Por Carlos Ferrera
He visto de refilón por ahí, en una página de esas que uno siempre dice que no visita, el anuncio de una casa de masajes en Boston que se llama "Hipparcus".Ando escribiendo un ensayo sobre parejas homosexuales célebres de ambos sexos a lo largo de la Historia, y una de las dos neuronas que me quedan ha despertado de su letargo narcótico, porque tuvo la sensación de que le sonaba el nombre. Mi neurona me recordó que este Hipparcus no era Hipparcus de Nicea, el astrónomo, matemático y geógrafo al que debemos que hoy el día tenga 24 horas.
Era el genial "tercer" personaje de la gran gesta griega de amor que protagonizaron dos amantes míticos, que son de hecho, el paradigma mismo de la camaradería entre hombres: Harmodio y Aristogitón.
ARMODIO Y ARISTOGITÓN
Harmodio y Aristogitón |
Vuelvo a ese gimnasio del placer en Boston. Entre Wiki y yo desciframos parte del texto que explica de forma bastante torticera la relación de Hipparcus con Harmodio y Aristogitón, y qué tuvo que ver el gimnasio en esta historia. Como veo que se han inventado buena parte de ella y me han tocado la moral, me voy a soltar la trenza y os contaré esta movida que encuentro fascinante y de curiosa actualidad.
DE GIMNASIOS, FANTOCHES Y TIRANICIDAS
Los ubico: Estamos al final de la Edad de Hierro. Grecia ya ha adaptado el alfabeto fenicio a su lengua, desarrolla su agricultura, arma una flota y crea un ejército con el que conquista nuevos territorios y funda colonias a saco.
Hay más de 700 ciudades-estado por todo el mundo helénico, pero quienes cortan el bacalao son Atenas y su vecina Esparta, ya entonces enemigas íntimas.
Pisístrato |
La cosa empieza en Atenas por allá por la segunda mitad del siglo VI aC, alrededor del año 515. La monarquía cede paso al avance de la aristocracia y la mayor polis del mundo helénico vive y sufre una sucesión de gobiernos dictatoriales (los tiranos) corruptos y sangrantes, de los que tendrá que recuperarse para instaurar la primera democracia del planeta, traer a Pericles y convertirse en el mejor país del mundo.
Hippias de Atenas |
Pero eso aun no ha ocurrido. Gobierna el tirano Pisístrato, y lo ha hecho dos veces entre 561 y 528 aC. A pesar de su temperamento sanguinario, Pisístrato es un gran conocedor y amante de las artes, de las que hace gran difusión durante su reinado. Por eso el pueblo llano perdona sus excesos y no hace mucho por derrocarlo. Pisístrato es un tirano despiadado y cruel que deja una larga estela de sangre a lo largo de su mandato.
También deja a sus dos hijos para que lo sucedan a su muerte en 528: Hippias e Hipparcus. Ambos hermanos gobernarán Atenas juntos durante trece años, implantando una dictadura del terror similar a la de su padre y en contra de los deseos del pueblo llano y de la clase media ateniense.
Aunque Plinio el Viejo y Tucídides califican a Hipparcus de fantoche al servicio de su sanguinario hermano Hippias, Heráclito lo describe poco menos que como un dandy gay, guapo, culto y seductor. A su hermano Hippias en cambio lo presenta como un señor feo, contrahecho y enfermizo, que envidiaba secretamente el éxito social de su hermano menor.
Heráclito cuenta que Hipparcus heredó de su padre la pasión por el arte. Tenía además, fama de amante ardiente y bien dotado, y estaba obsesionado con el culto al cuerpo. En consecuencia, era tan fanático del gimnasio como de los jóvenes que lo frecuentaban. Hoy hay ejemplares vigoréxicos como Hipparcus en el mundo entero para llenar barcos.
Pienso ahora en un amigo que me lee, que tiene un gym en Barcelona y que podría ser el arquetipo de un Hipparcus actual. Pero recordad que todo esto que escribo es desde el amor, así que, que nadie se lo tome a pecho.
Se impone que haga un inciso para intentar que imaginéis cómo era un gimnasio en la Atenas del siglo VI aC.
