EL CALAMBUR REAL
Entre los juegos de palabras que más me divierten de la
lengua española, el calambur es mi preferido. El calambur es un malabar verbal
que utiliza la homonimia, la paronimia y la polisemia, para modificar de forma
irónica el significado de una palabra o una frase, agrupando sus sílabas de forma
diferente, para conferirle un nuevo y distinto significado.
El calambur se usa mucho como figura literaria en multitud
de acertijos infantiles, pero también ha sido un recurso muy goloso para
grandes escritores y poetas que escribieron y escriben para adultos. Ellos lo
han utilizado como divertimento, y para demostrar sus dotes literarias.
Francisco de Quevedo (1580-1645) |
Isabel de Borbón (1602-1644) |
Cuentan también que la reina, que era muy inteligente y amante de la poesía, sonrió con astucia y respondió: "Que soy coja, lo sé, y el clavel escogeré".
Pero hoy mi reflexión no va de calambures, ni de esos flecos
de la historia de la lengua española que tanto me entusiasman. Va de un tema
más serio y bastante menos divertido, pero que parte de aquella misma encrucijada,
que con tan mala leche Quevedo le planteó a Isabel: la obligación de elegir
entre dos cosas de la misma naturaleza -como son dos flores-, pero que
pertenecen a especies diferentes.
Yo creo que el bipartidismo americano, es un clarísimo ejemplos de la aventura de escoger entre dos posturas políticas,
sin dar otras opciones al que elige.
Y también creo que habrá siempre una coja habitando entre ellas.
Y también creo que habrá siempre una coja habitando entre ellas.
LOS ETERNOS CONTRARIOS DE AMÉRICA
Vivimos días en que la estulticia es moda. Constantemente
saltan -y se aceptan- absurdas reivindicaciones idiomáticas de género por todas
partes del planeta, pidiendo feminizar cuanto vocablo genérico huela a macho,
aunque su sola escritura nos haga estallar las retinas. Se inventan palabrotas
imposibles para acciones inéditas de índole moral, sexual o social, y se deforman
los idiomas sin control para “hacer justicia de sintaxis” con las mujeres, los
homosexuales, los pobres o los enfermos.
Y sin embargo, en esta era de libertinaje ortográfico y
anarquía lingüística, parece absurdo que nadie se haya animado a corregir los
nombres anticuados y erróneos de los los dos partidos más fuertes de los
Estados Unidos. DEMÓCRATAS y REPUBLICANOS siguen llamándose como se llamaron
siempre, sin que a ninguno de los dos le duelan prendas, aun cuando sus
etiquetas hoy ya no los identifiquen.
¿Qué hay más antiguo y casposo que conservar un nombre que a
uno no lo define, solo por “tradición”?
Ni los demócratas tienen la patente de corso de la
democracia, ni los republicanos la franquicia absoluta de representar a una “república”
que nominalmente ni siquiera existe. Ambos adjetivos eran en sus orígenes, extrapolables
a ambas formaciones y eran partes de una misma cosa, pero llámale hoy demócrata
a un republicano, o al revés, y el sujeto entrará en coma como si le hubieran
recordado a su madre. Ninguno de los dos asume que, ser una u otra cosa, hace
170 años, en buena lid, lejos de denostar, ennoblecía.
Sin embargo, en el siglo XXI, las dos formaciones mantienen sus
erráticas denominaciones de origen. Lo hacen, para “conservar” su esencia. Es
parte del pedigrí que les confiere la antigüedad. Es la etiqueta irrenunciable
que autentifica sus prestigios centenarios, y aportan credibilidad al legado
histórico de sus fundadores, dicen ellos.
Pero estas son todas excusas fatuas, frívolas razones de forma que mantienen,
aunque les sigan deformando el fondo.
HABÍA UNA VEZ, LA ARMONÍA…
Aunque hoy parezca imposible, tanto demócratas como republicanos, una vez
fueron partes bien llevadas de un todo muy armónico. Eran una sola formación
que se llamaba Partido Demócrata-Republicano de los Estados Unidos, que gobernó
ininterrumpidamente desde 1801 hasta 1824. Aquellos tiempos de convivencia en
paz, hoy son solo historia apolillada. El presente es la crispación.
En el año 1824, todos los norteamericanos en edad de votar
-menos las mujeres y los negros-
vivieron por primera vez en un montón de estados, un sufragio popular
directo para elegir al Presidente de Estados Unidos, si bien en algunos,
todavía los electores eran seleccionados a dedo por las Legislaturas Estatales.
