(El Proceso: Lo creo porque es absurdo)
Parte I: Carta abierta al tercio inconforme
Por Carlos Ferrera
Aviso a los navegantes independentistas catalanes susceptibles, de que este artículo no tiene vocación alguna de soflama españolista, -nada más lejos de mi folclore-, ni es un manifiesto partidista adherido a formación política alguna, porque a ninguna pertenezco.
Es la gravedad de los últimos acontecimientos ocurridos en Cataluña y mi condición de residente y contribuyente en Barcelona durante la mitad de mi vida, lo que me autoriza y emplaza a expresarme libremente sobre el “procés” independentista, aunque sea extranjero, y quizás, justamente por eso. Los que no hemos nacido aquí, también tenemos voz que alzar y voto que dar. O no dar.
Pero será inevitable que alguien se tome mi reflexión como un libelo anti independentista; lo asumo. Me asisten para hacerla pública los mismos derechos que compulsan a quienes, sin haberme consultado legalmente, convocaron a un referéndum ilegal que declararon vinculante, para después de forma irresponsable proclamar la independencia del lugar donde vivo y pago mis impuestos, del resto de España.
Un sentimiento no implica un derecho, menos aún el de una minoría instalada en una realidad paralela imaginaria. No puedo callar ante una vulneración tan burda y arbitraria de mi derecho a decidir. Los secesionistas se lo han pasado por el forro, junto a los derechos de esa mal llamada “mayoría silenciosa”, que hemos sido la audiencia pasiva del circo Rajoy-Puigdemont.
Ambos nos han tocado no solo las narices; sino la cartera y la convivencia en paz. Es difícil decidir quién merece la hostia mejor colocada, pero en justicia, Puigdemont y su banda se la ganan a pulso.
Para entendernos, llamaré a partir de ahora “tercio inconforme” a ese sector del censo electoral catalán que ha abrazado el independentismo como credo para siempre; los separatistas de base que quieren escindirse, sí o sí, aunque el mundo se acabe al día siguiente.
No os acomplejéis por ello, secesionistas; no pretendo minimizar vuestro número. No os llamo “tercio” como proporción matemática, sino en el sentido imperial y romano del término: “fracción de un ejército”. Pero tampoco es una cifra desencaminada, porque la población separatista irredenta en Cataluña, se estimaba en algo más de la tercera parte del censo electoral durante las tres primeras décadas de la democracia.
Hoy no se dispone de una cifra oficial porque la sociedad catalana nunca fue preguntada al respecto, pero, aún siendo partidarios de la independencia, los catalanes que la reclaman difieren sustancialmente entre ellos en cuanto al modo de conseguirla, lo que no los hace una masa electoral homogénea. El mapa de la secesión es pues, muy complejo, y sus cifras exactas, desconocidas.
Intentaré resumir para mis lectores profanos de América, muy por encima, el panorama político de Cataluña en los últimos años, porque Cataluña sigue siendo una gran desconocida del otro lado del charco:
Los comicios autonómicos del 2010 dieron como ganador -por última vez- a Convergència i Unió (CiU), una coalición bipartita de derechas que había mantenido en el poder a Jordi Pujol desde 1980 hasta 2003. Los conservadores catalanes coronaron a un nuevo rey, el Delfín y heredero del Honorable Pujol, Artur Mas.
Mas fue investido nuevo President de la Generalitat, y bajo su mandato en 2012 se produjo la mayor manifestación por la independencia de la historia de Cataluña.
Artur Mas convocó a elecciones, seguro de obtener la mayoría absoluta que le permitiría convocar un referéndum por la autodeterminación. Las ganó, pero a costa de que su formación perdiera 12 escaños. Aun así, consiguió llegar a un acuerdo de gobernabilidad con el verdadero triunfador, Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), segundo partido en escaños por primera vez en democracia. Mas amenazó entonces con un referéndum en 2014, que fue vetado por el propio Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
El 27 de septiembre de 2015 se celebraron nuevos comicios que el independentismo etiquetó como «plebiscitarios», sin serlo. Se produjo la ruptura y desintegración de CiU, Unió Democrática desapareció y Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) se alió con Esquerra Republicana en una coalición llamada “Junts pel Sí”, que ganó los comicios, pero sin mayoría absoluta. Ciutadans se posicionó como la primera fuerza de la oposición delante del PP y PSC, y la CUP se convirtió en una peligrosa alianza bisagra, y en llave de la gobernabilidad del nuevo Parlament.
