martes, 16 de abril de 2019

UN VELOCÍPEDO AÉREO PARA JOSÉ MARTÍ

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Revisitando el caso Comas

Por Carlos Ferrera

«Tenemos que elegir un punto solitario para las pruebas, que deberán hacerse sin testigos…»
Arturo Comas Pons a José Martí


Desempolvo una curiosidad que publiqué hace ya una década, y espero que sepan perdonarme mis lectores de la vieja guardia.
Viene al hilo de una de las leyendas mambisas menos manoseadas de nuestro guerreo en la manigua, y es la anécdota que escogería, si me pidieran una sobre nuestras luchas libertarias, para hacer una película hermosa. No es exactamente una “leyenda”; es un hecho real con algunos detalles no aclarados que, de acreditarse, cambiarían algunas cosas en la Historia de Cuba. 
En 2010, hice un poco de Google y otro de biblioteca, y publiqué un resumen de lo que se conocía hasta entonces sobre el tema. Pero tengo nuevos lectores que quizás no estén al tanto, y también algunos datos que añadir a aquel suceso extraño. 
Los pongo en antecedentes.

LAS RAREZAS POSTALES DEL POETA

El epistolario martiano es extenso y diverso en contenido e interlocutores. Martí mantenía correspondencia con mucha gente distinta, y no siempre sobre asuntos políticos, estratégicos, o familiares. Él mismo se arrancaba a escribirle a un amigo, solo para contarle sus emociones durante la visita que había hecho esa mañana al Museo de Historia Natural de New York. Igual intercambiaba pareceres por carta con su amiga Blanca Baralt, sobre las prendas del ajuar de su boda, o hacía largas consultas sobre cuestiones editoriales a su gran amigo el escritor y asistente personal de Céspedes, Fernando Figueredo Socarrás. Martí había sido su huésped cuando llegó a Tampa, y Figueredo sería el editor de sus notas biográficas de guerra, tras su muerte.
En sus últimos años de exilio, Pepe ya era una figura pública reconocida, no solo en Cuba y entre los exiliados, sino para muchos anónimos fanáticos de sus letras y de su pensamiento en todo el continente. De ellos también solía recibir con frecuencia elogios por vía postal, que eventualmente contestaba.
Pero mi interés no estaba puesto en la correspondencia amable del Poeta, sino en las cartas que intercambió con sus enemigos, dentro del Partido Revolucionario Cubano en el exilio, y luego en la manigua, durante el poco tiempo que pudo estar allí.
Martí era objeto de ataques despiadados de la Corona española en los periódicos, pero de vez en cuando recibía también algún dardo de figuras de la revolución, mediante el correo. Era un blanco fácil para los que envidiaban su talento o cuestionaban su liderazgo, que a veces no podían escapar a la tentación soberbia de escribirle personalmente, con manifiesta agresividad, como hicieron Enrique Collazo o Antonio Zambrana. Martí entonces, casi siempre respondía, y de forma excepcionalmente brillante.

Pero como ocurre a menudo, buscando una cosa, suele encontrarse otra, y entre los interlocutores postales de Martí, uno llamó especialmente mi atención. 



Gonzalode Quesada y Miranda
Su nombre apareció publicado en Cuba por primera vez en la Revista Orbe. Era una reseña de Gonzalo de Quesada y Miranda, hijo de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, amigo y albacea de José Martí, y periodista prestigioso. 
De Quesada recordaba a sus lectores, quién había sido Don Arturo Comas Pons.

UNA CARTA EXTRAÑA

Hasta donde se sabe, Arturo Comas le mandó una sola carta a Martí, pero tan rara que es imposible pasarla por alto. Le proponía crear una fuerza aérea mambisa, con velocípedos voladores.
La carta en cuestión, fue enviada desde Bejucal, al Jefe de la Revolución en New York, el 25 de marzo de 1893. La transcribo:

