martes, 9 de abril de 2019

“EL ENCANTO”; KARMA DE FUEGO

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Por Carlos Ferrera

“Patricio desembarca en el puerto de La Habana una mañana de principios de los años 50s. Es joven y ambicioso, pero solo lleva consigo lo que cabe en su vieja maleta de cartón. Tiene ganas de comerse el mundo y de olvidar su lejana aldea asturiana, aún envuelta en las sombras de una posguerra interminable.
A su encuentro sale una ciudad hospitalaria y luminosa, bendecida por el sol y arrullada por el mar Caribe. Patricio pronto hace amigos y encuentra trabajo; lo han aceptado de peón en “El Encanto”, los grandes almacenes, orgullo de los habaneros. Conocerá el negocio desde abajo, ascenderá en la empresa a puestos de poder y accederá a un mundo nuevo y exclusivo, pero peligroso.
 En “El Encanto” conocerá y se enamorará de Gloria, mujer hermosas y prohibida de La Habana, porque su marido es el gánster más notable y temido de los bajos fondos de la ciudad. Como escenografía, los grandes cabarets, la Mafia y el glamour de las estrellas de Hollywood que entonces visitaban la capital de Cuba…”

Es la sinopsis de “El Encanto” (2017), la primera novela de la escritora y guionista madrileña de series de época para la televisión, Susana López Rubio. Susana ya tocó el cielo con la impecable adaptación televisiva de la novela de María Dueñas, "El tiempo entre Costuras", y se anotó otro gol con su libreto original de la excelente "Acacias 38", una gran historia de criadas y señoras del Madrid de 1906.
Con “El Encanto”, López Rubio se nos adelanta a todos los guionistas cubanos, hincándole el diente a uno de los más glamurosos y fascinantes episodios de nuestra historia vernácula. Llegó a ella a través de una amiga cubana de sus padres, que le contaba de niña, cómo era la vida en La Habana cosmopolita, exótica y lejana de los años 50s. Susana ya ha vendido a siete países los derechos de traducción de su novela, negocia su adaptación a una serie televisiva, y prepara un guion cinematográfico, mirando a Netflix. Envidio la constancia de algunos.
Da un poco de rabia reconocerle el don de la oportunidad a Susana, porque “El Encanto” es un pasaje fascinante de nuestro pasado autóctono, que ella ha sabido aprovechar para hacerlo grande, pero a la española. Siento una mezcla de orgullo patrio y resentimiento patrio; rencor patrio de que no haya sido un colega del Caimán, el primero en convertir en imágenes, la historia del más épico de nuestros Grandes Almacenes. Nos han arrebatado un tesoro que ha estado en nuestra casa desde el siglo XIX.
Pero en buena lid, la historia de "El Encanto" comenzó en la tierra de Susana.

DE ASTURIAS LLEGÓ EL ENCANTO

En 1888, José y Bernardo Solís, dos hermanos asturianos que habían emigrado pocos meses antes a La Habana, abren una sedería en la ya concurrida esquina de Galiano y San Rafael.
El Encanto en los años 30s
La idea resulta ser un éxito, porque los Solís importaban textiles exclusivos de Europa, que rápidamente llamaron la atención de la gente. Antes de que acabara el siglo, ya “El Encanto” era la más popular y concurrida tienda de telas de La Habana.


Con el tiempo, los hermanos Solís ampliaron el establecimiento a las parcelas colindantes, añadieron tres pisos y aumentaron la variedad del género. Pero ambicionaban más. Estaban decididos a implantar en Cuba un concepto moderno de tiendas por departamentos, como ya eran “Harrods” en Londres o “Lafayette” en París; los Grandes Almacenes al estilo europeo. Pero el plan requería más espacio, y una fuerte inversión. 
Con ese fin, los Solís se asociaron con Aquilino Entrialgo, uno de sus dependientes, también asturiano, dueño de terrenos en Asturias que vendió para financiar su parte del negocio. Finalmente, los tres registran la sociedad mercantil “Solís, Entrialgo y Cía. S.A.” en 1900. Puede decirse que la verdadera tienda “El Encanto”, nació ese día.
Tras la Segunda Guerra Mundial, “El Encanto” ya era la mejor tienda de Cuba, y una de las mejores de Latinoamérica. El negocio de los tres asturianos continuó creciendo en valor y en tamaño. El edificio alcanzó los 7 pisos y por primera vez se organizaron los productos por plantas y por departamentos. A partir de entonces se introdujeron avances tecnológicos de última generación, como el aire acondicionado centralizado, las escaleras mecánicas y, con la llegada de la TV, el control de vigilancia e inteligencia por circuito cerrado.
"El Encanto" fue la primera tienda en Cuba en poner en práctica, técnicas comerciales novedosas para la época, como las rebajas del mes y la rebaja especial de julio. Fue también líder en pagar comisiones a sus vendedores, e implementar un sistema de tarjetas de crédito y certificados de regalos para sus clientes. Además, ofrecía un servicio exclusivo de entregas a domicilio. 
“El Encanto” puso de moda la iluminación con luces de neón, y revolucionó el arte del escaparatismo, el naciente oficio de la decoración de escaparates, que los cubanos bautizamos como “vidrieras”. Las de “El Encanto” se cambiaban cada semana, lo que obligó al resto de los grandes almacenes a hacer lo mismo. La tienda mítica dio pie, sin proponérselo, a la ociosa costumbre habanera de “salir a ver vidrieras” al menos una tarde a la semana, porque el circuito comercial de la ciudad cambiaba su decoración cada 7 días.
Las fantasías decorativas navideñas de “El Encanto” se esperaban como un clásico, e incentivaron la creatividad y la competencia entre otras tiendas. De cierta forma, el esplendor de las grandes calles comerciales; San Rafael, Neptuno, Reina, Monte y Belascoaín, con la pujante Galiano a la cabeza, paulatinamente fueron modernizando sus comercios a remolque de “El Encanto”. 
La cadena Woolworth -después Ten Cent-, La Época, Ciars, Ultra, Almacenes Inclán, Flogar, Indochina, Fin de Siglo y otras grandes tiendas de la ciudad, fueron estilizando también sus decoraciones exteriores, mostrando escaparates de excelente diseño y factura. No había lugar para el mal gusto ni la chambonería, porque “El Encanto” había puesto muy alto el listón de calidad. Y eso era bueno para todo el comercio habanero.
En los años 50s, el establecimiento ya había hecho historia. Un extenso editorial aparecido en las páginas centrales de un número de Bohemia por aquellos años, concluye: 
“Aquilino Entrialgo y los hermanos Pepe y Bernardo Solís, los fundadores de “El Encanto”, bajaron a la tumba, seguros de que su negocio, proyectado al futuro, enlazaría sus nombres perpetuamente a la obra que ellos iniciaron y engrandecieron”.
En realidad, con la perspectiva del tiempo, la tienda llegó a ser mucho más de lo que sus fundadores habrían podido soñar. El columnista del diario “Sur” Antonio Corbillón, describe las imágenes de un telefilme del Nodo español de enero de 1940. En ellas, el noticiero muestra la avalancha de público entrando a "Galerías Preciados" de Madrid, el día de la primera campaña de rebajas:
"La entrada en tropel de los posibles compradores tiene características de invasión», (…) pero aquella España posbélica vivía de espaldas al mundo. ¿Cómo estaba tan al día en marketing comercial? La respuesta llegó desde La Habana…”.
Y en efecto, desde ahí les llegó.