Andrew Jackson (1767-1845) |
Pero Jackson perdió la elección presidencial y la Cámara
eligió a su enemigo político John Quincy Adams, que era calvo desde jovencito y
envidiaba la cabellera blanca platinada de su rival. Ante el fracaso, entonces Jackson
y su combo iniciaron una tourné que ya habría querido Michael Jackson para sí
en los tiempos de “Thriller”, y recorrieron todo el país fundando filiales del
nuevo partido, sin miseria.
John Quncy Adams(1767-1848) |
ANIMALES POLÍTICOS
En 1834, la formación del melenudo Jackson adoptó
extraoficialmente el nombre de "Partido Demócrata", en el 37 los
norteamericanos verían por vez primera al asno demócrata en una caricatura publicada
en los periódicos, y en el 44 el nombre sería por fin oficializado formalmente
por la Convención Nacional del partido de ese año.
Sobre la temeraria adopción de un burro como símbolo
político demócrata, hay mucho de leyenda, pero la cosa, resumida, fue así:
Entre 1829 y 1837, período en que Andrew Jackson se estuvo
cardando su melena frente al espejo del dormitorio presidencial de la Casa
Blanca, sus adversarios políticos comenzaron a utilizar la imagen de un burro
para burlarse de "su terquedad y su propensión a reaccionar de manera
impetuosa", en tiempos en que Jackson se oponía a implementar la ley que
serviría para aprobar la creación del Banco Nacional.
Aunque los demócratas en un principio no quisieron tener
nada que ver con el burro, ya el mal estaba hecho. Los medios de comunicación
más críticos se encargaron de “hacerlo viral” a través de caricaturas y viñetas
satíricas en las que dibujaban a Jackson con cuerpo de asno.
Pero quien acuñó definitivamente a la noble bestia como seña
de identidad del Partido Demócrata, fue Thomas Nast, viñetista de la revista Harper's Weekly y creador de la cara del Tío Sam y de
la imagen actual de Santa Claus, considerado uno de los padres de la caricatura
política en EEUU. La gran tirada de Harper's Weekly, y el prestigio como autor
de Thomas Nast, sembraron para siempre al burro en la memoria colectiva de los
norteamericanos.
Ante el hecho consumado y, estando ya el burro
irremediablemente vinculado al partido, sus miembros no tuvieron más remedio
que incluirlo como símbolo, aunque dándole una vuelta para aprovechar sus
virtudes: su afán de trabajo, su dedicación, humildad y su burra ternura.
El propio Andrew Jackson supo sacarle partido a su supuesta
testarudez, vendiéndose a sí mismo como "hombre de pueblo", que, como
el burro, era también "modesto y trabajador". Así fue como los
demócratas acogieron definitivamente al animalito como símbolo electoral,
potenciándolo como estandarte en la lucha contra la corrupción y el elitismo.
La historia posterior demostró que no todos sus seguidores
abanderaron esa batalla con igual fervor. No hay nada más perverso que un
millonario elitista demócrata que aboga por la “igualdad” reclinado en su yate
y con sus millones en Suiza. No es malo ser rico, pero es hipócrita ir por la
vida de “progresista”, viviendo entre algodones. Y demócratas así los hay por
sacos.
El voluminoso elefante republicano es menos legendario que el asno
demócrata. Poco tiempo después de hacerse famoso el burro, de nuevo Thomas Nast
volvió a la carga y se sentó otra vez a dibujar, con la idea de crear una
versión para el partido opuesto, al que percibía inteligente pero demasiado
dócil, torpe y fácil de someter. ¿Qué mejor que un elefante para representar
esas características? Es curioso cómo el republicanismo de hoy, defiende a
muerte al elefante, siendo en su origen conceptual, reflejo de tantas taras
negativas. Pero tradición manda.
Como sucedió con el burro, el elefante pronto se consolidó
como imagen de los conservadores y, como sus rivales, los recién nacidos
republicanos intentaron anular sus connotaciones feas, presentándolo como “el
gran mamífero de enorme templanza, prudencia, fuerza y naturaleza
bondadosa". Tampoco era una imagen que se acomode mucho a algunos líderes
de esa formación que hemos conocido después, y muchos menos al presidente
actual, por más que sus seguidores sigan viéndolo con gafas de mirar eclipses.
