Por Carlos Ferrera
(Estampa Precolombina para cubanos o extranjeros afines)
Y escuchó Guatay entre sueños, “Despiértate Guatay”, y pensó que era la Diosa del Río Toa, la de la risa y las bromas. Y dijo Guatay (entre sueños): “No, es otra de tus bromas Diosa del Toa”. Y escuchó Guatay otra vez: “Guatay, despiértate, sal de la hamaca y coge tu coa, que ya es la hora”. Y Guatay, con sus siete añitos, sonrió dormido y dijo: “No Diosa del Toa, es un sueño, tú no engañas a Guatay”. Y entonces fue que escuchó nítidamente Guatay: “Cojones levántate de una jodía vez Guatay” y “going-going-going” (sonido de la punta de la coa sobre la frente de Guatay).
Y dijo Mabuya, madre de Guatay, mientras desenterraba la coa de la frente de su primogénito, “Guatay coño, o te levantas o te dejo siete días sin casabe”. Y entonces levantóse Guatay, el niñito siboney, (con la frente como un guayo) antes de que Mabuya lo tirara de la barbacoa a las aguas del Toa, y se lavó la cara en el río, y se puso su taparrabos de piel de jutía, y se sentó a comer su ración de casabe de ayer.
Y dijo Mabuya, madre de Guatay: “Cuando termines el desayuno, vete al campo de yuca, que ya está allí Guamín, tu padre”. Y dijo Guatay, rascándose la frente: “Mabuya –era costumbre entre los infantes siboneyes llamar a sus mayores por el nombre de pila–, esta noche he tenido un sueño terrible, y tengo miedo”. Y dijo Mabuya “¿Otro sueño, Guatay? (y subió una octava) ¡¿Otro sueño, Guatay?!”. Y dijo Guatay: “No, el mismo Mabuya, el mismo”, y dijo Mabuya: “¿El mismo, Guatay? (y subió otra octava, porque Mabuya era la mar de afinada): “¡¿El mismo, Guatay?!”. Guatay presintió que esa subida por el pentagrama sería interminable y terció: “Vienen por mar esos hombres peludos color del tiempo con negros corceles y perros ladradores, tocados con sombreros de metal sobre tres grandes peces de madera”.
Y Mabuya volvió a coger la coa e hizo “going-going-going” sobre la frente de Guatay por espacio de veinte minutos, y luego se terminó su ración de casabe y la de Guatay, y se ajustó la minifalda de piel de jutía y se puso su collar de dientes de almiquí.
Y dijo Mabuya (que ya no podía subir una octava más) “Déjate de inventos Guatay, porque, primero (Mabuya todo lo enumeraba): ¿Qué mariconería es esa de “hombres color del tiempo”? Los hombres son carmelita claro, como tu padre Guamín (ese impotente) o color mierda seca como tu abuela Cabiya, mi suegra (esa bruja). Segundo: ¿qué sabes tú lo que es un corcel, si todavía no hemos visto ninguno? Y tercero, ¿cuándo se ha visto a un perro ladrar, si sabes de sobra que todos los perros son mudos”. Mabuya tomó aire y concluyó, “¿Y peces de madera, Guatay?” (y subió una octava, divina, porque ya había respirado) “¡¿Peces de madera, Guatay?! Mira que eres comemierda, Guatay. Arranca a ayudar a tu padre, Guatay”.
Y fue Guatay por las orillas del río, absorto en el sólido razonamiento de Mabuya (la pragmática), tarareando una vieja melodía de la zona de Jibara, mientras rellenaba con semillas de mamoncillo los orificios de su frente, y al llegar al campo de yuca encontróse con Guamín.
Y dijo Guamín: “¿Estas son horas de llegar, Guatay?” y “going-going-going” (sonido de la punta de la coa de Guamín en la frente de Guatay). Y dijo Guatay (con la frente como el mapa topográfico de La Sierra de los Órganos): “Es que tuve un sueño, Guamín”. Y Guamín: “¿El mismo sueño, Guatay?” (Guamín no era aficionado al canto como Mabuya -algo que lo enervaba- así que sólo pudo preguntarle a Guatay una vez, absteniéndose de subir una octava). Y dijo Guatay (aliviado por la ineptitud musical de su padre): “El mismo”. Y Guamín: “going-going-going” con la punta de su coa sobre la frente de Guatay, “Te he dicho que soñar es de maricones, y no seré yo quien tenga un maricón en mi tribu”. Y otra vez “going-going-going”.