“Señor José Martí, New York:
 Muy señor mío:
     Con motivo de haber inventado un aparato que bien pudiera llamarse un velocípedo aéreo, y que en miniatura me ha dado los más brillantes resultados, creo mi deber dedicarlo antes que a nadie, a mi Patria, por lo que me dirijo a usted para que si tiene a bien ayudarme en las pruebas que en mayor escala necesito hacer, para hacerlo aplicable a los usos de la guerra. El aparatico hecho por mí es movido por la cuerda de un reloj, funciona admirablemente, a pesar de su construcción defectuosa; se mueve en todas direcciones y vence cualquier corriente de aire.
     Mi objeto es hacerlo en condiciones en que pueda moverse por la fuerza del hombre o por la electricidad. Su costo, incluyendo mi viaje y el de mi esposa a quien no puedo abandonar aquí, y nuestros gastos particulares que serán reducidos, lo calculo en diez mil pesos, dado que tenemos que hacer todas las piezas nuevas y algunas repetidas veces, si no el aparato entero, que puede quedar defectuoso por cualquier incidente, y dado también que tenemos que elegir un punto solitario para las pruebas que deberán hacerse sin testigos, cualquiera que estos sean. Puede asaltar a usted la desconfianza y en este caso usted y yo trataremos.
     Las ventajas que puede reportarnos el velocípedo aéreo no creo que se oculten a su perspicacia, toda vez que con media docena de ellos se pueden arrojar en medio de la noche una lluvia de bombas sobre una agrupación militar o campamento, sin ser vistos y sobre todo con el pánico que ocasionaría una cosa oculta y desconocida.
     No enviaré plano alguno, por no tener patente y dejo a mi sola dirección la construcción de todas las piezas. En caso de aceptar esta oferta, que tanto nos elevaría, espero guardará la más absoluta reserva sobre este asunto.
     Y sin más,
B.S.M. (besa su mano)
Arturo Comas,
S/C Armas 41, Bejucal, mayo 25/93 


Carta de Arturo Comas a José Martí
¿“Besa su mano”? Dejo para el debate –y la opinión docta de mi amigo Mike, especialista en Protocolo y Ceremonial–, el uso de este cumplido entre caballeros cubanos de finales del siglo XIX.

Lo importante de la carta, –además de lo sorprendente de su contenido– es que prueba que diez años antes de que los hermanos Orville y Wilbur Wright, diseñaran un prototipo de artefacto aéreo y consiguieran realizar el primer vuelo humano en aeroplano, ya lo habían hecho en Bejucal.
En la villa pionera del ferrocarril cubano, un señor había ideado un aparato similar con fines bélicos en 1893. Además, había construido un modelo en miniatura, y lo había puesto en consideración del hombre más importante de Cuba.
Al leer la misiva de Comas por primera vez, me parecieron las palabras de un científico loco, buscando a un memo que le financiara una invención disparatada. Pero Comas estaba lejos de estar loco, y su idea no era exactamente un disparate. El hecho ocurrió, sin dudas; la carta se conserva intacta, y se tiene total certeza de su autenticidad, igual que de los croquis que Comas hizo de su invento.
Seis meses más tarde, el inventor recibe contestación de los Estados Unidos. 
Le responde Félix Iznaga, secretario de José Martí en Nueva York y miembro de la Junta Revolucionaria Cubana. Félix pertenecía al acaudalado clan de los Iznaga de Trinidad, y al morir el Apóstol se incorporó a la guerra en 1896 desembarcando con una expedición por Varadero, pero murió poco después de paludismo en la Ciénaga de Zapata.
En su respuesta a Comas, Iznaga agradecía la oferta del bejucaleño en nombre de la Junta, -no de José Martí, curioso-, pero la declinaba, aduciendo que los limitados fondos de que disponía la revolución, estaban destinados a la compra de rifles y municiones. Además, el de Comas era un proyecto costoso, porque solo era efectivo si se construían varias máquinas, y eso multiplicaba el gasto en acero y aluminio. Iznaga concluía su carta:
“No será posible desviar los escasos recursos de la Revolución para costear una investigación a largo plazo y sin la certeza de poder aplicar el invento en la cercana Guerra de Independencia”.
No se tiene ninguna referencia de que Martí llegara a leer la carta de Comas, ni de que le respondiera personalmente, lo que no significa que esto no ocurriera. En mi opinión, creo que de haberla recibido y tenido tiempo, probablemente le habría contestado, porque le apasionaba el tema.
El Apóstol era un seguidor casi fanático de las “nuevas tecnologías” del siglo XIX, admiraba a Julio Verne, que entonces medraba con sus historias futuristas, y tenía en gran estima lo que llamaban “literatura fantástica”. Martí seguía con atención los avances científicos y los nuevos inventos que se ponían en práctica en Europa después de la Revolución Industrial, a los que incluso llegó a dedicar crónicas periodísticas. Hasta en sus pocos minutos de ocio, el Poeta garabateaba bocetos de “máquinas extrañas”, que se conservan entre sus dibujos a plumilla.
En cualquier caso, Iznaga no se estaba haciendo el loco con la plata. La Junta andaba realmente muy escasa de fondos en 1893 y ni siquiera tendría los suficientes para relanzar la guerra en Cuba hasta dos años después. Una empresa aérea tan arriesgada, era imposible de llevar a cabo, sin la certeza de poder ponerla en práctica en situación de combate, y que además, funcionara.
Sobre el supuesto silencio de Martí, -caso de haber estado al corriente-, cabe una hipótesis. Pepe había doblado sus tareas en el Partido Revolucionario Cubano con respecto al año anterior. Viajaba mucho fuera de Brooklyn, pronunciaba discursos y recaudaba fondos para la contienda. Entre el 93 y el 94, recorrió varios países de América y ciudades de los Estados Unidos coordinando a los principales jefes de la guerra, y al mismo tiempo escribía para dos o tres publicaciones norteamericanas y extranjeras.
Carmen Zayas-Bazán, Carmen Miyares y José Martí
En lo sentimental, su vida era un caos, aunque debe reconocerse que era responsable de gran parte de él. Mantenía una crispada relación postal con la madre de su hijo, Carmen Zayas-Bazán, -aunque ya no la amaba-, y continuaba su idilio peligroso con Carmen Miyares, mujer de su casero, correligionario y amigo. 
María Mantilla y José Martí
A finales de 1892 corren incómodos rumores capciosos sobre él, entre sus enemigos de exilio en New York, reviviendo viejas suspicacias que le achacaban la paternidad de la ya crecida María Mantilla. Pero sobre todo el Poeta sufría la larga ausencia de su hijo, ya adolescente, sabiéndolo infeliz en la lejana Puerto Príncipe con su madre, porque sabía que ambos padecían la humillación y el maltrato de la familia de Carmen. 
En 1893, Martí tenía motivos suficientes como para cortarse las venas. 
Parecía muy poco probable que encontrara tiempo para responderle a un loco fantasioso, que le pedía 10.000 cañas adelantadas por construirle un velocípedo volador. Pero yo quedé fascinado con este personaje tan extraño y pintoresco, que imaginé lunático, como los inventores ingleses victorianos, y tan naif como los locos pioneros franceses del aire.
¿Quién era este Julio Verne de Mayabeque, que se atrevió a proponerle al cubano más grande, que le financiara esta fantasía voladora?
Con la pregunta en mente, dejé la red y me fui a la Biblioteca de Barcelona, a rastrear en la literatura de papel. Tienen allí una colección microfilmada muy completa de la prensa cubana de todas las épocas.