Pero ambos símbolos han seguido ligados a los dos partidos
dominantes de Estados Unidos desde entonces, aunque hay que decir que, en ambos
bandos, algunos partidistas conscientes del dislate, han intentado quitarse de
encima los estigmas caricaturescos y pasados de moda de Nast. En Kentucky, Oklahoma y Ohio, esporádicamente los
demócratas han recurrido a un gallo y los republicanos a un águila para curarse
en salud. Pero ya es tarde para estilizar unos símbolos tan arraigados en el
imaginario estadounidense, que muere por las tradiciones.
NACE EL REPUBLICANISMO
La polarización partidista fomentada por Jackson fue la
causa de que sus detractores hicieran otro moonwalk, se replegaran hacia atrás
y fundaran el Partido Whig para oponerse a los demócratas. Nacía el germen de
lo que es hoy el flamante Partido Republicano de los Estados Unidos.
Pero el Partido Whig era un partido inestable en lo
ideológico, porque contenía aun en su seno a gran número de demócratas
nostálgicos que solo estaban allí por rencor, y porque odiaban los cardados de
Jackson, sus manías de grandeza y las consecuencias de su acción separatista. Así
que en 1854 desapareció el Partido Whig, y el 20 de marzo de ese mismo año, se
fundó el Partido Republicano, en una minúscula escuelita de la ciudad de Ripon
en Wisconsin.
El Comité Local del Partido Whig de Ripon, se convertiría en
el Comité Local del nuevo Partido Republicano, en inglés Republican Party, también conocido como GOP, "Grand Old Party" o Gran Partido Viejo, que para variar sobre nombres mal puestos, era más joven que el Demócrata. Fue llamado así en honor a
Thomas Jefferson, fundador del desaparecido Partido Demócrata-Republicano de
los Estados Unidos, y más que nada, porque era el nombre que había dejado libre
Jackson al nombrarse Demócrata a sí mismo.
El ejemplo de Ripon cundió con rapidez en otras ciudades y
estados del norte, y para mediados de año pudieron celebrar sus primeras
Convenciones Estatales, en las que aun no se tiraban confetis ni globitos rojos, pero se bebía alcohol con gran entusiasmo.
Obviamente la mayoría de sus miembros lo habían sido del Partido Whig, pero también algunos eran exmiembros del Partido Demócrata, desterrados por Jackson por no saber bailar su moonwalk correctamente, y otros eran independientes o integrantes de otras formaciones, como el Partido del Suelo Libre, cuyo propio nombre ya lo destinaba al fracaso.
Obviamente la mayoría de sus miembros lo habían sido del Partido Whig, pero también algunos eran exmiembros del Partido Demócrata, desterrados por Jackson por no saber bailar su moonwalk correctamente, y otros eran independientes o integrantes de otras formaciones, como el Partido del Suelo Libre, cuyo propio nombre ya lo destinaba al fracaso.
Cada uno de ellos era hijo de su madre y de su padre, y en
lo ideológico se parecían como un huevo a una castaña, pero los unía su
pertenencia al movimiento antiesclavista o abolicionista; los blancos del norte
que luchaban para abolir la esclavitud de los negros del sur.
Y he aquí otro pasado histórico que los republicanos
actuales utilizan constantemente como punta de lanza para “recordarles” a los
demócratas su pasado oscuro, y que los demócratas constantemente “olvidan”,
porque es una “mancha” en su legado que no se permiten aceptar. Ambas posturas
son absurdas y denotan una supina ignorancia. Hay que ser consecuentes con la
historia antigua, pero nunca aferrarse a ella para justificar la actual. Esa es
una manera frívola y torpe de entenderla, que habla muy mal de la inteligencia
de quienes la practican.
Igual que es aberrante y obtuso exigir a los españoles contemporáneos
que pidan perdón por los desmanes que sus antecesores hicieron cinco siglos
atrás durante la Conquista, es de lerdos que algunos republicanos de hoy, les
recuerden a los demócratas el pasado esclavista de sus fundadores. Y más aún,
resulta demencial que estos se avergüencen de ese capítulo triste de la
historia de su partido, que ni les viene ni les va. Era otra época, eran OTROS
PARTIDOS y eran OTROS HOMBRES, que nada tenían que ver con los de hoy. Era también
un contexto histórico distinto y eran distintos los hilos e intereses que
movían la política norteamericana. Asumir ese pasado como propio es una
idiotez.
El racismo, como la xenofobia, la homofobia o la misoginia,
no son malformaciones mentales que se heredan como el ADN, ni se transmiten como legado histórico
partidista, eso está más que probado. Son productos de la educación que ha
recibido el individuo y los principios con que cada cual va formando su propia
esencia. Y es tanto así, que justamente ahora es el republicanismo quien carga con
el estigma de la xenofobia, la homofobia y el racismo, como “mantra” no escrito
en su ideología, e injustamente “adjudicado” a sus políticas conservadoras.
