jueves, 7 de junio de 2018

UNA COJA ENTRE BURROS Y ELEFANTES

SHARE



EL CALAMBUR REAL

Entre los juegos de palabras que más me divierten de la lengua española, el calambur es mi preferido. El calambur es un malabar verbal que utiliza la homonimia, la paronimia y la polisemia, para modificar de forma irónica el significado de una palabra o una frase, agrupando sus sílabas de forma diferente, para conferirle un nuevo y distinto significado.
El calambur se usa mucho como figura literaria en multitud de acertijos infantiles, pero también ha sido un recurso muy goloso para grandes escritores y poetas que escribieron y escriben para adultos. Ellos lo han utilizado como divertimento, y para demostrar sus dotes literarias.

Francisco de Quevedo (1580-1645)

Y el más famoso calambur de la historia de la lengua española, lo firmó Don Francisco de Quevedo, un tipo capaz de hacer bromas hasta con los huesos de su madre, que no tenía paz con nadie y se reía de todo y de todos, sin importarle demasiado el qué dirán. Por eso me identifico con Don Pancho, uno de mis tres héroes de las letras hispanas, junto a Cervantes y a Jardiel Poncela.
Todos recordamos la anécdota: Francisco se había apostado con unos coleguitas, que tenía bolas suficientes para llamarle coja en su cara a la reina Isabel de Borbón, "La Deseada", sufrida esposa de Felipe IV, y sin que ello le causara un disgusto ni a él, ni a ella. La pobre soberana no era tullida, pero arrastraba una pierna al caminar, y odiaba las bromas que se hacían a su costa entre sus súbditos. 

Isabel de Borbón (1602-1644)

Trascendió entonces la leyenda, que con el tiempo se hizo un clásico, y que cuenta que Don Pancho, haciendo alarde de descaro e ingenio, aprovechó que un día la soberana visitaba una plaza pública en Madrid, y allí se presentó. Entonces se acercó a la monarca, con un clavel blanco en una mano y una rosa roja en la otra, y se los dio a elegir, previa genuflexión. Pero lo hizo con un calambur ingenioso: “Entre el clavel y la rosa, Su Majestad escoja”. 
Cuentan también que la reina, que era muy inteligente y amante de la poesía, sonrió con astucia y respondió: "Que soy coja, lo sé, y el clavel escogeré".
Pero hoy mi reflexión no va de calambures, ni de esos flecos de la historia de la lengua española que tanto me entusiasman. Va de un tema más serio y bastante menos divertido, pero que parte de aquella misma encrucijada, que con tan mala leche Quevedo le planteó a Isabel: la obligación de elegir entre dos cosas de la misma naturaleza -como son dos flores-, pero que pertenecen a especies diferentes.
Yo creo que el bipartidismo americano, es un clarísimo ejemplos de la aventura de escoger entre dos posturas políticas, sin dar otras opciones al que elige. 
Y también creo que habrá siempre una coja habitando entre ellas.

LOS ETERNOS CONTRARIOS DE AMÉRICA

Vivimos días en que la estulticia es moda. Constantemente saltan -y se aceptan- absurdas reivindicaciones idiomáticas de género por todas partes del planeta, pidiendo feminizar cuanto vocablo genérico huela a macho, aunque su sola escritura nos haga estallar las retinas. Se inventan palabrotas imposibles para acciones inéditas de índole moral, sexual o social, y se deforman los idiomas sin control para “hacer justicia de sintaxis” con las mujeres, los homosexuales, los pobres o los enfermos.
Y sin embargo, en esta era de libertinaje ortográfico y anarquía lingüística, parece absurdo que nadie se haya animado a corregir los nombres anticuados y erróneos de los los dos partidos más fuertes de los Estados Unidos. DEMÓCRATAS y REPUBLICANOS siguen llamándose como se llamaron siempre, sin que a ninguno de los dos le duelan prendas, aun cuando sus etiquetas hoy ya no los identifiquen.
¿Qué hay más antiguo y casposo que conservar un nombre que a uno no lo define, solo por “tradición”?
Ni los demócratas tienen la patente de corso de la democracia, ni los republicanos la franquicia absoluta de representar a una “república” que nominalmente ni siquiera existe. Ambos adjetivos eran en sus orígenes, extrapolables a ambas formaciones y eran partes de una misma cosa, pero llámale hoy demócrata a un republicano, o al revés, y el sujeto entrará en coma como si le hubieran recordado a su madre. Ninguno de los dos asume que, ser una u otra cosa, hace 170 años, en buena lid, lejos de denostar, ennoblecía.
Sin embargo, en el siglo XXI, las dos formaciones mantienen sus erráticas denominaciones de origen. Lo hacen, para “conservar” su esencia. Es parte del pedigrí que les confiere la antigüedad. Es la etiqueta irrenunciable que autentifica sus prestigios centenarios, y aportan credibilidad al legado histórico de sus fundadores, dicen ellos.  Pero estas son todas excusas fatuas, frívolas razones de forma que mantienen, aunque les sigan deformando el fondo.