ARTURO COMAS, 
PIONERO DEL AIRE


Para cualquier ciudadano de Bejucal que se precie, el nombre de Arturo Comas no tiene misterio; nació sabiendo quién fue. Pero para el resto de nosotros, depende de la información o interés que se haya tenido en las cosas triviales de la Patria, por eso vale la pena, hacernos un tráiler de su vida intensa.
Arturo Comas Pons
Arturo Norberto Amancio Comas Pons, nació en Bejucal el 5 de junio de 1865, pero no siendo “hijo de una familia de clase media”, como desinforma el libelo digital comunista Ecured. 
Cuando Comas llegó al mundo, su madre todavía era una guajira analfabeta de un caserío de Artemisa, y su padre un inmigrante español, labriego de oficio y sin estudios, que se los dio después a él trabajando en el campo.
En su edad adulta, y gracias a la constancia de su progenitor, Arturo Comas y su familia se mudaron a una casona muy cerca del Liceo de Bejucal, en la calle Armas No. 43, “lo que evidencia que tenía una situación desahogada económicamente por el lugar del inmueble”, dice el articulista Jorge Wejebe Cobo en su trabajo “Un avión para los mambises”.
Arturo creció con el don de la curiosidad y la inquietud de la investigación, fue un niño despierto y un excelente estudiante. Aunque de mayor se hizo ingeniero agrónomo, desde joven ya fantaseaba con una idea que era entonces también la obsesión de la ciencia: conseguir que el hombre pudiera volar.
Comas también sintió desde muy pronto el dolor de la Patria, y en cuanto tuvo edad, se integró a los grupos independentistas de la zona que luchaban contra España. Convirtió su casa de la calle Armas en reducto de conspiradores, y pasó a apoyar activamente a los rebeldes del monte de todas las formas que le fue posible, junto a sus amigos, los patriotas y hermanos tabaqueros Hidalgo-Gato de Santiago de las Vegas.
Eduardo Hidalgo-Gato 
Pero el ideal de Comas era contribuir a la causa independentista, creando un artefacto aéreo tripulado para uso de los mambises en la guerra. Y aunque lo parezca, no era ocioso ni frívolo el hombre, dando cabida a ideas tan extrañas.
Mientras rumiaba su invento y antes de cumplir los 30, Arturo Comas ya había fundado el diario local “El Bejucaleño”, la primera publicación insurgente de la región. Por el camino inventó  nuevos modelos de armamento, introdujo mejoras mecánicas en rifles, cañones y pistolas, y asesoró a los rebeldes en cuestiones pirotécnicas. También hizo importantes aportes a su profesión, –la agronomía–, investigando por vez primera en Cuba los campos magnéticos de los árboles, e inventando varios tipos de fertilizantes líquidos. Comas ideó, fabricó y puso en funcionamiento un novedoso pluviómetro, y fundó un observatorio astronómico en Matanzas, sobre el techo de la Escuela de Agronomía de Colón. Fue el más respetado de los directores de esa institución.
Arturo Comas no estaba loco, solo era un genio.
Dicen que además de un independentista irreductible, fue un correcto poeta de elegantes rimas, -no “dominguero” como dice Reinaldo Alonso-, y que escribió un libro de romanzas que llegó a publicar. Era también un gran conversador, contumaz periodista, y humorista fino, “un hombre de inteligencia iluminada y voluntad de acero”, según Quesada. 
Arturo Comas era un artista de las ciencias y un científico de las artes, era un idealista romántico como llaman los incrédulos a los  visionarios; un audaz e inquieto Da Vinci criollo, aplatanado en el Trópico de Cáncer.
A finales de 1894, un año después de haber enviado la carta al Poeta, y uno antes de la muerte de éste, Comas huye a los Estados Unidos, señalado de sospechoso de sedición. Con toda seguridad, en su pensamiento está entonces, localizar y presentarse al prócer.
También lo más seguro es que las urgencias de la guerra, –o quizás, simplemente el destino–, impidieron que ambos patriotas se encontraran en los Estados Unidos. Entonces Martí solo pensaba en su plan de La Fernandina –después fallido–, y embarcaría hacia Cuba pocos meses más tarde, el 11 de abril de 1895.