El independentismo catalán salió crecido de esos comicios, porque entendió -o quiso entender- el triunfo electoral del nacionalismo como un SÍ implícito a la independencia, un debate que ya había perdido en los tribunales. Los independentistas olvidaban -o fingían olvidar-, que habían ganado el derecho a gobernar Cataluña, pero de ningún modo a escindirse de España, y menos por la vía rápida e ilegal de violar la Constitución.
Es innegable que el número de separatistas ha ido aumentando desde que La Generalitat dio por iniciado oficialmente “el procés”, aunque no tanto como para ser mayoría. De hecho, hoy no lo es, incluso tras la salida del armario a las calles de sus dos millones de adeptos; unos convencidos, otros engañados, y todos hartos. Pero no todos los secesionistas los son de conciencia, ni estarían dispuestos a convertirse en golpistas para conseguir su objetivo.
La más reciente estimación del número de independentistas catalanes hecha por la Generalitat a través de sus propias encuestas, utiliza los datos electorales de 2015 y hace la suma simple de los votos de los partidos independentistas que se presentaron en aquellos comicios. No es un registro fiable después de todos los vaivenes, alianzas, rupturas, fusiones, deserciones, trasvases y cambios de programa que han experimentado los partidos políticos catalanes desde la última vez que se convocaron elecciones.
Justo al cierre de este artículo, casi todas las formaciones separatistas importantes en Cataluña, habían decidido presentarse solas a la próxima cita con las urnas el 21-D. Eso cambiará el mapa del independentismo, y sin dudas menguará y fraccionará el voto de forma notable y favorable a otros partidos políticos no secesionistas.
La caótica gestión del “catalanazo” por parte del Gobierno central del PP, y los engañosos cantos de sirena de los dirigentes independentistas, dispararon el número de románticos de la secesión a récords históricos en los últimos meses. El pico máximo fue el referéndum ilegal del 1 de octubre de alrededor de dos millones de almas, poco más de un tercio del censo, pero menos de dos, (un 41% de los 5,3 millones de catalanes con voto) y apenas una fracción de los 46,5 millones de españoles que se quedaron pintados en la pared. Ellos también tenían algo que decir sobre la declaración de independencia de una región del país que también les pertenece.
Las cifras estimadas del secesionismo que dan las principales encuestas catalanas a fecha de concluir esta crónica, muestran una tendencia a la baja después de la estampida en masa de las sedes físicas de empresas de Cataluña, y del sainete europeo de Puigdemont.
Cada vez más catalanes con un patrimonio que cuidar, abandonan la lucha por la “libertad” al ver que pasa por que les toquen la butxaca (el bolsillo). La pela sigue siendo la pela, por encima de la Patria e incluso a pesar de ella, como lo fue en la era Pujol.
No está en mi ánimo mancillar el orgullo nacionalista de nadie. No tengo autoridad para juzgar, ni parámetros para medir sentimientos patrios que no puedo sentir, porque me son genética y sensorialmente ajenos.
Amo Cataluña, pero no es mi tierra natal, mi patriotismo sigue cautivo del sitio en que nací. No debo, ni quiero cuestionar el de los líderes políticos del país que me acoge con generosidad desde el día en que los gobernantes del mío -a los que algunos independentistas catalanes me recuerdan-, me hicieron abandonarlo por no pensar como ellos. Es un mal recuerdo que se me hace peligrosamente repetible, y que me niego a revivir.
Pero puedo expresar una opinión desprovista de pasión nacionalista, y de ese odio secular gratuito que se profesan España y Cataluña mutuamente. Puedo hacerlo sin ninguna ambición territorial y sin vanidad histórica, con el distanciamiento que proporciona el sentido común y el no pertenecer a ninguno de los dos sitios, algo que me permite poner en valor sus razones con cierta distancia. Esa es, a mi entender, la menos parcial de las posturas si se quiere analizar con objetividad la crisis entre Cataluña y el Estado español. Las euforias nacionalistas taponan el debate, porque lo plantean siempre desde la pasión.
No tengo tampoco palabras de complacencia para el otro bando, que ya vamos viendo por la Gürtel Party que realmente era una “banda”. El Gobierno de Mariano Rajoy ha demostrado una ineptitud clamorosa durante casi toda la crisis a la que nos arrastró en gran parte, su nula disposición al diálogo y su larga inacción ante la crecida secesionista. Su actuación desde el inicio del “procés”, dubitativa a veces, exagerada otras, y siempre desprolija, es tan criticable por defecto como por exceso de celo.
El tema merece ser tratado monográficamente, e intentaré hacerlo en el futuro, pero ahora debo romper una vieja promesa. Me veo obligado a incumplir la palabra que me di a mí mismo hace muchos años, de ignorar bajo cualquier circunstancia el asunto de la independencia catalana, por consideración y respeto a mis amigos íntimos que la defendían.
