sábado, 18 de noviembre de 2017

“LA GRAVEDAD ME LA SUDA” Santa Teresa de Jesús

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Santa Teresa de Ávila


“Y un mágico poder me absorbía dentro de una dimensión desconocida mientras oraba; entonces miré hacia abajo… y flotaba”
Teresa de Cepeda y Ahumada

Hace unos días amenacé con diletar un poco sobre las levitaciones místicas de Santa Teresa de Jesús, nacida Teresa de Cepeda y Ahumada, en Gotarrendura (o en Ávila) el 28 de marzo de 1515, y muerta en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.
Teresa de Jesús es conocida también como Teresa de Ávila, fundadora de las Carmelitas Descalzas, figura cumbre de la Mística Experimental y Mega Star del Cristianismo del siglo XVI. Porque Teresa hizo de la levitación un arte tan espectacular como rentable.
Dice el Larousse que la levitación es “el efecto por el que un cuerpo u objeto se halla en suspensión estable en el espacio, sin mediación de otro que lo sustente”. Básicamente es flotar en el aire, una cosa muy cool. Tanto, que desde el siglo VII ya fue considerada por la Iglesia como un “Signum Dei”, (Signo de Dios). Saber o poder levitar podía decidir un ascenso en la jerarquía eclesiástica, o la beatificación y canonización de un santo en un tribunal teológico. Obviamente el que levitaba, ya tenía el cielo ganado.
En el siglo XX los teólogos empezaron a recelar de esa “gracia divina”, al manifestarse también como un síntoma de posesión demoníaca, sembrando la duda razonable de que quizás se estaban beatificando brujas por error. Tanto así, que en 1950 para curarse en salud, el Papa Pío XII decidió eliminar la levitación de la lista de Signum Dei, y poner en cuarentena los numerosos casos de supuestas levitaciones místicas que solicitaban beatificación.
Pero durante toda la historia anterior de la Cristiandad, la levitación siempre estuvo muy bien vista, y Santa Teresa de Jesús fue seguramente la levitante con más caché de cuanto ser humano, místico o no, haya desafiado la Ley de la Gravedad, con o contra su voluntad.
«Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza, sólo te dejas, y el cuerpo sube sin ayuda».
Así explicaba en 1581 Santa Teresa de Jesús a las religiosas del Convento de Carmelitas Descalzas de Medina del Campo, la naturaleza de sus éxtasis levitatorios. Morirá un año después sin recordar exactamente el número de veces que se despegó del suelo en pleno delirio místico. La religiosa había recorrido toda la geografía española en su afán de “estar en todas partes” para extender por el mundo el amor a Dios.
Teresa descubre que es capaz de flotar en el aire 16 años antes, el 29 de marzo de 1565, en el convento de su orden en Siena, al día siguiente de su cumpleaños número 50.
“Estaba yo en mi celda entregada a la oración, –cuenta ella misma en una de sus pocas cartas a su familia–, y pidiendo al Señor por Juan (San Juan de la Cruz) como cada noche hago sin faltar, cuando sentí que un mágico poder me absorbía dentro de una dimensión desconocida mientras oraba, quitando todo peso de mí; y entonces… flotaba. Fue horrible, pero liberador”.
Hay que considerar que Juan de la Cruz era 27 años más joven que Teresa, y feote de cara pero con un cuerpo espectacular, si se hace caso a sus biógrafos. Y era objeto del amor más fuerte que haya sentido jamás una religiosa por un hombre vivo. Teresa estuvo enamorada de Juan como una perra toda su vida.