HABÍA UNA VEZ, LA ARMONÍA…

Aunque hoy parezca imposible, tanto demócratas como republicanos, una vez fueron partes bien llevadas de un todo muy armónico. Eran una sola formación que se llamaba Partido Demócrata-Republicano de los Estados Unidos, que gobernó ininterrumpidamente desde 1801 hasta 1824. Aquellos tiempos de convivencia en paz, hoy son solo historia apolillada. El presente es la crispación.
En el año 1824, todos los norteamericanos en edad de votar -menos las mujeres y los negros-  vivieron por primera vez en un montón de estados, un sufragio popular directo para elegir al Presidente de Estados Unidos, si bien en algunos, todavía los electores eran seleccionados a dedo por las Legislaturas Estatales. 

Andrew Jackson (1767-1845)

Fue el conflictivo, pero nunca aburrido señor Andrew Jackson, -que tenía un melenón cano con un cardado muy cool- el que hizo un moonwalk diecinuevesco, sacó el serrucho y dividió en dos el flamante Partido Demócrata-Republicano, para fundar lo que con el tiempo se convertiría en el Partido Demócrata. Mr. Jackson se cargó así, 23 años de buen rollito entre ambas facciones, polarizó al país, e insufló el primer aliento de vida al gigante del bipartidismo estadounidense que conocemos hoy.
Pero Jackson perdió la elección presidencial y la Cámara eligió a su enemigo político John Quincy Adams, que era calvo desde jovencito y envidiaba la cabellera blanca platinada de su rival. Ante el fracaso, entonces Jackson y su combo iniciaron una tourné que ya habría querido Michael Jackson para sí en los tiempos de “Thriller”, y recorrieron todo el país fundando filiales del nuevo partido, sin miseria. 

John Quncy Adams(1767-1848)

Aún el partido no había adoptado un nombre definitivo, pero eso no importaba; eran una molotera de señores descontentos con un solo objetivo: arrancarle el Gobierno a Adams “el usurpador", como fuera. Utilizando la aplanadora demócrata de Nueva York, Andrews se puso al frente del primer partido "popular" de la Unión, enardeció a las masas y alebrestó a la prensa sensacionalista. Así llegó a la Casa Blanca en 1829, y mandó a Adams a sembrar geranios en su casa de Braintree, Massachusetts.

ANIMALES POLÍTICOS

En 1834, la formación del melenudo Jackson adoptó extraoficialmente el nombre de "Partido Demócrata", en el 37 los norteamericanos verían por vez primera al asno demócrata en una caricatura publicada en los periódicos, y en el 44 el nombre sería por fin oficializado formalmente por la Convención Nacional del partido de ese año. 
Sobre la temeraria adopción de un burro como símbolo político demócrata, hay mucho de leyenda, pero la cosa, resumida, fue así: 
Entre 1829 y 1837, período en que Andrew Jackson se estuvo cardando su melena frente al espejo del dormitorio presidencial de la Casa Blanca, sus adversarios políticos comenzaron a utilizar la imagen de un burro para burlarse de "su terquedad y su propensión a reaccionar de manera impetuosa", en tiempos en que Jackson se oponía a implementar la ley que serviría para aprobar la creación del Banco Nacional.
Aunque los demócratas en un principio no quisieron tener nada que ver con el burro, ya el mal estaba hecho. Los medios de comunicación más críticos se encargaron de “hacerlo viral” a través de caricaturas y viñetas satíricas en las que dibujaban a Jackson con cuerpo de asno.
Pero quien acuñó definitivamente a la noble bestia como seña de identidad del Partido Demócrata, fue Thomas Nast, viñetista de la revista Harper's Weekly y creador de la cara del Tío Sam y de la imagen actual de Santa Claus, considerado uno de los padres de la caricatura política en EEUU. La gran tirada de Harper's Weekly, y el prestigio como autor de Thomas Nast, sembraron para siempre al burro en la memoria colectiva de los norteamericanos.
Ante el hecho consumado y, estando ya el burro irremediablemente vinculado al partido, sus miembros no tuvieron más remedio que incluirlo como símbolo, aunque dándole una vuelta para aprovechar sus virtudes: su afán de trabajo, su dedicación, humildad y su burra ternura.
El propio Andrew Jackson supo sacarle partido a su supuesta testarudez, vendiéndose a sí mismo como "hombre de pueblo", que, como el burro, era también "modesto y trabajador". Así fue como los demócratas acogieron definitivamente al animalito como símbolo electoral, potenciándolo como estandarte en la lucha contra la corrupción y el elitismo.
La historia posterior demostró que no todos sus seguidores abanderaron esa batalla con igual fervor. No hay nada más perverso que un millonario elitista demócrata que aboga por la “igualdad” reclinado en su yate y con sus millones en Suiza. No es malo ser rico, pero es hipócrita ir por la vida de “progresista”, viviendo entre algodones. Y demócratas así los hay por sacos.