Ellos entonces ni soñaban con un “procés” como el que acaba de culminar, por cierto, del modo más triste y desconcertante en que puede acabar una lucha libertaria: con la declaración de una independencia "metafórica" y la huida hacia adelante de la mitad de su cúpula iluminada. Puigdemont y sus cinco consellers se han parapetado en un fantasioso y mediático exilio de cartón, intentando evadir a la justicia. La otra mitad del ejecutivo con el vicepresidente Oriol Junqueras a la cabeza, ya duerme bajo llave. Game over.
Entiendo que mis amigos independentistas estén decepcionados. Ellos apenas habían comenzado a empollar sus sentimientos patrióticos cuando yo llegué a este país a principios de los 90. Por entonces era desconocedor de gran parte de la historia de Cataluña, e ignoraba cómo y cuándo apareció y creció el nacionalismo por estas tierras. Ellos mismos se encargaron de explicármelo desde su perspectiva. Yo simplemente, les creí.
Mi primera pareja catalana se levantaba de madrugada a pegar pasquines independentistas en las calles de su natal Sant Joan Despí, con toda la premeditación y alevosía que le insuflaba su nacionalismo ultrasur. Yo le acompañaba en ocasiones, me divertía muchísimo y lo vivía como una aventura, imaginando que reeditaba las “misiones” de los valientes protagonistas de una serie de mi infancia titulada “Los Comandos del Silencio”. Y después de acudir al llamado nocturno de la Patria Catalana, regresábamos a casa a intercambiar fluidos, satisfechos de haber cumplido con el mandato de la República. Eran los revolucionarios días de 1995.
Yo estaba encantado con mi amante de la “resistencia” y por extensión, con sus aspiraciones libertarias, y hasta se me hizo habitual ir juntos a poner flores al Fossar de les Moreres, un monumento catalanista donde “no s'hi enterra cap traïdor” (no se entierra a ningún traidor) los tres 11 de septiembre que vivimos juntos. Amé también de inmediato a Valentí Almirall, a Pi i Margall, a Francesc Maciá, y a Josep Tarradellas, próceres y figuras prominentes del catalanismo; yo también creía entonces que la independencia era una ambición legítima del pueblo catalán.
Pero han pasado 25 años de eso. Ya sé muy bien donde vivo, y estoy mucho mejor informado de lo que ha ocurrido aquí en los últimos 500 años. He leído en un cuarto de siglo, literatura pro catalana y pro castellana impresa en papel, como para llenar barcos. Concluyo que se han dicho muchas mentiras de ambas partes, casi siempre los discursos carecen de rigor histórico y con frecuencia manipulan la realidad. Catalanes secesionistas y unionistas españoles están intoxicados por sus nacionalismos, e insisten en menospreciarse mutuamente.
Tengo ya una opinión formada sobre el secesionismo catalán que haré pública, siempre desde la humildad y con la voluntad implícita de rectificar mis puntos de vista, si alguno de ellos anda errado. Por eso agradeceré que mis lectores catalanes me corrijan cualquier imprecisión en la que incurra, en pro de hacer más veraz y objetivo este análisis.
Cuento ya con que seguramente discreparemos en los aspectos que considero rigurosamente inamovibles, pero no me preocupa ese debate. Sería solo uno más, de los muchos que tenéis entre vosotros mismos todos los días.
Me sigue pareciendo (muy) discutible reivindicar la independencia de una región perteneciente a un país que ya es libre, solo por poseer una cultura e identidad propias y una fatua independencia económica que tiene mucho de ficción. Hay decenas de regiones por toda la Eurozona, con mayor y más antigua tradición autonómica que Cataluña, que entran en esa clasificación y no tienen apetencias libertarias.
Vuestras peculiaridades ya os fueron reconocidas por el hecho diferencial que os distingue constitucionalmente desde 1979, y vuestras diferencias identitarias con respecto a otras regiones de España, se os han retribuido con competencias que ellas no tienen. Se llama “estatuto de autonomía” y es uno de los más flexos del mundo.
Sobre su cumplimiento o no por parte de Cataluña y del Estado español, hay un ácido y encarnizado debate que es el momento de retomar y resolver con urgencia, en cuanto acabe la euforia de la "libertad".
A vuestro mantra libertario hay que añadir la falsa creencia de haber sido independientes antes, en algún momento del siglo XVIII, en tiempos de Felipe V, y para el sector más reaccionario del secesionismo, quizás antes aún, en el XIV, con la instauración de las primeras Cortes Catalanas de 1513.
