sábado, 18 de noviembre de 2017

EN BUSCA DE OTRA MUSA DEL APÓSTOL María Luisa Sánchez de Ferrara

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María Luisa Sánchez de Ferrara
"La Niña María Luisa"

Me apetece hoy matar dos pájaros de un tiro recordando otra de esas “historias de amor” que vivió Martí, y que después convirtió en versos, y también quitándole un poco de polvo a la figura grandiosa e importantísima de un patriota que no era cubano, pero que amó y luchó por la libertad de Cuba tanto, que puestos a fantasear, podría haber sido nuestro primer presidente republicano.
El Apóstol fue pródigo en palabras bellas para las mujeres que conoció; amigas, amantes y niñas a las que admiraba con poética pasión. Además de la célebre Niña de Guatemala, hubo otras infantes que recibieron la gracia de los versos de Don Pepe.
A una de ellas, la vio por primera vez siendo apenas una colegiala. Se llamaba María Luisa Sánchez, pero él la llamó Niña María Luisa.
José Martí y María Luisa coincidieron en Tampa, donde habían sentado su exilio los padres cubanos de ella, y a donde llegó Pepe de visita el 25 de noviembre de 1891. Iba invitado por Néstor Leonelo Carbonell, el presidente del Club “Ignacio Agramonte”, como agasajado de una fiesta artística literaria donde Pepe terminaría pronunciando su histórico discurso de Los Pinos Nuevos. Los padres de María Luisa eran miembros del Club, y entre ellos se inició una gran amistad.
Martí fue seducido por el candor delicado de la pequeña María Luisa, y a ella dedicó un corto, pero hermoso poema.

EL POEMA

El poema de Martí a La Niña María Luisa ha tenido infinitas lecturas morales (y moralistas) entre los estudiosos de la biografía martiana, así que no quiero aquí emitir juicios de valor sobre la intención del Apóstol al escribirlo. 
Me limitaré a contar las cosas tal como fueron, sin entrar en éticas profundas. Pulsen pues, los hermosos versos, escritos por Martí a La Niña María Luisa, durante su estancia en Tampa:

“A MARÍA LUISA SÁNCHEZ"
José Martí y Pérez

No hay en la bárbara guerra
del mundo más que un consuelo
las estrellas en el cielo
y las niñas en la tierra.


No hay rival de la mañana
con su luz pálida y pura
mas sí hay rival, tu ternura
pálida niña cubana.


Yo diré, mi niña esbelta,
allá en mi hogar de martirio,
que he visto en Ibor un lirio
con la cabellera suelta.

Cuentan que María Luisa, que ya sabía leer y tenía una inteligencia notable, se aprendió al instante el poema de memoria, fascinada por la ternura de sus versos. Los comprendió, dicen, desde la inocencia cristalina y pura de una niña inteligente, celebrada por un adulto que también lo era.
María Luisa no llegó a calcular su inmenso valor literario hasta que fue mayor, pero el poema no pasó inadvertido para sus padres, que sí calibraron su importancia, y guardaron con celo la cuartilla donde lo escribió Pepe, para cuando su hija se hiciera una mujer. José Martí ya era un ídolo de masas en 1891, dentro de la Isla y en el exilio.
Pero antes de ser púber, María Luisa presumía ya de los versos que le dedicó José Martí, y a menudo fantaseaba con la idea de encontrarse otra vez con el Apóstol, cuando la guerra terminara y ella ya fuera una mujer adulta.
Desde entonces admiró su obra y se confesó martiana. Y también desde entonces colgó en su habitación una foto de José Martí en un marco ovalado de majagua, madera de la tierra del poeta y de sus padres, que ella siempre sintió como su propia tierra.


 La Niña María Luisa, creció para convertirse en una dama inteligente y culta: Doña María Luisa Sánchez. Gracias a las relaciones de sus padres en el exilio, tenía acceso al exclusivo círculo de intelectuales independentistas y figuras militares de alto rango en el Ejército Libertador, a quienes siguió frecuentando una vez terminada la guerra, cuando ya eran influyentes miembros de la recién nacida República.
En esa élite social conoció al hombre del que se enamoraría hasta el fin de sus días.