DON CESÁREO 
“EL CONSEGUIDOR”

El éxito de “El Encanto” se debió en gran parte, además de a la pericia mercantil de sus fundadores, a la constante innovación de sus posteriores propietarios y gerentes, casi siempre asturianos. Puede decirse que ingenio mercantil de Asturias, hizo grande a la tienda habanera.

César Rodríguez, en una foto de 1927
Su primer gerente, el pulcro y eficaz “conseguidor” Don César Rodríguez González, dirigió la tienda hasta 1929. César Rodríguez se hizo famoso en la Habana de los años 30s y 40s, por encontrar cualquier cosa que se les antojara a sus clientes, por extraña o escasa que fuera, y aunque no la tuviera en stock. Y era éste un supuesto muy poco frecuente, porque César lo tenía casi todo.
Solía viajar varias veces al año a los Estados Unidos llevándose a sus directivos consigo, para entrenarlos en las últimas tendencias en la gestión del comercio allí. “Don Cesáreo”, como le llamaban sus empleados, se hizo famoso por su frase, “Tenemos todo lo que usted quiera que tengamos para usted”.
César Rodríguez fue nombrado gerente de “El Encanto” en 1906 por los hermanos Solís, y desempeñó ese cargo de forma brillante durante 23 años. Fue, sin discusión, el mejor que tuvo el negocio, considerando el tiempo y la eficiencia de su gestión, tan provechosa para él, como para la empresa.
Era ya una práctica habitual en las grandes empresas cubanas de principios del siglo XX, mimar a los empleados valiosos que consideraban “activos humanos” del negocio, premiando sus pericias o talentos, para evitar que fueran seducidos por la competencia. Lo conseguían otorgándoles un status de “interesados” dentro del organigrama comercial, que incluía una paga anual proporcional a los beneficios de la empresa. Era un bono que no recibía directamente el empleado, sino que se le guardaba en fondo, y se le liquidaba cuando dejaba de trabajar en plantilla. Durante ese tiempo, el dinero se reinvertía para mejorar el negocio, que ofrecía además un interés sustancioso al empleado, y al mismo tiempo le permitía a la empresa autofinanciarse.
Peletería "El Encanto"
Así se hizo millonario Don César Rodríguez González. Con sus ganancias en “El Encanto”, volvió a invertir en la compra de varios inmuebles en La Habana, y le sobró plata para fundar en 1938 otra joya de nuestro comercio republicano: Los Almacenes Ultra. 

Don Cesáreo ya tenía una participación del Banco de Comercio en Cuba, y en el Banco Hispano Americano en España, pero quería más. Por eso en 1934 aportó más capital para la fundación en Madrid del almacén textil “Sederías Carretas” con su primo Pepín Fernández –ex empleado de “El Encanto”–, al que nueve años más tarde llamarían “Galerías Preciados”. 
Pepín Fernández con Richard Nixon 
En 1935 Don Cesáreo haría la otra gran jugada empresarial que lo encumbraría definitivamente como comerciante de éxito: Utilizando sus beneficios de “Galerías Preciados” se asocia por su cuenta con su sobrino Ramón Areces, -también formado en “El Encanto” habanero-, y en 1940, ambos consiguen el traspaso de una pequeña tienda llamada “El Corte Inglés”, que andando el tiempo transformaron en la primera cadena de grandes almacenes de España. 
Ramón Areces
Dice Corbillón, refiriéndose a la modernidad de “Galerías Preciados” en Madrid en los 40s:
“La ascensión imparable de “Galería Preciados” la promovió la segunda generación de asturianos al mando de los almacenes “El Encanto” de Cuba. Allí estaban César Rodríguez, su primer gerente, y su primo Pepín Fernández, que había sido encargado de la contabilidad y luego del departamento de publicidad de “El Encanto” hasta 1931. El modelo iniciático parisino y la efectividad neoyorquina fueron completadas con el guante de seda de aquellos indianos”.
Las modelos de "El Encanto" Irma Sánchez y Julie Arias (por la izquierda, primera y cuarta respectivamente) con otras modelos norteamericanas
El 1 de enero del 1959 ya Don Cesáreo había liquidado sus propiedades en Cuba y convertido en dinero todos sus bienes inmuebles, así que, por su parte, se la dejó en la mano a Agapito.
Se estableció definitivamente en Madrid desde 1960, dedicándose desde entonces a inyectar capital a su nueva empresa. Vivió para ver el nacimiento de una tienda nueva en Barcelona, y murió en 1966 en Madrid, sin haber tenido hijos, pero dejando una fortuna millonaria que incluía su participación mayoritaria en “El Corte Inglés”. Su legado se repartió entre sus sobrino-nietos y su sobrino y socio fundador, Ramón Areces, que abrió las casas de Sevilla y Bilbao, y falleció en 1989.
César, Areces y Pepín, parientes y rivales comerciales, y ejemplos de competencia fraternal de la empresa española durante décadas, sofisticaron sus oficios en la mejor tienda de La Habana. 
España nos había enviado en el XIX a los hermanos Solís para que crearan la escuela cubana del gran comercio, y Cuba le devolvió en el siglo XX a otros tres asturianos, excelentemente formados, para que fundaran la escuela española. Los cubanos podemos, pues, presumir de que “El Encanto”, fue el Alma Mater de “Galerías Preciados” y de “El Corte Inglés”.