Solo hay que darse una vuelta por la red para encontrar
barbaridades sobre este asunto, esgrimidas tanto por los demócratas, como por
los miembros del propio Partido Republicano. Las mentiras suelen convertirse en verdades a fuerza de repetirse tantas veces, y hoy hay muchos republicanos que se asumen a
sí mismos como xenófobos, homófobos y racistas, solo por creer que serlo, forma
parte de su disciplina partidista. Una conclusión triste, errada y dañina que
se ha convertido en dogma, y ha propiciado que el Partido Republicano haya
terminado sirviendo de paraguas a mucha gente que piensa así.
Cuando Jackson dejó la Presidencia, los demócratas se
volvieron cada vez más conservadores, los políticos blancos sureños aumentaron
su influencia dentro de la organización y la convirtieron abiertamente en
defensora de la esclavitud. Los demócratas del Sur defendían las políticas
esclavistas con uñas y dientes, y la mayoría de sus correligionarios del Norte
no se atrevían a enfrentarse a ellos. Así que los demócratas anti-esclavistas se
berrearon, y la mayoría terminó pasándose al Partido Republicano.
La defensa de la esclavitud por parte de los sectores
sureños del Partido Demócrata y la pasividad de la mayoría de los demócratas
norteños, permitió al partido dominar la política después del retiro de
Jackson, pero llevó al país a una ruptura fratricida. O sea, fueron aquellos
demócratas quienes abocaron a la nación a la Guerra Civil. Hoy sin embargo
abanderan posturas pacifistas opuestas a sus contrarios republicanos, que han puesto
desde entonces menos peros a los conflictos bélicos.
Pero los presidentes demócratas que gobernaron Estados
Unidos la mayor parte del período entre 1837, -el final del mandato de Jackson-,
y 1861, -cuando empezó la Guerra Civil-, apoyaron la permanencia de la
esclavitud, y su extensión a los nuevos estados que entrarían en la Unión. Aunque
trataran de pasar por "neutrales" entre partidarios y enemigos de la
esclavitud; casi siempre se inclinaban a favor de las políticas esclavistas del
Sur. Además, toleraban el desafío sureño a la autoridad del Gobierno Central.
Fueron presidentes débiles y entregados a intereses mezquinos.
Después vino la Guerra de Secesión, los gobiernos que se
sucedieron tras ella, y muchos ejemplos más de imposturas éticas y estéticas en
ambas formaciones, que respondieron en cada etapa a los vaivenes de intereses
económicos, políticos y hasta religiosos de sus líderes.
La historia es pródiga con la verdad, y la verdad es que
ninguno de los dos partidos ha defendido siempre las mismas cosas, y a sus
seguidores no les ha quedado otra que ir cambiando con ellos.
Sus señas identitarias han dependido del momento y de las
conveniencias de sus líderes. Los conservadores demócratas sureños fueron uña y
carne de los republicanos en la Coalición Conservadora que fue mayoría en el
Senado norteamericano durante un cuarto de siglo, de 1937 a 1961, pero de eso
nadie se acuerda. Los demócratas también firmaron alianzas locales
macarrónicas, como aquella fusión con el Partido Laborista Agrícola de
Minnesota, de la que nació una criatura bicéfala e imposible denominada Partido
Demócrata Laborista Agrícola de Minnesota, lleno de intelectuales con gafitas y
de guajiros de la Minnesota profunda, que tenían muy poco que ver.
Ni los republicanos ni los demócratas de hoy se parecen a
los que les precedieron. Y eso no es malo ni bueno, es solo la prueba de que
los hombres de hoy somos distintos a los del siglo XIX, y lo son también los
partidos políticos donde se agrupan, por más que insistan en mantener sus
nombres arcaicos.
No es mi interés dar a nadie lecciones de ética política,
porque yo carezco de ella, y tampoco de Historia de los Estados Unidos, porque
la mayor parte de los que me leen seguramente la conocen mucho mejor. Mi
intención es solo poner el foco sobre lo peligroso de las etiquetas, más si
estas se cuelgan a un partido político, cualquiera que éste sea. Y peor aún
resulta que se nos haga escoger entre dos de ellas, sin darnos otra opción. Eso
es anquilosar el pensamiento y mantenerlo aferrado al pasado del elefante y el
burro, viejos símbolos de la añeja política de un tiempo al que, por suerte, los
norteamericanos ya no pertenecen.