¿Llegarían a encontrarse los dos hombres en territorio norteamericano? ¿Habrían hablado,  finalmente, del invento de Comas, alguna noche de las últimas que pasó allí el Apóstol? Puede que no se sepa nunca, pero me gusta imaginar ese momento grande entre estos dos soñadores de verbo tan prolijo y de tan elevada condición humana. 
Arturo siguió trabajando en el exilio por la libertad de Cuba, hasta que terminó la guerra. Entonces regresó, pero no a Bejucal. Se fue a vivir al pueblo matancero de Colón, para ejercer de profesor de Agronomía en la granja docente Álvaro Reynoso, que terminó dirigiendo.
Murió allí a los 83 años, el 22 de agosto de 1948, dejando a medias varias investigaciones de avanzada sobre Física, Agronomía y Astronáutica, y a los cubanos, sin uno de sus paisanos más ilustres.

UN VELOCÍPEDO AÉREO, BOMBARDERO Y MAMBÍ

La maltrecha empresa naval “Mambisa” de navegación mercante cubana, debió llamarse de otra forma. Ese debió ser el nombre de la Fuerza Aérea de la Isla, en honor a Comas y a su velocípedo volante. Arturo fue el primero en imaginar a uno, diez, cincuenta, quinientos mambises surcando el cielo de la manigua sobre las copas de las palmas reales. Centenares de pilotos pedaleando en sus velocípedos aéreos, aniquilando con fuego desde el aire a las tropas de ralladillos, paralizados de terror...
Era solo una ingenua fantasía bélica; los osados  mambises pilotos habrían caído como moscas, abatidos por la artillería española. Los gaitos se lo habrían pasado en grande bajando mambises del cielo a tiros, como dianas de feria. 
Pero ¿qué importa eso, si te lo enseña Netflix con palomitas y truca de Pixar, dirigido por Juan Carlos Cremata y con César Evora en el papel de Arturo Comas?
Comas no estaba loco; defendió su invento muy en serio. Su aparato era un velocípedo volador imposible, ok, pero puestos a ver, fue más construible que los diseños freaks de muchos aspirantes a aeronautas de su época. Solo había que ver el ave recubierta de plumas de oca del francés Clément Ader, -que parecía el carro de la compra de una drag del XIX- o el murciélago motorizado de 300 kilos, también de su autoría. Se pasaban con el opio en París.
Arturo Comas disponía de muy poca literatura científica o técnica a la que acudir para construir su invento. Apenas partía de las primeras investigaciones de un señor inglés de nombre Sir George Cayley, que había establecido los principios básicos de la aeronáutica en 1809.
El bejucaleño se enfrentaba al eterno problema de los constructores de máquinas aéreas tripuladas: reducir al mínimo el peso a levantar del suelo junto a una persona, y conseguir un método de propulsión liviano que la desplazara por el aire. La fórmula ideal estaba clara; carga y propulsión debían ser una misma cosa. El hombre impulsaría a la máquina con la energía de sus propios pies.
Con eso, y los escasos conocimientos que tenía, en 1890, Comas por fin diseña un monoplano a pequeña escala de solo 28 onzas de peso, con una armazón de papel y varillas de güin sujetas con hilaza, a la que añadió un par de aspas de cedro, que consiguió hacer girar mediante un ingenioso motor “reforzado” con la maquinaria de un reloj de pared.
Parecería un juguete rústico y antiguo, pero era ese el prototipo al que se refería Comas en su carta a Martí en 1893. 
Sin embargo, en ella Comas no consigna que hubiera construido un modelo a escala real, y tampoco que lo hubiera hecho volar con éxito, al menos, hasta esa fecha. ¿Por qué entonces en el siglo XX, tras su muerte, surgió la teoría de que habría conseguido volar en uno de sus velocípedos? ¿Y por qué retomo yo, después de tantos años un asunto que Internet ha reproducido más tarde tantas veces?
Quizás, justo por eso.