Las Levitaciones de Teresa tenían un gran componente erótico provocado por este enamoramiento irracional, con frecuencia acompañado de una fuerte actividad psicosexual “que se traducía en quejidos y gritos de gozo mientras levitaba”, según el historiador James Leuba. Marie Bonaparte, reconocida biógrafa de la Santa, afirma que: “Las delicias de las que hablaba, suponían siempre cierto grado de actividad de los órganos sexuales”. Teresa levitando era un show, como quiera que se mire.
Conoció a Juan de la Cruz en Medina del Campo, cuando fue a fundar allí una nueva sede de sus Carmelitas. Desde el minuto uno quedó emocionalmente muerta con él, y tardó sólo una mañana en convencerlo de abrazar su causa, su orden y seguramente su cuerpo.
Ahí empezó el mal rollo entre ella y los Carmelitas Descalzos, que mostraron siempre una gran hostilidad hacia Juan. Pero el futuro santo llegó a fundar junto a Teresa un gran número de conventos, mientras ella perfeccionaba su arte de levitar.
En 1572 en el Convento de la Encarnación de Ávila, Juan de la Cruz contempla en persona por primera vez una levitación de Teresa y se desmaya. Al despertar, Teresa lo ha nombrado Vicario Confesor de sus monjas carmelitas, y lo retiene allí hasta finales de 1577, obligándolo a presenciar sus éxtasis, “aunque él no quisiera”, según escribe en su diario una de las novicias de la Orden. Lo cierto es que Teresa intentaba acostumbrar a Juan a sus Levitaciones, como punto de partida para instruirlo en ese arte, y finalmente consigue que el religioso sea capaz de levitar como ella.
Mientras tanto se recrudecen las luchas de poder entre Carmelitas Descalzos y Calzados. Teresa se deprime y se vuelve irascible. Durante este período levita sin parar. “Estoy a levitación por semana; no es cómodo pero me calma”, le escribe en cierta ocasión a su amiga y confidente la Priora de Sevilla.
Pero el Capítulo General de Los Carmelitas se harta del circo de Teresa y envía un visitador de la Orden, cierra los conventos que ha fundado y ordena la detención e ingreso de “La Mística del Aire” en el Convento de Medina del Campo.
Es allí donde verdaderamente la santa perfecciona su peculiar forma de comunicarse con Dios. De los diez centímetros que subió en su primera levitación en Siena, Teresa ya rebasa los 25 y es casi imposible mantenerla pegada al suelo. Además, sus levitaciones comienzan a ser más duraderas. Experimenta varias entre 1566 y 1570, dos de ellas muy curiosas; la primera en el Refectorium del Convento de Toledo durante un Silencio. En esa ocasión se levanta un palmo del suelo delante del Prior de Toledo, que sufre un infarto al verla flotar frente a él.
La propia Teresa describe esa levitación en el Libro de su Vida: «Fue entonces cuando quería resistir, que desde debajo de los pies me levantaban fuerzas tan grandes, que no sé cómo ni con qué compararlas (…) Y confieso que un gran temor me hizo, al principio, grandísimo; porque verme así levantar mi cuerpo de la tierra, que aunque el espíritu se regocija, y es con gran suavidad, una no se resiste, no se pierde el sentido; al menos, yo estaba de manera en mí, que podía entender que era llevada, y me gustaba sentir tal sensación. Felizmente nuestro Prior no murió, y a Dios lo agradezco.»