No fuisteis JAMÁS independientes en toda vuestra historia con toda seguridad, pero, ni siquiera siendo eso hipotéticamente cierto, os legitima para reclamar la autodeterminación en el siglo XXI.
Otras regiones españolas tienen también un poso cultural propio, e incluso una historia como reino soberano que no tenéis vosotros, -porque hasta en eso os “acompañó” la corona de Aragón-, pero tampoco reclaman la secesión.
Se me hace que, entre otras cosas, es cuestión de pasta. ¿Cuánto se os adeuda? ¿Pero, cuánto se os adeuda DE VERDAD?
El resto de los contribuyentes de este país estamos hartos de asistir durante años al baile de cifras entre el Gobierno y la Generalitat, de lo que Cataluña aporta, de lo que se le debe, de lo que adeuda y de lo que recibe. Los cómputos siempre favorecen a uno sobre el otro por cifras astronómicas de diferencia dependiendo de quién los haga.
Dejad de jugar al despiste.
Consensuad de una vez esos números, y cobrad o pagad si os toca, según lo que habéis firmado en 1979. O si no os cuadra, romped la baraja y proponed un nuevo estatuto de autonomía económicamente más justo. Pero dejad de jodernos al resto de los ciudadanos de esta comunidad, gastando NUESTRO DINERO en golpes de estado por cuenta propia, sin tener ni siquiera un policía que os regule el tráfico en Plaza Cataluña al día siguiente de vuestra independencia de papel. Como poco habéis sido ilusos, por no utilizar otra palabra más fuerte.
Habría sido más barato y menos pernicioso para la economía catalana y para su prestigio como región, que Puigdemont y su banda se hubieran encadenado al Banco de España, en vez de montar este sainete tan caro y peligroso, que nos está costado dinero, tiempo y malestar a todos.
¿Montásteis todo este circo para que el Mundo escuche vuestra voz? Fantástico, lo habéis conseguido, pero sacrificando la paz social y dando un zarpazo a la economía de Cataluña del que le costará recuperarse. Habéis sido más letales que el ataque terrorista del que fuimos víctimas hace nada. Olvidaos de la independencia; es algo a lo que nunca tuvisteis opción de optar. Os engañaron, aceptadlo y volved al mundo real para reconstruir lo que habéis destruido.
¿No es solo cuestión de dinero, sino de dignidad? Exigidla. Tenéis derecho a ser tratados con respeto como el resto de los españoles en democracia, mientras no violéis la ley.
Pero aplicadlo también como correctivo a vuestros sectores más ultras; a esa parte de ustedes que no esconde su deseo de reeditar en Cataluña las revoluciones populistas de Latinoamérica. Ellos enrarecen el clima, calientan los ánimos y fomentan la acritud y el desentendimiento dificultando el diálogo y complicando los acuerdos. La CUP es vuestro peor lastre.
¿Consideráis que España no os ha respetado sentimentalmente como nación? Hasta hace poco os daba cierta razón en eso. Hoy os digo que tampoco habéis hecho muchos méritos para merecer que se os ame con pasión.
Ninguna injusticia de España hacia Cataluña ha sido tan flagrante y antidemocrática, que merezca ser contestada sembrando el caos, como habéis hecho vosotros para declarar la independencia.
Algunos de mis amigos secesionistas han tentado ya varias veces mi paciencia, obnubilados por la quimera perversa de esa independencia. Reconozco que me he dejado arrastrar a alguna infructífera disputa en la que, -como en el choque dialéctico entre Rajoy y Puigdemont-, nadie ha salido ganando. Es una instantánea de lo que está ocurriendo hoy en todas partes de Cataluña.
El sueño libertario del President y su comparsa, resultó ser la pesadilla que imaginábamos desde el principio el resto de los que asistimos de público a esta farsa.
Pero solo jugar irresponsablemente con la idea separatista declarando una independencia, primero suspendida y luego metafórica, le está costando millones de euros diarios a Cataluña, y la fuga en masa de la sede social de 3000 de sus empresas, incluyendo a todas las del IBEX 35, entre otros estropicios no menores, como la disminución del consumo en un 20% y la subida de los precios en la misma medida.
El desafío de la secesión no ha sido un inocente juego infantil, sino un peligroso, temerario y costoso movimiento político hacia el caos, con cargo a las arcas de la región. Los dirigentes secesionistas han sido incapaces de capear sus efectos desde la ilegalidad, como era esperable. Habrá que sacar cuentas claras ahora, de lo que nos ha costado esta aventura al resto de los contribuyentes en términos de pasta pública. Alguien nos tiene que pagar los platos rotos.