El voluminoso elefante republicano es menos legendario que el asno demócrata. Poco tiempo después de hacerse famoso el burro, de nuevo Thomas Nast volvió a la carga y se sentó otra vez a dibujar, con la idea de crear una versión para el partido opuesto, al que percibía inteligente pero demasiado dócil, torpe y fácil de someter. ¿Qué mejor que un elefante para representar esas características? Es curioso cómo el republicanismo de hoy, defiende a muerte al elefante, siendo en su origen conceptual, reflejo de tantas taras negativas. Pero tradición manda.
Como sucedió con el burro, el elefante pronto se consolidó como imagen de los conservadores y, como sus rivales, los recién nacidos republicanos intentaron anular sus connotaciones feas, presentándolo como “el gran mamífero de enorme templanza, prudencia, fuerza y naturaleza bondadosa". Tampoco era una imagen que se acomode mucho a algunos líderes de esa formación que hemos conocido después, y muchos menos al presidente actual, por más que sus seguidores sigan viéndolo con gafas de mirar eclipses.
Pero ambos símbolos han seguido ligados a los dos partidos dominantes de Estados Unidos desde entonces, aunque hay que decir que, en ambos bandos, algunos partidistas conscientes del dislate, han intentado quitarse de encima los estigmas caricaturescos y pasados de moda de Nast.  En Kentucky, Oklahoma y Ohio, esporádicamente los demócratas han recurrido a un gallo y los republicanos a un águila para curarse en salud. Pero ya es tarde para estilizar unos símbolos tan arraigados en el imaginario estadounidense, que muere por las tradiciones.




NACE EL REPUBLICANISMO

La polarización partidista fomentada por Jackson fue la causa de que sus detractores hicieran otro moonwalk, se replegaran hacia atrás y fundaran el Partido Whig para oponerse a los demócratas. Nacía el germen de lo que es hoy el flamante Partido Republicano de los Estados Unidos.
Pero el Partido Whig era un partido inestable en lo ideológico, porque contenía aun en su seno a gran número de demócratas nostálgicos que solo estaban allí por rencor, y porque odiaban los cardados de Jackson, sus manías de grandeza y las consecuencias de su acción separatista. Así que en 1854 desapareció el Partido Whig, y el 20 de marzo de ese mismo año, se fundó el Partido Republicano, en una minúscula escuelita de la ciudad de Ripon en Wisconsin.

