Por Carlos Ferrera
Querida Hortensia:
Seguro a casi nadie le dice nada tu nombre de abuela cariñosa y afable, aunque todos los cubanos que ya tenemos una edad, recordamos tus ojos risueños y tu sonrisa dulce.
Pronto cumplirás 87 años, pero durante casi 20, fuiste la alegría infantil de las tardes cubanas para los niños de allí, gracias a la magia de la televisión. Eras la amiga fiel de alguien que los infantes adorábamos, y muchos nos hicimos adultos al abrigo de tu voz cristalina y suave, asistiendo cada tarde de jueves a tu encuentro con él.
Y él te necesitaba como el agua. Eras imprescindible para insuflarle vida. Lo humanizabas tanto que podíamos sentirlo como si fuera un niño de verdad.
Pero era solo un títere.
Querida Hortensia Soto, mi linda, dulce y buena “Estrellita”, te recuerdo reacia a las entrevistas cuando los artistas mataban por aparecer en los medios. Eras una mujer modesta y discreta, dos cualidades infrecuentes en cualquier entorno artístico del mundo.
Naciste siendo Hortensia Migdalia Soto Acosta, en la habanera Bauta, el 8 de agosto de 1930. De adolescente tomaste clases de artes dramáticas con Armando Zapata, de baile, con Gloria País, y de canto, con Josefina Morell. Llevabas ya a una artista dentro sin saberlo.
En marzo de 1947, cuando cursabas el tercer año de la Escuela Normal de maestros, tu destino parecía definido como docente. Pero tu vida cambió el rumbo al descubrir en el periódico “Hoy” una convocatoria para formar a “damitas jóvenes” para la programación de la Mil Diez, La Emisora del Pueblo. Y te presentaste.
Allí tuviste como profesores a dramaturgos y actores de prestigio indiscutible como Paco Alfonso, Alfredo Perojo, Ricardo Dantés, Manuel Estanillo, Amador Domínguez y Enrique Alzugaray.
Desde tu prueba de actuación, adoptaste el nombre artístico de Estrella Palacio, anulando tu identidad real.
Debutaste como actriz en enero de 1948, con la radionovela La sombra de Caín, de Mirta Aguirre, y Las aventuras de Trucutú, en la emisora 1010, con un elenco de lujo: Paco Alfonso, Alfredo Perojo, Maruja García y Amador Domínguez. Ambos programas habituales los narró el locutor Manuel Ortega, con quien te casaste en 1951.
Quizás tu matrimonio con Ortega es lo único que no me gustó de tu vida, pero nadie escoge de quién se enamora. Ambos estaban en las antípodas ideológicas y él se convirtió en acólito del régimen. Tú sufriste en silencio, pero no lo dejaste hasta su muerte, porque lo amabas.
También sé que Manolo siempre te apoyó en tu trabajo, y que le gustaba tanto que fueras maestra como que trabajaras en televisión. Quería verte siempre sonreír. Lo querías, a pesar de no comprender su postura política. Qué complicados son los caminos del amor, querida Hortensia.
La Mil Diez, refugio de artistas comunistas, fue clausurada a los 14 meses de tu llegada con solo dieciséis años. Entonces regresaste al magisterio y ganaste una oposición para dar clases en un aula donde permaneciste hasta tu jubilación, décadas después.
El triunfo de la revolución, en enero de 1959, la televisión comercial devino pública y controlada por el estado comunista. Entonces retornaste a la radiodifusión y debutaste en la televisión conjugando el ejercicio del magisterio y la actuación.
Entre los formatos mediáticos para formar al malogrado “hombre nuevo” y orientados a los niños adolescentes, surgieron las Teleclases.
Las primeras Teleclases de la enseñanza primaria se realizaron entre 1960 y 1961, un proyecto dirigido por el publicista y profesor Raúl Gutiérrez Serrano, y asesorado por la pedagoga Dulce María Escalona. Colaboraban Ramón Albo, Carlos Valdés Garcita y tú, que comenzaste a impartir clases televisadas.