LOS ENCANTOS DE UNA TIENDA


En 1950 la publicidad de la tienda rezaba “El Encanto, templo del refinamiento y el buen gusto”. Ya era la joya de la corona de la calle Galiano, un moderno edificio de siete plantas y 65 departamentos, con cómodas escaleras mecánicas de reluciente acero inoxidable, amplios vestíbulos con ascensores y escaparates de europea sofisticación. 

Todo en “El Encanto” era moderno a rabiar. Cuenta Corbillón: 
“Era característica la fragancia de su aire acondicionado perfumado, el sistema de control y reposición de mercancía, la venta a crédito, su gran mecenazgo cultural y, sobre todo, su política de personal. La filosofía del negocio era implicar al millar de empleados, que recibían los mejores salarios del gremio, contaban con servicio médico y club social y podían seguir cursos de ortografía, contabilidad e inglés”. 
Empleados de El Encanto desfilando en La Habana, el 1ro. de Mayo de 1945
“El Encanto” puso en práctica revolucionarios métodos de marketing para atraer al público, como los famosos “Martes de 5 Pesos” donde se ponía a la venta una amplia variedad de productos con precios por debajo de esa cifra. Toda la ropa de la marca se confeccionaba en talleres propios con un altísimo control de calidad.
Los empleados debían observar una rigurosa etiqueta de vestuario: en invierno vestían de negro y en verano de blanco, costumbre que se extendió más tarde a otros establecimientos comerciales del país. A las empleadas se les exigía una presencia impecable; siempre debían usar medias y la falda del largo “adecuado”, llevar el cabello arreglado, y estar correctamente maquilladas. 
Empleada del Departamento de perfumería de "El Encanto"
La Compañía Cubana de Electricidad hizo varios anuncios donde se ponía a “El Encanto” como ejemplo de modernidad y progreso. 

Con el batistato, “El Encanto” continuó en acenso aupado por una floreciente economía que la convirtió en la tienda de lujo por excelencia de la clase alta, consolidándose como modelo de Gran Almacén. Surgieron sucursales en Santa Clara, Holguín, Varadero, Camagüey, Cienfuegos y Santiago de Cuba. Estas dos últimas llegaron a ser tiendas muy dignas competidoras de la casa habanera.  
Empleados de "El Encanto" de Camagüey
Su fama traspasó las fronteras de la Isla, y la marca “El Encanto” comenzó a crear tendencia en las clases altas de otros países, atraídas por el sofisticado lujo exótico del Caribe. Muchos norteamericanos de la jet del sur de la Florida, iban expresamente a Cuba a comprar género exclusivo europeo a “El Encanto” y también la moda cubana de gran vestir, porque la tienda hizo marca con diseñadores propios.
Y eso llamó la atención del mejor diseñador de modas del mundo.
ENCANTAR A DIOR, 
ES ENCANTAR A HOLLYWOOD
Christian Dior en "El Encanto"
Los “encantos” de la tienda no pasaron inadvertidos para Christian Dior, que en 1952 encontró en ella un inmenso escaparate de lujo en la exótica escena del Caribe. 
Modelo de Dior para "El Encanto"
Por eso el diseñador francés, venciendo su terror a los aviones, se montó en uno y viajó de París a La Habana. Desde meses antes, ya sus creaciones se mostraban en las vidrieras de “El Encanto”. 
Dior creó más prendas exclusivas para la tienda, organizó un selecto pase de moda para mostrar su colección a las grandes damas capitalinas, y concedió a los almacenes en exclusiva la representación de sus productos.


En los años 50s, apareció por allí una pléyade de estrellas de Hollywood. Eran tiempos de glamour intenso, y los cubanos apreciaban y seguían con atención el cine norteamericano, así que agradecían con ferviente fanatismo las visitas sorpresivas de las divas y divos de la gran pantalla. Y todas visitaban “El Encanto”. 
Ava Gardner y Frank Sinatra vivieron su amor en La Habana, cuando aun el cantante estaba casado con Nancy Sinatra
Accedían al edificio por la entrada principal de San Rafael, entre flashes y periodistas, y eran recibidas y atendidas personalmente por el entonces gerente, el afable Don Bernaveau (¿o Bernabéu?), toda una institución en el comercio de la ciudad. La tienda contaba con un gran salón decorado con la imaginería barroca del Palacio de Versalles, conocido como el “Salón Francés”, y allí Bernaveau solía agasajar a sus clientes VIP. 
Tyrone Power y César Romero en el Sloopy Joe de La Habana
En cualquier momento del año los vendedores de “El Encanto” podían encontrarse de pronto del otro lado del mostrador a César Romero, a Ava Gardner, Sinatra o Nat King Cole, que estuvo muchas veces en la tienda, porque hizo tres temporadas en Tropicana. 


