las Casas del Oro
Por Carlos Ferrera
A finales de 1987, las Casas de Cambio del Oro y La Plata empezaron a conocerse como “Las Tiendas de Hernán Cortés”, un guiño popular a otro timo histórico celebérrimo. El sobrenombre no era del todo desatinado, porque gran parte de esa mercancía terminaba justamente en la patria del conquistador de México. En España era facturada muy por debajo del precio real, para burlar el pago de los derechos de aduana. Allí mismo era vendida después a coleccionistas particulares por cifras astronómicas en subastas secretas en Madrid y Barcelona.
La máquina delictiva castrista funcionaba a la perfección, y
los millones comenzaron a llenar las arcas de la Reserva Cubana de Oro. Fidel
había encontrado el modo de producir dinero blanco y fácil. Entonces acometió
dos grandes negocios.
THE WINSTON FAKE
En junio de 1988 se puso en marcha, en secreto y en silencio, una peculiar fábrica en una parcela interior de la Avenida 20 de Mayo, en el Cerro.
Se trataba de un conjunto de naves insonorizadas conocido como “La 20”, dotado de la tecnología entonces más puntera en la industria del empaquetado de tabaco comercial en todos los formatos.
“La 20” estaba equipada con maquinaria de tecnología norteamericana importada ilegalmente de los Estados Unidos. Era una fábrica de cigarros falsos de la marca Winston, aunque más tarde se falsificarían también otras marcas como Camel y Marlboro. Las picaduras especiales de tabaco negro necesarias para las mezclas, se compraban en Europa, y se mezclaban en Cuba con tabaco pinareño rubio de Vuelta Abajo.
La falsa “sopa” o jugo de “condimentos” que otorgaba a los cigarrillos el aroma peculiar de estas marcas, se falsificaban en los laboratorios y bodegas de la fábrica de tabaco Partagás. Se empaquetaban en formatos large y extra large, con variantes mentoladas, con y sin filtro. Luego se vendían como marca original en distintos países de América, África y Europa.
Mientras tanto, Castro seguía denunciando el infame bloqueo comercial de los Estados Unidos, pero en secreto y unos pocos meses después de montar el tinglado del tabaco falso en el Cerro, activó su segundo plan de falsificación industrial a gran escala.
Una mañana de 1988, los trabajadores de la planta destiladora de ron de Santa Cruz, se encontraron con que ya no tenían acceso a un tercio de la fábrica, que de pronto y sin previo aviso estaba “en reparaciones”.
Los recelos entre los obreros de la ronera aumentaron cuando varios miembros “pinchos” y algunos ingenieros químicos de la plantilla, desaparecieron misteriosamente. Habían pasado muchos meses desde que dejaron de escucharse los ruidos de las supuestas “obras” en el área prohibida.
La razón era que Fidel había montado un alambique ilegal en las dependencias de la destiladora de ron más importante de la Isla, para fabricar champán falso.
El negocio había florecido de los contactos del comandante con tres importantes empresarios franceses dedicados a la producción, compra y venta de champán: Jean-Claude Remaury, Jean-Pierre Vaghi -miembro de la importante firma de vinateros franceses con ese apellido-, y Charley Delmare.
Por la parte cubana, controlaría la operación Fidelito Castro Díaz-Balart, recién destituido por su ineficacia al frente de la Comisión de Energía Nuclear. Ahora su padre lo colocaba del lado oscuro de la revolución, al frente de uno de los mayores fraudes delictivos del estado cubano: la producción pirata del clásico champagne francés Moët Chandon.
Fidel planificó su inversión hasta el menor detalle. Hizo traer los envases de cristal de la localidad francesa de Saint-Gobain, copias muy logradas de las botellas de Möet originales. Las camufló escondidas entre los donativos médicos de una ONG parisina que mandaba regularmente ayuda sanitaria a Cuba. Imprimía las etiquetas del champagne falso en África de Sur, compraba los corchos en Grenoble y se abastecía de materias primas con uvas de los viñedos de Touraine, que producían caldos de sabor y olor muy similares a las uvas francesas auténticas del Möet.
La producción se exportó durante años fuera de Cuba a través de Panamá por la firma de capital mixto Taina Shipping Company. Se vendieron millones de unidades falsas de Moët Chandón cubano, hecho y envasado en Santa Cruz del Sur.
Y así todo hubiera continuado siendo durante años, de no haber sido por el celo mostrado por un policía de frontera en Hamburgo, que detectó y confiscó una caja de champán falso en mal estado. El Gobierno francés detuvo e investigó a los dos titulares de la mercancía, los señores Remaury y Delmare, que terminaron por confesar el delito delatando su vínculo con el gobierno cubano. Esta anécdota y la del plagio de los cigarrillos, son descritas en detalle por el escritor Armando Navarro Vega en su ensayo, “Cuba, el socialismo y sus éxodos”.
Ni Fidel ni Raúl revelaron nunca a Francia el paradero de Jean-Pierre Vaghi. Oficialmente nunca más se supo de él, pero muchas voces apuntan a que vive escondido en Cuba bajo identidad falsa, al amparo de la familia Castro, y que se ha casado y tenido familia con una joven bailarina del Conjunto Folclórico Nacional. Cuentan incluso que a Vaghi se le ve con frecuencia en eventos y catas especiales de rones cubanos, el último grito en la agenda de ocio de la jet set comunista.
También hay quien dice haber reconocido a Jean-Pierre en alguna tertulia en los domicilios de dirigentes como Ramiro Valdés y Machado Ventura. Se le relaciona especialmente con el clan de Diocles Torralba padre, de quien fue amigo cercano.
Hay gente cumpliendo años de cárcel en el mundo por haber falsificado bolsos de alta gama. Agapito hizo toda una industria de este delito, y se murió tranquilo en su cama.
Es una de las tantas razones que tengo para dudar de la justicia divina.
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