El Comité Local del Partido Whig de Ripon, se convertiría en el Comité Local del nuevo Partido Republicano, en inglés Republican Party, también conocido como GOP, "Grand Old Party" o Gran Partido Viejo, que para variar sobre nombres mal puestos, era más joven que el Demócrata. Fue llamado así en honor a Thomas Jefferson, fundador del desaparecido Partido Demócrata-Republicano de los Estados Unidos, y más que nada, porque era el nombre que había dejado libre Jackson al nombrarse Demócrata a sí mismo.
El ejemplo de Ripon cundió con rapidez en otras ciudades y estados del norte, y para mediados de año pudieron celebrar sus primeras Convenciones Estatales, en las que aun no se tiraban confetis ni globitos rojos, pero se bebía alcohol con gran entusiasmo. 
Obviamente la mayoría de sus miembros lo habían sido del Partido Whig, pero también algunos eran exmiembros del Partido Demócrata, desterrados por Jackson por no saber bailar su moonwalk correctamente, y otros eran independientes o integrantes de otras formaciones, como el Partido del Suelo Libre, cuyo propio nombre ya lo destinaba al fracaso.
Cada uno de ellos era hijo de su madre y de su padre, y en lo ideológico se parecían como un huevo a una castaña, pero los unía su pertenencia al movimiento antiesclavista o abolicionista; los blancos del norte que luchaban para abolir la esclavitud de los negros del sur.
Y he aquí otro pasado histórico que los republicanos actuales utilizan constantemente como punta de lanza para “recordarles” a los demócratas su pasado oscuro, y que los demócratas constantemente “olvidan”, porque es una “mancha” en su legado que no se permiten aceptar. Ambas posturas son absurdas y denotan una supina ignorancia. Hay que ser consecuentes con la historia antigua, pero nunca aferrarse a ella para justificar la actual. Esa es una manera frívola y torpe de entenderla, que habla muy mal de la inteligencia de quienes la practican.
Igual que es aberrante y obtuso exigir a los españoles contemporáneos que pidan perdón por los desmanes que sus antecesores hicieron cinco siglos atrás durante la Conquista, es de lerdos que algunos republicanos de hoy, les recuerden a los demócratas el pasado esclavista de sus fundadores. Y más aún, resulta demencial que estos se avergüencen de ese capítulo triste de la historia de su partido, que ni les viene ni les va. Era otra época, eran OTROS PARTIDOS y eran OTROS HOMBRES, que nada tenían que ver con los de hoy. Era también un contexto histórico distinto y eran distintos los hilos e intereses que movían la política norteamericana. Asumir ese pasado como propio es una idiotez. 
El racismo, como la xenofobia, la homofobia o la misoginia, no son malformaciones mentales que se heredan como el ADN, ni se transmiten como legado histórico partidista, eso está más que probado. Son productos de la educación que ha recibido el individuo y los principios con que cada cual va formando su propia esencia. Y es tanto así, que justamente ahora es el republicanismo quien carga con el estigma de la xenofobia, la homofobia y el racismo, como “mantra” no escrito en su ideología, e injustamente “adjudicado” a sus políticas conservadoras.
Solo hay que darse una vuelta por la red para encontrar barbaridades sobre este asunto, esgrimidas tanto por los demócratas, como por los miembros del propio Partido Republicano. Las mentiras suelen convertirse en verdades a fuerza de repetirse tantas veces, y hoy hay muchos republicanos que se asumen a sí mismos como xenófobos, homófobos y racistas, solo por creer que serlo, forma parte de su disciplina partidista. Una conclusión triste, errada y dañina que se ha convertido en dogma, y ha propiciado que el Partido Republicano haya terminado sirviendo de paraguas a mucha gente que piensa así.
Cuando Jackson dejó la Presidencia, los demócratas se volvieron cada vez más conservadores, los políticos blancos sureños aumentaron su influencia dentro de la organización y la convirtieron abiertamente en defensora de la esclavitud. Los demócratas del Sur defendían las políticas esclavistas con uñas y dientes, y la mayoría de sus correligionarios del Norte no se atrevían a enfrentarse a ellos. Así que los demócratas anti-esclavistas se berrearon, y la mayoría terminó pasándose al Partido Republicano.
La defensa de la esclavitud por parte de los sectores sureños del Partido Demócrata y la pasividad de la mayoría de los demócratas norteños, permitió al partido dominar la política después del retiro de Jackson, pero llevó al país a una ruptura fratricida. O sea, fueron aquellos demócratas quienes abocaron a la nación a la Guerra Civil. Hoy sin embargo abanderan posturas pacifistas opuestas a sus contrarios republicanos, que han puesto desde entonces menos peros a los conflictos bélicos. 


