Por Carlos Ferrera |
MILTON HERSHEY;
DULCERO DE RAZA Y FILÁNTROPO
NATO
Esta historia comienza el 13 de septiembre
de 1857, en un pueblo rural de los Estados Unidos llamado Derry Church, en el
condado de Dauphin, Pensilvania. Es un lugar que jamás habría tenido ningún
vínculo con Cuba, de no ser porque ese día nació en una finca local, un hombre
llamado Milton Snavely Hershey.
Treinta y un años antes, en 1826,
había llegado allí su abuelo Isaac
Hershey, un campesino de la Suiza alemana, con su mujer Ana. Isaac levantó una
casa de piedra en Derry Church, y engendró allí una dinastía estadounidense con su apellido,
pero no estaba destinado a ser el hombre más importante de ella. Lo sería su
nieto.
Dicen que Milton Hershey, desde su
nacimiento hasta su muerte, vivió tocado por la suerte. De hecho, ambos eventos
ocurrieron un día 13, un signo inequívoco de buena fortuna. Pero durante su
niñez, la familia Hershey era muy humilde y pasó muchas estrecheces.
Sus padres Verónica Fanny Snavely y
Henry Hershey, eran campesinos muy modestos que solo tuvieron otra hija más
llamada Serina, nacida en 1862. Milton y su hermana se criaron en la vieja
granja familiar del abuelo Snavely, pero el clan debía moverse por las
localidades agrícolas de la Pensilvania rural, para buscarse el sustento
trabajando en el campo.
Con tantos viajes, los niños no
pudieron recibir una adecuada formación escolar a la edad apropiada. Tampoco
para su padre era importante que fueran al colegio, porque creía que la gente
debía aprender por sí misma a buscarse la vida para subsistir. De adulto,
Milton sería consciente del error que había cometido su progenitor, y de la
importancia de la educación desde la niñez.
En 1870, con 13 años de edad, Milton
Hershey había cambiado siete veces de escuela y había aprendido muy poco, así
que su madre le consigue un trabajo de aprendiz en la imprenta de un señor
llamado Sam Ernest, en Pequa Creek. Pero a Milton no le hacía ninguna ilusión
terminar sus días imprimiendo papeles, y un día que dejó caer al suelo una
valiosa caja de caracteres de cerámica, rompiendo la mayoría de ellos, fue regañado
y zarandeado por Mr Ernest. Milton vengó la afrenta tirando su sombrero en la
prensa, y por supuesto, perdió el empleo.
Pero entonces Fanny, su abnegada madre,
que jugaría un importante papel en su vida, lo pone sin saberlo, en el camino
que lo conducirá al éxito. Fanny le busca otro empleo como aprendiz, esta vez
en una cremería de la localidad, propiedad de un confitero llamado Joe Royers.
Al principio Royers solo le asignaba
faenas sucias y pesadas; cargar cajas de dulces y limpiar la cremería. Pero la
señora Fanny volvió a meter baza, y consiguió que Mr. Royers lo pusiera a
trabajar con él en la cocina, y le enseñara el oficio. Y allí Milton descubre
que el mundo de la dulcería es su mundo, y aprende con rapidez de su experto maestro lo más importante de la
hechura de las golosinas. Entre otras cosas, Royers le confiará una sofisticada
receta para hacer caramelos, que le servirá de gran ayuda en el futuro.
Viendo que a su hijo se le daba bien
la pastelería, la señora Hershey lo convence de que abra un negocio de confituras
propio, y en 1876, cuando cumple 19 años, lo envía a Filadelfia son su tía Martha.
Henry, Fanny
y Martha "Mattie" Snavely, eran menonitas, una rama pacifista de los
cristianos anabaptistas, caracterizada por practicar la solidaridad familiar. Mattie
le dio 150 dólares a su sobrino, que eran los ahorros de toda su vida, y con
ellos, Milton emprendió una nueva aventura como pastelero. Después de seis años perfeccionando su oficio en
Filadelfia, abre por fin su primera tienda, pero el negocio se va al traste,
porque aún no ha aprendido los secretos de la gestión empresarial.