Los que hasta ahora callamos y permanecimos sentados viendo la representación, por fin nos hemos levantado para ocupar nuestro sitio en la escena, que -aunque moleste al independentismo-, es bastante mayor que el que ocupan sus seguidores de base. Porque entre las filas secesionistas, hay muchos catalanes decepcionados con Rajoy y engañados por Puigdemont que jamás habrían apoyado la independencia de haber sabido sus efectos. Se añadieron al “tercio inconforme” en busca de un sueño engañoso que les pintaron al óleo como conseguible, sin poner en valor las señales de alerta que aparecían a cada paso anunciando el desastre. Casi nos precipitan al barranco. Irresponsables.
El sentimiento nacionalista mal entendido desactivó la capacidad de raciocinio en personas que eran normalmente brillantes. Muchos de mis amigos independentistas lo son, pero se han dejado arrastrar por una obsesiva deriva patriótica que los ha convertido casi en fronterizos cuando abordan el tema. Dejé de compartir sus ideales, pero hasta ahora podía respetarlos. Ya no puedo ni quiero hacerlo.
Me guardé mi opinión ante ellos durante años, porque considero la independencia como el más legítimo de los derechos humanos, que han de merecer, perseguir, y conseguir TODOS LOS PUEBLOS QUE NO SON LIBRES, es decir, los que tienen un estatus de colonia, están en peligro de limpieza étnica, o sometidos a regímenes genocidas .
El supuesto está descrito en la Carta de Derechos Humanos de la ONU, y, como se desprende, no se ajusta ni remotamente a Cataluña. No hace falta ser muy ilustrado para entenderlo: los catalanes no aplican a ser libres, entre otras cosas porque ya lo son, como el resto de los españoles.
Es vergonzante y triste escuchar a un catalán decir hoy que no es libre porque "vive oprimido bajo el yugo español”. Es no tener ni idea de lo que significa realmente la falta de libertad, y desconocer qué cosa es hoy Venezuela, Cuba, China o Corea del Norte. Es una falta de respeto estúpida a la gente que no es libre DE VERDAD, entendida la libertad como algo tan simple como coger un avión y marchar a otro país.
Incurrís en una contradicción flagrante cuando os definís como "un pueblo oprimido y sin libertad". Sin embargo al mismo tiempo viajáis EN MASA y sin problemas al extranjero a visitar a vuestro presidente PRÓFUGO DE LA JUSTICIA, en vuestros coches del año, con vuestros Iphons último modelo, vuestra prensa libre y vuestros partidos independentistas legales. Prostiuís la palabra LIBERTAD. O sois tontos o sois mentirosos.
He dejado de respetar vuestros absurdos ideales “libertarios”, porque entran en conflicto con los míos, que son los de esa mayoría silenciosa a la que una Cataluña independiente nos parece un salto al vacío sin red. Ya vivís en independencia y libertad desde hace 40 años, si bien hasta hoy este Gobierno y todos los anteriores, han desatendido la revisión de su discutible situación autonómica.
Pero el inmovilismo español ante el reclamo catalán, no es ni de lejos excusa para inventarse un país nuevo violando la ley. Los independentistas y el Gobierno no han escuchado nunca a quienes llevamos años pidiendo un diálogo constructivo que explore una nueva fórmula autonómica consensuada. Y he aquí que hemos llegado al punto en que esa es la única solución posible. Pero el precio que hemos pagado ha sido excesivo, gracias a vuestra equivocada idea de la libertad.
Al resto del mundo le sigue pareciendo absurdo -y lo es-, que Cataluña y España no hayan rubricado nunca antes un acuerdo para la implementación de un estado federal al estilo de los landers alemanes, o los cantones suizos. Vuestro estatuto autonómico supera en muchos aspectos a los de esas autonomías; solo hay que ponerlo en práctica.
Pero eso parece haber sido hasta ahora demasiado para la mentalidad casposa de la política española del PP. También lo ha sido para la fantasiosa claque independentista CUP-PDeCAT, ahora intoxicada de gravedad por la izquierda podemita, que es en gran parte la que nos ha llevado a donde estamos.
Es absurdo apelar a derechos históricos medievales para crear una nación moderna en el siglo XXI, reivindicando una Cataluña independiente por el simple hecho de haber creído serlo en el XIV o en el XVIII.
Suponiendo que lo hubieran sido, no tiene ningún sentido traspolar la situación de la "Cataluña" de entonces a la de hoy.
