miércoles, 8 de agosto de 2018

EL CAFÉ VISTA ALEGRE

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El Café Vista Alegre aun sin haberse construido enfrente el Parque Maceo, y cuando todavía existía el portón de la Beneficencia.
Por Carlos Ferrera

Nunca llegué a verlo, porque nací cuando ya esa esquina era tierra arrasada por Agapito Rey, pero vivía a apenas 400 metros, y estudié tres años mirando de frente el solar yermo que antes ocupaba, en la escuela Secundaria Básica José Martí, que años más tarde se levantó frente a esa manzana.
El Café Vista Alegre estaba ahí, en la intersección de las calzadas de San Lázaro y Belascoaín, y fue muy frecuentado por bardos, borrachos, poetas pobres, políticos y rumberas célebres.
La Casa de Beneficencia y Maternidad estaba donde hoy se encuentra el Hospital Hermanos Ameijeiras; el pequeño parque Colón con su carrusel, su montaña rusa, su noria y sus columpios, ocupando el sitio donde hoy se encuentra la parada de ómnibus hacia El Vedado. Frente y en diagonal, hoy está la Iglesia de La Inmaculada.
El Vista Alegre era lugar de trovadores de casta como Sindo Garay, Manuel Corona y María Teresa Vera. Iban allí cuando el Parque Maceo aun tenía cocoteros y una pérgola frente al Café, que Carlos Prío arrancó de allí para ponerla en su finca La Chata.
Frente al Café, por la calle San Lázaro, donde hoy se ubica la escuela secundaria, se encontraba el Hotel Manhattan rematando la esquina de los números impares, con su famosa farmacia en los bajos. Su dueña le regaló al presidente José Miguel Gómez, en ocasión de su toma de posesión, una hermosa silla de caoba labrada con el escudo de la República.
Al lado del Café, a finales de los 40s, hubo dos edificios hoy desaparecidos, en cuyas plantas bajas estaban la tienda de artículos religiosos católicos Liban y una sucursal de la dulcería La Gran Vía. En su interior estaba colgada una curiosa pintura mural que representaba, flotando sobre una línea de tren, un cake de bodas rematada con la clásica pareja de novios.
El Café Vista Alegre a la izquierda y el Hotel Manhattan a la derecha
Era la intersección de las calles San Lázaro y Belascoaín, una esquina bulliciosa en la primera mitad del siglo XX, y era también ruta de tranvías. Llegué a ver en esa esquina, cuando el sol y el transporte rodado derretían el asfalto de la calle, y entonces afloraban en el pavimento pequeños trozos de rieles enterrados de la vieja línea del tranvía.
El Vista Alegre era un enclave frente al mar ideal para la conversación, los negocios y las citas amorosas. Sus anaqueles de maderas preciosas, exponían bebidas espirituosas de todas partes del mundo, además de la popular cerveza Hatuey y todos los rones del país. Pero quienes lo conocieron, lo recordaban más que nada por su popular y fabuloso café con leche.
El café con leche del Vista Alegre se servía en jarras de vidrio grueso con asa. Lo llevaba a las mesas un camarero equipado con dos lecheras: una con leche muy caliente y otra con el café que le daba color y sabor, según la cantidad expendida, y a gusto del consumidor. Como complemento insustituible, el pan de flauta crujiente, cortado en seis largas tiras y untado con mantequilla que se ablandaba con el calor del pan.
También El Vista Alegre ofrecía a sus clientes un amplio surtido de otros comestibles, platos variados, carnes, sopas, pescado y mariscos, aunque los artistas pobres tenían que recalar en el café con leche. El humor criollo bautizó como “intelectuales de café con leche” a los "pensadores" diletantes que fardaban de sapiencia en sus tertulias.
Todos los que alguna vez visitaron el Vista Alegre, recuerdan a su empleomanía de gran gentileza y los servicios sanitarios siempre pulcros, todo lo contrario de su feroz competidor, el Café La Diana de la calle Águila, blanco de las chacotas del vulgo por su suciedad, y donde era habitual la presencia del concertista Don Antonio María Romeu, su pianista de plantilla.
El Vista Alegre poseía un mostrador de maderas preciosas impecablemente pulido y muy largo, atendido por un coctelero fino. Estaba todo muy bien iluminado y la estantería tenía luces propias, cuando ningún bar de La Habana las tenía. Frente al mostrador y en los portales de columnas, se ordenaban 12 elegantes mesas de mármol y hierro fundido en filigranas, y hermosas sillas estilo Thonet.
En la esquina que daba a la calle San Lázaro, el Café tenia una vidriera, propiedad de dos españoles que se turnaban en su atención, y que vendían todo tipo de cigarrillos, tabacos y picadura del país, e importada. También tenía teléfono público y un próspero negocio de "bolita”. Un viejo número de la revista Bohemia de finales de los 50s, anunciaba “el limpiabotas del Café Vista Alegre”, con foto incluida, al lado de su sillón.
