Por Carlos Ferrera
Para el faranduleo parisino de los 60s, la noche pasaba invariablemente por el cabaret de Madeimoselle Trans de Le Bom-Bom, en el corazón de Montmartre.
Mademoiselle Trans era pianista, de Galicia y se llamaba Pedro Almanza. Se escapó de La Coruña huyendo del servicio militar, y vino a caer en París directamente en la cama de un marqués retirado, Capitán de Navío de la Marina de Guerra Francesa. Era un marinero de sangre azul que le sacaba treinta años, tantos como millones de francos dormían en su cuenta bancaria, y que se enamoró de él profundamente. Para demostrárselo, le regaló un palacete modernista en La Rue Lepic.
Y allí fijó Pedro su casa, justo cuando la precariedad de la posguerra empezaba a sumir en la indigencia a los parisinos pobres y a castigar más duramente a las clases medias. El marqués perdió todo su patrimonio en los casinos y se vino a vivir con Pedro y una exigua pensión gubernamental.
La casa de la Rue Lepic se salvó de terminar sobre un tapete verde, pero dejó de ser el retiro dorado de otros tiempos y se convirtió en carnicería, pastelería, bar, imprenta o galería de arte sucesivamente; negocios que emprendió y siempre dejó a medias el ex militar por culpa del alcohol y el juego. Pedro sufría como un mártir, pero tocaba el piano, troceaba costillas y horneaba croissants de forma casi entusiasta.
En el invierno de 1959, el marinero enfermó de cirrosis y murió en dos días. Pedro lo enterró en el cementerio de Montmartre, le hizo una misa en el Sacre Coeur y lo lloró un año entero, sin salir de su casa. Al cabo de 12 meses tiró toda su ropa negra al Sena y se fue a pedir empleo de friegaplatos en un hotel también del barrio: El Hotel Montmartre.
El gerente del Montmartre no lo puso a fregar, pero le ofreció un puesto de pianista suplente en su restaurante y Pedro aceptó encantado. No había llegado hasta allí por vanidad ni ambición, porque odiaba la idea de resignarse a vivir de tocar el piano como música de fondo de un comedor de hotel. Pero en cambio lo obsesionaba aprender a hacer los mejores cocteles de la zona, y en las bodegas del Hotel Motmartre se escondía el mejor barman de París, Claude Chebrand, CCH, el Rey del Coctel.
Para Pedro Almanza, llegar a Chebrand fue la misión, y conseguir que lo enseñara a dominar la hechura y el arte de la coctelería francesa, el objetivo. El fin de su sueño era abrir su propio negocio, uno diferente que recién nacía en la oferta nocturna parisina: El café concert.
En 1960 Pedro enterró definitivamente su pasado junto al recuerdo de su marqués, y abrió las puertas de Le Bom-Bom, un café-concert de ambiente trans con show de la casa y refinado estar, escondido en el corazón de Monmartre, donde se podía beber como en el Ritz y reír como en el peor de los serrallos de Saint-Denis. Pedro Almanza también se enterró a sí mismo, pero para renacer rutilante, enigmática y bella, como Madeimoselle Trans de Le Bom-Bom, una Maria Callas pelirroja con su show de transformismo musical.
En pocas semanas todas las mesas de Le Bom-Bom comenzaron a llenarse cada noche, y cada día aparecían en ellas más rótulos de “reservado”. Cada vez con más frecuencia el rótulo venía acompañado de un segundo aviso con los nombre de “Mdme. Edith Piaf “, “Mdme. Dalida” o “Monsieur Salvador Dalí”.
La Piaf lo frecuentaba con sus entonces teloneros, el cantante y compositor Pierre Roche, y su amigo “El Armenio”, dos artistas en ascenso y a punto de poner a sus pies, a Francia primero, y al mundo entero no mucho después.
El Armenio lo era solo de ascendencia. Sus padres lo bautizaron como Shahnourh Varinag Aznavourian, pero ya era conocido como Charles Aznavour. Aznavour hizo de Le Bom-Bom su sitio preferido para desaparecer del resto del mundo, y convirtió a Mademoiselle Trans en su amiga y consejera íntima. Allí se lo encontró Truffaut una madrugada de 1960 y se emborracharon tanto que al cineasta galo se le ocurrió rodar una película: “Matar al pianista”, como terminaba haciendo cada noche con el suyo una travesti del show de Le Bom-Bom.
No he encontrado fotos de la vida de Pedro Almanza como empresario de Le Bom-Bom, ni como Madeimoselle Trans, aunque sé que existen. Lo he visto en compañía de Picasso, Dalí, Edith Piaf, Sofia Loren o Dalidá, entre otras estrellangas que iba por allí a ponerse hasta arriba de everything. Pero con gran sorpresa sí he encontrado ayer por casualidad una sesión fotográfica de travestis del show de Le Bom-Bom en los tiempos de Mademoiselle Trans.
Qué no sabrían estas criaturas de tantas noches con Aznavour, con la Piaf, o con Dalí…
Que tremenda historia!
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