Parte II:
La CUP, el socio envenenado.
Por Carlos Ferrera
La izquierda radical en Cataluña fue una fuerza menor durante los primeros años de la democracia. Era la heredera ideológica del viejo anarquismo que murió con el último de aquellos románticos violentos, y desde su nacimiento en los 60s, se llamó Izquierda Independentista Catalana (Esquerra Independentista).
Surgía junto al Partit Socialista d'Alliberament Nacional (PSAN), un movimiento que no reconocía al ordenamiento político y jurídico de los Estados español y francés, y apoyaba la independencia de los llamados “Países Catalanes”: las actuales comunidades autónomas de Cataluña, la Comunidad Valenciana e Islas Baleares, una franja del territorio de Aragón fronteriza con Cataluña de habla catalana (Franja de Poniente) y la de Cataluña Norte (el Pirineo Oriental francés).
Aquella Esquerra Independentista se ha reinventado a lo largo de los últimos años. Hasta los 90 se habían hecho notar por intermedio de la organización armada Terra Lliure y el Moviment de Defensa de la Terra (MDT). Desde entonces, y con la posterior rendición y desaparición de ETA y otros grupos terroristas, aceptaron la inutilidad de la lucha armada en la Europa del siglo XXI, y articularon un movimiento presuntamente “democrático de liberación de masas” para acceder a las urnas a través de una nueva marca con una denominación de origen menos sospechosa: Candidatura d'Unitat Popular (CUP).
La CUP se hizo fuerte y casi lideró el procés junto a la derecha conservadora del PDeCAT de Puigdemont, en detrimento de la fuerza de izquierda con más poder de convocatoria que históricamente abanderó el republicanismo, el socialismo y el independentismo catalán: Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
ERC es un partido que existe desde 1931 en Cataluña, también presente en la Comunidad Valenciana (allí ERPV), en Baleares (Islas Baleares Esquerra Republicana) y en el Pirineo Oriental o la mal llamada Cataluña del Norte. En el pasado también tuvo concejales en las alcaldías de varios pueblos de la Franja de Aragón, un territorio aragonés donde se habla catalán. Ha dado a Cataluña políticos brillantes como Francesc Macià y Josep Tarradellas, y tuvo un papel crucial en las políticas española y catalana en la Segunda República, en la lucha antifranquista y en la Transición. Pero se ha desmarcado siempre de los partidos de izquierdas de corte socialista, marxista o sindical que no sean favorables a la independencia de Cataluña, por la vía pacífica.
Durante mucho tiempo, solo ERC y la derecha convergente pedían la independencia por defecto, como discurso único y mántrico, sin conseguir que su mensaje calara ni en el parlamento, ni en la calle. Entonces llegó el 11M con la revolución podemita, y la CUP abrió los ojos y echó a andar como un muñeco diabólico.
La Candidatura d'Unitat Popular (CUP) es un monstruo policéfalo de varios partidos de izquierda radical, sin otra cosa en común con la derecha de los herederos de Convergencia, que el odio frenopático a España y al PP.
Se presentó en su momento como un partido político de izquierdas defensor de la independencia de Cataluña, y decía tener carácter asambleario y ecologista, pero en el fondo -y en la superficie-, la CUP practica un republicanismo anticapitalista extremo, que defiende la salida de una hipotética Cataluña independiente de la Unión Europea y de la OTAN, y que apoya la nacionalización de la banca y “el poder en manos del pueblo”. Me sé esa canción desde niño, y odio sus acordes.
La CUP abandera la tesis del pannacionalismo romántico más heavy: la construcción política de los «Países Catalanes» al margen del Estado español. Es, en esencia, una organización extremista liderada por el ala más radical del “podemismo”, y ahora aliada de forma antinatural con una de las derechas más recalcitrantes y ásperas de España: la de los convergentes catalanes. Habría sido ingenuo esperar un parto feliz de esa inseminación contra natura.
La CUP no ha tenido reparos en montar un espectáculo impresentable en pleno duelo de los muertos del atentado de Las Ramblas, chantajeando al resto de los catalanes con la miserable amenaza de no participar en la manifestación de protesta contra el terrorismo, si asistía el rey. Hizo además una fea distinción entre víctimas extranjeras y catalanas, que espero que la gente recuerde cuando se acerque a votar.
La CUP es una muestra aberrante del peor de los nacionalismos xenófobos y excluyentes, que ya no disimulaba su objetivo: conseguir el poder cargándose a los dirigentes del PDeCAT y purgando a los que se le pusieran por delante de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), hasta hace poco sus propios socios de Gobierno.
Sus dirigentes son un híbrido peligroso entre el viejo anarquismo catalán y el caduco leninismo soviético, una bomba de tiempo que ha estado hasta ahora puesta bajo la cama en que consumaba su alianza antinatural con la derecha convergente del PDeCAT. A diferencia de éstos, no entienden la independencia de Cataluña como el fin último, sino como un trampolín para poner en marcha la revolución podemita más gore.
Simpatizan abiertamente con las dictaduras comunistas cubana, venezolana y china, apoyan a los movimientos antisistema del mundo entero y son partidarios del restablecimiento del servicio militar obligatorio para suplir al ejército en una futura Cataluña independiente. Es blanco y en botella, catalanes; no sé por qué no lo veis.
No me creo el disfraz romántico de nacionalismo con que se camufla el estalinismo catalán, que pretende instaurar un régimen totalitario de izquierdas en el lugar en que vivo. No.
Mientras termino esta crónica, me entero de que, ante la subida potencial de votantes de ERC, porque su líder Oriol Junqueras está en prisión y se ha desmarcado de la CUP, ésta ha decidido presentarse a las elecciones del próximo mes con Carles Riera como cabeza de lista. Riera ya estuvo en la lista de la CUP en 2015 y fue el número 11 de la lista por Barcelona. No obtuvo el escaño de entrada. Pertenece al ala más conservadora y dialogante de la formación, si es que existe, un activo valioso para la formación, porque de negociación van los tiempos que se avecinan.
Rechazo cualquier versión secesionista de Cataluña, pero aún más, una con dirigentes de este palo, y pondré todo mi esfuerzo en luchar contra ellos, porque conozco muy bien a sus maestros. Sé las consecuencias que su desgobierno y sus políticas destructivas trajeron a mi propia patria durante más de medio siglo. De allí salí huyendo hace 25 años para no vivir el final de una experiencia idéntica. Conozco ese plato y no me apetece repetir. Es comida envenenada.
Mata.
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