Pero Milton no se rinde. Con la
ayuda de Mattie, alquila una pequeña casa de ladrillos en Spring Garden 935, e
instala una pequeña fábrica de caramelos, echando mano a aquella vieja receta de
esa golosina que había aprendido de su maestro Royers. Casi enseguida participa
en la Exposición del Centenario de Filadelfia, donde presenta con gran dignidad
y profesionalismo su negocio; vende caramelos a los visitantes y distribuye
tarjetas para comercializar sus productos.
Milton Hershey recorre los arrabales
de Filadelfia vendiendo sus golosinas en un coche tirado por un viejo mulo, pero
son días difíciles. Tiene que encargarse de todo; elaborar, publicitar y vender
sus productos. Entonces se le acaba el dinero para pagar el alquiler de la
fábrica, y vuelve a quebrar.
Convencido de que en Filadelfia no
saldrá a flote, en 1883 se marcha a New York. En La Gran Manzana consigue
empleo en una pastelería de la famosa Casa Huyler, entonces fabricantes de
confituras de gran prestigio. Al mismo tiempo monta un pequeño negocio de
melcochas en la cocina de la casa de huéspedes donde vive, utilizando de forma
clandestina el vapor de una tintorería de chinos que hay al lado.
LANCASTER CARAMEL COMPANY,
EL
DESPEGUE DE UN SUEÑO
DE AZÚCAR
Sin embargo, Hershey no está
satisfecho con su empleo en Huyler, ni con su modesta melcochería casera, y
decide abandonar la gran urbe para regresar a Pensilvania. Pero no vuelve a
Derry Church, sino a Lancaster, la llamada “Ciudad de la Rosa Roja”, en el
sector sur-central del estado. Allí reside la mayor comunidad amish de los
Estados Unidos, y a los amish les encantan los dulces.
Lancaster resulta ser un lugar
providencial para los sueños de Milton Hershey. Casi enseguida,
conoce a un comerciante inglés que le sugiere fabricar caramelos en cantidades
industriales, que él se ofrece a exportar a Inglaterra. Entusiasmado con la
idea, una mañana Hershey se pone su mejor chaqueta y se planta en el despacho
del director del Banco Metropolitano de Lancaster, para pedirle un préstamo de 250
dólares, la financiación que necesita para el negocio que tiene en mente. Increíblemente,
el director de la entidad bancaria le presta el dinero.
Hershey entonces funda una empresa
que llama Lancaster Caramel Company, especializada en confituras y caramelos, productos
que registra con el nombre de “Cristal”. El negocio tiene gran aceptación en
Lancaster y después en toda Pensilvania, y su fama crece rápidamente gracias a
la ayuda del exportador inglés, que le hace grandes pedidos para vender fuera
de los Estados Unidos.
La firma de Milton Hershey enseguida
se hace popular, y solo 4 años más tarde ya es una de las tres mejores empresas
confiteras del estado. Surte a EEUU y a Europa, y emplea a 1400 empleados en
una docena de fábricas que el pastelero abre en Pensilvania e Illinois. En 1894
los productos de Hershey ya se exportan a Chima, Australia, Japón y gran parte
de Europa. Su capital en acciones equivale a 600.000 dólares, y le generan a
Hershey 200.000 dólares anuales de beneficios. El hijo de Fanny ha triunfado.
Pero los caramelos no eran el
objetivo de Milton, sino solo un paso para introducirse en el mundo de la alta
confitería americana, y en especial, al producto estrella que hacía furor en
los Estados Unidos a finales del siglo XIX; el chocolate.
Hershey vio una gran oportunidad en
la floreciente industria chocolatera, pero no lo convencían las técnicas de su
producción y elaboración en los Estados Unidos, muy distantes de la sofisticada
tecnología europea. Pero en 1893, asiste a la Exposición Universal de Chicago,
y le llama poderosamente la atención una máquina alemana para elaborar
chocolate, exhibida por J. M. Lehman Co. de Dresden. Se convence de que esa es
la piedra angular de su nuevo negocio, y compra varias máquinas tras la
exposición.