La primera fue de Matemáticas para 6to grado. En la supuesta aula, tras un ensayo básico y casi como un juego, tus alumnos reales se representaron a ellos mismos en una clase transmitida en vivo; desde los estudios del Canal 2, radicados en las calles 23 y P, en El Vedado habanero.
Este formato te brindó la oportunidad de enseñar de otra manera a los infantes de Cuba, mientras realizabas una actuación muy especial.
Pero la comunicación estaba latente en ti. Tú no lo sabías, pero sería una parte importante de tu vida que escribirías más tarde en letras de oro para la historia de nuestra televisión, junto a un títere.
Ya te llamabas artísticamente Estrella, pero no estaba en tus planes convertirte en Estrellita. Nunca habías hecho nada como animadora. Te considerabas solo una maestra de primaria. ¡Pero qué maestra!
Y Mirta Muñiz, la entonces Directora de Programación del Canal 6, detectó tu habilidad natural para comunicarte con los niños y te llamó para que fueras la animadora de un programa que entonces se llamaba “Pionero Cubano”, junto a un peculiar compañero y amigo hecho de plástico y tela.
Siempre dejabas claro que tu amigo, al que llamabas simplemente así, “Amigo”, llevaba dentro el alma de dos personas más además de la tuya.
Una era la mujer que le regaló una voz que apenas se diferenciaba de la suya propia, y sin embargo pocos niños la reconocían de pequeños; Consuelo Vidal.
Después, eventualmente y según estuvieras tú de la garganta, otras artistas le prestaron a Amigo sus cuerdas vocales; Aurora Basnuevo y Ana Nora Calaza, entre otras fugaces sustituciones. También a ti te sustituyeron la locutora Dinorah del Real y la actriz Blanquita Contreras cuando te ibas de vacaciones. Pero ese mes te extrañábamos horrores; nosotros sabíamos que esa no era Estrellita.
Amigo era Consuelito Vidal, la única voz y el corazón del títere. Y también lo era Ulises García, director de aquel espacio infantil y el primero de muchos titiriteros que hicieron durante dos décadas que Amigo pudiera moverse para abrazarte, reír o llorar. Después, de Amigo se hizo cargo la actriz y titiritera Carucha Camejo.
Pero Ulises, fue el primero que manipuló las complejas funciones de Amigo para que pudiera transitar de la conversación a la canción, y de la canción al baile. Y aunque a Amigo lo accionaron varias manos, Ulises fue el que le dio la vida a finales de 1961, cuando se empezó a ensayar la primera entrega vespertina de “Amigo y sus Amiguitos”.
Así los niños cubanos te recibimos en casa, Estrellita, siempre junto a Amigo, en enero de 1962.
Fue la primera salida al aire en vivo de ese hermoso programa que la desidia revolucionaria hizo desaparecer en octubre de 1980.
Los libretos los escribía una grande de las letras del audiovisual patrio: Celia Torriente. Y de la música se encargaba otra grande, amiga de mi familia; la discreta y talentosa Enriqueta Almanza, una maestra del pentagrama.
Los cinco lograban el milagro de que un muñeco cobrara vida y se metiera cada jueves a las seis de la tarde en las salas de nuestras casas, a contarnos mil historias que siempre terminaban bien.
Así aprendimos lo elemental sobre la amistad, la bondad y el amor filial, porque la maldad y el rencor se quedaban siempre castigados en un rincón de los libretos de Celia, como ejemplos nefastos de lo que no debe hacer ni sentir un niño bueno. Amigo era un programa didáctico como pocos, gracias a ustedes cinco.
Me acuerdo de tus caras al contarnos a tus niños “de la radio” cuando ya éramos hombres, tu disgusto al tener que aceptar a un Amigo vestido de uniforme escolar y con pañoleta blanquiazul, “porque todos los niños de Cuba son pioneros”, como te dijeron los comisarios políticos del Partido Comunista.