EL VELOCÍPEDO DE COMAS LEVANTA EL VUELO

Las versiones posteriores que hoy se divulgan en la red, sobre la aventura de Arturo Comas, se han ido deformando con el tiempo y la imaginación de los cronistas. El relato sufrió amputaciones  y añadidos a lo largo de un siglo, hasta desvirtuar los hechos, al punto de afirmarse que fue el propio Martí, -y no Iznaga-, quien respondió la carta del inventor de Bejucal.
También se confunde con frecuencia la miniatura a escala de su velocípedo aéreo, con un prototipo de planeador de tamaño real, y hay autores que ubican el lugar de las pruebas del artefacto en la propia vivienda de Comas, mientras otros aseguran que fue en una vieja cantera de las afueras de Bejucal.
Algunas publicaciones, como el editorial de Radio Ariguanabo, la falsaria Ecured, y hasta la engañosa Wiki, que me habían servido de fuentes en 2010, en 2019 habían cambiado sus versiones sobre el acontecimiento, añadiendo un par de detalles, no menores.
Hasta hoy, el invento en miniatura de Arturo Comas tiene la relevancia de ser el primer intento documentado de diseñar una máquina voladora en Cuba, que además, implicó indirectamente a Martí. La importancia histórica de la anécdota, empezaba y terminaba ahí. Pero las cosas han cambiado. 
Según investigaciones recientes de un exiliado historiador de Bejucal, nuevas pruebas documentales demostrarían que Comas, sí que llegó a construir un modelo de su velocípedo volador mambí a tamaño real, y que incluso lo probó con éxito en un precipicio que aún hoy se divisa desde la entrada del pueblo.
Las fuentes que lo reconocen, parecen tener más clara la secuencia de los hechos, cuando diferencian los dos experimentos y los dos aparatos. Lo hace el escritor Reinaldo Alonso en su nota “El velocípedo aéreo que por poco bombardea a los españoles”: 

«El artefacto de 1890 era una especie de monoplano de 28 onzas parecido a un papalote. (…) El resto es asunto de los vientos: el aparatico toma repentina altura y se impacta ruidosamente contra el techo ante las miradas atónitas y los aplausos de los familiares y amigos (…) Tres años más tarde, Comas concluye la que será su gran obra: un «velocípedo aéreo» que resulta imperdible para sus contemporáneos, a pesar de tener un dudoso valor práctico. En propiedad, el invento es un monoplano de acero y aluminio que debía mantenerse en las alturas gracias a la fuerza motora de su propio ocupante. Concluido el artefacto solo falta probarlo. El farallón de una cantera situada en las afueras de Bejucal es el lugar escogido para ello. Hacia allí se dirige Comas con su velocípedo aéreo. Pretende hacerlo en silencio, como debía ser; no lo consigue. La curiosidad atrajo la atención. Monta el aparato, toma impulso, el vacío y “¡Vuelaaa!” “¡Vuelaaa!”, exclaman los curiosos, principalmente los niños. La sorpresa es enorme. Aquel hecho inaudito atrapa la atención. Comas pedalea con fuerza, hace un esfuerzo enorme para estar en el aire el mayor tiempo posible. Los ojos del gentío están fijos hacia arriba. Siguen la trayectoria del raro armatoste, que vuela en círculo unos cien metros y finalmente impacta contra la pared de la cantera».
Sobre el lugar exacto en que el inventor voló con su invento, comenta Jorge Wejebe Cobo:
“La loma de piedra caliza estaba cortada a la mitad, por la fuerza de las barretas manejadas por generaciones de esclavos negros sacrificados para abastecer de cantos con que erigir las edificaciones del cercano pueblo, desde la iglesia hasta el palacio de verano del Marqués de San Felipe y Bejucal, amo y señor de la zona y quien dio su nombre a la localidad. De las canteras originales, después de 200 años de explotación de piedras y hombres, solo quedaba un blanco farallón de más de 50 metros de altura por donde empezaron como siempre a iluminar los primeros rayos del sol, aquel día indeterminado de 1893. (…) Arturo Comas Pons era el único inventor que en Cuba podía diseñar un avión, y escogió esa mañana perfecta con poca brisa y sin nubes, para lanzar desde esa altura un planeador hecho a escala de un proyecto mayor con el que soñaba volar sobre los techos de su pueblo natal, situado a 30 kilómetros al sur de La Habana. Parecía que la villa de Bejucal le era pequeña al joven de 28 años con sus sueños de conquistar el aire…”. 
Entrada de Bejucal, y al fondo, la loma de la antigua cantera escenario del vuelo de Arturo Comas
El desorden entre los cronistas, se debe a que se refieren a diferentes pruebas, en distintas fechas y con distintos aparatos. De este arroz con mango les ha salido una foto de un Don Arturo futurista, con monóculo y bombín, volando en círculos sobre un precipicio en un extraño artefacto alado, que funciona con la cuerda de un reloj. Una ilustración bucólica cautivadora de un cuento de hadas criollo del XIX. Dickens a pulso.