Salón "Arcos de Cristal" del cabaret Tropicana. De izquierda a derecha: la entonces diva de la TV cubana, la actriz Lilia Lazo (famosa por su personaje de "Popa"), María Félix, Olga Guillót, Carmen Miranda, Rosa Lowinger y Ñica Fox, hermana de Ofelia Fox, esposa del propietario del cabaret Martín Fox, de pie en el centro de la fotografía detrás de Carmen.
María Félix visitó La Habana en dos oportunidades, y en ambas fue a la tienda y se tiró horas probándose prendas en el Salón Francés. “La Doña” no regresó, pero desde entonces encargaba allí muchos de sus vestidos a medida. La actriz checa nacionalizada mexicana Miroslava, exigía en sus contratos cinematográficos que sus vestidos se compraran en “El Encanto”.
     
 Miroslava


John Wayne

Einstein en la puerta del consistorio habanero con su sombrero de "El Encanto"












  

                                
A “El Encanto” le cupo el honor de colocar uno de sus sombreros “panamá”, sobre la testa del científico más brillante del siglo XX; Albert Einstein se dio una vuelta por allí en 1931 durante su visita a La Habana para comprarse uno, que después lució en la recepción oficial que le dio Ayuntamiento de la ciudad. Los almacenes fueron durante mucho tiempo los proveedores de camisas de John Wayne y Ray Milland, el infravalorado, pero versátil “niño lindo” de Hitchcock, al que una tarde un cliente confundió con un dependiente. 
Ray Milland
Tyrone Power usaba corbatas de los grandes almacenes habaneros y llegó a protagonizar un anuncio comercial para la tienda, quizás porque también le gustaba pasear por la playa de Santa Mónica luciendo su extensa colección de trajes de baño de “El Encanto”, que seguramente, realzaban el suyo.
Tyrone Power
Mientras esto ocurría, la marca comercial cubana abría sus primeras oficinas de compra en París, Londres, Madrid, Barcelona y New York. Por eso ya era conocida en 1958 por su divisa comercial: “Más que una tienda, una institución nacional”. Al negocio le esperaba un espléndido futuro, pero...  


STOP: LLEGÓ EL MINCIN

El 1 de enero de 1959, triunfa la revolución, y durante unos meses la empresa privada cubana y extranjera en la Isla, viven un estado de preocupante indefinición.
Hasta el momento, Castro no había expresado claramente sus intenciones de instaurar una dictadura comunista; por el contrario, perjuraba que no era una opción para la revolución. De hecho, montó un gobierno “moderado” y pronunciadamente anticomunista, poniendo al frente a Manuel Urrutia Lleó, y como primer ministro a José Miró Cardona. Pero se reservó para sí la dirección de las Fuerzas Armadas. No era una buena señal, pero pocos la vieron. 
En febrero de 1960, “El Encanto” recibe la visita del Ché Guevara en su planta de caballeros. Era el más popular de los barbudos después de Fidel, pero ya ejercía de asesino en La Cabaña, y simultáneamente de director de Industrialización del INRA, de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), y presidía el Banco Nacional de Cuba. 
Guevara era el “superministro” de la Dictadura, e iba siempre de uniforme verde olivo. Pero ese día venía a "El Encanto" de civil, a comprarse ropa de calle nueva. Al Ché le gustaban las tiendas, y en sus viajes al extranjero siempre pasaba por algún gran almacén; en Madrid también compró algunas cosas en "Galerías Preciados".
El mundo entero vio después lo que se compró el Ché en "El Encanto" aquel día: una moderna cazadora de piel de cuello alto con cremallera. Aparece con ella en la mítica foto que le hizo Korda pocos días más tarde, el 5 de marzo de 1960, durante el acto de despedida a los mártires de La Coubre. La foto se convirtió en icono mundial, y con ella, la cazadora de la tienda.
Sorpresivamente, el 13 de octubre de 1960, Fidel pone en marcha –sin anestesia–, su mayor acto de vandalismo; la Ley 890 de Expropiación Forzosa de todas la empresas industriales y comerciales de Cuba. Fue, técnicamente, el día Castro nos robó la Isla.
En pocos meses los comercios se desabastecieron, y las vidrieras solo mostraban uniformes, banderas y bustos de José Martí.
“El Encanto” fue también “confiscado” por el nuevo régimen, y como en el resto de los grandes inmuebles robados a sus dueños, enseguida se prostituyó su función original. Por unos meses dejó de ser una tienda y se eliminó la venta al público para servir de almacén de suministros.
Las milicias castristas tomaron el control del edificio, una imagen que devino símbolo de “triunfo del pueblo sobre la oligarquía, ejemplo de la lucha de clases que en esos años se apreciaba en toda la sociedad”, escribe inspirado un cronista de Bohemia. 
Se difunden en la prensa oficialista, instantáneas de los milicianos custodiando el departamento de joyería de la tienda, un falso mensaje ideológico a las masas: “La revolución ha recuperado para el pueblo, lo que al pueblo pertenece”. Y "el pueblo" había vencido a "la oligarquía", pero aun debía ayudar a Castro en otra empresa: acabar con la gusanera.
Mientras tanto, “El Encanto” corre un poco de mejor suerte que otros grandes inmuebles, que ya desde entonces se transformaron en almacenes, cuartearías o solares yermos. Después de consolidada la dictadura, la tienda reabre sus puertas como nueva “gran tienda socialista”, y sus vidrieras se llenan de maniquíes ataviados con uniformes verde olivo. 
Fidel necesitaba uniformar al pueblo entero de milicianos, que había convertido en ejército; ¿qué lugar mejor para formar la molotera verde olivo, que la mejor y más lujosa tienda de toda Cuba?
La dictadura concentró desde entonces el control de la gestión comercial de la venta de artículos e insumos, en el nuevo Ministerio del Comercio Interior. Al nefasto MINCIN le cupo el triste orgullo de imponer un paupérrimo régimen de estrechez y miseria al pueblo, con las celebérrimas libretas de racionamiento, “de la comida” y “de la ropa”.
El MINCIN redujo nuestras hermosas tiendas a un montón de sucias ruinas, llenas de estanterías vacías, vitrinas rotas, olores aberrantes y angustiosos mensajes de vulgar desesperanza en improvisadas cartelerías: 
“SE ACABARON LAS CHANCLETAS METEDEO”.  
Era la lenta muerte por asfixia de un otrora próspero circuito comercial, cuya larga agonía dura hasta hoy. Revolución es destruir. 