Igual que ocurre con los nombres históricos de los partidos
Demócrata y Republicano, -que al fin y al cabo son solo nombres, por fallidos
que hoy suenen-, sucede con lo que a la larga han terminado siendo sus viejas
marcas de fábrica, esa “pinta por la que se conoce al pájaro”, lo que
caracteriza a un buen demócrata y a un buen republicano. Son clichés, que de
pronto los han encorsetado a ambos en parcelas estancas de la que ya les es
imposible escapar.
Hacerlo es pisar tierra de nadie, las arenas movedizas de la
política independiente, y por tanto, minoritaria; el fracaso, el ostracismo y
el estigma. Se está con ellos o contra ellos, no hay términos medios. Y eso sí
ha sido terriblemente pernicioso para la sociedad estadounidense, porque ha
acentuado la bipolaridad política de forma antinatural y absurda, abriendo una
grieta irreconciliable entre ambas formaciones, y olvidando las cosas que los
unen, porque es mejor dejar claro las que los separan. Nunca se pondrán de
acuerdo, porque “no deben” estar de acuerdo, ni siquiera en las cosas que no
dicta la política, sino el sentido común. “Si se le ha ocurrido al otro, ya no
es bueno para mí”.
Hace algunos años hice referencia a ese dogma partidista de
fe, que encontramos ya hecho los cubanos al llegar a los Estados Unidos, y que
también ha contribuido a socavar más aún la grieta que trajimos de la Isla.
Allí era con Fidel o contra él y en USA se es demócrata o republicano.
Si alguien manifiesta una idea ligeramente contraria en el seno de uno de los
dos bandos, los unos lo tacharán de comunista recalcitrante, y los otros, de
fascista de la peor de las derechas. El bipartidismo genera extremismos peligrosos
en su seno, y eso, la democracia americana no ha podido resolverlo aún.
Es complicado ser republicano y estar en contra del uso de
las armas de fuego, o ser demócrata y defensor de leyes migratorias estrictas.
Ambos individuos encontrarán a sus más agresivos detractores entre sus propios
correligionarios. Sigue chirriando en los norteamericanos de a pie, que un
homosexual o un negro haga bandera del elefante, y siguen encontrando raro que
un demócrata se manifieste en contra del aborto, existiendo demócratas
racistas, antiabortistas y misóginos, y republicanos pacifistas y defensores de
los derechos de las minorías. Una cosa sí es cierta: quienes defienden posturas
contrarias a los dictados de su partido, no tienen futuro en él. Las cosas han
de ser como siempre han sido, sin importar que tengan o no mucho sentido.
Y como esos preceptos no escritos se han convertido en leyes
no dichas, pero en vigor, al final las sensibilidades diferentes se han ido
“adaptando” con el tiempo a lo que “se debe ser” perdiendo en esa igualdad forzada,
lo que “se es”; esas pequeñas señas de individualidad que nos hacen distintos y
que nos definen como humanos.
Por naturaleza, no hay dos personas que piensen exactamente
igual en todo, de modo que aglutinarnos en una misma ideología nos despoja de lo
poco especial que nos identifica, nos obliga a formar parte de un ejército
uniforme con el que “hay que marchar” incluso sin estar del todo de acuerdo con
el relato oficial de la formación. Y cuidado con manifestar un síntoma
contrario al dogma. Lapidación.
Aunque en la vida real existan mil sensibilidades políticas
entre el azul añil demócrata puro, y el rojo sangre republicano furibundo, al
final en las urnas el votante encontrará solo dos casillas, una para cada
representante de un partido, y adiós gracias. Tendrá que comerse con patatas al
que “más se parezca” a lo que quiere como gobernante, y a veces al “menos
malo”, aunque deba renunciar a otras cosas que anhele, pero de las que ambos
candidatos adolecen.
Si por casualidad un candidato independiente ha llegado al
final del camino, sus seguidores deberán tener claro que sus votos apenas
quedarán en la anécdota, e irán directo a formar parte de las estadísticas del
olvido. Del lobo, apenas un par de pelos.
“El Partido Demócrata es considerado un partido liberal,
aunque el término liberal tiene una connotación diferente en los Estados Unidos
más cercana al progresismo”, dicen los textos oficiales. Y otra vez se ataca
sin piedad el diccionario. ¿Qué es “progresismo” exactamente para los
norteamericanos? ¿Es que los republicanos deben llevar consigo el estigma de su
antónimo, o sea, el de ser retrógrados o inmovilistas? ¿Dónde está escrito que
un republicano es un negacionista del progreso?