Aun faltan casi 200 años para que en 380 aC, Platón escriba su Banquete y ensalce el amor noble al alma y a la belleza de los sentimientos. De momento pasa como en nuestros días: el culto al cuerpo gana terreno a las cosas del alma y los gimnasios comienzan a adquirir protagonismo en la escena social ateniense.
De ser sólo ágoras sencillas, simples porciones de terreno vallado y subdividido en espacios para la práctica de diferentes ejercicios, -así describe Pausanias el Elis- , los gimnasios irrumpieron en el repertorio arquitectónico de la Atenas clásica más exquisita del siglo VI, con las más brillantes edificaciones públicas del período.
Los grandes gimnasios de Atenas se construyeron con gran solidez y elegancia. Sus muros, techos y carpinterías estaban decorados con delicadeza por los mejores artistas de la época, cuyos frescos competían en excelencia y eran fuente de inspiración para poetas y músicos. Aumentó el número de salas cubiertas y porticadas con los órdenes clásicos, se añadieron paseos en sombra, baños, termas, y todo lo que el buen gusto y el refinamiento exigía a la naciente aristocracia helena.
Ir al gimnasio comenzó a ser parte obligatoria de la educación de los jóvenes desde temprana edad. El gimnasio diversificó su uso para convertirse en escuela y club social, y en épocas de guerra con Esparta fungía de oficina de alistamiento.
Pero en tiempos de paz, era el refugio predilecto de filósofos, retóricos, preceptores y literatos, que citaban allí a sus discípulos para instruirlos sobre literatura y ciencias, previa práctica de algún ejercicio o deporte.
Todas las ciudades de la Grecia posterior tendrían su gimnasio en extramuros, lejos de las miradas de la plebe, y de allí saldrían los deportistas más importantes a competir en las Olimpiadas, que se vivían con furor desde 776 a.C. El deporte formaba parte de la educación ofrecida por el padre a sus hijos dentro del ámbito privado, y desde los siete años se ponía a los niños bajo la tutela de un paidotribes o profesor de gimnasia, que se ocupaba de su preparación física.
Pero me disperso. Cuando Hipparcus comenzó a matar gente y a enseñar sus musculitos por Atenas, existían cuatro gimnasios allí:
"El Liceo" estaba más retirado del centro y en la otra orilla del río Iliso. Era propiedad de un jerarca llamado Lyceus que lo convirtió en una de las primeras escuelas de filosofía de Atenas para ofrecer lecturas y discusiones al aire libre.
El segundo y más humilde era "El Cinosargo", que se ubicaba en la cúspide de la colina de igual nombre. "El Frontis" era el más lujoso, y era propiedad de Pisístrato el padre de Hipparcus.
Pero el más famoso de todos era "La Academia", que en su origen fue un terreno pantanoso del Cerámico, convertido luego en el más bello jardín botánico jamás visto hasta entonces en Grecia.
El Frontis fue incendiado en 526 aC, se dice que por los enemigos políticos de Pisístrato, pero Tucídides piensa que fue un intento desesperado del propio Pisístrato por conseguir que su hijo Hipparcus pasara más tiempo en casa.
Quedaron pues, tres gimnasios en Atenas, de los cuales La Academia era el más selecto. Iban allí a ejercitar el cuerpo, el verbo y el alma, los nobles más reputados, los grandes aristócratas del momento y toda la familia masculina del Emperador. En Atenas los gimnasios estaban bajo la protección de Teseo, aunque también se veneraba allí a Hermes y a Heracles.
No puedo saber si la nobleza atrajo al gimnasio a los intelectuales o sucedió al revés, la cuestión es que La Academia fue el Alma Mater de grandes "stars" del filosofeo del momento.
Por allí pasaron como estudiantes -y luego en calidad de profesores-, el filósofo Heráclito «El Oscuro de Éfeso» (que gustaba de mantenerse a distancia de la multitud, a la que consideraba torpe y falta de entendimiento), y su amigo Anaximandro de Mileto, un filósofo jonio considerado el primer científico, discípulo del celebérrimo Tales. Anaximandro fue compañero y maestro de Anaxímenes, otro filo de la panda, el primero en afirmar que la Tierra era cilíndrica y ocupaba el centro del Universo. Ese era el elemento que visitaba La Academia en 520 aC. Ellos... ¡e Hipparcus!
