sábado, 18 de noviembre de 2017

JEAN-JACQUES LEQUEU, EL ARQUITECTO PORNÓGRAFO

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Me encontré por primera vez con Jean-Jacques Lequeu (1751-1825) en las páginas de un viejo libro de arquitectura neoclásica francesa, en la Biblioteca Nacional de Cuba. Acababa de entrar en la Facultad y tenía esa inquietud insana de los novatos por saberlo “todo y rápido” sobre la profesión y sus exponentes más brillantes.
El libro era un ejemplar único de “La Crítica Arquitectónica” de Maurice Belèrt, pegado con scotch y repleto de marcas de bolígrafo y apuntes al margen que no me dejaron sacar de la biblioteca, pero que devoré al instante. Hice una foto con mi cámara rusa de un edificio con forma de elefante que aun debo conservar en La Habana, y que me dejó una necesidad morbosa de saber más sobre ese hombre que ansiaba cambiarse de sexo y que se retrataba cada año a sí mismo, para tener referencias de su propio envejecimiento. 
Entonces Internet no era ni siquiera un sueño, y no podía saber que 20 años después caerían en mis manos, web mediante, dos grandes libros sobre arquitectura francesa que le hacían justicia al viejo zorro: “Jean-Jacques Lequeu: Un enigma arquitectónico” de Philippe Duboy y “La Arquitectura Parlante” de Francoise Demenet, donde Lequeu resurgía en todo su esplendor de lunático outsider, anticlerical provocador y pornógrafo irreverente.
Creo sin ninguna duda, que muy pocos arquitectos merecen tanto un biopic en el cine como este hombre, nacido pobre en un suburbio de Rouen, hijo de ebanista y lavandera, que se fue a París con un boceto de su primer proyecto inconcluso, "La Casa de Baños de Rouen", un sueño que, como casi todos los suyos, (excepto dos) jamás llegó a construirse.
Pero con aquellos planos dibujados a medias, el joven Lequeu consiguió una beca en París en 1779. Allí conoce al famoso arquitecto de la época, Soufflot ya anciano, que lo introduce en lo más cool de la arquitectura del momento. Con Soufflot diseña sin firmar sus primeras obras para salvaguardar su prestigio, e incluso su vida, porque se metió en problemas con la justicia al ser acusado de trata de blancas y traficante de opio. Un primor de hombre.
Se arruinó varias veces, trabajó de funcionario, albañil y portero de colegio, y se dice que fue uno de los pocos “Monsieurs” conocidos en los burdeles parisinos pre-revolucionarios, históricamente regentados por Madames. Porque Lequeu, la arquitectura y el sexo estuvieron unidos prácticamente hasta su muerte.
Junto a los arquitectos Etienne-Louis Boullée y Claude-Nicholas Ledoux, Lequeu creó la “arquitectura parlante”, un movimiento basado en el principio de que todos los edificios deben anunciar con su aspecto el uso al que están destinados. Lo que ocurría con Lequeu es que tal uso era casi siempre descabellado e irrealizable.
Lequeu es el rey del desfase, el pintoresquismo y las alucinaciones arquitectónicas. Introducía en sus proyectos asimetrías incomprensibles, referencias históricas absurdas, y elementos decorativos de diferentes épocas y geografías, en una suerte de eclecticismo aberrante cuyo ingrediente principal era casi siempre algún tema sexual.
Sus dibujos denotan más un llamado a la sublevación y a la insurrección, germen de la Revolución Francesa. Se cuenta que mientras María Antonieta era decapitada, Lequeu montaba una orgía en su casa de la Rue de Marsella para celebrar el evento, y tomaba apuntes mientras observaba detenidamente los detalles de los órganos sexuales de sus invitados.
La iglesia lo consideraba apóstata y perverso, y para la burguesía era chabacano y vulgar, pero lo cierto es que Jacques era un excelente dibujante, muy versado en la perspectiva y el dibujo lineal, un proyectista prolífico y un gran retratista, como demuestran sus autorretratos que han llegado a nuestros días.
En la Francia post Revolución, Lequeu produce algunos de los diseños arquitectónicos más imaginativos, mezclando sin pudor el gótico con los códigos egipcios, griegos y asiáticos.
Amigo personal del Marqués de Sade, a pesar de que su principal ocupación (e inclinación) fue la arquitectura, a Jean Jacques Lequeu se le recuerda en París por su propia “Gioconda”, el retrato en aguafuerte de una monja cuya modelo fue su amante