DERRY CHURCH,
LA CIUDAD DE CHOCOLATE
Con las máquinas Lehman, Milton se
lanza a la producción y comercialización de chocolate en grandes cantidades en
su pueblo natal. A base de ensayo y error, elabora su propia fórmula de
chocolate con leche, que perfecciona añadiendo caramelo a sus golosinas de cacao. Tiene un gran éxito,
pero su sueño aún es demasiado grande para un pueblo tan pequeño y modesto como
Derry Church.
También está a punto de cumplir los
41 años y se le está haciendo tarde para formar una familia. Por eso, el 25 de
mayo de 1898 se casa con Catherine “Kitty” Sweeney, una hermosa chica de
Jamestown, Nueva York, en la catedral
de San Patricio de esa ciudad.
Catherine “Kitty” Sweeney |
Durante 17 años, Catherine acompañará a su
marido en los negocios y en la vida, y, como su madre, ejercerá una gran
influencia en las decisiones de su empresa.
En 1900, en el mejor momento de su
esplendor empresarial, Milton vende Lancaster Caramel Company y sus patentes
Cristal por un millón de dólares a la American Caramel Company, un consorcio
surgido en 1898 de la fusión de los confiteros de York y Filadelfia. Milton
guarda el dinero para construir la fábrica que tanto ha anhelado. Lo hará en su
pueblo natal, Derry Church.
Hershey compra un local de 1200
acres (160 km²) en una granja a 30 millas al noroeste de Lancaster. Desde allí
le es muy fácil obtener leche fresca de las granjas cercanas, y puede procesar
chocolate con leche en volúmenes industriales. Sabe que el chocolate suizo es
un lujo en el mercado europeo y se propone fabricar un producto similar, pero asequible
a los bolsillos de la clase media americana.
Seguidamente se entrega a la tarea
de montar su fábrica, y lo hace partiendo de una lógica completamente novedosa;
comienza por los servicios públicos necesarios para que funcione el complejo
fabril que ambiciona, y pensando en el bienestar de la gente que trabajará en
él. Lo inspiraban las ideas urbanísticas del movimiento de “Pueblos Modelos”,
que tuvo su esplendor a finales del siglo XIX en los Estados Unidos, cuyos
líderes propugnaban la creación de comunidades fabriles autosuficientes, con
facilidades y servicios para sus habitantes.
Hershey estaba convencido de que, para
obtener un producto de la mejor calidad, antes debía brindar esas ventajas a
sus empleados, que devolverían el gesto con gratitud y entrega en el trabajo, una
actitud que se reflejaría en una mejor y mayor producción. Con esta premisa, se
lanza a construir el lugar donde ubicará su Ciudad de Chocolate.
Milton consideró
fundamental evitar aislar a su plantilla en un recinto separado de la ciudad,
como solía ocurrir en las comunidades obreras de la época. Por eso, mientras se
levantaban las instalaciones de la fábrica, mandó a proyectar y construir a su
alrededor una sofisticada red urbana de calles arboladas con parterres, interconectadas
entre sí, destinadas al tránsito de carretillas de leche y cacao, y a la
circulación expedita de los trabajadores. Les posibilitaba el acceso fácil
desde otras localidades, y moverse fácilmente entre sus instalaciones, en
bicicleta primero, y –aunque aún no era un invento utilitario masivo– en transporte
motorizado años después. Milton sabía que el automóvil era el futuro, y se
preparaba para él. Y también, para sus obreros, Hershey edificó un gran
complejo de viviendas confortables en torno a la factoría; una pequeña ciudad.
LA CIUDAD DEL CHOCOLATE
Y LA MODERNIDAD
El modelo de ciudad obrera de
Hershey permitía alojar en ella a los trabajadores, ahorrándoles dinero en el transporte.
Construyó un bonito barrio residencial de viviendas funcionales, chalets
adosados para dos familias con un nivel depurado de diseño y confort,
impensable entonces para las familias trabajadoras.