Tampoco los demócratas son hoy aquella cacareada centroizquierda
prístina y “progresista”. Hay en su seno gente de la centroderecha más
conservadora para llenar barcos, liberales clásicos, centristas puros, socio-liberales,
socialdemócratas, sindicalistas, laboristas y hasta personal de extrema
izquierda aplaudidoras de las “dictaduras del proletariado”. No hay que ser muy
listo para entender que es complicado aglutinar con cuatro ideas, a tanta gente
de tan variopinto pensamiento.
El Partido demócrata es apoyado históricamente por la
población gay, lésbica, bisexual y transgénero estadounidense en un 70%, una
tendencia que comenzó a ser notable en 1992, cuando Clinton recibió
mayoritariamente el apoyo de la comunidad homosexual. Pero hoy -hasta donde sé-
hay solo tres congresistas estadounidenses demócratas gays; Barney Frank de
Massachusetts, Tammy Baldwin de Wisconsin, y Jared Polis de Colorado. Curioso.
Los negros afroamericanos son otro ejemplo de las políticas
estancas que genera el bipartidismo. Representan la minoría que más
abrumadoramente respaldó siempre al Partido Demócrata (entre 90 y 95%). Desde
que se les dio permiso para el voto, los negros estadounidenses favorecían al
Partido Republicano por su posición abolicionista y a favor de la igualdad
racial, a la que se oponía entonces el Partido Demócrata. Sin
embargo, desde el apoyo que dieron Roosevelt, John F. Kennedy y Lyndon B.
Johnson a la lucha contra la segregación y a favor de los derechos civiles, el
apoyo se invirtió, y en los 90s los afroamericanos preferirían votar a un
candidato blanco demócrata que a un negro republicano.
Pero aún con el apoyo de los negros al Partido Demócrata, la
población afroamericana es muy conservadora si se les habla de aborto o
matrimonio homosexual. Pero -oh, contratiempos del bipartidismo- esa es una
“sensibilidad republicana”, así que tienen que escoger entre dos males, el menor.
Mandan las etiquetas.
Los republicanos cuecen las mismas habas, pero en otra olla.
Los llamados “conservadores” han tenido que acoger en su seno a liberales
económicos, federalistas, centristas, fusionistas, representantes del
libertarismo, del neoconservadurismo, del conservadurismo fiscal, el
paleoconservadurismo y los más recalcitrantes populismos de derecha.
La mejor democracia del mundo seguirá siendo pues, un lugar
donde tras las elecciones, siempre la mitad quedará descontenta, y a veces,
-como cuando Obama, o como ahora-, furibundamente inconforme.
Exceptuando a los cubanos, los hispanos estadounidenses son
demócratas en su gran mayoría, si bien no tan abrumadoramente como los negros.
Clinton capitalizó el 72% de los votos hispanos, Kerry el 69% y Obama el
67%. Trump solo logró el 8% del voto
negro y el 28% del hispano, y de ese 28, la gran mayoría fue voto cubano.
Parece raro que el pueblo que más se ha aprovechado de las
políticas flexibles de inmigración de las administraciones demócratas, y que ha
sido históricamente la comunidad más beneficiada por ellas, sea
mayoritariamente republicano. Y lo es, pero simplemente porque el Partido
Republicano tiene una posición anticomunista radical tradicionalmente
enfrentada al castrismo.
Esa es la razón fundamental y definitiva por la que somos mayormente republicanos en América, lo demás ha sido
adaptación, propaganda, rencor mal gestionado y mucha muela barata. Nos pudo más el odio secular a lo que nos ha jodido vivos
70 años, que la reflexión de que ser demócrata no es ser comunista.
La mayoría de los cubanos republicanos no entienden que en ese espacio también
se puede estar, sin ser un rojo asqueroso. Por eso somos la excepción de la
regla, y el grano en el trasero de los latinos demócratas de América.
Hoy los cubanos republicanos marchan contra la inmigración,
olvidando que ellos mismos han sido los primeros beneficiarios de ella, y que
viven en los Estados Unidos en su gran mayoría, gracias a las políticas
migratorias “laxas” de administraciones demócratas anteriores, y únicos beneficiarios
de una ley de “Pies secos, pies mojados” implementada por un gobierno demócrata
y continuada por las administraciones demócratas y republicanas posteriores. Han recibido techo, protección, comida, papeles y atención médica del erario federal, que se nutre de los impuestos de todos los norteamericanos, incluidos esos mismos latinos que no han tenido esa suerte, y que ahora repudian.