En pocas palabras, aunque lo negaba, a Teresa le encantaba levitar.


Sin embargo, después de 1570 sus Levitaciones se hacen más frecuentes e incómodas, y ella intenta evitarlas en público. Comienza a ofrecer resistencia cada vez que siente que va a despegarse del suelo, se agarra de cualquier mueble o persona que esté a su lado y ruega encarecidamente a sus hermanas que la sujeten. Llega a escribirle al Obispo de Pamplona en carta anunciando su visita, “Sería menester colocarme una cuerda corta que se pueda atar a tierra con algún peso o mecanismo para que yo pudiera permanecer en mi sitio”. Ya en esta época se alza pie y medio de tierra, y puede levitar por espacio de media hora.
Durante las Levitaciones de Santa Teresa, los presentes debían guardar silencio y abstenerse de emitir sonidos, gritos o expresiones de asombro o admiración. Cualquier ruido podía sacarla de su éxtasis, y entonces caía al suelo como una piedra. Caía de pronto y sin avisar, y así se fracturó los dos brazos y los dedos de las manos y los pies, y se rompió la cabeza tres veces. Finalmente, y para evitar una tragedia mayor, sus hermanas de fe le confeccionaron un saco relleno de paja y trapos, una suerte de “airbag” que amortiguaba la caída, caso de que la levitación durara lo suficiente como para ir a buscarlo y ponérselo debajo. El saco viajaba en el equipaje de la Santa durante sus largos viajes fundacionales de la Orden.
El clímax de los “Levitatorios” del siglo XVI, fue sin dudas la Doble Levitación de Santa Teresa junto a San Juan de la Cruz en el Carmelo de Ávila, un espectáculo equivalente al último concierto de los Beatles o a un opening de la Superbowl. Los asistentes pudieron ver a los dos místicos más famosos del mundo en estado de éxtasis, suspendidos en el espacio durante una hora.
El Obispo de Segovia detalla en sus memorias; “La levitación fue tan larga que nuestras tripas sonaban, y hubo que traer refrigerios para los presentes, que comimos sin despegar los ojos de ellos, de puro estupor”.
Teresa de pronto intuye que en sus Levitaciones hay una fuente de ingresos interesante para su Orden. Comienza a canjear prebendas por levitar a domicilio, y exige pagos en dinero o género a las órdenes que solicitan su presencia aérea. A finales de 1571 ya había levitado en 23 conventos fuera del suyo, y tenía casi cerrada una levitación a tres bandas en La Almudena de Madrid, con Juan de la Cruz y su amiga Sor María de San José, Priora de Sevilla, también levitante. El espectáculo se malogra por la repentina enfermedad y muerte de la Priora, pero aun así Teresa reúne pasta suficiente como para fundar 16 conventos en 20 años.
Puede considerarse a Santa Teresa la precursora de los “bolos” del mundo del espectáculo, una suerte de Beyoncé del Cristianismo.
A partir de 1573 las Levitaciones de Santa Teresa vienen acompañadas de Locuciones o Hablas con Cristo. Aunque algunas veces conversaba con la Virgen, y con un gran número de santos y difuntos, Cristo fue su interlocutor preferido en la mayoría de sus conversaciones, gran parte de las cuales se producían mientras flotaba.
Las Levitaciones no eran tan frecuentes como las Visiones, los Éxtasis y las Locuciones, pero Teresa no deseaba experimentarlas más. “Supliqué mucho al Señor que no quisiese ya darme más mercedes que tuviesen muestras exteriores, porque yo estaba cansada ya de andar en tanto vuelo en el aire, que como merced se me daba, pero un gran temor me hizo verme así levantar mi cuerpo de la tierra una vez y otra, sin yo poder bajar de allí por mis pies”. Y añade: “Debo pedir y pido perdón a quienes tengo cerca cuando asciendo. Me dicen que a veces, mientras vuelo, me viene cierta urgencia del cuerpo que humedece mis ropas y a quienes me rodean”.
Lo que están pensando: Santa Teresa se meaba cuando levitaba, y mojaba a todo el que estaba cerca. Se debía a que durante ciertos estados de éxtasis, las glándulas suprarrenales segregan un tipo de enzima que produce una sustancia con propiedades opiáceas, de la familia de la mezcalina y el peyote. Este químico natural es el que provoca el éxtasis, y también la incontinencia urinaria como daño colateral. Me da cosa imaginar a qué debía oler esta mujer cuando venía de levitar en temporada alta.