Aunque gobernaba con su hermano Hippias, Hipparcus era en la práctica el dueño de Atenas en 520 aC. Además de ser temido por su carácter beligerante, también era considerado un importante gimnasiarca, si no el más importante.
Los gimnasiarcas de Atenas eran sólo diez, uno por cada Gran Familia ateniense. Sus cargos debían ser confirmados o derogados anualmente por el rey, con las consecuentes intrigas palaciegas que rodeaban este nombramiento. Los gimnasiarcas eran considerados servidores públicos "de alto standing" y su selección era un cometido complicado .
Eran oficiales que rotaban entre sí varias funciones durante el año: entrenaban a los atletas para las competiciones, motivaban moralmente a los deportistas y dirigían la decoración y el mantenimiento del gimnasio, pero sobre todo eran los organizadores de los Juegos Olímpicos, cuya celebración planificaban al detalle para que se pudieran celebrar en paz. Una empresa harto complicada en esos días en los que Atenas se enganchaba con Esparta cada dos por tres.
Dos semanas antes de comenzar los Juegos, los diez gimnasiarcas de Atenas proclamaban la Tregua Sagrada o Ekecheiria, un pacto suscrito en el año 884 aC. por los reyes Ifito (Élida) Licurgo (Esparta) y Cleóstenes (Pisa) en virtud del cual se suspendía toda actividad bélica y se declaraba sagrado e inviolable todo el territorio de Olimpia, igual que las personas, viajeros o peregrinos que estuvieran de tránsito en Atenas.
El gimnasiarca estaba muy reconocido por la comunidad y cobraba sus altísimos emolumentos de las arcas públicas. Podríamos equiparar a un gimnasiarca con el presidente o dueño de un gran equipo de fútbol de la actualidad.
Hipparcus era el gimnasiarca más envidiado y deseado de Atenas, no sólo porque también era el rey, sino por ser el principal "accionista" de La Academia, que mantenía con su propio dinero. A su cargo tenía una legión de paedotribae (pedotribas) y gymnastae (gimnastribas), que eran versiones primitivas de un asistente de entrenamiento actual. Eran ellos quienes realmente enseñaban las técnicas deportivas a los atletas, elegían los ejercicios adecuados a la edad y los mantenían vigilados durante las largas estancias en el gimnasio.
No está documentado por Heráclito -a quien se debe casi todo lo que se sabe de Hipparcus- un día de gimnasio en la vida de este tirano de Atenas, pero yo puedo imaginarlo:
Despertaría a media mañana, (que era una buena costumbre, porque levantarse temprano era propio de las clases inferiores) y desayunaría abundantemente.
Después llamaba a sus aleiptae, los criados que se encargaban de aceitar su cuerpo y fungir como médicos, con los que se iba al gimnasio. Allí también habían aleiptae de servicio público, que por ser los más próximos a la intimidad de los atletas, eventualmente actuaban como "señores de compañía" y proporcionaban sexo a sus pupilos. Pero un hombre rico debía traer sus aleiptae de casa.
De modo que Hipparcus se llevaba a su séquito a La Academia. Allí lo esperaban los alipilari, esclavos que dedicaban a depilar el vello corporal de los atletas por considerarlo grotesco y de mal gusto. Estos depiladores también ejercían su profesión en los prostíbulos y utilizaban diversos métodos para quitar el pelo, como las pinzas (volsella) o las cremas depilatorias de resina vegetal (philotrum).
La Academia era una gigantesca estructura porticada que rodeaba un sereno y sobrio edificio de dos plantas, en medio de un encinar de árboles majestuosos. En su planta noble constaba de un conjunto de estancias menores (oikoi, akroatéria) que usaban los atletas y sus maestros para distintas funciones.
