Por Carlos Ferrera
Tengo una experiencia curiosa y para mí inolvidable, que tiene que ver con el mundo de las matemáticas complejas.
Recién llegado a España hice un viaje en tren Madrid-Sevilla en un asiento de esos que son cuatro ubicados de frente dos a dos. Yo iba en una de las dos ventanillas, frente a mí un matrimonio y a mi lado la hija de ambos, que estudiaba primer año de ingeniería mecánica, así que tendría unos 18 años. Yo acababa de cumplir 30.
Estábamos en agosto, pero la muchacha andaba estudiando en el tren. Con el rabillo del ojo vi que estaba machacando integrales y derivadas muy simples, pero sudaba gasolina y se mordía la lengua como si estuviera construyendo ella sola la pirámide de Keops.
Al final terminó su tortura, cerró la libreta y retiró la mesita abatible de su asiento. Entonces me miró con gesto de alivio, y como disculpándose me dijo: "He cateado Cálculo Matemático y voy a septiembre, no puedo con el cálculo integral. No sé para qué me obligan a estudiar esto, si nunca me servirá para nada".
Yo tuve una sensación similar cuando estudié lo mismo, junto a los límites, el álgebra lineal y las ecuaciones de segundo grado, que muy pocos arquitectos utilizamos en nuestra posterior vida laboral. Y también recuerdo que mis profesores nos decían que eso era uno de los detalles que distinguían a un albañil de un arquitecto, y que marcaban la diferencia entre sus futuros salarios.
Conozco a infinidad de colegas que ya no recuerdan cómo se soluciona una integral simple, ni se le caen los anillos por eso. Sin embargo yo fui casi por casualidad alumno ayudante de Cálculo en mis tiempos de estudiante y recordaba aún algunas cosas. Las suficientes como para darme cuenta de que la pobre chica del tren iba directo a repetir primero de ingeniería, y sugerirle que abriera otra vez la mesita, porque había resuelto mal la mayoría de sus ejercicios.
Me pasé el resto del viaje explicándole los caminos tortuosos de los senos, los cosenos y las cotangentes, y que un límite de f(x) cuando x tiende a 0, no era para nada una razón para cortarse las venas.
Ella pudo terminar sus ejercicios, y, previo intercambio de nuestros números de teléfono, supe después que aquel septiembre aprobó Cálculo Matemático I, sin mayores problemas.
Hoy Sandra es una flamante ingeniera mecánica y uno de mis afectos más cercanos, y yo soy el padrino de su hijo mayor que -el diablo son las cosas- quiere ser matemático. Quizás para eso me sirvió a mí el cálculo integral y diferencial: me regaló a Sandra y una amistad para siempre.
No es moco de pavo eso.
Este fue de los primeros que leí de ti, y sigo creyéndolo en el top 5. Ese párrafo donde suda gasolina es una paja....
ResponderEliminar