Pero los presidentes demócratas que gobernaron Estados Unidos la mayor parte del período entre 1837, -el final del mandato de Jackson-, y 1861, -cuando empezó la Guerra Civil-, apoyaron la permanencia de la esclavitud, y su extensión a los nuevos estados que entrarían en la Unión. Aunque trataran de pasar por "neutrales" entre partidarios y enemigos de la esclavitud; casi siempre se inclinaban a favor de las políticas esclavistas del Sur. Además, toleraban el desafío sureño a la autoridad del Gobierno Central. Fueron presidentes débiles y entregados a intereses mezquinos.
Después vino la Guerra de Secesión, los gobiernos que se sucedieron tras ella, y muchos ejemplos más de imposturas éticas y estéticas en ambas formaciones, que respondieron en cada etapa a los vaivenes de intereses económicos, políticos y hasta religiosos de sus líderes.
La historia es pródiga con la verdad, y la verdad es que ninguno de los dos partidos ha defendido siempre las mismas cosas, y a sus seguidores no les ha quedado otra que ir cambiando con ellos.
Sus señas identitarias han dependido del momento y de las conveniencias de sus líderes. Los conservadores demócratas sureños fueron uña y carne de los republicanos en la Coalición Conservadora que fue mayoría en el Senado norteamericano durante un cuarto de siglo, de 1937 a 1961, pero de eso nadie se acuerda. Los demócratas también firmaron alianzas locales macarrónicas, como aquella fusión con el Partido Laborista Agrícola de Minnesota, de la que nació una criatura bicéfala e imposible denominada Partido Demócrata Laborista Agrícola de Minnesota, lleno de intelectuales con gafitas y de guajiros de la Minnesota profunda, que tenían muy poco que ver.
Ni los republicanos ni los demócratas de hoy se parecen a los que les precedieron. Y eso no es malo ni bueno, es solo la prueba de que los hombres de hoy somos distintos a los del siglo XIX, y lo son también los partidos políticos donde se agrupan, por más que insistan en mantener sus nombres arcaicos.
No es mi interés dar a nadie lecciones de ética política, porque yo carezco de ella, y tampoco de Historia de los Estados Unidos, porque la mayor parte de los que me leen seguramente la conocen mucho mejor. Mi intención es solo poner el foco sobre lo peligroso de las etiquetas, más si estas se cuelgan a un partido político, cualquiera que éste sea. Y peor aún resulta que se nos haga escoger entre dos de ellas, sin darnos otra opción. Eso es anquilosar el pensamiento y mantenerlo aferrado al pasado del elefante y el burro, viejos símbolos de la añeja política de un tiempo al que, por suerte, los norteamericanos ya no pertenecen.
Igual que ocurre con los nombres históricos de los partidos Demócrata y Republicano, -que al fin y al cabo son solo nombres, por fallidos que hoy suenen-, sucede con lo que a la larga han terminado siendo sus viejas marcas de fábrica, esa “pinta por la que se conoce al pájaro”, lo que caracteriza a un buen demócrata y a un buen republicano. Son clichés, que de pronto los han encorsetado a ambos en parcelas estancas de la que ya les es imposible escapar.
Hacerlo es pisar tierra de nadie, las arenas movedizas de la política independiente, y por tanto, minoritaria; el fracaso, el ostracismo y el estigma. Se está con ellos o contra ellos, no hay términos medios. Y eso sí ha sido terriblemente pernicioso para la sociedad estadounidense, porque ha acentuado la bipolaridad política de forma antinatural y absurda, abriendo una grieta irreconciliable entre ambas formaciones, y olvidando las cosas que los unen, porque es mejor dejar claro las que los separan. Nunca se pondrán de acuerdo, porque “no deben” estar de acuerdo, ni siquiera en las cosas que no dicta la política, sino el sentido común. “Si se le ha ocurrido al otro, ya no es bueno para mí”.
Hace algunos años hice referencia a ese dogma partidista de fe, que encontramos ya hecho los cubanos al llegar a los Estados Unidos, y que también ha contribuido a socavar más aún la grieta que trajimos de la Isla.
Allí era con Fidel o contra él y en USA se es demócrata o republicano. Si alguien manifiesta una idea ligeramente contraria en el seno de uno de los dos bandos, los unos lo tacharán de comunista recalcitrante, y los otros, de fascista de la peor de las derechas. El bipartidismo genera extremismos peligrosos en su seno, y eso, la democracia americana no ha podido resolverlo aún.
Es complicado ser republicano y estar en contra del uso de las armas de fuego, o ser demócrata y defensor de leyes migratorias estrictas. Ambos individuos encontrarán a sus más agresivos detractores entre sus propios correligionarios. Sigue chirriando en los norteamericanos de a pie, que un homosexual o un negro haga bandera del elefante, y siguen encontrando raro que un demócrata se manifieste en contra del aborto, existiendo demócratas racistas, antiabortistas y misóginos, y republicanos pacifistas y defensores de los derechos de las minorías. Una cosa sí es cierta: quienes defienden posturas contrarias a los dictados de su partido, no tienen futuro en él. Las cosas han de ser como siempre han sido, sin importar que tengan o no mucho sentido.
Y como esos preceptos no escritos se han convertido en leyes no dichas, pero en vigor, al final las sensibilidades diferentes se han ido “adaptando” con el tiempo a lo que “se debe ser” perdiendo en esa igualdad forzada, lo que “se es”; esas pequeñas señas de individualidad que nos hacen distintos y que nos definen como humanos.
Por naturaleza, no hay dos personas que piensen exactamente igual en todo, de modo que aglutinarnos en una misma ideología nos despoja de lo poco especial que nos identifica, nos obliga a formar parte de un ejército uniforme con el que “hay que marchar” incluso sin estar del todo de acuerdo con el relato oficial de la formación. Y cuidado con manifestar un síntoma contrario al dogma. Lapidación.
Aunque en la vida real existan mil sensibilidades políticas entre el azul añil demócrata puro, y el rojo sangre republicano furibundo, al final en las urnas el votante encontrará solo dos casillas, una para cada representante de un partido, y adiós gracias. Tendrá que comerse con patatas al que “más se parezca” a lo que quiere como gobernante, y a veces al “menos malo”, aunque deba renunciar a otras cosas que anhele, pero de las que ambos candidatos adolecen.
Si por casualidad un candidato independiente ha llegado al final del camino, sus seguidores deberán tener claro que sus votos apenas quedarán en la anécdota, e irán directo a formar parte de las estadísticas del olvido. Del lobo, apenas un par de pelos.
“El Partido Demócrata es considerado un partido liberal, aunque el término liberal tiene una connotación diferente en los Estados Unidos más cercana al progresismo”, dicen los textos oficiales. Y otra vez se ataca sin piedad el diccionario. ¿Qué es “progresismo” exactamente para los norteamericanos? ¿Es que los republicanos deben llevar consigo el estigma de su antónimo, o sea, el de ser retrógrados o inmovilistas? ¿Dónde está escrito que un republicano es un negacionista del progreso?