Y Guatay pensó que ya era hora de conseguirse un casco con visera, pero antes dijo a Guamín con resolución: “Vienen los hombres color del tiempo y nos matan de cansancio buscando pepitas de oro en el Toa. Y como somos una raza débil, no guerrera, y dedicada a la agricultura, a la recolección, a la pesca, a jugar a batos y a los quehaceres del hogar, morimos todos excepto algunos que quedarán por casa de tío Guayabeque, el de Baracoa”.
Guamín estuvo haciéndole “going-going-going” a Guatay en la frente hasta bien entrada la mañana para disuadirlo de sus ideas catastrofistas, y luego salieron por el monte, que estaba al lado. Y reflexionó sabiamente Guamín: “Debías soñar menos y ser más productivo para la tribu, Guatay. Como yo, que cazo, pesco y cultivo la tierra para tu madre Mabuya, (esa cabrona) y para tu abuela, mi madre Cabiya (esa cerda). O podías colocarte de aprendiz de Guanacutey, nuestro brujo titular, y así sabríamos en casa de primera mano cuándo lloverá, o cuál es la mejor época para viajar a ver a mis primos de Camagüey. O podías dedicarte a la política como tu tío, mi hermano Hatuey, que ya es concejal.”
Guatay miró con tristeza a su padre Guamín (cubriéndose la frente con una piedra sílex) y no quiso decirle que en sus sueños, su madre Mabuya moría de sífilis después de ser violada por toda la infantería de un tal Don Anselmo de Gama, (un tipo con poco oído musical) que su abuela Cabiya era pasada a bayoneta y luego empalada por intentar llevarse del río Toa dos pepitas de oro defectuosas en los huecos de los molares, que Guanacutey el brujo, sería acusado de herejía, sodomizado y tirado por un barranco de la Sierra de Cubitas, y que su tío Hatuey se convertiría en combustible orgánico, su carrera política se haría humo, y su recuerdo se reduciría a la aparición eventual de su nombre en la etiqueta de una bebida alcohólica.
En vez de eso, Guatay se armó de valor y (cubriendo su frente con la piedra sílex) le dijo a su padre Guamín, “Habrá guerra Guamín, y cuando seamos masacrados, traerán hombres con la piel negra como la noche para trabajar los campos, y todo será muerte y desolación, y ellos a su vez también serán masacrados, aunque algunos huirán a unos campamentos de verano llamados Palenques para perpetuar su especie, que dentro de cinco siglos servirá para nutrir la plantilla de numerosas bandas de salsa y equipos deportivos”.
Guamín contó hasta tres (los siboneyes tenían conocimientos aritméticos muy precarios), le quitó de la frente con ternura la piedra de sílex a su primogénito, y “búmbata-búmbata-búmbata” (sonido de la piedra de sílex contra los parietales de Guatay). Luego Guamín sacó de su zurrón de piel de jutía una hoja de tabaco enrollada, la encendió con la piedra de sílex y un palito, y dio tres bocanadas que fueron a parar íntegras a los pulmones de Guatay, (el primer fumador pasivo cubano) que para entonces ya sangraba alegremente por ambos parietales.
Y dijo entonces Guamín, “Fíjate Guatay, te voy a demostrar que estás equivocao”. Esta es una isla rodeada de mar, ¿no?” (Guamín fue el primer cubano que impuso la costumbre de preguntar con un “no” para que se le respondiera con un “sí”). Y dijo Guatay “Sí”. Y siguió Guamín: “Y todo el mundo sabe que no existen más seres vivos fuera de aquí, exceptuando a los Incas, a los Mayas y a los Toltecas, que han sido tan cretinos como para irse a vivir a zonas topográficamente inestables, propensas a terremotos y erupciones volcánicas, ¿no?” Y dijo Guatay, “Sí”. Y siguió Guamín “Y Guanacutey, nuestro brujo titular está cansado de explicarnos que después del mar sólo hay vacío y oscuridad, ¿no?” Y dijo Guatay “Sí”. Entonces Guamín alzó la vista y le enseñó a Guatay una jutía conga que bajaba despreocupadamente por la rama de una mata de aguacate, y le dijo a Guatay: “Fíjate, ¿ves lo feliz que es esta jutía? Y dijo Guatay “Pues sí, se le nota en la mirada que es feliz”. Y dijo Guamín: “Mira como viene a comer a mi mano, y es porque Cuba es un paraíso, donde todo es paz y buenas vibraciones” Y Guamín acarició a la jutía tiernamente con la mano izquierda, mientras que con la derecha le hizo “tráyaba-tráyaba-tráyaba” (sonido de la piedra de sílex contra la cabeza de la jutía), el animalito puso los ojos en blanco y cayó directo al zurrón de Guamín. “Lo que quiero demostrarte es que tus sueños no tienen ninguna base objetiva, y carecen de fundamento científico. Esta isla es un edén, Guataycito, y nada ensombrecerá nuestra paz. Espero que en el futuro te abstengas de divulgar ese pesimismo de izquierdas”.