Hipparcus entraría a media mañana con sus esclavos al epistasion o sala de vigilantes, y continuaría hacia el apodytérion o vestuario. El apodytérion era una sala contigua al loutrón, un gran salón dotado de agua corriente para lavarse. Estaba de moda entonces aplicarse aceites y grasas vegetales, friegas de esencias o masajes con plantas medicinales. El konisteion y el alipterion eran dos amplios espacios preparados con divanes para esos menesteres.
Hipparcus debió frecuentar mucho la zona deportiva, llamada efeboe, un campo al aire libre donde los jóvenes atletas iban de mañana para ejercitarse desnudos, "sin otra prenda que vuestra mente liberada" -les diría Platón a los suyos años más tarde- "porque los dioses han de ver vuestros cuerpos desnudos". Se me ocurre que no eran los dioses precisamente quienes querían eso. En la palestra, los atletas se ejercitaban en la lucha y en el pugilato. "Salir a la palestra" significaba exponerse al dolor y a la crítica.
Precisamente Hipparcus fue proclamado campeón de lucha y pugilato varios años seguidos, supuestamente de modo amañado, porque era el rey. Vencía siempre el atleta que lograse derribar al contrario tres veces, tocando el suelo con su espalda. Triunfar “sin polvo en los hombros”, (sin haber sido derribado ni una vez), era considerado un logro excepcional, aunque también podía darse la circunstancia de que, si se sabía que un luchador de conocida fuerza y gran prestigio iba a participar en unos juegos, no se presentase nadie más. Esto sucedió invariablemente con Hipparcus, que practicó la lucha mientras vivió. También fue campeón de pankration, una modalidad en la que estaba permitido literalmente todo, excepto morder y sacar los ojos al contrario. Vencía aquel que obligara a rendirse a su oponente, o lo incapacitara seriamente.
El pugilato fue el más duro de todos estos deportes. Al igual que la lucha, ya era conocido por sumerios y egipcios, aunque los primeros guantes de boxeo (myrmex) se documentan en torno al año 1500 a.C. en la Civilización Minoica.
En la época de Hipparcus. la protección llegaba hasta los codos, de forma que el luchador cubría sus antebrazos con un pellejo de cordero atado con correas de piel cruda enrollada en los nudillos. Se conseguía así una protuberancia cortante que desgarraba el rostro del adversario y rompía los huesos de la cara. De ahí su nombre, myrmex (“hormiga”, a causa de sus dolorosas picaduras), guante que los pugilistas romanos harían aún más letal incorporando piezas metálicas parecidas al actual puño americano (caestus).
Las instalaciones deportivas se remataban con el sphairisterion, un sitio donde se practicaba el juego de pelota, y el korykeion, el lugar de entrenamiento donde se usaban pesados sacos de arena.
Los atletas terminaban su jornada deportiva en el el pyraterion, una especie de sauna para el baño con complicados sistemas de vapor y agua caliente. Los preceptores preferían que sus jóvenes pupilos tuvieran un servicio de sauna privado, para evitar que frecuentaran las termas públicas, donde podrían "contaminarse" de cualquier mal de las clases bajas o "entrar en intimidad con alguien que no haya de merecerlo", apunta Heráclito.
En el piso alto de La Academia se encontraba el gramateo, una gran biblioteca y almacén, donde se guardaban y conservaban los archivos atléticos de todo el Imperio desde 776 C y todos los libros y tratados relacionados con el deporte y su práctica. Hipparcus solía fardar en sus fiestas con los nobles, de haber tenido en sus manos tal o cual manuscrito antiguo de los miles que se guardaban allí, y diletaba sin cesar sobre las excelencias del amor al cuerpo y a la mente. Y a los hombres.
Los macedonios y los romanos siempre asociaron los gimnasios a las prácticas de ocio y pederastia, y los consideraban decadentes e inmorales, pero en Atenas apenas llegados a la pubertad, los jóvenes griegos ya comenzaban a ser cortejados por hombres de más edad.
Se suponía que el fin de tal cortejo no era vivir una aventura intrascendente, sino que se esperaba que el amante maduro cortejara a su efebo de manera perseverante, y que ambos se amaran de forma estable, para demostrar así su hombría y la seriedad de sus intenciones, hasta que el mayor de ellos se casara con una mujer. Entonces el más joven debía renunciar a esa relación y a su vez buscarse un efebo para sí.