El especialista retirado del Museo de Bejucal, me asegura además, que hay datos fiables muy recientes de lo que antes considerábamos apenas una sospecha. Lo entrecomillaba en cursivas en mi artículo de 2010: 

“Arturo Comas llegó a proponerle al gobierno norteamericano su velocípedo aéreo”. 

Se cita como fuente, un artículo sobre historia de la aeronáutica cubana en “Cuban Built Aircraft”, y al especialista Rubén Urribarres en su “Cronología de la aviación”. Pero Urribarres hierra afirmando que fue Martí quien dio respuesta a Comas. También lo hacen otros autores que trataron la cuestión, como mi colega y admirado paisano Derubín Jácome, que resumió muy bien los hechos hace años en su serie “Cuba en la Memoria”. Pero Jácome también atribuye a Martí la decisión de no comprar el invento de Comas. Dice Derubín: 

“En 1896 Comas propuso su máquina al Gobierno de Washington. Martí no confió en el proyecto, una especie de “velocípedo” aéreo de difícil realización, y no quiso arriesgar los escasos recursos económicos de que disponían”.

El periodista Joaquín M. Moreno en una nota publicada en Juventud Rebelde en 1990, «Aviones para los mambises» asegura, sobre el momento en que Comas se marcha de Cuba:

“Ante esta falta de crédito, Comas viaja a la tierra del Tío Sam en busca de financiamiento entre los exiliados antillanos y, algún tiempo más tarde le presenta el proyecto al gobierno de este país, que lo lanza al cesto por falta de un «análisis descriptivo». Sólo cuando la aviación bombardea de manera despiadada las principales ciudades de Europa durante la Primera Guerra Mundial, ve cumplida su profecía. En esos años, deja de ser un caricato y es reconocido como un precursor”.

La experiencia me dice que no debe comprarse un texto que mezcle datos reales con información incorrecta. Alonso se equivoca al deducir que Comas viaja a USA a conseguir dinero para su invento. No fue a buscar financiación, sino porque los españoles le habían puesto precio a su cabeza en Cuba. Sus gestiones en Norteamérica para fabricar el velocípedo –si es que se produjeron–, fueron solo una consecuencia de su exilio forzoso.