FUEGO

A Castro no le duró demasiado la recholata con la tienda robada, pero los cubanos no íbamos tampoco a conservarla mucho más.
A las 7 de la tarde del 13 de abril de 1961, cerrado ya el establecimiento, de las ventanas del segundo piso comenzó a salir un humo denso y oscuro, seguido de inmensas llamaradas. 
El incendio se propagó rápidamente a los siete pisos por los conductos del aire acondicionado y en 48 horas “El Encanto” fue íntegramente devorado por el fuego y reducido a un montón de cascotes y hierros retorcidos. Horas más tarde, los bomberos encontraron entre las cenizas, el cuerpo carbonizado de Fe del Valle Ramos, una empleada del establecimiento que esa noche hacía guardia miliciana en la tienda.
Las pérdidas materiales ascendieron a 20 millones de dólares, ¿un duro golpe al castrismo? No, UNA ESTUPIDEZ. 
El sabotaje no atentó contra nada que perteneciera o afectara la economía, la salud, o el sueño de Castro. Ni siquiera se gastó allí lo que costó el desescombro, que para eso tuvo siempre millones de operarios gratis a su disposición. Y poca sería también la minuta del parque levantado en la parcela años después, para honrar a Fe. Con el incendio solo perdieron La Habana y los habaneros.
Destruyendo “El Encanto”, se destruía también parte de nuestro mejor pasado arquitectónico, histórico y empresarial. No hubo nada de provechoso ni útil en esa acción terrorista ignorante e innecesaria. No fue nada heroico ni aplaudible destruir algo que nos pertenecía, -también al autor material del incendio- y que había que arrebatarle a Castro de las manos, no hacerlo cenizas. Para él, por supuesto, el sabotaje fue música celestial compuesta por la casualidad –y los gusanos–, para su eterna sinfonía de “acoso yanki al pueblo cubano”.
Cuando se apagaron los últimos rescoldos ardientes de “El Encanto”, desaparecía la mejor tienda que tuvimos jamás, y se convertían en humo 70 años de esfuerzos de los hermanos Solís, de Don Cesáreo, Don Bernaveau y todos los dueños, gerentes y empleados que hicieron de “El Encanto”, la mejor tienda de Cuba. 
Dicen que Don Cesáreo lloró de rabia en Madrid al leer la noticia en la prensa.
"Memorias del Subdesarrollo"

Siete años después, en 1968, Tomás Gutiérrez Alea en su película “Memorias del subdesarrollo”, definiría de un plumazo la tragedia que significó para La Habana la pérdida de “El Encanto”. En su primera escena, Sergio Carmona, el personaje interpretado por el actor Sergio Corrieri, hace un paneo sobre La Habana desde su ventana con unos prismáticos, mientras piensa; “Desde que se quemó “El Encanto”, La Habana parece una ciudad de provincias…”.

ATRAPAR AL CRIMINAL

Castro responsabilizó a la CIA del sabotaje y del apoyo logístico a los autores materiales e intelectuales del incendio. Eran “elementos contrarrevolucionarios” que se prestaron a destruir una “propiedad del pueblo”, asesinando a una ciudadana inocente y revolucionaria ejemplar. La figura de Fe del Valle pasó automáticamente al altar de los “mártires de la revolución”, y la tragedia desde entonces sería utilizada por Castro contra los Estados Unidos y su Agencia Central de Inteligencia.
Con los entrecomillados, no pretendo cuestionar el hecho, ni minimizar sus efectos; fue realmente un sabotaje, y en él perdió la vida una persona inocente, eso es incuestionable.
Pero también es sintomática la manipulación sibilina que hizo Castro de la desgracia, más aun, cuando él mismo avaló y bendijo los sabotajes como método de guerrilla urbana para debilitar el gobierno de Fulgencio Batista.
Los sabotajes “revolucionarios” causaron decenas de muertes inocentes en nombre de la Patria, y un inmenso dolor en muchas familias. Tanto el M-26-7 como, el Directorio Estudiantil, después Directorio Revolucionario, se aburrieron de cometer atentados que afectaron al pueblo. Quemaron cañaverales, averiaron el fluido eléctrico y el abastecimiento de agua, pusieron bombas en tiendas, fábricas, clubs sociales, comercios y edificios públicos de las principales ciudades del país y mataron a personas inocentes. Buscaban siempre causar el mayor daño posible, aunque ello significara también la pérdida de vidas humanas que nada tenían que ver con el conflicto.
Fidel criticaba los actos terroristas contra la revolución, ignorando a los cientos de víctimas de su propia violencia, que ejerció hasta con sus compañeros de lucha. Prueba de ello fue el atentado y asesinato por la espalda, a tiros y en plena calle, del presidente de la FEU Manolo Castro frente a El Cinecito, que planificó y ejecutó personalmente.
Desempolvar la historia reciente de la Isla, pasa por reconocer todos los hechos que la conforman, incluso las acciones contra la dictadura castrista, si violaron principios como el respeto a la vida de gente inocente. En ese sentido, los atentados de Castro antes del 59 y muchos de los perpetrados por la resistencia anticastrista después de la revolución contra bienes del pueblo, fueron igual de miserables.
Hecha esta salvedad, toca contar las cosas como fueron, y desmitificar el discurso maniqueo que hizo Castro de una tragedia que lamentó casi todo el mundo, menos él.