DON ORESTES FERRARA Y MARINO; UN BRILLANTE PATRIOTA EXTRANJERO

Orestes Ferrara era un inquieto estudiante de leyes de la Universidad de Nápoles, que se escapó de su casa un día de 1896 con apenas 20 años. Dejaba atrás a una acomodada familia y un prometedor futuro, para irse a pelear a la guerra por la independencia de un lejano país tropical que luchaba contra el yugo español.
María Luisa y Orestes se encontraron en Tampa cuando ella era ya una espigada jovencita con ideas independentista y él buscaba contactos entre los isleños del exilio para seguir viaje a Cuba. 
Fue casi un hola y adiós, porque enseguida Ferrara partió a la Isla para alistarse en el Ejército Libertador, pero desde entonces ambos ya se amarían para siempre.
Me haría pesado contando lo que pasó a partir de aquí con la l vida de Orestes, porque fue tan profusa en actos heroicos, de tanta valentía y excelencia que se haría largo describirla.
Pero vale la pena que alguna vez se acerquen a sus múltiples biografías y conozcan su impronta en la Isla, desde que fue recibido en el campo de batalla por Salvador Cisneros, el Presidente de la República en Armas, hasta que murió en otro exilio lejano y silencioso en la vieja Europa, donde ejercía labores diplomáticas cuando Fidel se hizo con el poder.
Había sido firmante de la constitución del 40, y fundador de la revista La Reforma Social (1913-1926) y de El Heraldo de Cuba (1914-1926), periódico que se convertiría en el de mayor circulación en todo el país.
Carlos Márquez Sterling escribió de Orestes:
“Hay otro Ferrara, del cual no se ocuparon mucho los políticos, y que no conocen las generaciones más nuevas, que le ha dado la vuelta al mundo con sus libros, sus conferencias, sus folletos, y su enorme personalidad… Ferrara reunía grandes cualidades. Talento, valor, audacia, tacto, prudencia, espíritu de aventura, ideales, realismo, romanticismo, destreza, habilidad. Sentido del límite, conocimientos diversos, una cultura inmensa. Hablaba varios idiomas y poseía un saber hacer las cosas que nunca le fue superado por sus contemporáneos”.
Maria Luisa no estaba dispuesta a perder al hombre que la encandilaba con tan explosiva e inteligente personalidad, y el sábado 27 de noviembre de 1902, contrae matrimonio con Orestes Ferrara y Marino, en la Iglesia Parroquial de El Vedado. Ese mismo año, al constituirse las Cortes y el Congreso cubano, Orestes Ferrara es nombrado director del Diario de Sesiones del Senado y la Cámara.
Los señores de Ferrara le dieron la vuelta al mundo y fueron varias veces a Egipto, un país que le facinaba a Niña María Luisa. 
Pero a  su marido le encantaba aún más batirse en duelo. y lo hacía siempre que le sobraba algún tiempo libre.
Cuenta Armando de Armas en su crónica "Orestes Ferrara: intelectual y aventurero de armas tomar", que Ferrara escribió más de cuarenta libros, se batió en catorce duelos a primera sangre, y triunfó en todos. El más sonado fue en el que retó al general Enrique Loynaz del Castillo, compañero de armas y padre de nuestra dulcísima Dulce María, "por discrepancias personales en el campo de batalla", dice Romana Gómez Santos en su biografía de Loynaz del Castillo.
Habiendo sido herido Loynaz en la cabeza por Orestes, ya terminado el duelo, cuando el italiano le dió la espalda para marcharse, Enrique se lanzó corriendo hacia él, arma en ristre y envuelto sangre gritando: “¡Lo que ningún español fue capaz de hacerme en combate, me lo hace este maldito italiano!”. Loynaz fue reducido a tiempo por los padrinos y llevado a un hospital.
Pero si algo tuvo que ver la vida de Ferrara con Martí, no fue el simple nexo que los unió a través de su esposa. Fue uno de los cuarenta libros que escribió, titulado “Martí y la Elocuencia”,
"Martí y la Elocuencia" es un volumen magnífico. El intelectual italiano hace gala de una admiración profunda por la vida y la obra del poeta independentista cubano, alabando su condición de orador fuera de serie. Resulta ser también una muestra sublime de humildad, fervor y amor incondicional de Orestes a la memoria de José, el hombre que le había dedicado unos versos a la mujer que ahora él amaba.
Porque si Don Orestes padeció alguna debilidad en su vida impecable de paladín, héroe militar, y hombre de espíritu seguro, resolutivo y práctico, fueron los absurdos celos "a posteriori" que le provocaron las tres estrofas escritas por Pepe a su mujer, siete años antes de que él la conociera.
Nunca llegó a aceptarlos como una simple muestra de cariño de un adulto a una niña, pero ni él ni María Luisa volvieron a tocar ese tema el resto de sus vidas. Se amaban demasiado para eso.