La imagen se titula “Y nosotras también seremos madres porque...”, y la monja retratada completa la frase con un gesto provocador. Lequeu grabó este aguafuerte llamando a la emancipación de las monjas en los días previos a la Revolución Francesa, cuando descubrió en el erotismo cierta utilidad social anti-aristocrática.
Pero echar mano de la pornografía para atacar la iconografía cristiana no era igual que hacerlo contra los valores burgueses. Lequeu da la impresión de atenerse a esa regla al violar en su grabado el seno nutricio de la Virgen María. Y aun así, aunque sólo parece tener una lectura anti-clerical, hay algo de inquietante en esa arrogancia con que un pezón se insinúa por encima del corsé, y el rostro impertérrito de su dueña. La perversión.
Lequeu era un arquitecto neoclásico, y el neoclasicismo es la simetría, la pureza de las líneas, el respeto a las proporciones, los colores tenues, el orden espacial y las geometrías armónicas. Pero la obra de Lequeu era todo lo contrario. Quizás por eso su colega y amigo Serafini definió su obra como “Arquitectura Pornográfica”, porque se inspiraba en los dibujos anatómicos que solía garabatear despreocupadamente en los márgenes de los planos de sus proyectos; genitales de aséptica objetividad, parejas copulando en posiciones imposibles y asombrosas escenas de onanismo, muy fuertes para la época.
Como he dicho antes, de las decenas de edificios que diseñó Lequeu, sólo dos llegaron a hacerse realidad y tras grandes contratiempos con la autoridad urbanística de su ciudad natal. Ambos aun se alzan en Rouen y son conocidos por las “folies” de Lequeu.
Sorprende que esos desvíos nacidos de su imaginación calenturienta tengan una equilibrada y justificada presencia en sus plantas y alzadas, y también en sus retratos. La forma uterina de sus cúpulas y los palacios y obeliscos con forma de pene, responden a los ideales armoniosos del neoclasicismo. También la expresión de su "monja del pezón” es equilibrada y simétrica, sin el más mínimo rastro de erotismo en su mirada.
En Lequeu la perversión, el capricho y lo gratuito se dan en el interior de un conjunto perfectamente ordenado y armonioso, signos inequívocos de la inutilidad del conjunto. Es decir, signos inequívocos del arte.
En palabras del propio Ledoux, el otro gran pionero de la “arquitectura parlante”, Lequeu fue un “perro verde” que "llevó demasiado lejos la intrepidez de sus maestros hasta quedar relegado a nota a pie de página en las historiografías de la época". 
Lequeu encarna como nadie el espíritu de la transición del neoclasicismo menos conformista hasta lo que sería luego el pintoresquismo romántico más desmelenado y soez, proponiendo una renovación conceptual del valor de “lo histórico”.
Si para los arquitectos clásicos, lo ancestral simbolizaba templanza, mesura de valores y un orden de equilibrio platónico del canon grecolatino, los extravagantes diseños de Lequeu pusieron en valor la sorpresa, el desconcierto y el impacto sensorial como caracteres fundamentales de una arquitectura “patchwork”.
Nadie como él mezcló con tanta frivolidad tan diferentes estilos históricos incomposibles, las asimetrías incontroladas, la monumentalidad gratuita, y las referencias pornográficas, zoomórficas y esotéricas.
Lamentablemente, la herencia artística de Lequeu sólo se limita a sus dos edificios y a sus fabulosos dibujos, hoy guardados en la Biblioteca de París. Según sus biógrafos, Lequeu vivió bajo la sombra intelectual de Boullée, un creador venerado en su tiempo y cuyo papel de “visionario oficial del régimen” no fue capaz de usurpar. Trabajó como funcionario burócrata para el gobierno francés, en lo que imaginamos un ensimismado personaje kafkiano cuya mente no dejaba de especular en el tedio de su oscura oficina de París.
Aficionado al travestismo y al opio, y erotómano compulsivo, sus numerosos y minuciosos estudios gráficos de vaginas son tan recordados como sus propuestas arquitectónicas. Terminó sus días viviendo en un burdel y sin alcanzar el reconocimiento que luego obtendría de los expresionistas y surrealistas, que vieron en su trabajo una fuente de inspiración fresca y moderna para el tipo de investigaciones simbólicas que florecieron durante las vanguardias. El dadaísmo y el surrealismo mamaron de su obra, y Dalí lo consideraba su musa.
“La singularidad de Lequeu deriva de su imprecisable lugar en la historia de la arquitectura” dice Boullée, “sus desvíos formales eran demasiado arriesgados para el canon neoclásico, pero no lo suficientemente acrisolados como para poder ser considerado con rigor un ecléctico. Definió su propio espacio intelectual en tierra de nadie, conjugando ensoñaciones orientalistas con tratados de construcción florentina, la elegancia estática del monumento renacentista con la explicitud erótica de su contemporáneo y amigo Marqués de Sade, los discursos trascendentalistas de la metafísica platónica con placeres mundanos a base de pubis, pezones y novicias lascivas. La Historia como faro moral nostálgico, y como fuente libérrima de sugerencias formales para la imaginación. Por tanto un hereje, un pagano, al que incluso algunos atribuyen el papel de precursor del “mal gusto”, concepto burgués donde los haya”.
Insisto en que se trata de un personaje muy cinematográfico: el tipo de genio que se siente llamado desde la cuna a convertirse en leyenda, pero que termina devorado por la lenta e implacable lógica de su tiempo. Además de sus maravillosos dibujos, quedan para la historia su aura indómita y su capacidad para comprender los desafíos más urgentes de su época, que atacó con espontaneidad y valentía, por más que sus trabajos nos parezcan meritorios únicamente por lo que tienen de estrafalarios. Muchos como él saltaron sin red y acabaron estrellándose, pero las preguntas que le inquietaban probablemente hoy empiezan a encontrar sus respuestas.
¿Algún amigo se atreve a rodar un filme sobre la vida de Jean Jacques Lequeu? 
Me ofrezco a escribir.




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