Eran otras y muy distintas las relaciones productivas, comerciales y políticas entre los territorios; Europa no existía ni como región, ni como instancia jurídica, ni como administración a la que rendir cuentas. Otros y diferentes eran también los intereses de los gobernantes, más entregados a concentrar poder a través de enlaces matrimoniales, -incluso a costa de la soberanía de sus dominios-, que a pensar en el bienestar de sus súbditos.
Eran tiempos totalmente distintos en cuanto a conexión física y política entre las regiones de un mismo territorio; la nobleza y la iglesia habían creado interesados -y a veces opuestos- poderes paralelos, y con frecuencia los pequeños señores feudales declaraban “minisoberanías” de baja intensidad, que se vanagloriaban de no rendir cuentas a ningún reinado.
En en otras palabras, ¿qué hacéis reivindicando la independencia de un país que NO EXISTÍA en 1714, criaturas? Aquello no era aún la Cataluña de hoy, y tardaría aún bastante tiempo en serlo.
No es posible construir una nueva nación en la Europa actual, con la mentalidad excluyente del secesionismo catalán de la Edad Media. La actual sociedad catalana, -como ha reconocido Artur Mas después del fracaso independentista- no está preparada para ser independiente, ni tiene que estarlo, porque no le corresponde serlo.
Suiza comenzó esa labor hace muchos años a través de sus instituciones y de una educación avanzada y completa que formara a sus ciudadanos en valores humanistas y de convivencia. Hoy disfrutan de una fuerte economía común, motor del desarrollo de la diversidad nacional de sus cantones, sin discriminar a nadie por su región de procedencia, su raza o su credo.
Suiza es una sociedad modélica, porque su población carcelaria es casi anecdótica. Los suizos no escupen en la calle, guardan en el bolsillo los envoltorios de los caramelos para tirarlos después, no levantan la voz en los sitios públicos, trabajan menos horas que nadie, pero son también los más productivos y puntuales. También garantizan la salud y la educación de todos los niños desde los primeros días de vida, y la de todos los ancianos hasta los últimos. Mantiene el desempleo en mínimos, no estigmatizan a los inmigrantes, garantizan el derecho y acceso a la vivienda y al trabajo, subsidian a sus enfermos, utilizan energías verdes y son capaces de devolver una cartera con dinero.
Son pequeños tips que indican realmente el nivel de desarrollo de una sociedad, más que un PIB fuerte. No se consiguen forzando a una población internamente fracturada y liderada por políticos inmaduros, a gestionar una incierta y peligrosa autodeterminación.
Las regiones suizas pobres, poco a poco han dejado de serlo, y las ricas han dejado de subvencionarlas al nivel de antes. Se llama Planificación de la Economía, algo que la mala administración, la corrupción y la mediocridad política, no han permitido que se aplique correctamente en España ni en Cataluña.
No hay modo de cosechar lo que nunca se ha sembrado.
España aún está lejos de poder gestionar Cataluña como si fuera un cantón suizo y a Cataluña la falta un trecho para serlo en su mentalidad, pero es un camino posible y alternativo a la independencia a mediano plazo, que a ambas partes conviene recorrer juntas. Probad. No hay una sola razón que justifique retroceder 50 años para empezar a ser cabeza de ratón, porque no creíais justo ser cola de león.
Emplazad al Gobierno a renegociar los derechos y atribuciones autonómicas que creéis que os merecéis, pero antes os tocará trabajar para cerrar la grieta social que habéis abierto, devolver a Cataluña a su antiguo esplendor y encarrilarla hacia el sitio hacia donde debe ir, que no es hacia donde iba antes del falso referéndum y tampoco hacia donde ha ido después.
Cataluña debe salir cuanto antes del 155, por cierto, aplicado en mi opinión, tarde y mal por Rajoy. Me cuesta entender que el independentismo se lleve las manos a la cabeza por su puesta en vigor, después de haber serruchado el país para quedarse con un pedazo. ¿Creíais que merecíais un diploma? El ARTÍCULO 155 existe en la constitución justo para aplicarse en un caso como este.
Cataluña debe recuperar su autonomía en todas las competencias que están ahora bajo el control de Madrid, y tomar el camino de un estado federal autonómico moderno y fuerte, que lidere el desarrollo del país, junto a las economías madrileña, vasca y balear, como ha sido siempre.
Debe hacerlo aportando su ayuda a las regiones que lo necesitan, y recibiendo del Estado un trato fiscal y presupuestario justo y en proporción a su contribución a las arcas comunes. Madrid y Cataluña tendrán que poner a secar el papel mojado en que quedó el Estatuto del 79, comprometerse a hacer realidad lo que se había acordado en él, o concertar acuerdos nuevos.