La clientela era variada y conspicua. Iban allí el Dr. Cornide, catedrático de Anatomía Descriptiva de la Universidad de La Habana y una de las grandes memorias de Cuba, que recitaba de corrido la ruta de los tranvías de La Habana; el doctor Alberto Venero, forense del necrocomio habanero y que tenía su consulta en medicina general por la misma cuadra de San Lázaro y el doctor Suárez, famoso ginecólogo de la mujer de Batista y otras damas de alcurnia.
Iban también médicos y abogados famosos; el doctor Castillo, que pertenecía a un antiguo y prestigioso bufete, y el procurador Antonio Pereyra, furibundo fanático de la trova tradicional. Algunos políticos de turno también visitaban el Vista Alegre para recrearse, y de paso, publicitar sus campañas políticas soterradas.
Iban también profesionales de la pelota vasca (pelotaris), por la cercanía del frontón Jai Alai, ubicado en Concordia y Marqués González, y también porque muchos se alojaban en el Hotel San Luis, en la calle Belascoaín entre Ánimas y Lagunas.
Y no faltaba algún que otro romántico, las más veces clandestino, que allí citaba a su dama. Las parejas caminaban por la acera del muro del Malecón, cruzaban la calzada y entraban al Café hacia los discretos “reservados”, cuyas puertas daban a los portales. El caballero era discretamente avisado por un solícito camarero en la barra, todo con discreción máxima. Estos reservados, herméticamente cerrados, eran habitaciones pequeñas con espejos, chaise-longues, una mesa, dos sillas y un lavamanos.
Pero lo que distinguía definitivamente al Vista Alegre era la bohemia nocturna, amenizada por los mejores trovadores de la época.
Allí Sindo Garay estrenaba sus últimas composiciones, cantadas a dúo con su hijo Guarionex. El gran bardo aprovechaba para mostrar también a todos el virtuosismo de su otro hijo, Hatuey, que sabía arrancarle a su serrucho las sonoridades de ujn violín. Y también allí Sindo conoció a Yarini, y le dedicó otra de sus canciones.
También cantaban allí casi todas las semanas Graciano Gómez, Barbarito Diez, e Isaac Oviedo con su impecable vestir y su brillante ejecución del “tres”. Iban con él Manuel Corona y María Teresa Vera, que allí estrenó su eterna “Longina” (de Corona), porque vivía en el solar cercano, “Las Maravillas” en la calle San Lázaro entre Escobar y Lealtad, a escasas dos cuadras del Café.
Fue la trova tradicional lo que tanta fama dio al Vista Alegre, de forma no oficial pero “oficiosa”. El trovador que allí fuera aplaudido, se consagraba en el género. Basta para corroborarlo, con leer un fragmento de la letra de una de las canciones más aplaudidas en la época, una de las más bellas de nuestro pentagrama. la "Santa Cecilia" de Manuel Corona, que el autor cantó allí por vez primera:
Corona murió en la más espantosa miseria, y como muchos de aquellos trovadores, que ejercían oficios muy modestos para comer, estaba desempleado y se mataba el hambre del día con el café con leche del Vista Alegre.
Cuando se demolió la Casa de Beneficencia y Maternidad hacia finales de los 50s, para edificar el también malogrado Banco Nacional, se adquirió el inmueble del Café para edificar la Agencia principal, pero fue derribado junto a los dos edificios vecinos que tenían en la planta baja la tienda religiosa y la dulcería.
Gracias a la exquisita historiadora Lourdes Prieto, a quien debo gran parte de los datos que aquí cuento, tengo también la letra evocadora de una canción compuesta a la sazón por el trovador Pablo García, dedicada al Café Vista Alegre, que cantó la agrupación Voces del Caney.

CAFÉ VISTA ALEGRE

Café Vista Alegre, rincón habanero,

peña de bohemios, que no existe ya.
Como te recuerdo, como te venero,
te evoco y me alivio en mi soledad.

Tiempos de Corona, Delfín y Ballagas,

Rosendo, Bandera, Luna y Villalón.
Y de Oscar Hernández, Sánchez Galarraga,
Romero, Saballa, Sirique y León.

De María Teresa, de Cruz y de Floro,

de Majagua, Tata, Justa y Guarionex.
De los dos Enriso, de los Matamoros,
Oviedo, Graciano y Barbarito Diez.

Café Vista Alegre, si el pesar es mucho,

me llego a tu esquina donde ya nada hay.
Y cierro los ojos y en el alma escucho
la música eterna de Sindo Garay.



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Author: verified_user

Cubano de nacimiento y catalán de adopción

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