Por Carlos Ferrera
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Cambió mil veces de nombre artístico para conseguir el éxito y ser una starlett, que era lo que se llevaba en los 40, pero se le recordará por su nombre real: Anita Marié.
Anita llegó a Hollywood buscando la fama como tantas, y se presentó a castings de todo para hacer de todo: actriz, modelo, bailarina, nadadora de show acuático y hasta de extra. Llegó a colarse en los estudios de la Metro y esconderse una noche entera en la lavandería, para presentarse por la mañana en el despacho del gerente general a pedirle trabajo. Pero parecía que Anita no le hacía gracia ni a las señoras de la limpieza, y nunca consiguió ningún papel.
Anita se cansó de todo, dejó Hollywood y regresó frustradísima a su Texas natal, donde su familia acababa de comprar un zoo, y nadie supo más de ella. Era 1942.
En 1950, el Flaming`s Hall de Hollywood abre sus puertas para presentar a Anita Marié y Alfred, su Loro Macao.
La nueva Anita bajaba del techo en una jaula de oro con su mascota emplumada en brazos, deslumbrante y seductora dentro de un exhuberante vestido victoriano lleno de lazos y cordones de oro.
Comenzaba entonces una rara y sofisticada interacción con su mascota, durante la cual el loro iba desatando uno a uno todos los lazos y los cordones del vestido de Anita, hasta dejarla completamente desnuda. Un strep tease de toda la vida.
La malograda starlett había empleado 9 años en criar al pájaro y otro más en entrenarlo como partenaire de escena. Lo hizo tan bien, que el macao tardaba exactamente 5 minutos en desatar el último cordón, lo mismo que duraba el número musical que acompañaba el show.
Anita Marié se catapultó al estrellato de las starletts eróticas y se estuvo presentando con su macao por todo el territorio de la Unión hasta que el animalito murió de viejo y la dejó a ella en la inopia otra vez.
La mató un autobús en Santa Mónica en 1996. Estaba muy viejita y escribía un libro que no terminó, "Alfred, the Wing Man".
Prometía.
ResponderEliminarBella historia, que me interesa más como cine, porque ya lo es desde las letras tuyas, Carlos Ferrera de mi vida e intelecto. ¡Gracias!