Siento una gran vergüenza ajena de los cubanos que han hecho
suya la idea de “cerrar la puerta detrás de mí, para que no entre nadie más”.
Es egoísmo interesado y excluyente, y es menospreciar a todos los cubanos que
han venido después, por considerarlos inferiores, cubanos de segunda, delincuentes
y despojos de la revolución castrista. Es una generalización bastante imbécil
que no me merece ningún respeto, pero no por pruritos políticos, sino por
simple higiene mental. Me aburren las personas que no son capaces de pensar.
Hace unos días fui denunciado por un tipo despreciable en
Facebook, y por su culpa suspendido en esa red social. Muchos de mis amigos en
Norteamérica ya presuponían que mi denunciante era un comunista miserable de la
dictadura castrista perversa, porque todos los días lucho en mi muro contra
ella y varias veces he sido la diana de sus ataques.
Pero esta vez no; mi denunciante era un republicano cubano filo nazi xenófobo y racista, quizás
también porque no oculto mis nulas simpatías para con Donald Trump. Estoy entre
dos fuegos permanentes, que me disparan todos los días al pecho y a matar, solo
porque no comulgo con ninguno de los dos. Es el bipartidismo en su variante
cibernética más hostil.
Me siento como Su Majestad Isabel de Borbón, ante el calambur
de Quevedo, pero me niego a escoger entre burros y elefantes que no pueden, no
quieren, o no los dejan apartarse ni un milímetro del pensamiento único, porque
les han dicho siempre que deben ser especies políticas distintas, beligerantes
y contrarias.
Y todos los días agradezco al Universo no tener que estar
atado a ningún bando, aunque de los dos me vengan balas, porque me quité hace 30 años el corsé que me obligaba a pensar igual que la mayoría, y no
pienso ponérmelo más.
Aplaudo las grandes ventajas de la democracia
estadounidense, -es absurdo negarlas-, y celebro lo que ella ha aportado al
progreso del resto del mundo. Pero como Isabel, la reina renqueante de aquel
calambur, reivindico mi condición de coja en Tierra de Nadie. Es el pequeño
espacio que nos ha dejado el bipartidismo de elefantes y burros, a los
desclasados de la política correcta que rechazamos las etiquetas. Puedo pensar
como un demócrata para unas cosas, como un republicano para otras, o como yo
mismo, sin coincidir con ninguno de los dos.
Esa es a mi entender, la esencia de la verdadera libertad. Dejo
a burros y a elefantes la incómoda postura de entrar por el aro de sus partidos.
Asumo pues, la incorrección como bandera, si con ello conservo mi propia forma
de entender la vida, sin que nadie me diga lo que tengo que pensar o hacer, a
dónde debo ir, ni a qué velocidad.
Los cojos vamos despacito, pero a donde nos da la gana.
Excelente Carlitos,q bueno tenerte aquí,te extrañaba,besos.
ResponderEliminarGracias Lisette, por venir a verme!
EliminarLa última vez que te perdiste 48 horas me llevé un rayacoco por no darte vacaciones. Ahora me aguanto una semana y ayer.me.entero del nuevo bloqueo. Triste realidsd, por aquí andaremos. Abrazo grande.
ResponderEliminarGracias Oscarito, aquí estaré yo para recibirte
ResponderEliminarCandela Carlos, tremendo viaje a los orígenes del bipartidismo yanki. Te fijaste que en el anuncio del GOP de 1900 Cuba era uno de tres temas centrales?
ResponderEliminarAl igual que tú: yo no entro por ningún aro de ningún partido político. Ejemplo muy reciente: después de despreciar al PSOE durante años --Zapatero me repugna-- estoy encantado con el equipo de gobierno nombrado por Sánchez: profecionales y tecnócratas sumamente capaces, lo mejor de lo mejor, inspiring, y casi todos mujeres. Mientras no la caguen --hasta ahora lo han hecho todo bien-- pueden contar con mi apoyo.
profesionales.... typo...
EliminarEstamos en cuerdas similares. Yo hace años me descolgué de los socialistas españoles, visto el desastre. Hicieron muchas cosas mal y muy seguidas. Ahora lo miro todo desde la barrera, no quiero ningún gobierno más en mayoría absoluta en este país, terminan todos haciendo lo que quieren, pero creo que a priori el consejo ministerial de Sánches es con diferencia el más idóneo de toda la democracia. Veremos qué pasa. Gracias por visitarme Julián.