En las parcelas resultantes de la
red vial, Hershey construyó un banco, una lavandería, una herrería, una imprenta,
un café, un almacén y un correo. Instaló servicios de agua corriente y recogida
de basuras, una planta energética y una centralita telefónica, lujos que en su
mayoría ni existían en Derry Church, y mucho menos en las zonas rurales
aledañas. Además, estimuló el asentamiento de otros negocios como proveedores
de estos servicios.
Su padre, Henry Hershey, murió de un
ataque cardiaco el 18 de febrero de 1904, después de haberlo ayudado en todo lo
que pudo a levantar su imperio. No pudo ver terminada la gran obra de su hijo,
pero su madre tomó el relevo como cabeza de familia, y desde entonces fue su
mejor consejera.
La fábrica de Milton Hershey estaba
lista en junio de 1905, equipada con los últimos avances tecnológicos en la
separación de la masa del cacao y su manteca. El chocolate con leche Hershey’s rápidamente
se convirtió en el producto nacional líder de su tipo.
Solo un año más tarde, en 1906, la popularidad del
chocolate Hershey es tan grande, que el consistorio aprueba cambiarle el nombre
al pueblo, que deja de llamarse Derry Church para llamarse Hershey. Desde
entonces se conocerá popularmente como "El pueblo de chocolate" o "El
lugar más dulce sobre la Tierra". Milton Hershey estaba escribiendo su
nombre en letras de oro en la Historia de los Estados Unidos.
Pero no sabía aún que también lo escribiría en la
Historia de Cuba.
EL REY DEL CHOCOLATE
A partir de entonces, Hershey se
dedicó a pulir y sofisticar su nueva comunidad obrera. El Rey del Chocolate, -como
empezó a ser conocido en los Estados Unidos-, introdujo en su novedosa
comunidad fabril, nuevas y modernas instalaciones para la recreación del personal
y sus familias.
Hizo una piscina, un gimnasio y una
biblioteca pública, y fundó en 1907 el “Hershey Press”, el primer periódico
semanal de gran tirada que se distribuía en una fábrica norteamericana. También
construyó un gran parque temático de diversiones, el Hershey Park, que abrió
sus puertas el 24 de abril de 1907 y se expandiría como franquicia en el futuro,
y sería un lugar de atracción turística de referencia en la costa oeste. Ya en
1910, Hershey contaba con una banda de conciertos, juegos infantiles, otra
piscina, bowling, un zoológico, y una línea férrea en miniatura.
De ser un pueblo atrasado y polvoriento,
Hershey se transformó en una flamante y moderna ciudad turística. Sus
instalaciones ampliaron su uso, no solo a los trabajadores y a los habitantes
de la comunidad, sino a la población de los alrededores, e incluso a los
visitantes de otros estados. El fenómeno obligó a Hershey a crear una oficina turística
que llamó Cocoa House, donde se facilitaba a los visitantes un tour por la
ciudad fabril.
La vida le sonríe a Milton Hershey,
al extremo de que en 1912 se salva de embarcar en el Titanic, y probablemente
de morir ahogado en la tragedia. Con los billetes ya comprados, su mujer
Catherine enferma repentinamente y ambos cancelan el viaje desde Inglaterra a
Nueva York. En el Museo Hershey de Harrisburg, Filadelfia, se conserva el
cheque de compra de los pasajes a la White Star Line, la compañía naviera dueña
del celebérrimo crucero.
Hershey continuó mejorando las
condiciones de la ciudad que había creado. Levantó un hotel, un Colegio Mayor
Industrial, un edificio comunitario, un teatro comunitario, y el Hershey’s
Sport Arena Construyó un estadio preparado para practicar deportes sobre tierra
y sobre hielo, que rápidamente incentivó el surgimiento de un equipo de jockey
local, el Eastern Amateur Hockey League. El jockey fascinó a tal punto a toda
la ciudad, que el filántropo construyó otra instalación solo para ese fin, el
Hershey Ice Palace, que empezó a funcionar en 1931, inaugurado por el equipo de
la casa.