Entonces la homosexualidad no era una elección exclusiva, ni amar a otro hombre constituía una desviación o una excepción. Era solamente parte de la experiencia vital del hombre griego, que sólo después de haberse adiestrado en las artes amatorias con otro varón, podía casarse con una mujer y fundar una familia.
El deporte era muy importante en la formación política de los jóvenes y en su aprendizaje como ciudadanos. Como amados, debían cumplir reglas precisas, resistirse al cortejo, rehuir al amante y parecer difíciles de conquistar. El pretendiente adulto debía mostrar un gran interés, celebrar fiestas en su honor y agasajar a la familia de su joven amante. El cortejo servía para educar tanto al amante como al amado. Los amantes nunca actuaban fuera de la legalidad y lo socialmente aceptado, y eran los propios padres de los efebos quienes hacían todo tipo de gestiones para que sus hijos consiguieran un amante de alta posición social, que dotara de prestigio a la familia.
La Academia tenía fama de "formar" a los atletas más bellos y valientes de Grecia. No se les permitía tener relaciones sexuales con mujeres y estaba extendida y oficializada la práctica de la pederastia. La fascinación y el culto al cuerpo masculino están muy relacionados con la introducción de la pederastia como institución. El binomio atletismo-pederastia tuvo sus comienzos en las tradiciones de Esparta, en los albores del siglo VII a. C. y rápidamente se dispersó por todas las ciudades-estado del mundo helénico.
El orador Esquines, sostenía que “el amor entre hombres es feo sólo si es vulgar. Cuando, en cambio, lo inspiran nobles sentimientos de respeto y devoción, de ninguna manera debe avergonzar al joven que sigue a su amante”. Esquines pronunciaba ardientes discursos para defender el amor homosexual ante ciudadanos de a pie, que fungían como jueces en los tribunales populares. Eran personas no especialmente cultas, y por lo tanto, poco predispuestas a aceptar interpretaciones sofisticadas o elitistas sobre el sexo y el amor homosexual.
Entre los textos de Esquines algunos cuentan que la ley prohibía a un esclavo cortejar o ser amante de un joven libre bajo pena de 50 latigazos. Pero no prohibía a un ciudadano amar o cortejar a un muchacho libre. Según Esquines, los efebos podían tener una relación "honrosa" con un adulto si, habiendo alcanzado la edad de la razón (más de 14 años), habían sabido elegir a un buen amante.
Años después, en tiempos de Clístenes (entre los años 500 a. C. y 400 a. C.) Solón creó un importante paquete de leyes para regular la explotación de los gimnasios. La práctica del ejercicio en la desnudez tuvo sus comienzos justamente en tiempos de Pisístrato, en el siglo VII a. C. Se cree que la costumbre se importó de Esparta debido a la erotización de la anatomía masculina dentro de su ejército. O sea que queda clarísimo que mariquitas siempre ha habido en todas partes.
La tradición de aceitarse el cuerpo era una costumbre bastante costosa para el gimnasio, y en ese ritual casi obligatorio se invertía la mayor parte de los fondos que daban el Estado o el mecenas de turno.
Algunos tiranos temieron que las instalaciones del gimnasio se volvieran un lugar de pederastia. El propio Pisístrato tenía ese convencimiento, y quiso promover un bando en el que prohibía de forma expresa las prácticas pederastas en los gimnasios.
Pero, otra vez según Heráclito El Oscuro, sus planes se truncaron por causa de su propia muerte, y su hijo Hipparcus inició otro reinado terrorífico cuya sede no estaba en palacio, sino en La Academia, su gimnasio.
Y es en este escenario donde comienza la vibrante historia de amor y muerte a tres bandas, que trascendió a la Historia de Grecia como el suceso que desencadenó la llegada de la democracia.