LOS CULPABLES

“La CIA utilizó elementos desafectos al régimen para incendiar “El Encanto”, que provocó 18 heridos y la muerte heroica de la empleada Fe del Valle, que murió carbonizada cuando quedó atrapada en una escalera, mientras intentaba salvar el dinero de los fondos de la FMC”
Los contemporáneos del castrismo nos quedamos para siempre con este titular, que ha trascendido a la memoria colectiva de los cubanos de hoy. No es falso en rigor, pero sí una verdad a medias, desprovista de algunos detalles importantes que Castro guardó bajo llave, y que nunca llegaron a la bibliografía escolar, pero igualmente se hicieron de dominio público.
Hago aquí un inciso trivial, para resumir la bola de teorías conspirativas que surgieron desde aquella noche triste. Fueron solo más páginas añadidas a la enciclopedia de leyendas urbanas cubanas, relacionadas con la revolución y sus líderes, pero algunas, que parecían descabelladas, encontraron respuesta después. ¡Y qué respuestas!
Tras la detención e identificación de los culpables, saltaron millones de interrogantes en la chanchullera opinión pública: ¿Quién era realmente Fe del Valle? ¿Se produjo en realidad la conversación en la que dijo que regresaba a salvar el dinero de la FMC, o fue una fábula inventada, “ad hoc”? ¿Era el dinero de la Federación o el de la caja del Departamento de Niños, del que era jefa? La prensa revolucionaria ofreció ambas teorías. ¿En qué dirección iba cuando la encontraron en la escalera? ¿Subía o bajaba? ¿Llevaba o no, el dinero con ella? ¿Es cierto que el carro de bomberos había salido media hora antes del cuartel, y esperaba avituallado y con toda la tripulación encima a las 6:30 de la tarde en la calle Dragones? ¿Por qué no se tomaron medidas de seguridad extra, habiéndose producido durante los días anteriores, varios avisos de bomba? ¿Qué papel jugó el agente del G2 infiltrado en la tienda? ¿Por qué, tanto el miliciano que detuvo al autor material, como el agente que lo reconoció en la delegación de la DI, eran o habían sido empleados de “El Encanto”? ¿Había acaso una reunión de antiguos empleados de la tienda en Baracoa? ¿Quién fue realmente la cabeza de todo esto?
A las 48 horas de comenzado el incendio, cuando todavía en La Habana quedaban pequeños focos aun en llamas, los guardacostas de la playa de Baracoa detectaron señales luminosas en medio de la noche, hechas con una linterna desde una casa en la costa.
Carlos González Vidal, de 23 años, empleado del departamento de discos de "El Encanto"
Allí el miliciano Pena, al mando de una cuadrilla, detiene a Carlos González Vidal, empleado y vendedor de la sección de discos de “El Encanto”. Pena lo reconoce, porque él también había sido empleado de la tienda, y lo envía detenido a una dependencia de la DI de la Seguridad del Estado, ubicada en 5ta. y 14, en Miramar.
Casualmente allí también lo identifica Oscar Gámez, otro ex empleado de la tienda que era agente del G2 infiltrado en los grandes almacenes y hoy es coronel del Ministerio del Interior.
Carlos González Vidal, terminó confesando haber provocado el fuego con dos petacas incendiarias cargadas con explosivo plástico C-4, camufladas dentro de cajetillas de cigarros Edén, que había traído de Miami Cawy Comellas, un agente de la CIA infiltrado en la Isla. 
Había aceptado ejecutar la acción de sabotaje, con la condición de que una lancha lo sacara de Cuba inmediatamente después por Baracoa.
Me salto la espesa trama de inteligencia policiaca en torno al suceso, porque está llena de chivatazos, agentes dobles, un alijo de armas en el club Tikoa y hasta una novelesca persecución por mar.
Solo recordaré que, además de los culpables “oficiales”, como el ejecutor directo Carlos González, su tío Reynold González, Dalia Jorge, la responsable de acción y sabotaje del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y Mario Pombo Matamoros, jefe del Sector del comercio del MRP, instructor de González y presunto autor intelectual, la acción también involucraba a alguien que había sido muy cercano a Fidel. El “planificador” de la acción terrorista, había ayudado a Castro a gobernar durante el primer año de la revolución. Era el primer ministro de Obras Públicas del gobierno revolucionario, Manuel Ray Rivero, que había renunciado a su cartera pocos antes, en octubre de 1959, cuando Castro le pidió que apoyara el fusilamiento de Hubert Matos. 

Manuel Ray Rivero, ex ministro de Obras Públicas de Castro
Ray Rivero pudo escapar de Cuba en 1960, y en Puerto Rico fundó la Junta Revolucionaria Cubana (JURE) y el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), bajo cuyas órdenes actuaron González y Pombo. 
La Dictadura denunciaría más tarde, tras las pesquisas del G2, que el atentado era solo uno más de una lista, diseñada por la CIA para crear un ambiente de crisis que facilitara la posterior invasión por Bahía de Cochinos. La lista incluía la Papelera de Puentes Grandes, los Ten Cents de la cadena norteamericana Woolworth, y otros establecimientos comerciales en las calles Obispo, Monte, y en la esquina de 23 y 10.
En los días posteriores, además de Mario Pombo, fueron detenidos Arturo Martínez Pagalday, y Telesforo Heriberto Fernández, después condenados a prisión. Carlos González Vidal fue fusilado el 20 de septiembre de 1961 en La Cabaña. Dicen que sus últimas palabras ante el pelotón de fusilamiento fueron “¡Viva Cuba Libre! ¡Viva Cristo Rey!”. 
Qué muerte tan inútil.
Pombo fue liberado como parte de los acuerdos de diálogo entre exiliados cubanos y Fidel Castro en los años 70s. Años más tarde publicó el libro “Conversando con un mártir cubano: Carlos González Vidal”; sus propias memorias de prisión, escritas a su amigo ejecutado.