Milton añadiría en el futuro a su
floreciente Ciudad de Chocolate, un museo, un jardín de rosas y una academia
para cursos de golf, popularizando este deporte antes casi desconocido en el
estado. También creó un centro médico que le costó cincuenta millones de
dólares de la época, para el que contrató a importantes especialistas de
distintas disciplinas, y que pronto se convertiría en un referente de la
medicina en los Estados Unidos.
La labor de Hershey no fue solo
material, también hizo un importante trabajo social alentando a los miembros de
su nueva “ciudad” a agruparse en comunidades y voluntariados. Al cuerpo de bomberos
voluntarios que fundó en 1905, se añadió la Banda de Música de Hershey, varios clubes
literarios y sociales, y equipos deportivos de baseball y básquet, cuyas
dotaciones y uniformes eran subvencionados por él.
Hershey nunca olvidó que fue el
chocolate lo que había hecho realidad su sueño, y rindió justo homenaje a ese
producto, nombrando las calles de su ciudad con los nombres de las regiones del
mundo más importantes en la producción del cacao. En todas partes había una
escultura, una tarja o un elemento urbanístico que celebraba el mundo del
chocolate, y hasta los postes eléctricos de las calles tenían forma de “chocolate
kisses”, una golosina muy apreciada por los niños de entonces.
En el esplendor de su fama, Milton
Hershey construyó otro centro académico para la formación técnica de niños y
jóvenes, huérfanos en su mayoría; la Escuela industrial Hershey.
Pero la felicidad de Milton se vio
ensombrecida en 1915. Desde hacía algunos años, su esposa Catherine sufría una
enfermedad nerviosa que afectó su movilidad y equilibrio y que le impedía sentir el calor y el frío. Pero a
Kitty le gustaba conducir con las ventanas abiertas de su automóvil para sentir
la sensación de viento en la cara, y así lo hizo un invierno cuando regresaba a
Hershey, desde Atlantic City. En el trayecto, contrajo una fuerte neumonía que
la obligó a detenerse en el Hotel Bellevue-Stafford de Filadelfia.
Milton y Kitty |
Fue casi fulminante. A pesar de que
Milton se presentó enseguida en el hotel, el médico le dijo que a Catherine no
le quedaba mucho tiempo de vida. Ella, consciente de esto, lo envió a tomarse
una copa de champán al bar, para que no estuviera en la habitación en el momento
de su muerte, que se produjo minutos después. Era el jueves 25 de marzo de
1915.
Sumido en una gran tristeza, Milton
hizo colocar el cuerpo de su mujer en una bóveda durante cuatro años. Allí, él
mismo se encargaba de ponerle dos veces por semana un ramo de las rosas que
había sembrado ella en el Jardín de Rosas de High Point. En 1919 el cuerpo de
Catherine fue trasladado al nuevo cementerio de Hershey, y hoy descansa allí con su esposo y sus padres.
Milton llevó su foto en el bolsillo desde entonces y hasta su propia muerte.
Milton y Kitty Hershey con amigos en su residencia de High Point, Hershey |
Su pérdida lo convirtió en un hombre
triste. No tuvo hijos con ella, pero nunca volvió a casarse, y conservó todas
sus pertenencias hasta el fin de sus días. Milton Hershey era un hombre muy
apegado a los recuerdos, tanto, que cuando rediseñó su viejo pueblo para su
nueva fábrica, tuvo el cuidado de conservar la casa donde nació, que aún es
posible visitar.
CUBA, UN DULCE SUEÑO INESPERADO
Mucho se ha especulado sobre los
motivos que impulsaron al pastelero, empresario, millonario y filántropo Milton
Hershey, a visitar La Habana. No fue, como suele contarse en sus biografías más
lacrimógenas, por cumplir una promesa hecha a su esposa en su lecho de muerte.
Tampoco se debió a otro de sus incontables impulsos altruistas, aunque una vez en
Cuba, ya le fuera imposible sustraerse a su temperamento filantrópico. Fue por
una razón empresarial de urgencia.
Cuando estalló la Primera Guerra
Mundial, Milton Hershey comenzó a tener problemas con el suministro de azúcar de
remolacha que importaba de Europa para producir chocolate. Y es –otra vez– su
madre, la sabia señora Fanny, quien actúa de consejera de su hijo.