Y “GOING”, sonó la coa de Guamín al perforar la retina del ojo derecho de Guatay.
Pensando en el complicado concepto que tenía su padre Guamín (el objetivo) de las buenas vibraciones, y caminando por el lado del ojo sano, llegó Guatay al bohío de su abuela Cabiya, que estaba haciendo casabe (la dieta siboney era bastante frugal y recurrente) y le dijo temeroso: “Cabiya, he tenido un sueño”. Cabiya miró a su nieto con cariño mientras dejaba a un lado el guayo y el mortero de bauxita, y le preguntó: “¿Qué ha soñado esta vez la luz de mis ojos?”.
Y dijo Guatay, sentándose sobre la estera de tibias de jutía: “Soñé que desapareceremos en cincuenta años, que esta isla será colonizada y se mezclarán las razas de los hombres de piel como la noche y los hombres color del tiempo, y que la carroza del Azúcar cogerá premio en los carnavales del 70. También soñé que Yoryet morirá en un accidente, y Maggie Carlés hará carrera en solitario en Miami dejando a Luis Nodal en un segundo plano, mientras Mirta Medina se dedicará a la bolsa negra en un suburbio de Hialeah”.
Cabiya se acercó a su nieto y le preguntó con ternura: “¿Y que más soñaste, mi corazón?”. Y siguió Guatay, contento de ser escuchado: “La alimentación de nuestros descendientes sufrirá altibajos considerables por causa de los criterios dietéticos de un señor con barba que escribirá un libro llamado “La Historia me absolverá” del que se harán numerosas reediciones. Las bicicletas serán un medio de transporte muy popular y los mejores jugadores de batos emigrarán a las grandes ligas del país enemigo. Se escenificarán pasajes de nuestra cultura gracias a Obelia Blanco y Alina Sánchez, que pondrá el Siboney de Lecuona en los primeros lugares del hit parade nacional. Un niño de seis años revivirá nuestra tradición de viajar por mar al continente en balsa, aunque posteriormente será castigado con la repatriación por el señor que escribió el libro, que de paso, prohibirá otra vez nuestra vieja tradición de viajar en balsa al continente”.
Guatay se abstuvo de explicar a su abuela la historia de las pepitas y la bayoneta por motivos obvios, y porque empezaba a nublársele la vista del ojo sano.
Cabiya abrazó a su nieto y lo besó en la frente. Acto seguido y con rapidez insólita, le aplicó una llave de la vieja escuela de lucha grecotaína, lo inmovilizó sobre la estera y, “trácata-trácata-trácata” (sonido del mortero de bauxita de Cabiya sobre los nudillos de los deditos de Guatay). “Estás totalmente enajenado, Guataysito” – murmuró Cabiya al tiempo que movía tristemente la cabeza mientras ocupaba otra vez su lugar sobre la estera - “No es tu culpa. La culpa la tiene mi hijo Guamín, tu padre, (ese vago) por hacerle una barriga a mi nuera Mabuya, tu madre (esa puta) en aquellos carnavales de 1484. Ella no ha sabido educarte y hacer que, como buen siboney, sólo te intereses por la pesca y la recolección, y no estés pensando en las musarañas todo el puñetero día. Y ahora vete a ayudar a tu tío Hatuey, que está muy preocupado con la campaña electoral de este año después del descenso en popularidad que ha tenido en Mayarí". Y la anciana siboney se arregló la tira del ajustador de piel de jutía, se acomodó la dentadura postiza de caoba, y continuó impertérrita su labor de cocina.
Guatay recogió dos falanges que le quedaron sobre la estera, besó a su abuela, y se fue pensativo (por la izquierda) al caney de su tío Hatuey, mientras se replanteaba seriamente brindarse en adopción a algún matrimonio infértil de guanajatabeyes de Soroa.
Al llegar a la puerta del caney-sede electoral de Hatuey, una bella indígena ataviada con un provocador conjunto interpretado en piel de jutía y marpacíficos, le dedicó una hermosa sonrisa oscurecida por la nicotina que produce mascar hojas de tabaco, y le puso una gorra de henequén con la divisa “VOTE POR HATUEY, Y LE REGALA UN CANEY”. Guatay advirtió que el recinto además, estaba decorado con llamativas pancartas electorales con slogans del tipo “VOTAR POR GUAMÁ ES UNA MARICONÁ”, “HATUEY PRESIDENTE, GUAMÁ LÁVATE LOS DIENTES” o “SI USTED ES GUEY, VOTE POR HATUEY”, el primer guiño electoralista a una comunidad minoritaria en la historia de la democracia cubana.