Entonces el programa se llamaba “Pionero Cubano” y enseñaba a hacer nudos marineros, fogatas y otras técnicas de acampada para los pioneros. Te dijeron que preparaban a los niños para ser independientes. Pero tú sabías que era para separarlos de sus padres. Las becas en el campo estaban emergiendo de la retorcida mente de Agapito.
Poco después el espacio comenzó a funcionar, cambió su tónica y comenzó a llamarse “Amigo y sus amiguitos”. Nos confesabas que “te costó trabajo”. Creías que no podrías hacer algo así, que no tenías “madera” de artista porque las cámaras te ponían nerviosa. Y quisiste abandonar.
Pero Mirta te abordó por lo sensible. Te dijo que ibas a continuar siendo maestra, no solo de los niños de tu escuela de El Vedado, sino de todos los niños de todo tu país. Era una oportunidad única para una educadora que amara su profesión.
Y tú lo eras.
Entre Mirta y tu hija Hortensita, que era muy pequeña pero inteligente, te convencieron de no dejar “Amigo y sus Amiguitos”. Y todos los niños cubanos ganamos con tu decisión. Tu secreto para triunfar, fue justamente que no dejaste de ser nunca una maestra, y no una animadora de televisión al uso. No había ni una gota de divismo en ti, pero fuiste la diva de los niños. Mi primera diva televisiva.
También Celia Torriente tuvo mucho que ver. Era una escritora de gran oficio que enseguida reparó en que, si no se acercaba a tu forma de decir, era muy difícil que tú pudieras aprenderte sus libretos y decirlos con naturalidad. Celia te conocía y escribía de modo que te resultaba fácil. Tenía mucho que ver con la empatía que había entre las dos.
En 1963, surgió “Tía tata cuenta cuentos”, un proyecto que Celia Torriente simultaneó con “Amigo y sus amiguitos” durante muchos años.
El dueto Estrellita – Amigo fue inolvidable para varias generaciones de cubanos que durante casi dos décadas asistieron a la mágica relación entre una mujer y un títere.
Al recurso expresivo de la pareja conductora-títere, se sumaron otros como las dramatizaciones de cuentos clásicos, las leyendas de otros países y las adaptaciones de cuentos originales de Celia Torriente.
Las canciones compuestas por la propia guionista, las cantaba Consuelo Vidal y las musicalizaba Enriqueta Almanza. Ahí quedaron “Barquito de papel”, “Los tamales de Cachita”, “La vaca egoísta”, “El río San Fernando”, “El son de los niños” o el “Panzón de los pequeños”.
Entonces, la mayoría de los actores y actrices de primer nivel, que provenían de la televisión comercial, consideraban los programas para niños como un arte menor. Y entre los primeros que barrieron con esta percepción estaban Gina Cabrera, Carmen Pujols, Consuelo Vidal, Nilda Collado, Raúl Xiqués y tú.
En estos años fundacionales, los programas para niños redimensionaron a la actuación y otras disciplinas del arte.
A Consuelito la conocías desde mucho antes de trabajar juntas y eran buenas amigas. Se respetaban mucho entre sí. Tú sabías que ante cualquier contingencia (como que a ti se te olvidara el guion) ella salvaría la situación. Sucedió alguna vez.
Y otras, por otras cuestiones de trabajo, Consuelo no podía estar presente en el programa y entonces le grababan algunas palabras y frases sueltas con las que tú debías sostener una conversación, porque siempre te negaste a grabar los programas; preferías el directo. Ahí no podías equivocarte, porque hubiera sido terrible que le preguntaras algo a Amigo que no se correspondiera con las frases previamente grabadas por Consuelo. Pero eso nunca llegó a suceder, porque Amigo te enseñó a improvisar.