Fanny le sugiere a Milton que compre
o construya un central azucarero en Cuba. Fabricar él mismo el azúcar en un
país amigo que no está involucrado en el conflicto bélico, reduciría
sensiblemente los costes de compra y transporte que estaba pagando por el azúcar
europeo. También le garantizaría un flujo constante de esa importante materia
prima para su industria.
Además, aunque Hershey desde niño y
hasta entonces, había disfrutado de una salud de acero envidiable, comenzaba a acusar
una incipiente bronquitis que se agudizaba con las bajas temperaturas invernales
de Pensilvania. Fanny estaba convencida de que una temporada bajo el sol de
Cuba, podría aliviarle a su hijo esa dolencia. Por si fuera poco, la reciente
muerte de su esposa lo había sumido en una depresión, y viajar a La Habana para
acometer nuevos proyectos, podría mejorar su estado anímico.
Milton había escuchado antes hablar
del magnífico clima cubano, de la hospitalidad proverbial de su gente y de las
grandes plantaciones de azúcar de la Isla. La idea de Fanny le parece perfecta,
y en el invierno de 1916, viaja a la isla caribeña con su madre, y una amiga de
ésta, Leah Putt.
En La Habana Milton vio enseguida
que allí, no solo tenía una gran oportunidad para reabastecer su fábrica de azúcar,
sino que podía repetir el mismo modelo de negocio que había tenido tanto éxito
en Derry Church.
Mientras Fanny y Leah se instalaron
en un apartamento privado de la capital habanera, Hershey lo hizo en el Hotel
Plaza, que sería su casa durante el tiempo que necesitara para encontrar un
lugar donde establecer su negocio, sus oficinas y su vivienda. Milton envió a
su madre y a su amiga de paseo por la ciudad, y él se fue a caminar solo por el
casco histórico, fascinado por la arquitectura colonial de la vieja Habana.
Pero fue cuando salió al campo,
fuera del área metropolitana, que quedó impresionado por los extensos
cañaverales, que se perdían como un mar verde hasta donde la vista no alcanzaba.
“La visión de los campos de caña me reconfortó de la pérdida de Catherine, y
volvió a darme esperanzas de futuro para mi empresa, como me había dicho mi
madre”, declararía después a un periódico norteamericano.
Cuando Fanny y su amiga terminaron
su visita y regresaron a Pensilvania, Hershey se quedó en el Hotel Plaza, en
cuyos salones recibía a personalidades de la política y los negocios de la
Isla, que lo ponían al corriente del nuevo escenario empresarial al que se
enfrentaba. Fue allí una tarde, cenando con un amigo, que le contó su proyecto
de levantar una ciudad fabril para los cubanos, alrededor de un central
azucarero.
A la mañana siguiente se puso ropa
de campaña y se lanzó con su amigo, y un grupo de colaboradores cubanos, a
buscar el lugar para construir el central de sus sueños. Hershey recorrió gran
parte de la zona costera de La Habana y Matanzas, y le llamó rápidamente la
atención el estuario de Santa Cruz del Norte. Enseguida manifestó su interés de
comprar tierras allí, por su cercanía a un puerto de mar, fundamental para el
transporte de azúcar a los Estados Unidos. Pero ningún terrateniente de la zona
quiso vender sus fincas.
Hershey no estaba acostumbrado a un
no por respuesta y continuó explorando la zona. Entonces descubrió una colina
que dominaba Santa Cruz del Norte. Desde su cima observó el bucólico paisaje de
sus cercanías; un pequeño y tranquilo bosque a orillas del Atlántico, de
vegetación exuberante y bañado por las aguas cristalinas del río Mayabeque.
Dicen que allí se le ocurrió la frase con la
que desde entonces definió el lugar; “El sitio de la eterna primavera
tropical”.
Era la localidad de Santa Cruz de la
Sierra, a 35 kilómetros al este de La Habana. Y estaba en venta.
