actual de cosas. Para ello es necesario primero reactivar y rescatar la ciudad y el país. Y para rescatar el país hay que prescindir de Raúl, y de su combo comunista, incluidos lo que queda del comunismo chino en la Isla.
Entonces quizás, el Teatro Shangai y la calle Zanja Real adquieran el valor arquitectónico, social y urbanístico para los que fueron previstos, y que nunca se les han concedido por derecho propio.
(En las fotos, José el dueño del Shanghai, Emilio Ruiz, el Chino Wong, actores y actrices del teatro. y la actriz Yolanda Farr de niña).
Bibliografía:
Antonio Arduengo García.- La Zanja Real (1592-1835, Blog de Yolanda Farr, Blog Gabitos, El pelícano de la Bahía de La Habana, Año 6, Nº1, 2009
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Author: verified_user

Cubano de nacimiento y catalán de adopción

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