En Estados Unidos estaba entonces quien había sido su compañero de luchas y amigo, el espabilado Eduardo Hidalgo-Gato. El de Santiago de las Vegas se lo había pensado mejor, y redujo el ritmo de su lucha por la Patria, para ponerse a hacer negocios a lo grande en la industria tabaquera americana. En 1894, Hidalgo-Gato ya se había forrado; ¿pudo acaso contribuir a hacer realidad el invento de Comas? De él diría Martí, después de recibir una de sus generosas donaciones a la revolución en el exilio: “Gato, la Patria no tendrá con qué pagarte...”. 
Pero, ¿qué quiso decir Moreno con que Comas, “vio cumplida su profecía”? ¿La de construir su velocípedo, o la de probar su eficacia con éxito?
Manuel Morales, un periodista de Radio Ariguanabo, también confirma los contactos de Comas con el gobierno de los Estados Unidos, aunque no parece estar enterado de que realizara un test a escala real:
“En los Estados Unidos, Comas acudió a varios compatriotas en busca de la ayuda financiera necesaria para concretar el invento, pero sin éxito. Entonces propuso el proyecto al Gobierno de aquel país, aguardó un tiempo prudencial hasta que la respuesta le llegó del Departamento de Guerra. En ella le notificaban que su carta no contenía un análisis lo suficientemente descriptivo, por lo cual consideraban que el aparato no funcionaría en la práctica. Arturo Comas se unió a otros científicos que trataban de apoyar a los revolucionarios durante la preparación de la Guerra de 1895, con modelos de cañones, rifles, balas, chalecos protectores y metrallas de diferentes géneros. Curiosamente, estas propuestas incluyen bocetos tan disparatados como el de un submarino provisto de ruedas o un cañón electromagnético capaz, en teoría, de bombardear La Habana desde los Estados Unidos… (…) Los bejucaleños veían a su paisano como un lunático, espía o provocador de los peninsulares, empeñados a toda costa en frustrar el reinicio de nuestra gesta emancipadora”.

A pesar de que el relato de Morales no se ajusta a la realidad en algunos puntos, parece coincidir en lo fundamental con un manuscrito recién descubierto del reportero del diario “El Fígaro” Víctor Muñoz. Muñoz asistió a aquel primer vuelo del francés André Bellot, el 7 de mayo de 1910, en el hipódromo de Marianao. El de Bellot se considera el primer vuelo tripulado por un hombre en Cuba.

André Bellot
El manuscrito en cuestión no se ha hecho público, me temo que porque “ha aparecido” fuera de la Isla. Pero se dice que en él, Muñoz asegura que en 1894, Arturo Comas llevó a cabo una segunda prueba de su invento, con un artefacto a escala real pilotado por él mismo, en los alrededores de su domicilio. De confirmase, Comas no solo habría desbancado al vanidoso Bellot, y bajado del trono a Agustín Parla Orduña, hasta hoy, el primer cubano en volar en aeroplano sobre Cuba, en 1912.
Agustín Parla Orduña
También se habría adelantado una década a los hermanos Wright en hacer volar un planeador propulsado mecánicamente, sin el auxilio de un gas. Eso lo convertiría en el primer piloto de su tipo en la Historia de la Aeronáutica.
 Wilbur y Orville Wright 
"ANTES QUE NADIE, 
A MI PATRIA”

La frase está en la carta de Comas a Martí, que originó esta crónica, y titula el único homenaje audiovisual que se le ha dispensado al inventor bejucaleño, desde su muerte en 1948. Pero La Patria no parece haber tenido tan en cuenta a Comas, como él la tuvo a ella.
Sobre su vida sabía mucho su paisano, el investigador e historiador bejucaleño Diego Torrientes, que por desgracia falleció hace unos años. Pero antes de marcharse, Torrientes tuvo tiempo de dejar constancia sobre lo que sabía de Comas y su invento, para las nuevas generaciones de cubanos. 
En 1980, un grupo de artistas y cineasta de Bejucal presentaron el documental «Antes que a nadie, a mi Patria», con guión de Omar Felipe Mauri y la asesoría histórica de Diego Torrientes. El documento rememoraba con bastante verosimilitud, la vida del eximio agrónomo que nació en el pueblo, e inventó un velocípedo volador para José Martí.
Dicen que en el Museo del Aire aún hay en exhibición, una de las dos avionetas de fumigación que llevan su apellido: “Comas 1” y “Comas 2”. Alguien debió volver a recordar a Arturo en 1992, porque así nombraron a un prototipo de avión ligero de “producción nacional”, que como todo en Cuba, se quedó en prototipo. Pero no sería hasta 21 años después, que por fin se le rindiera un homenaje menos perecedero que las palabras.
Es marzo de 2013, bajo una lluvia pertinaz, con la presencia de unos pocos lugareños curiosos y las omnipresentes organizaciones de masas, y el Partido, se develó finalmente en Bejucal un busto de Arturo Comas, en el extremo noreste del antiguo Parque Central, hoy Maceo-Gómez.
Al modesto acto, que iniciaba la Jornada por los 300 años de la fundación de la Villa de San Felipe y Santiago de Bejucal, asistían además, el escritor Omar Felipe Mauri, el director teatral Carlos Díaz, y el autor de la pieza, el artista bejucaleño Dayron David Valdés Castro.
Junto a la carta que Comas envió a Martí y los dibujos de su invento, el busto de Valdés es la única evidencia palpable que lo recuerda en toda Cuba.
El documental de Mauri ganó el primer premio en un festival fílmico auspiciado por la DAAFAR, en Villa Clara, y allí se le dio a Comas el título de “Precursor de la Aviación en Cuba”, pero Comas sigue esperando un reconocimiento que vuele más allá de las fronteras de su pueblo.
Realmente, no importa mucho que Comas no hubiera conseguido su sueño futurista de volar. Una escuadra de artilleros mambises en velocípedos aéreos, atacando en picado desde el cielo un campamento español al grito de “¡Viva Cuba Libre!”, no la habrían podido imaginar, ni los hermanos Grimm, puestos de LSD. Es un lujo para los cubanos, que alguien haya escrito esta página hermosa en la Historia de Cuba. Es como un bálsamo de poesía en medio de la prosa dolorosa y sangrienta de nuestra gesta libertaria. Me basta con que a Comas se le haya ocurrido esta fábula voladora,  artillera y delirante, que ya querría JK Rowling para Hogwarts. 
De todas las leyendas mambisas imposibles, la del velocípedo volante de Arturo Comas, es la que sueño ver alguna vez contada en cine. La imagino pintada en sepia viejo, como los daguerrotipos que hacían entonces los estudios Corominas de San Rafael. Se me ocurre que allí pudo haber acudido el inventor con su  miniatura, para hacerse una emulsión en plata juntos, y dejar constancia fotográfica del artefacto para sus paisanos del futuro.
La de Arturo Comas Pons, no es solo la historia de nuestra ingeniería aeronáutica más vintage, contada desde el aireHabla también de un poeta que entendía el idioma magnético de los árboles, y los alimentaba con pócimas secretas que los hacían crecer.
Es la historia de un druida sabio y valiente del verde Mayabeque, que cabalgó sobre un velocípedo volante, surcando el cielo azul de Bejucal, una mañana clara del siglo XIX. Quería demostrarle al Apóstol, que él también sabía que la libertad solo podía ser, levantando el vuelo... 