Hay que recuperar a ese millón de catalanes engañados por el secesionismo que no es separatista por convicción, y explicarles que volver a 1714 con la excusa endeble de que entonces Cataluña era independiente, no es solo un retroceso temporal absurdo, sino una idiotez histórica carísima.
¿Por qué, separatistas, intentáis extirpar el importante tejido muscular catalán del cuerpo de España, asumiendo que no hay una gota de plasma de Cataluña en sus venas?
No seáis necios; sois inseparables aunque no lo queráis, y lo seréis siempre. Los catalanes estáis biológica y vivencialmente hechos de España, igual que hay en España una parte de vosotros imposible de esconder. El Procés le dio la espalda a esta y otra realidades rotundas que han terminado saliendo a la luz y han puesto fin a esta locura.
No seréis del todo independientes hasta el día en que la última de las madres catalanas deje de amar a sus hijos madrileños. Podéis firmar todas las declaraciones de independencia que queráis, pero no podréis evitar que miles de abuelas castellanas sigan dando la vida por sus nietos catalanes, aunque de pronto y gracias a vosotros, estén obligados a vivir en países distintos.
Tampoco podréis evitar que mis vecinos, que son hermanos, se marchen juntos fuera de vuestra Cataluña independiente de vacaciones todos los veranos que les quedan por vivir, a ver a sus padres a Granada, aunque uno haya nacido en Reus y el otro en Valladolid. Ambos se sienten españoles y catalanes, porque sus padres -andaluz él y gallega ella- los trajeron de bebés a vivir a Barcelona. Por cierto, uno vota Ciutadan’s y otro PSC. Así de intrincado es el mapa de la Patria que queréis partir en dos, queridos. Y así de heterogénea y mestiza son las sociedades catalana y española. Han estado siglos retroalimentándose entre sí, y eso ya no lo podéis revertir.
¿Sois capaces de leer entre líneas, u os parece demasiado intrincado decodificar el complejo tejido de la Patria Catalana? ¿Seguís pensando que España no existe en vuestra esencia ni en vuestro ADN? Os habéis mezclado, os mezclaréis, y os estáis mezclando en este mismo instante en innumerables alcobas de Cataluña y España. Lo habéis hecho así durante siglos; ¿cómo se os ocurre que de pronto no tengáis nada que ver con el resto de los habitantes de este país, si vuestra historia está ligada a la de España?
No parece importaros que si la independencia se hubiera materializado, millones de familias catalanas habrían quedado fracturadas por vuestro delirio separatista, miles de catalanes se habrían convertido en extranjeros en su propia tierra, y millones de españoles del resto de España que aman Cataluña, de pronto serían considerados extraños en un país que, hasta ayer y durante siglos, también ha sido suyo. No way.
Es ingenuo pensar que Cataluña sería hoy lo que es, si no hubiera vivido 40 años bajo el paraguas democrático del Estado Español recibiendo los beneficios de Europa, como lo es que España niegue la importancia que ha tenido Cataluña en su propio desarrollo durante ese período. Ha sido un intercambio constante de beneficios, si bien no siempre justo.
Cataluña ha utilizado ininterrumpidamente la marca España para hacer sentir internacionalmente su presencia, y España se ha valido del desarrollo catalán para venderse como un país avanzado y moderno.
Cataluña y España están unidas por cosas que ni el dinero, ni la política, ni las leyes de los hombres podrán romper. Y parece de perogrullo, pero también están condenadas a entenderse. La escisión entre Barcelona y Madrid no se producirá mientras sigan vivos los vínculos sentimentales y humanos que los unen, que por invisibles, no son menos importantes.
Secesionistas, ¿habéis actuado hipócritamente cuando os echásteis a las calles de Cataluña, cada vez que ETA mató a un inocente en España? No creo que fuerais tan miserables; lo sentíais. ¿Por qué aceptasteis la ayuda desinteresada e inmediata que vuestro “colono español” puso a vuestra disposición cuando sufristeis el atentado de Hipercor? ¿Serían falsas las marchas de los españoles por toda la península para rechazar ese y todos los atentados que ha sufrido Cataluña? ¿Fue un numerito publicitario enviar a miles de voluntarios catalanes a limpiar petróleo a Galicia en tiempos del Prestige? ¿O fue una farsa la solidaridad demostrada por toda España ante el reciente atentado terrorista islámico en Las Ramblas? Ese día toda España era una a vuestro lado, ¿lo recordáis?
La gente no suele echarse a la calle para defender algo que no siente. En las desgracias, Cataluña siempre se ha considerado parte de España y España ha estado siempre junto a Cataluña. Y hablo de pueblos, no de gobernantes.