Contabas que una vez Consuelo entró tarde al estudio cuando ya empezaba la presentación de Amigo, y alguien le alcanzó un libreto de la semana siguiente. Cuando dijiste tu primera frase, ella te respondió con otra fuera del guion. Giraste la cabeza asustada en su dirección, que estaba sentada frente a ti fuera de cámaras. Pero Consuelo conocía como nadie su oficio, ya se había dado cuenta de su error y estaba arreglando la situación. No pasó nada.
Cuando terminó Amigo y sus Amiguitos, muchas personas se sorprendieron de que la voz de Amigo fuera Consuelito; a pesar de que ella casi no cambiaba la suya propia para interpretarlo, no la identificaban.
Desde entonces fuiste para nosotros La Estrellita de Amigo. Consuelito y tú hicieron un pacto con Ulises y la dirección del Canal 6: Solo serían para los niños “Amigo” y “Estrellita”, por eso no había créditos para ustedes en el programa. Por eso a ti, querida Hortensia, salvo los que te tuvimos cerca, nadie más te conocía por tu nombre. Eras simplemente Estrellita, nuestra buena y dulce Estrellita.
Casi nadie supo, Hortensia que trabajaste durante 15 años sin cobrar en ese programa. Lo hacías gratis, como voluntariado. Hasta eso te debe la revolución. Hay que ser una gran persona para trabajar sin cobrar en un programa exitoso durante dos décadas y negarte a ser acreditada en él, solo por salvaguardar la magia para los niños.
El programa desapareció un “buen día, y Amigo que ya era para ti una personita entrañable, se fue a vivir a un cajón de atrezo de un almacén del ICRT por orden del Partido. Te entristeció profundamente enterarte de que Amigo se iba del aire en el instante en que hacías el último programa. Enriqueta le contó a mi madre que aquel día lloraste como una niña, pero los niños no supimos realmente qué pasó.
Y es que otra persona importante para ti también se fue tras Amigo: Cuando culminó el programa, Celia Torriente se suicida. Tú lamentas su pérdida de manera especial, porque era Celia la que inventaba tus palabras. Y era tu amiga íntima.
Siempre te sentiste más profesora que artista, pero Amigo te enseñó que los maestros deben tener también algo de arte en las venas. Le hablabas a Amigo como les hablabas a tus alumnos. Es posible que tu éxito fuera también obra del amor. Adorabas a los niños.
Tengo que contarte que de pronto un día el último Amigo (se hicieron muchos “Amigos” iguales a lo largo de dos décadas) desapareció del cajón donde dormía su muerte artística. Estaba maltratado por el tiempo y tenía sus ropas rotas y la pintura de su carita descascarada. Pero tengo el gusto de decirte que reapareció restaurado y vivo en Madrid, en el hogar de alguien que lo amaba como tú, y que falleció en junio de 2009: Ulises García. También sé dónde vive hoy Amigo, aunque no puedo decírtelo. Pero está en buenas manos, esperando el día en que Cuba vuelva a ser de los cubanos, quizás para regresar a entretener a nuevos niños.
Con la muerte artística de Amigo concluyó tu trabajo no remunerado y voluntario en TV, pero tu vida profesional continuó su curso en las aulas. Te mantuviste durante casi 40 años más en una escuela. Trabajaste dieciséis años con niños de preescolar, quinto y sexto grado y veintitrés años más enseñando idioma español a jóvenes de 42 países diferentes que venían a estudiar a nuestras universidades.
Hoy, querida Hortensia, eres una de las pocas fundadoras de aquella televisión que nos hizo soñar cuando éramos pequeños, pero nunca te han dado el lugar de honor que mereces, quizás porque nunca fuiste de diva ni de estrella, solo maestra.
Pero para mí seguirás siendo siempre mi gran estrella de la tele; Estrellita, nuestra linda, dulce y buena Estrellita.
Honrar, honra.
ResponderEliminarMuy nerecido homenaje.
RIGHT!
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