Tampoco los demócratas son hoy aquella cacareada centroizquierda prístina y “progresista”. Hay en su seno gente de la centroderecha más conservadora para llenar barcos, liberales clásicos, centristas puros, socio-liberales, socialdemócratas, sindicalistas, laboristas y hasta personal de extrema izquierda aplaudidoras de las “dictaduras del proletariado”. No hay que ser muy listo para entender que es complicado aglutinar con cuatro ideas, a tanta gente de tan variopinto pensamiento.
El Partido demócrata es apoyado históricamente por la población gay, lésbica, bisexual y transgénero estadounidense en un 70%, una tendencia que comenzó a ser notable en 1992, cuando Clinton recibió mayoritariamente el apoyo de la comunidad homosexual. Pero hoy -hasta donde sé- hay solo tres congresistas estadounidenses demócratas gays; Barney Frank de Massachusetts, Tammy Baldwin de Wisconsin, y Jared Polis de Colorado. Curioso.
Los negros afroamericanos son otro ejemplo de las políticas estancas que genera el bipartidismo. Representan la minoría que más abrumadoramente respaldó siempre al Partido Demócrata (entre 90 y 95%). Desde que se les dio permiso para el voto, los negros estadounidenses favorecían al Partido Republicano por su posición abolicionista y a favor de la igualdad racial, a la que se oponía entonces el Partido Demócrata. Sin embargo, desde el apoyo que dieron Roosevelt, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson a la lucha contra la segregación y a favor de los derechos civiles, el apoyo se invirtió, y en los 90s los afroamericanos preferirían votar a un candidato blanco demócrata que a un negro republicano.
Pero aún con el apoyo de los negros al Partido Demócrata, la población afroamericana es muy conservadora si se les habla de aborto o matrimonio homosexual. Pero -oh, contratiempos del bipartidismo- esa es una “sensibilidad republicana”, así que tienen que escoger entre dos males, el menor. Mandan las etiquetas.
Los republicanos cuecen las mismas habas, pero en otra olla. Los llamados “conservadores” han tenido que acoger en su seno a liberales económicos, federalistas, centristas, fusionistas, representantes del libertarismo, del neoconservadurismo, del conservadurismo fiscal, el paleoconservadurismo y los más recalcitrantes populismos de derecha.
La mejor democracia del mundo seguirá siendo pues, un lugar donde tras las elecciones, siempre la mitad quedará descontenta, y a veces, -como cuando Obama, o como ahora-, furibundamente inconforme.
Exceptuando a los cubanos, los hispanos estadounidenses son demócratas en su gran mayoría, si bien no tan abrumadoramente como los negros. Clinton capitalizó el 72% de los votos hispanos, Kerry el 69% y Obama el 67%.  Trump solo logró el 8% del voto negro y el 28% del hispano, y de ese 28, la gran mayoría fue voto cubano.
Parece raro que el pueblo que más se ha aprovechado de las políticas flexibles de inmigración de las administraciones demócratas, y que ha sido históricamente la comunidad más beneficiada por ellas, sea mayoritariamente republicano. Y lo es, pero simplemente porque el Partido Republicano tiene una posición anticomunista radical tradicionalmente enfrentada al castrismo. 
Esa es la razón fundamental y definitiva por la que somos mayormente republicanos en América, lo demás ha sido adaptación, propaganda, rencor mal gestionado y mucha  muela barata. Nos pudo más el odio secular a lo que nos ha jodido vivos 70 años, que la reflexión de que ser demócrata no es ser comunista. 
La mayoría de los cubanos republicanos no entienden que en ese espacio también se puede estar, sin ser un rojo asqueroso. Por eso somos la excepción de la regla, y el grano en el trasero de los latinos demócratas de América.
Hoy los cubanos republicanos marchan contra la inmigración, olvidando que ellos mismos han sido los primeros beneficiarios de ella, y que viven en los Estados Unidos en su gran mayoría, gracias a las políticas migratorias “laxas” de administraciones demócratas anteriores, y únicos beneficiarios de una ley de “Pies secos, pies mojados” implementada por un gobierno demócrata y continuada por las administraciones demócratas y republicanas posteriores. Han recibido techo, protección, comida, papeles y atención médica del erario federal, que se nutre de los impuestos de todos los norteamericanos, incluidos esos mismos latinos que no han tenido esa suerte, y que ahora repudian. 
Siento una gran vergüenza ajena de los cubanos que han hecho suya la idea de “cerrar la puerta detrás de mí, para que no entre nadie más”. Es egoísmo interesado y excluyente, y es menospreciar a todos los cubanos que han venido después, por considerarlos inferiores, cubanos de segunda, delincuentes y despojos de la revolución castrista. Es una generalización bastante imbécil que no me merece ningún respeto, pero no por pruritos políticos, sino por simple higiene mental. Me aburren las personas que no son capaces de pensar.
Hace unos días fui denunciado por un tipo despreciable en Facebook, y por su culpa suspendido en esa red social. Muchos de mis amigos en Norteamérica ya presuponían que mi denunciante era un comunista miserable de la dictadura castrista perversa, porque todos los días lucho en mi muro contra ella y varias veces he sido la diana de sus ataques. 
Pero esta vez no; mi denunciante era un republicano cubano filo nazi xenófobo y racista, quizás también porque no oculto mis nulas simpatías para con Donald Trump. Estoy entre dos fuegos permanentes, que me disparan todos los días al pecho y a matar, solo porque no comulgo con ninguno de los dos. Es el bipartidismo en su variante cibernética más hostil.
Me siento como Su Majestad Isabel de Borbón, ante el calambur de Quevedo, pero me niego a escoger entre burros y elefantes que no pueden, no quieren, o no los dejan apartarse ni un milímetro del pensamiento único, porque les han dicho siempre que deben ser especies políticas distintas, beligerantes y contrarias.
Y todos los días agradezco al Universo no tener que estar atado a ningún bando, aunque de los dos me vengan balas, porque me quité hace 30 años el corsé que me obligaba a pensar igual que la mayoría, y no pienso ponérmelo más.
Aplaudo las grandes ventajas de la democracia estadounidense, -es absurdo negarlas-, y celebro lo que ella ha aportado al progreso del resto del mundo. Pero como Isabel, la reina renqueante de aquel calambur, reivindico mi condición de coja en Tierra de Nadie. Es el pequeño espacio que nos ha dejado el bipartidismo de elefantes y burros, a los desclasados de la política correcta que rechazamos las etiquetas. Puedo pensar como un demócrata para unas cosas, como un republicano para otras, o como yo mismo, sin coincidir con ninguno de los dos.
Esa es a mi entender, la esencia de la verdadera libertad. Dejo a burros y a elefantes la incómoda postura de entrar por el aro de sus partidos. Asumo pues, la incorrección como bandera, si con ello conservo mi propia forma de entender la vida, sin que nadie me diga lo que tengo que pensar o hacer, a dónde debo ir, ni a qué velocidad.
Los cojos vamos despacito, pero a donde nos da la gana.