Aunque la mayor parte de las Levitaciones se manifestaban cuando Teresa se encontraba orando sentada o agachada en el suelo, alguna vez levitó de pie. Le ocurrió en una misa en la Catedral de Zaragoza en el momento de recibir la comunión de manos del Obispo de la localidad, que se las vio negras para meterle la hostia en la boca.
Teresa sufría un desorden mental severo agudizado por el voto de castidad y el sentido del pecado que implica la promesa contranatura de no fornicar. Se enfrentó a la Inquisición en varias ocasiones acusada de brujería, una de ellas por culpa de Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, que le exigió entrar como religiosa en el Convento de Las Carmelitas de Pastrana. Pero la princesa seguía un estilo de vida poco ejemplar, así que Teresa envió a sus monjas al convento de Segovia, dejando sola en el de Pastrana a la despechada Ana, que la denunció al Tribunal Inquisitorial: “Es bruja, la he visto despegarse muchas veces del suelo, y nada tiraba de ella desde arriba”, detalla en su delación la noble resabiada. Santa Teresa tiene que volver a defenderse ante el Tribunal de la Inquisición en 1575, acusada de enseñar “cosas de alumbrados” a sus pupilas.
En septiembre de 1582, Teresa de Jesús regresa de Burgos al Monasterio de Alba de Tormes agotada y muy enferma. Sufre dolencias cardiacas severas y una nueva parálisis que la inhabilita para levitar. La Duquesa de Alba cuida de ella hasta sus últimos minutos de vida. «En fin, muero hija de la Iglesia», dijo Santa Teresa, “La Mística del Aire”, antes de fallecer en los brazos de la noble. Era el 4 de octubre de 1582 del calendario Juliano, que pasó a ser el 15 en el Gregoriano.
Fue sepultada a las 24 horas allí mismo en el Monasterio de la Anunciación de Alba de Tormes, con muchas precauciones para evitar el robo de su cuerpo. A los nueve meses se abrió el ataúd para exhumar sus restos, y el cuerpo estaba incorrupto, aunque la ropa se había podrido completamente. El padre Jerónimo Gracián procedió a cumplir con el ritual carmelita de amputarle una mano, que entregó a las Carmelitas de Ávila, pero sin el dedo meñique, que se quedó para él en pago de su servicios.
En noviembre de 1585, tres años después de su muerte, los Carmelitas Descalzos exhuman el cuerpo todavía incorrupto de Santa Teresa y lo envían a Ávila. Está todo excepto un brazo, que se queda en Alba de Tormes para compensar la pérdida del resto de la reliquia. La operación enfurece a sus amigos los Duques de Alba, que presionan al Papa Sixto V para recuperar el resto del cuerpo. Sixto V accede a las presiones y ordena la devolución de la Santa a Alba de Tormes.
Lo que queda de su cuerpo sigue hoy incorrupto y se encuentra cerrado bajo nueve llaves en una capilla de la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes, en sendos relicarios; el brazo izquierdo, el pie izquierdo y el corazón de la Santa. El pie derecho y la mandíbula superior están en Roma, un dedo en París y otro en San Lúcar de Barrameda, la mano izquierda en Lisboa, y el ojo izquierdo en poder de Las Carmelitas de Ronda, junto a su archifamosa Mano Derecha Incorrupta, que tras la Guerra Civil fue a parar a otras manos tristemente célebres, las de Francisco Franco. El dictador la llevó consigo como un talismán hasta su muerte, y se hizo construir un altarcito en su dormitorio del Palacio del Pardo para venerarla a solas.
Al final Santa Teresa, La Mística del Aire, había cumplido su deseo más ferviente; estar en todas partes a la vez.



(Del libro en preparación "Mis grandes heroínas")





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1 comentario:

  1. Todos los días me digo: mañana voy a hacer ésto o aquello ...! Y nah aquí estoy como todos los días volviendo a leerte. Eres el culpable de que se amontone “mi quehacer” jajaaa, pero el más genial del mundo mundial! Espero y deseo estés bien! Ya casi es 22! Ponte un abrazo ASÍ DE GRANDE!

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