Ya les dije que es Netflix con Pixar, by Cremata, señores. Déjenme volar.

oOo

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Gonzalo de Quesada y Miranda – “Un precursor de la aviación fue habanero”. Revista Orbe. La Habana 1932.
Jorge Wejebe Cobo – “Sueños de un científico cubano”. Revista Bohemia. 28 de enero 1977.
Derubín Jácome – "Pioneros de la aviación cubana... y pioneras", Cuba en la Memoria.
Fondos del Archivo Nacional de Cuba – “Carta de Arturo Comas a José Martí 25/5/1893”
Omar Felipe Mauri – “Antes que a nadie a mi patria" (Documental).
Víctor Muñoz – “Sensacional vuelo y caída del aviador Bellot”, El Mundo, La Habana, 7 de mayo de 1910.
Otras fuentes: Museo de Historia de Bejucal, Miami Heritage Collection y Archivo Nacional de Cuba, Ecured y Wikipedia.

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Cubano de nacimiento y catalán de adopción

12 comentarios:

  1. Carlos. Primero mi abrazo y decir que vales ese Potosí. Realmente no había escuchado sobre el tema. Gracias

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    2. Gracias Salvita, por tus palabras y tu compañía incondicional. Siempre estás ahí, y te lo agradezco mucho. :)

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  2. Seguro de este personaje salió el Oliverio que Juan Padrón metió en Elpidio Valdés. Muy interesante lectura

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  3. Una vez más Ferrera se la come. Aquí hay pa'comer y pa'llevar, de todo como en botica. Y por donde quiera, lleno de apuntes y hechos no conocidas por la mayoría que Ferrera nos lo pone así de fácil para que sepamos muchas cosad. Brillante, como siempre!

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  4. Recuedo la 1ra vez q lei sobre este tema alla por 1992 en un libro que se titula "Las Armas del Ejercito Libertador". Quedé angustiado de que no tuviera dinero el PRC para darle curso a tal idea.

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  5. Que barbaro el articulo.Confieso que no habia escuchado de este pionero cubano de la aviación.Muy buen escrito (como todos los demás).

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  6. Decididamente me falta mucho por conocer, escrito de manera maestra: ameno, documentado, enriquecido, en fin, un deleite para integrarlo a la historia de Cuba.

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  7. Me encantó! Y el aparato no me parece disparatado, para nada. Hay que ver las alas deltas de hoy en día y ver cómo se llegó a ellas, la verdad Comas estaba sobre la pista.

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  8. Este era tarea pendiente. Hermoso!!! Otra bella página de nuestra historia escondida, solo me resta decir que B.S.M.

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  9. Excelente articulo,desconocia por completo esta faceta de nuestra historia, a ud gracias por contarnos estas y otras verdades.

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