SHARE

Author: verified_user

Cubano de nacimiento y catalán de adopción

30 comentarios:

  1. Excelente Carlitos,q bueno tenerte aquí,te extrañaba,besos.

    ResponderEliminar
  2. La última vez que te perdiste 48 horas me llevé un rayacoco por no darte vacaciones. Ahora me aguanto una semana y ayer.me.entero del nuevo bloqueo. Triste realidsd, por aquí andaremos. Abrazo grande.

    ResponderEliminar
  3. Gracias Oscarito, aquí estaré yo para recibirte

    ResponderEliminar
  4. Candela Carlos, tremendo viaje a los orígenes del bipartidismo yanki. Te fijaste que en el anuncio del GOP de 1900 Cuba era uno de tres temas centrales?

    Al igual que tú: yo no entro por ningún aro de ningún partido político. Ejemplo muy reciente: después de despreciar al PSOE durante años --Zapatero me repugna-- estoy encantado con el equipo de gobierno nombrado por Sánchez: profecionales y tecnócratas sumamente capaces, lo mejor de lo mejor, inspiring, y casi todos mujeres. Mientras no la caguen --hasta ahora lo han hecho todo bien-- pueden contar con mi apoyo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estamos en cuerdas similares. Yo hace años me descolgué de los socialistas españoles, visto el desastre. Hicieron muchas cosas mal y muy seguidas. Ahora lo miro todo desde la barrera, no quiero ningún gobierno más en mayoría absoluta en este país, terminan todos haciendo lo que quieren, pero creo que a priori el consejo ministerial de Sánches es con diferencia el más idóneo de toda la democracia. Veremos qué pasa. Gracias por visitarme Julián.