HARMODIO, ARISTOGITÓN E HIPPARCUS
Hipparcus había convertido La Academia en su feudo edonista privado, una suerte de pasarela de los Mrs. Universo de la época. Según Platón, a él se debe el auge de los concursos de belleza masculina. Sus justas de "partes del cuerpo" se hicieron famosas en toda la Grecia Antigua y se exportaron a otras ciudades como Pompeya y Tiro.
Se competía en categorías como "bíceps", "torso" "muslos" "espalda" o "pectorales" y el ganador se colocaba una cinta alrededor de la parte del cuerpo premiada y gozaba de privilegios durante todo el año, como un asiento fijo en las tribunas de los espectáculos deportivos y las fiestas, comida gratis y la devoción de un público que admiraba sus músculos como obras de arte.
Fue justamente durante los días de uno de esos concursos, que el bello efebo Harmodio visita La Academia, un tórrido verano de 520 aC.
Harmodio era un joven aristocrático que se había enamorado de Aristogitón, un ciudadano de clase media que también le correspondía. Hipparcus puso enseguida los ojos en el joven e inmediatamente le propuso ser su compañero sexual. Pero Harmodio lo rechazó y se lo comunicó a Aristogitón, que se llenó de celos. Temía que el poder y la riqueza de Hipparcus consiguieran el amor de Harmodio por la fuerza, así que se propuso vengarse del rey tirano, aprovechando para ello el descontento político de la clase a la que pertenecía.
Harmodio formaba parte de la aristocracia, y junto al resto de su familia solía asistir a los banquetes que daba rey. Fue en uno de ellos que Hipparcus, rabioso por haber sido rechazado, trama una venganza. Al no ver correspondido su amor, ideó una manera de devolver la humillación a Harmodio y se dispuso a ultrajarlo de forma que la negativa del joven no pareciera la causa de su venganza.
Invitó a la hermana de Harmodio a participar en las Panateneas, una fiesta religiosa en la que las jóvenes ricas de la corte actuaban como canéforas (kanephoros). Las canéforas eran doncellas a las que se les exigía una conducta intachable y una moral prístina, ya que eran las encargadas de preparar y portar las ofrendas y objetos de culto para los dioses, y servir las libaciones rituales durante la ceremonia. Por lo tanto, ser invitada representaba ser considerada doncella de moral impoluta, la máxima aspiración de las jóvenes de clase acomodada.
Cuando la muchacha se presentó en palacio, Hipparcus la humilló delante de toda la corte negándole que hubiera sido invitada, dado que la consideraba indigna de ese honor por haber perdido la virginidad poco antes, así que le impidió la entrada. El gesto sentó fatal a Harmodio, que muy ofendido quiso acudir del brazo de su querido Aristogitón a pedirle explicaciones a Hipparcus.
Pero Aristogitón ya tenía sus propios planes y había organizado una revuelta durante la celebración de las Panateneas. Sin embargo el plan se frustró porque sus hombres se asustaron y atacaron a los soldados de Hipparcus demasiado pronto.
La contienda se saldó con la muerte de Hipparcus y también de Harmodio, que fue asesinado por su guardaespaldas, otro amante despechado del rey vigoréxico.
Según Tucídides, Aristogitón fue arrestado por Hippias y torturado salvajemente con el fin de que revelara los nombres de los conspiradores de la trama. En medio de terribles sufrimientos, Aristogitón ofreció más nombres, pero se negó a besar la mano del tirano, algo que enfureció a Hippias, que en un rapto de rabia lo apuñaló hasta nueve veces.
Hippias continuó solo en el poder hasta que fue derrotado por Esparta en 510 aC. A su muerte se instauró en Grecia el culto oficial a la memoria de Harmodio y Aristogitón, Los Tiranicidas, cuyo amor se considera aun el motor que permitió la llegada a Grecia de la democracia, tal y como la conocemos hoy.
Han pasado 27 siglos después de esto. Los gimnasios de hoy siguen siendo un sitio de desenfrenado culto al cuerpo, pero la mente ha dejado de ejercitarse allí. Igual que entonces, se busca la perfección física, pero se desprecia el intelecto.
Dicen que las modas suelen volver. ¿Volverán los gimnasios a ser lo que fueron? ¿Quién sabe? ¡Hay Hipparcus por todas partes!
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