Guatay saludó entonces a su tío Hatuey que, con el seño fruncido, estaba analizando la intención de voto de las últimas encuestas del Valle del Yumurí, sentado en su taburete de piel de jutía, y pensó Guatay que no era buen momento para su anatomía acercarse a su tío. Pero Hatuey se incorporó con una sonrisa, vino derecho hacia su sobrino y lo besó a la vieja usanza taína (esto es, un mordisco profundo en el lóbulo de ambas orejas).
Guatay, animado por el buen humor de Hatuey, y cuidándose de no contarle lo que soñó sobre su futura ejecución, le dijo: “Tío Hatuey, tuve un sueño”. Y Hatuey, otra vez absorto en las encuestas le contestó: “Espero que en él yo haya podido derrotar a Guamá (ese oportunista) en las primarias”. Guatay se acercó a su tío con sigilo, pero a una distancia prudencial, y por el lado del ojo sano, y le explicó casi en un susurro: “Desapareceremos en poco tiempo, y los hombres que vinieron por mar en peces de madera se mezclarán con los hombres color de la noche, quiero decir, con sus mujeres, y en quinientos años no seremos más que un recuerdo reducido a esculturas de piedra en Soroa. Nuestra lengua perderá todo su significado semántico, y en su lugar se hablará un dialecto donde primarán los fonemas "asere", "coño", "carajo" y "socialismo o muerte". Hatuey frunció aun más el seño, de modo que su rostro adoptó la textura de una guanábana, y preguntó: “Y en la Cuba de tu sueño, querido sobrino, ¿no aparezco yo como primer presidente de la Isla?”.
Guatay tragó en seco, retrocedió dos pasos, y le explicó a Hatuey que ningún nativo sobreviviría al holocausto perpetrado por los hombres color del tiempo. Y añadió: “Sólo el nombre de Guamá, tu adversario político, será imperecedero, porque así llamarán a un parque lúdico natural donde se podrá ir a tomar guachipupa y pan con pasta. Hasta la cerveza Hatuey se convertirá en un recuerdo lejano en la mente de algunos alcohólicos del siglo XX”.
Hatuey, conmiserativo, miró a su sobrino con tristeza y “suávana-suávana-suávana” le alojó tres galletas seguidas en ambos cachetes, (a razón de galleta y media por cachete) le dio otra vez dos besos al estilo taíno (a pesar de que a Guatay apenas le quedaba lóbulo en las orejas debido a besos anteriores) y lo acompañó hasta la puerta del caney donde le dijo: “Querido sobrino, tu sueño es imposible porque Guamá jamás será considerado un líder y su ineptitud política es tan grande como el éxito de mi carrera. Yo soy el indio que está llamado a brillar entre todos los indocubanos, que bien lo ha dicho Guanacutey, nuestro brujo (ese iluminado) en todas las asambleas”.
Guatay suspiró y se fue cabizbajo pensando que en realidad Hatuey brillaría, pero no como esperaba, sino amarrado a un palo a escasos metros de un tal Bartolomé de las Casas. Mientras pensaba, y de paso se calmaba el escozor en las mejillas aplicándose hojas de boniato, recordó entonces que en su sueño, su hermanita menor, Guarina, sería reconocida en el futuro gracias a una fábrica de productos lácteos, específicamente por una mantequilla que desaparecería del mercado en la segunda mitad del siglo XX. Nadie se acordaría de los siboneyes, exceptuando a algunos orientales desesperados que volverían a consumir casabe durante el Período Especial.
Triste, desconsolado y bastante adolorido, Guatay se dirigió a la playa de Bariay, se sentó en la arena y dejó que su vista se perdiera en el horizonte mientras pensaba: “Soy un siboneysito cretino y cabeciduro. Por mi culpa mi madre Mabuya tiene una crisis depresivo-musical, mi padre Guamín no adelanta en la recolección de la yuca, mi tío Hatuey no sale del bache electoral y mi abuela Cabiya tiene ataques de agresividad incontrolada. No me he dado cuenta hasta ahora de que los sueños, sueños son”.
Y se llenó de lágrimas el único ojo de Guatay y el horizonte se volvió borroso, y el siboneysito soñador, envuelto en llanto, no pudo ver el sol mientras se ponía en la lejanía, ni a las gaviotas que volaban raudas hacia el mar en un piar ensordecedor, ni pudo ver el tono tornasolado del cielo enrojecido sobre el azul de las aguas del Caribe.
Y sobre todo, no pudo ver allá lejos, casi donde la vista no alcanzaba, que tres grandes peces de madera navegaban hacia la Isla, mientras un tipo de nombre Rodrigo, bajaba a la enfermería de su carabela por quedarse afónico gritando ¡TIERRA!
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