AMOR A UNA MUJER, 

CELOS DE UNAS  PALABRAS

Muchos años antes de conocer a La Niña María Luisa, en época de su exilio forzoso en Estados Unidos, Martí había vivido un idilio escondido en New York con Carmen Mijares, la madre de otra niña que dejó huella en su obra poética y su vida privada: María Mantilla, cuya paternidad suele atribuírsele, aunque nunca se ha confirmado de forma concluyente. Después de que su mujer Carmen Zayas-Bazán e Hidalgo, lo abandonara llevándose a su hijo José, el Ismaelillo, Pepe fue presa durante unos días de una fuerte depresión y no salía de la pensión de su amigo, casero y correligionario Manuel Mantilla, donde tenía una habitación de cuya limpieza se encargaba la esposa de Manuel, otra Carmen; Doña Carmen Mijares. 
José Martí con su amigo Manuel Mantilla y la esposa de este Carmen Mijares
Pepe cortejó a Carmen bajo el mismo techo en que vivían con Manuel, un hombre que lo admiraba tanto, que se tragó su dolor de marido cornudo y amigo engañado, pasando por alto aquel idilio que lo laceraba. Amaba a su mujer tanto como admiraba al carismático líder libertario, quizás hasta más, si hablamos en términos de entendimiento y comunión intelectual y satisfacciones espirituales libertarias. Eso mismo hizo Orestes Ferrara años más tarde, para convivir con los versos salidos de la pluma del Apóstol, dedicados a la mujer que él amaba y amaría hasta su muerte.
María Luisa y Orestes eran una de las más respetadas parejas de la diplomacia y la intelectualidad cubana, y todo un referente de honradez y principios, cuando llegó Fidel al poder en 1959. 
De Orestes recibiríamos todos los cubanos un legado histórico y arquitectónico valioso: el Museo Napoleónico de La Habana, que fuera la vivienda del matrimonio, cuyo estilo arquitectónico imita un palacio renacentista florentino del Siglo XVI, “pastiche” exquisito de los famosos arquitectos Govantes y Cabarrocas.
Orestes Ferrara regresó con María Luisa por última vez a Cuba en 1954, en plena dictadura de Batista, de quien fuera aliado y consejero en sus dos gobiernos, aunque se opondría a él en su proyecto del Canal Vía Cuba. Había sido embajador de Cuba en los Estados Unidos, diplomático “at large” en misión especial en España, Francia e Italia, y embajador de Cuba en la UNESCO. La Niña María Luisa y Orestes Ferrara fueron una pareja   inseparable de compañeros de viaje durante más de setenta años, hasta que él se fue primero. Jamás volvieron a Cuba, siempre en frontal discrepancia y rechazo al gobierno de Fidel Castro.
Se instalaron en Italia, y eligieron una habitación del Grand Hotel Plaza de Roma para establecer su hogar, hasta la muerte de Orestes en febrero de 1972, a los 96 años de edad.
En esa habitación matrimonial, frente a la cama donde María Luisa cerró los ojos de Orestes y lloró su partida, había una vieja foto de José Martí en un marco ovalado de majagua, colgada en la pared.
Qué grande fue el Apóstol, incluso para los más mundanas cosas.


FIN




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