España entera vivió la euforia de la candidatura de Barcelona a los Juegos Olímpicos de 1992, como si cada español fuera catalán. Nadie me lo contó; lo vi. El Estado español y todos los españolitos de a pie, sin excepción, se tomaron la candidatura de la Ciutat Condal como si fuera del país. Toda España apoyó a Barcelona de todas las formas posibles antes, durante y después de su celebración de los Juegos. Es un hecho incontestable que resume la verdadera esencia de las relaciones entre ambas sociedades, hoy enfrentadas por nacionalismos pasados de moda y altamente nocivos para sus democracias.
Negociad, catalanes del tercio inconforme, que siempre habéis sido expertos en eso. Jordi Pujol, vuestro Honorable President, lo hacía de fábula, aunque ahora sabemos que también robaba de fábula. Negociad con la misma fuerza y determinación con la que intentasteis imponernos una independencia festinada y a la cañona, al resto de la nación. Hacedlo por el cauce constitucional y tendréis el apoyo del resto del país, al que por suerte para vosotros, continuáis perteneciendo.
Sois una sociedad trabajadora como pocas, y disponéis de un envidiable potencial intelectual, económico y científico que os hace casi invencibles. Podéis ser cabeza de león, tontines.
Y sin violar la Ley.
Muy bueno!
ResponderEliminarGracias Luis
EliminarCarlos me ha gustado. Efectivamente, muchos que somos catalanes (nacidos u adoptados) nos encontramos bastante confundidos. El procés se nos atraganta, sin embargo haré todo lo posible para que C's no gobierne en Catalunya. Nunca he sido Convergent, y JAMÁS podré entender la mentalidad casposa de C's.
EliminarHa salido tu comentario, debe tener algo que ver con tu configuración de Google
EliminarLo esperé por mucho rato, y está a una super altura. Es como si se empecinarán, los nuevos gobernantes del mundo, en el aprovechamiento del hartazgo del pueblo, para con palabras lindas e ideas locas dislocar todo. En México nos viene una batalla a muerte, nuevas elecciones presidenciales que pintan a victoria populista (le ronca salir huyendo para caer en lo mismo), la otra opción, es seguir montado en el mismo burro....
ResponderEliminarExcelente!! Como de costumbre!!
ResponderEliminarMuy completo, y como siempre, profundo. Hay un elemento del circo separatista que no elaboras mucho en tu artículo: las formas y modos --lo siento, no tengo otro epíteto:-- fascistas. La movilización (las marchas de antorchas me traen tres recuerdos: Nürnberg 1933; Charlesville 2017; Barcelona 2017). Los comité de defensa. El lavado de cerebros al descaro.
ResponderEliminarEl asunto es muy largo y complejo, ya era demasiado largo para extenderme en eso. Para los que vivimos aquí es algo que está implícito (el talante neo fascista)
EliminarGenial
ResponderEliminarPepe Carratala
Genial
ResponderEliminarPp Carratala
Lo máximo....
ResponderEliminarDuro, sustancioso, ilustrativo y apasionado. Escrito desde mucho amor y dolor, como corresponde. ¡Bravo, niño!
ResponderEliminarGracias mi hermanito....
EliminarAl fin alguien que me logra explicar ese maremagnum de forma entendible .
ResponderEliminarGracias por compartir tu intelecto
Fantastico Carlitos, espere tus comentarios a la vez que me abstuve de expresar alguna opinion sobre un tema que me es completamente ajeno. Enhorabuena, escrito con maestria inigualable. Me recordaste a Marti. Lucia Gonzalez, Ottawa
ResponderEliminargracias Lucy, contigo estoy siempre en sintonía
EliminarMuy bueno, Carlos, gracias. Una vez te pedí por privado tu opinión sobre el asunto, para enriquecerme, y me dijiste que tenías amigos en ambos bandos y que de momento no la darías. Pero me alegra mucho saber que no estoy lejos de tus sentimientos, aunque sí de tus conocimientos, por supuesto. Tengo otro amigo cubano, de Barcelona, que aunque trata de disimularlo, es de los catalanistas duros, increíblemente. Ahora tengo más armas para el debate con él.
ResponderEliminarJorge, si te sirve de algo, fue tu insistencia en preguntarme lo que me hizo reflexionar sobre esto. Gracias a ti, pues.
EliminarProbando probando.... Me escuchan Houston???
ResponderEliminarTe escucho Houstonsito
EliminarEsto me ha hecho agua mis ojos , me duele mucho porque amo a mi españa completa
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