NOS FALTA FE

El 13 de abril de 1961, a Fe del Valle Ramos –“Lula” para sus compañeros–, le correspondía realizar la guardia de milicias, primero en el quinto piso de la tienda y después en el exterior. 
El relato oficialista cuenta a partir de aquí que Fe “se entregó con denuedo a salvar los bienes del pueblo, y fue a rescatar el dinero en cash de la FMC”. No volvió a ser vista hasta que sus restos calcinados aparecieron entre las ruinas.
La muerte de Fe del Valle fue manipulada de forma perversa por Fidel, y su martirologio utilizado como excusa para sembrar en el pueblo el odio eterno al enemigo del Norte. 
Fe del Valle Ramos
Fe no era un guardia nocturno, ni policía, ni CVP; era una simple tendera, que había dejado esa noche a sus dos hijos pequeños en casa, para hacer guardia de noche donde trabajaba de día. Estaba allí, porque así lo quiso la revolución, y en última instancia, porque así también lo quiso ella. No me interesa su implicación ideológica con la Dictadura; no era más ni menos “comunistona” que los millones de cubanos que apoyaban a Castro en 1961. 
Exceptuando los que olieron el tsunami desde el minuto 1, -y partieron-, el resto de nosotros nos comimos la compota, y muy a gusto. Eran días de euforia libertaria, -o eso creíamos-, y entrábamos por todos los aros que nos ponía Castro, por nuestra propia voluntad. No hace falta explicar lo que han tardado muchos como Fe en reconocer el fraude, y hay quien aun no lo ha reconocido. Todos los cubanos de entonces tuvimos a una Fe del Valle en la familia.
Es tan indecente aplaudir la destrucción de “El Encanto”, como bajarle el precio a la muerte de Fe del Valle, por considerarla comunista. No murió por comunista; murió por crédula, manipulable e ilusa. Le creyó ciegamente al hombre que le dijo que había venido a salvarles la vida a ella y a sus hijos. Millones de madres y mujeres cubanas eran entonces como Fe, sin saber siquiera de la existencia de Carlos Marx.
Fe del Valle con sus hijos
Fe del Valle no tenía que estar haciendo guardia en "El Encanto" aquella trágica noche de abril. Naturalizamos rápidamente que “era nuestro deber” cuidar la propiedad del pueblo, porque era "nuestra propiedad". Pero hacer de custodios no era nuestra obligación, ni nos pertenecía lo que cuidábamos.
Castro se aprovechó del pueblo para delegar en él, funciones que, en el resto de los países democráticos solo corresponden a las fuerzas de seguridad. No fue un momento fugaz de “entrega ciudadana para proteger la propiedad colectiva”, sino la regla durante los 60 años de dictadura: El dictador puso al pueblo a cuidar lo robado, y al G2, al MINFAR y al MININT a vigilar al pueblo.  
Hace siglos en el planeta dejó de estar de moda que los trabajadores custodiaran de noches sus centros de trabajos, y los estudiantes, sus escuelas. No ha habido empresa privada en Cuba a la que pueda responsabilizarse de la vigilancia de sus inmuebles, así que, era y es el Estado el responsable de hacerlo, no “el pueblo”. Pero 12 millones de cubanos han estado 60 años "en pie de guerra" vigilando gratis para Castro un país donde no se ha vuelto a producir una balacera desde Girón.
Fe fue solo una más del ejército de estudiantes y trabajadores que ejercimos gratuitamente de guardianes para Castro. Ni siquiera se le pudo armar una biografía heroica, por más palabras revolucionarias y gloriosas que se agregaran a su currículum. Era una humilde aprendiz de sombrerería, ex dependienta en la tienda “Fin de Siglo” y después jefa del departamento de niños en “El Encanto”. Era miliciana y miembro de la FMC, como millones de mujeres de entonces; su acto más heroico antes de morir, había sido “apoyar” la creación de un círculo infantil para las trabajadoras de la tienda. Fe era una mujer insignificante y anónima que murió haciendo algo que no tenía por qué hacer.
Parece que Fe del Valle le deba mucho a Castro, solo porque la fundió en bronce y le dio su nombre a un parque; triste y recurrente sustituto urbanístico de cualquier edificio que se caía en La Habana.
Hace muchos años ni siquiera se construyen parques en los derrumbes de Cuba, pero Fe tiene el suyo, que le asegura la compañía masiva de los habaneros a cualquier hora del día y de la noche. El parque de Fe tiene Wifi; es el templo de la fe en ETECSA.
No sé por cuánto tiempo estará conectada la abnegada Fe. Hay señales claras de que se cargarán el parque, dicen, para hacer un hotel. Ya se han podado sus árboles de fronda. Peligro de parque. Peligro de Wifi. Peligro de Fe. 
La muerte de Fe del Valle, fue también el principio de la muerte de la fe de un pueblo entero en los valores de la democracia y la libertad. Los cubanos del exilio hemos ido perdiendo gran parte de la fe en recuperar a una Cuba libre y democrática, y los de la Isla ya nacieron sin saber lo que significan esas dos palabras, emputecidas por la revolución. 