EliminarPor cierto, sí que tomé nota de lo de Cuba en la propaganda electoral del GOP... muy interesante
EliminarY al igual que Maikel pegué en mi muro el enlace a este nuevo artículo. :)))
Eliminarcuantos días te echaron? (FB es como el G2).
Te lo agradezco
EliminarTe extrañamos Carlos Ferrera!
ResponderEliminarPor acá estaremos releyendo todas tus crónicas. 👍🏼😘
¡Gracias Ale! Gracias al bloqueo tendrás crónicas nuevas este mes. Mis enemigos de Facebook se han preocupado por darme tiempo para escribir, jejeje. Agradecido siempre por tus visitas
EliminarGracias, siempre a tí.
EliminarPor acá Leyéndote.
Vine pa aca porque te extranaba mucho, excelente escrito, como siempre eso no te lo pueden quitar, eres y seguiras siendo el #1 en FB, mal que le pese a esa partia de envidiosos del saber, porque no es otra cosa! Te admiro mucho. Un besazo y vuelve pronto porfa Yo Elena Aviles
ResponderEliminar¡Elenita muchas gracias! Aquí estaré
Eliminarmuy buen articulo como siempre ,te extranamos un abrazo
ResponderEliminarps compartido
¡Gracias Karmenchu! Ya vi tus posts sobre mí en FB, me he reído mucho. Se agradece tu visita, ya lo sabes
Eliminarreir es bueno,demas esta decirte que nos aburrimos como ostras
EliminarYa sabes lo mucho que te necesitamos. Este articulo es genial, para mi, una clase de historia, como siempre.
ResponderEliminarUn besote Magela, gracias
EliminarProfundo y claro. Me encanta eso del cojo que va despacio pero A DONDE LE DA LA GANA!! ESO ES SABIO!!
ResponderEliminarAsí vamos los cojos tocayo... :)
EliminarCarlitos tremendo articulo, un poco largo, pero vale la pena leerlo, tengo la certeza de que lo tuyo no es simplemente el fruto del estudio, tu eres el que mas dice por nacimiento mi negro, besos.
ResponderEliminarEs que intento escribir largo para tenerlos a ustedes el mayor tiempo posible entretenidos, o que se aburran definitivamente... pero fracaso en las dos cosas, jajajajaja. Gracias Mari, por venir a verme a Villamarista Trump
EliminarExcelente reflexión, profunda y documentada como es tu sello. El segmento en que analizas la posición de los cubanos que entran y cierran la puerta tras ellos, refleja 100% lo que pienso. En estos días me tiene encabronao la posición de la derecha española en cuanto al tema de la inmigración. Toda la vida España ha sido país de emigrantes y me jode que haya un sector de los conservadores que vayan a misa los domingos y sean tan egoístas e inhumanos como para darle la espalda a aquellos que tratan de huir de la miseria y la guerra. Es un asunto complejo, difícil de resolver, pero si no lo arreglan el concepto de Europa democrática y defensora de los derechos humanos se irá a la mierda más pronto que tarde. Y como cantaban Los Chavales de España: "te sigo esperando". Fbook es un patio de vecinas sin tí. Abrazo.
ResponderEliminarYin, ya sabes lo que te admiro, así que no te lo voy a repetir porque me hago pesado, pero me satisface mucho que en esto también tengamos posturas similares Mi abrazo y agradecimiento por tu visita en mi humilde reducto de libertad Es mejor que un vis a vis en la cárcel :)
EliminarAprendiendo Ando coja pero libre en mi espacio! Besos Flaco!
ResponderEliminarCarlos, me es difícil sintetizar la admiración y coincidencias con este lúcido análisis. Demás está decirte que la actitud de los cubanos con otros compatriotas la encuentro deplorable. Y que cuesta creer que la mayoría de cubanos con tanto que agradecer a los demócratas históricamente, sean republicanos... Como decía mi sobrina Sicóloga “ todos los latinos tenemos el culo prieto, pero algunos no se quieren dar cuenta.” Y eso que venimos de ancestros hispanos por los cuatro costados! Gracias otra vez. Un saludo!
ResponderEliminarCuando esté en edad de votar seré independiente!
ResponderEliminarMuy interesante y verdadero tu análisis yo no pertenezco a ninguno de los dos partidos porque no me gusta ninguno de lis dos pero lo que menos entiendo es la admiración ciega de muchos cubanos por Trump
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