      Eliminar
    2. Por cierto, sí que tomé nota de lo de Cuba en la propaganda electoral del GOP... muy interesante

      Eliminar
    3. Y al igual que Maikel pegué en mi muro el enlace a este nuevo artículo. :)))
      cuantos días te echaron? (FB es como el G2).

      Eliminar
  5. Te extrañamos Carlos Ferrera!
    Por acá estaremos releyendo todas tus crónicas. 👍🏼😘

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias Ale! Gracias al bloqueo tendrás crónicas nuevas este mes. Mis enemigos de Facebook se han preocupado por darme tiempo para escribir, jejeje. Agradecido siempre por tus visitas

      Eliminar
    2. Gracias, siempre a tí.
      Por acá Leyéndote.

      Eliminar
  6. Vine pa aca porque te extranaba mucho, excelente escrito, como siempre eso no te lo pueden quitar, eres y seguiras siendo el #1 en FB, mal que le pese a esa partia de envidiosos del saber, porque no es otra cosa! Te admiro mucho. Un besazo y vuelve pronto porfa Yo Elena Aviles

    ResponderEliminar
  7. muy buen articulo como siempre ,te extranamos un abrazo
    ps compartido

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias Karmenchu! Ya vi tus posts sobre mí en FB, me he reído mucho. Se agradece tu visita, ya lo sabes

      Eliminar
    2. reir es bueno,demas esta decirte que nos aburrimos como ostras

      Eliminar
  8. Magela Hernandez8 de junio de 2018, 4:49

    Ya sabes lo mucho que te necesitamos. Este articulo es genial, para mi, una clase de historia, como siempre.

    ResponderEliminar
  9. Profundo y claro. Me encanta eso del cojo que va despacio pero A DONDE LE DA LA GANA!! ESO ES SABIO!!

    ResponderEliminar
  10. Carlitos tremendo articulo, un poco largo, pero vale la pena leerlo, tengo la certeza de que lo tuyo no es simplemente el fruto del estudio, tu eres el que mas dice por nacimiento mi negro, besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que intento escribir largo para tenerlos a ustedes el mayor tiempo posible entretenidos, o que se aburran definitivamente... pero fracaso en las dos cosas, jajajajaja. Gracias Mari, por venir a verme a Villamarista Trump

      Eliminar
  11. Excelente reflexión, profunda y documentada como es tu sello. El segmento en que analizas la posición de los cubanos que entran y cierran la puerta tras ellos, refleja 100% lo que pienso. En estos días me tiene encabronao la posición de la derecha española en cuanto al tema de la inmigración. Toda la vida España ha sido país de emigrantes y me jode que haya un sector de los conservadores que vayan a misa los domingos y sean tan egoístas e inhumanos como para darle la espalda a aquellos que tratan de huir de la miseria y la guerra. Es un asunto complejo, difícil de resolver, pero si no lo arreglan el concepto de Europa democrática y defensora de los derechos humanos se irá a la mierda más pronto que tarde. Y como cantaban Los Chavales de España: "te sigo esperando". Fbook es un patio de vecinas sin tí. Abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yin, ya sabes lo que te admiro, así que no te lo voy a repetir porque me hago pesado, pero me satisface mucho que en esto también tengamos posturas similares Mi abrazo y agradecimiento por tu visita en mi humilde reducto de libertad Es mejor que un vis a vis en la cárcel :)

      Eliminar
  12. Aprendiendo Ando coja pero libre en mi espacio! Besos Flaco!

    ResponderEliminar
  13. Carlos, me es difícil sintetizar la admiración y coincidencias con este lúcido análisis. Demás está decirte que la actitud de los cubanos con otros compatriotas la encuentro deplorable. Y que cuesta creer que la mayoría de cubanos con tanto que agradecer a los demócratas históricamente, sean republicanos... Como decía mi sobrina Sicóloga “ todos los latinos tenemos el culo prieto, pero algunos no se quieren dar cuenta.” Y eso que venimos de ancestros hispanos por los cuatro costados! Gracias otra vez. Un saludo!

    ResponderEliminar
  14. Cuando esté en edad de votar seré independiente!

    ResponderEliminar
  15. Muy interesante y verdadero tu análisis yo no pertenezco a ninguno de los dos partidos porque no me gusta ninguno de lis dos pero lo que menos entiendo es la admiración ciega de muchos cubanos por Trump

    ResponderEliminar

Se eliminarán los comentarios ofensivos de cualquier tipo.