EL KARMA DE FUEGO DE 
“EL ENCANTO”

El incendio de “El Encanto” hoy solo se recuerda en Cuba como una putada imperialista en la que murió Fe del Valle, no por la constancia y el trabajo de sus fundadores, la pericia de sus empleados y lo que dignificó al comercio habanero y a la ciudad. La tendera mártir ha terminado siendo más importante en la memoria de los habaneros, que la tienda misma.  
Los Castro prefirieron no darle mucho bombo al mejor de nuestros grandes almacenes, para evitar comparaciones incómodas. Por suerte existe una Asociación de Antiguos Empleados de "El Encanto", hoy exiliados, que mantienen viva con mucha dignidad la memoria del que fue su centro de trabajo.
En abril de 2008 la tienda “El Encanto” de Camagüey, fue presa de otro incendio de grandes proporciones, el mayor en tres décadas en la ciudad. Allí murió por asfixia el joven bombero Alejandro Clivillé Sariol. Tenía 18 años. 
Alejandro Clivillé Sariol, bombero muerto en el incendio de  "El Encanto" de Camagüey en 2008
Alejandro no tiene parque, nadie lo conoce, y excepto su familia, nadie lo recordará. Pero cinco años después de su muerte, la tienda camagüeyana volvió a arder el 12 de julio de 2013.
Parece que “El Encanto” se resiste a pertenecer a sus captores. El incendio de la tienda habanera se me antoja un suicidio asistido, como si hubiera preferido morir entre las llamas, antes de ser el botín del ladrón. Se ahorraba así también el medio siglo de agonía que le esperaba a otras tiendas, hoy infectos cajones de basura como “El Ten Cent”, “Ultra” o “La Época”. Como ellos, "El Encanto" sería una mole de cemento en ruinas.

“El Encanto” murió entre las llamas, siendo la más hermosa de nuestras tiendas, como se fue Marilyn, que también murió bella y así se le recuerda para siempre. Ella nunca estuvo allí, pero le habría encantado visitar el Salón Francés...

FIN 


OTROS VIDEOS







BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Carlos Ferrera Torres - "Nos falta Fe; una historia de desencantos" (Libro en preparación).
Javier Cuartas - “Biografía de El Corte Inglés”, Espasa-Calpe, Pozuelo de Alarcón, 1991.
Mario Pombo Matamoros - “Sobre el incendio y la destrucción del edificio” y “Conversando con un mártir cubano: Carlos González Vidal”. Miami, FL: Ediciones Universal, 1997.
Pilar Toboso - “Pepín Fernández 1891-1982: Galerías Preciados, El Pionero De Los Grandes Almacenes,” Madrid, 2000.
Juan Carlos Rodríguez - “Girón, la batalla inevitable”. Editorial Capitán San Luis. La Habana.
Asociación de Antiguos Empleados de “El Encanto” - “Sobre la historiade El Encanto” 



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Author: verified_user

Cubano de nacimiento y catalán de adopción

12 comentarios:

  1. Totalmente convencido, (desde ha mucho) que nos falta fe.....en nosotros mismos, en unirnos como pueblo, un dia descubri que el mayor robo que cometio el regimen con nosotros los cubanos fue habernos despojado de todo nuestro espiritu de luchas, y no hago alusion a lo que los cubanos de estos tiempos le llaman en la isla : " la lucha"- que es robarle al gobierno corrupto un poco de esto o de aquello, o prostituirse....o cualquiera otra de cosas parecidas, sino la lucha real por volver a ganarnos el paraiso de la democracia.

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    1. Te suscribo Piero, hasta la última letra. Gracias por tu visita

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  2. La época de oro de
    Cuba. Quien la vio y quien la ve ahora.

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  3. Gracias Ferrera por tan magnifico trabajo. Gracias por evocar la magnificencia de la Cuba de ayer, desconocida para muchos, que como yo y tú mismo, no tuvimos la oportunidad de conocer. Gracias por tu denunca moral e histórica y gracias por tanto aprendizaje que nos facilitas !!

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  4. Magnifico relato Carli, como todos los tuyos. Te dire primero que te extraño, (recuerda que soy una vieja tia tuya) que vivio los 50 y 60 divinos. Y despues un poco del infierno que llego, hasta que pudimos espantar la mula. En El Encanto trabajo por verios años la esposa de mi hermano mayor, alta, esbelta, cinturita de avispa y muy bonita de cara. Se llama Gudelia y muy viejita y con Alzhaimer pero todavia vive. No me acuerdo muy bien pero al final trabajaba en el Dpto. de Perfumeria. Fui pocas veces con mi hermano a recogerla, y entrar alli era como entrar al Paraiso, todo caro, pero exquisito.

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  5. Tocayo, gracias por esta otra historia tambien contada. Me he quedado pensando en los/las Fe del Valle de mi familia, en los vivos, en los muertos, en aquel que por su muerte heroica (e innecesaria) tomaron su nombre para darlo a una escuela. En fin, no creo encontrarme con ninguna Fe en este plano, nos falta, nos la carbonizaron.

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  6. Recuerdo muy bien ese 13 de abril, querido Carlitos. Vivíamos entonces en Neptuno entre Industria y Amistad, pero habíamos ido al cumpleaños de mi primo Arturito en Nuevo Vedado y de regreso encontramos que todas las calles estaban cerradas, y a mi papá le costó mucho trabajo llegar a la casa... Vimos el final del incendio desde nuestra azotea y por el viento llegaban retazos de telas quemándose hasta nosotros. Durante muchos meses hubo un tanque de agua enorme sobre "El Encanto" amenazando desplomarase y demoraron bastante en desmontarlo... No supe cuántas cosas se quemaban al mismo tiempo esa noche...

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  7. Cuanta desidia !!!. Cuantas tropelias !!!. Perdimos el Encanto con el encanto de una prospera y bella Cuba !!!. No habra retroceso, el pasado no volvera. Pero..., habra que costruir un futuro luminoso.

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    1. Gracias Carlos por toda la historia que cuentas, que mas que llanto, da rabia, por lo perdido.

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