Por Carlos Ferrera
Casa Kuquine era la finca de recreo de Fulgencio Batista. La mansión enclavada en un terreno de 17 caballerías de extensión, está junto a la Autopista del Mediodía, entre la Carretera Central, la carretera de Cantarranas a Entronque del Guatao y la vía que va de San Pedro a Punta Brava.
Batista la compró a fines de su primer período de gobierno (1940-1944), cuando ya llevaba relaciones extramaritales con Martha Fernández Miranda y estaba a punto de divorciarse de Elisa Godínez, la mujer que lo había acompañado desde mediados de los años 20, cuando no era más que un modesto soldado, y con la que tenía tres hijos: Mirta de la Caridad, Fulgencio Rubén y Elisa Aleida.
El divorcio de Elisa, por división de gananciales, le costó a Batista 11 millones de pesos, con lo que la señora Godínez se convirtió —según los cronistas de la época—, en una de las mujeres con fortuna propia más acaudaladas de América Latina. Muy pronto, el 28 de noviembre de 1945 y en la propia capilla de la finca, Fulgencio contrajo matrimonio con Martha, una muchacha humilde de Buenavista, en Marianao, a la que doblaba la edad.
Las circunstancias en que se conocieron no están claras. Una versión sobre ese encuentro asegura que ella iba en bicicleta y fue atropellada por el automóvil presidencial que llevaba a Batista a bordo. Dicen que el Presidente se hizo cargo de los gastos de hospitalización y visitó a la muchacha en la clínica varias veces, que simpatizaron y empezaron a verse en secreto.
Martha, que en la intimidad llamaba Kuqui a Batista (de ahí Casa Kuquine) se convirtió en la dueña y señora de la finca. Decían las damas de la alta sociedad de entonces, -burguesas de cuna y enemigas solapadas de la advenediza plebeya-, que con su ambición desatada y desmedida la joven ejercía un influjo nefasto en la ejecutoria pública de su marido, y se comentaba que él tomaba muy en cuenta sus consejos según para tomar qué decisiones.
En Kuquine se gestó el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. De allí salió Batista ese día para el campamento militar de Columbia a tomar bajo su mando la República.
Fue en la biblioteca de Kuquine donde, el 17 de diciembre de 1958 el embajador norteamericano comunicó formalmente al dictador, que Washington le retiraba su apoyo y le pidió que saliera del país cuanto antes. Y en la propia biblioteca, ya en la noche del 31 de diciembre de 1958, tuvo lugar la última de las entrevistas entre el mandatario, que ya empezaba a dejar de serlo, y el mayor general Eulogio Cantillo, con el fin de orquestar la maniobra con la que se intentó evitar el triunfo de la revolución.
En el ambiente bucólico y tranquilo de Kuquine, entre otros muchos bustos y estatuas, había una grulla con la pata de palo sobre un pedestal. El ave fue el símbolo de los batistianos en las elecciones de 1954. El grito de «¡La grulla no morirá!» expresaba claramente la intención del general de permanecer en el poder.
El visitante que iba por primera vez a Casa Kuquine, traspasaba el portón de entrada con sus muros de cantería, caminaba unos pocos metros y encontraba un espejo de agua, y junto a él, el pequeño edificio donde antes estuvo la capilla. Más alejada se halla la casa de vivienda con sus tejas rojas y portales y terrazas con techos de maderas preciosas y columnas labradas de caoba.
El mayordomo de Fulgencio, el negro José Díaz, declaró en enero de 1959 que esa mansión no llegó a inaugurarse y que tampoco se amuebló completa. Algunos objetos originales de la casa —muy pocos—, volvieron a la residencia, pero la mayor parte se la repartió Agapito y su combo. Los empleados de Kuquine hablan de sus 12 dormitorios, todos con cuarto de baño individual, y señalan que la habitación privada de Batista y Martha era la única con balcón). Hoy está marcada con el número 8 en la puerta.
Lamentablemente ninguno de ellos puede indicar al visitante cómo los primitivos inquilinos distribuían el inmueble, aunque hablan del pasadizo subterráneo que conectaba la mansión con la casa del “cuñadísimo” Roberto Fernández Miranda, a un kilómetro aproximado de distancia dentro del perímetro de la finca, y de otro túnel que conducía a la sede del Estado Mayor Conjunto en la Ciudad Militar de Columbia. Nadie ha encontrado nunca estos túneles, y se ha llegado a decir que su existencia era mera fantasía, pero la realidad no ha trascendido.
Casa Kuquine tenía una sala de música y otra para proyecciones cinematográficas. La sala de estar estaba amueblada y decorada al estilo Luis XV. Habían muchas fotografías originales de la mansión que dio a conocer la prensa a comienzos de la Revolución y su propio “Patio de los Héroes, donde alguna vez se alzaron las estatuas de José Martí, Simón Bolívar, Máximo Gómez, Abraham Lincoln y otros próceres cubanos y foráneos. Sobre una de las estanterías de la biblioteca sobresalían los bustos de Ghandi y Churchill, Juana de Arco y Dante, Rommel y también Stalin, algo inexplicable.
Ese patio se ubicaba entre las dos alas de la biblioteca que se utilizaba además como sala de conferencias y reuniones. Contenía una gran colección de libros donde no faltaban títulos de los poetas de la revista Orígenes y de la generación de los años 50, que tras el triunfo y previo canibaleo del combo de Agapito, fueron a parar a la Biblioteca Nacional.
En una vitrina, también en la biblioteca, Batista conservaba las condecoraciones e insignias militares de sus días de jefe del Ejército. Un estante situado tras su escritorio y bajo una foto que lo mostraba en su época de sargento, guardaba decenas de ejemplares del libro titulado “Un sargento llamado Batista”, de Edmond Chester, y de otro, “Batista y Cuba”, de Ulpiano Vega Cobielles.
En un lugar de honor se mostraba un ejemplar de “Vie Politique et Militaire de Napoleón”, de A. V. Arnault, edición de 1822, un estuche con el telescopio que usó el Emperador en su cautiverio de Santa Elena y dos pistolas que pertenecieron al vencedor de Austerlitz.
Se cuenta que Batista admiraba a Napoleón, -Agapito hacía constantes referencias a ese “complejo” en sus discursos-, y en sus charlas íntimas se refería al 4 de septiembre como un 18 Brumario, aludiendo al golpe del 10 de marzo como un regreso de la isla de Elba.
Junto a la entrada de Casa Kuquine, existía además un cuarto refrigerado donde Martha, guardaba sus abrigos de visón y los alimentos para un año. Vivía también en los jardines de la casa el caballo blanco del presidente, 4 perros de caza y 2 automóviles antiguos, (un Ford T y el Chrysler Dorado de Roberto su cuñado). También había cuadrilátero para boxear al aire libre.
Todos los dormitorios de la familia estaban arriba, donde se podía acceder, por una escalera de mármol cerca de la entrada. Había una galería larga con grandes sillones de madera y vista al patio a través de amplios ventanales acristalados de piso a techo.
Una habitación secreta en el entresuelo de Kuquine guardaba objetos de plata y porcelana, relojes, cuchillería, vajillas y bandejas, estatuillas y objetos de arte de todos los estilos y épocas valorados en más de 300 000 dólares. Habían cinco cajas de madera que contenían 800 alhajas valoradas en dos millones de pesos; gargantillas de diamantes, crucifijos de plata, brazaletes de oro puro, relojes de las mejores marcas, algunos de ellos diseñados especialmente para Batista con incrustaciones de brillantes en las esferas, broches, relicarios y abanicos de marfil.
Una sortija de oro puro, con la efigie de un indio (el indio era el símbolo preferido por Fulgencio), apareció entre las joyas escondidas. Su cabeza estaba adornada con piedras preciosas, con los colores de la bandera del 4 de Septiembre. Joyas que, al decir de una de las sirvientes de la casa, «la Señora tenía como de menos valor porque las más valiosas las llevó a Nueva York mucho antes».
Aunque Batista se llevó unos cien millones de dólares en efectivo en el avión en que escapó de Cuba, -un extremo admitido y contrastado por su hijo mayor años después en una entrevista- nadie se explicó por qué no se llevó lo encontrado en Kuquine, ni tampoco a dónde fue parar, hasta que Alfredo Sadulé, ex jefe de la guardia personal de Martha, habló del asunto años después en Miami. Sadulé confirmó que Fidel y Ernesto Guevara se presentaron en Kuquine (que estaba fuertemente custodiada) dos días después del triunfo, y cargaron con todo en un furgón blindado.
Tras el triunfo de la revolución, Agapito declaró que la casa era “una inmoralidad” y la puso en exposición con lo que quedaba de su contenido durante varios meses, para que el pueblo viera “cómo vivía el dictador”. Después de vaciarla completamente le cambió el nombre por otro paradójico; “Libertad”, y se la asignó al Ministerio de Educación. Durante estos 56 años ha sido instituto tecnológico, escuela primaria, escuela especial y hasta eventual albergue para familias sin techo.
En los últimos años se encargó su gestión a la Dirección Provincial de Alojamiento, que la convirtió en un sitio de “recreo y esparcimiento por un precio módico” para que “los cubanos” pudieran disfrutar de sus instalaciones. A principios de esta década ya la residencia era un destrozo, sus exteriores estaban abandonados y el restaurante “para el pueblo” tenía la apariencia de una fonda.
A fecha de escribir esta crónica, he sabido que Raúl planificaba reformarla y convertirla en un hotel de lujo. No sé si habrá llevado a cabo sus planes.
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