EL CENTRAL HERSHEY;
UN MILAGRO
AMERICANO EN CUBA
Milton Hershey compró la colina y
parte de las parcelas de sus inmediaciones. El lugar era pura manigua con modestos
bohíos y rústicas fincas agrícolas. Pero mientras sus acompañantes veían Santa
Cruz de la Sierra como un matorral virgen, Hershey vio una próspera comunidad
industrial.
Inmediatamente después de comprar
las tierras, trajo de Pensilvania todo lo que necesitaba para construir un
central azucarero y una comunidad obrera a su alrededor. La cercanía del puerto
de Santa Cruz del Norte le facilitó las cosas, y muy pronto entraron a la zona
las primeras brigadas de obreros de la construcción, taladores, pedreros,
arquitectos e ingenieros que empezaron a levantar los primeros proyectos de la
urbanización.
En 1917 ya era visible la estructura
del central, los cimientos de las viviendas y la línea férrea de un tren.
En 1918 se inauguró el Central
Hershey en su primera fase, y en 1919 Milton Hershey hizo su primera molienda.
En 1920 molió 149 toneladas de caña, y en 1926 se inauguró la refinería de
azúcar. Fue tan rentable, que a Hershey le sobró azúcar para proveer a las
fábricas cubanas de Coca Cola.
Vale la pena detenernos en el
ferrocarril, que se haría famoso en Cuba, y que hoy es la única de aquellas
instalaciones que continúa en funcionamiento.
Los primeros trenes de Hershey eran de
tracción a vapor, pero Milton los consideró caducos al inventarse la tracción
eléctrica. En 1919, Hershey Ferrocarril Cubano comenzó a importar trenes
eléctricos de las marcas JG Brill y General Electric, y se convirtió en la
línea férrea más moderna de América Latina. El ferrocarril sirvió, primero, para
llevar los materiales de construcción de la nueva comunidad, y después para transportar
las materias primas y a los obreros y habitantes del central.
Interior original de los vagones del tren de Hershey |
El servicio de pasajeros eléctrico
entre Matanzas y el pueblo de Hershey se inauguró en enero de 1922, y en
octubre de ese mismo año se extendió a Casablanca, del otro lado de la bahía de
La Habana. En 1924 la flota ferroviaria de Hershey contaba con modernos pantógrafos para
vehículos troles, -necesarios para cruzar las líneas de tranvía en Regla y
Matanzas-, 17 coches eléctricos de pasajeros y 7 locomotoras eléctricas. El
pasaje costaba 47 centavos y solo era necesario un inspector por tren.
Después de terminado el central
Hershey, Milton compró el central Rosario en 1920, el Carmen y el San Antonio
en 1925, y el Jesús María en 1927. Desde 1916, su “reino de azúcar” se había
ampliado en 60 mil acres, cinco ingenios azucareros, cuatro centrales
eléctricas y 251 millas de vías férreas. Para la temporada baja en que no había zafra, Hershey construyó una planta
de aceites vegetales y una desfibradora de henequén, para que sus empleados siempre
tuvieran trabajo.
Milton encontró también agua más
potable que la del Mayabeque en un manantial oculto en el bosque, y convirtió
ese paraje en un sitio recreativo de ensueño, después conocido como “Los
Jardines Tropicales del Central Hershey”, que embelleció aún más con árboles
exóticos que trajo de los Estados Unidos.
Junto al complejo fabril azucarero, Hershey
hizo diseñar una red vial y peatonal inspirada en la de Derry Church, en cuyos
laterales se sembraron árboles, parterres y cuidados jardines. Nació así una
nueva y moderna mini ciudad, que sería la envidia del resto de los pueblos
rurales cubanos, y también de muchas capitales de la Isla.
El asentamiento de viviendas se
diseñó al estilo y gusto de Hershey, a imagen y semejanza de su comuna en Pensilvania.
Eran casas muy cómodas de pronunciado estilo rural americano, que Hershey dotó
de chimeneas, no para calefacción, sino para expulsar los humos de las cocinas,
porque las familias humildes cocinaban con combustibles tradicionales como el carbón,
la leña y el kerosene, que producían humo durante la combustión.
El conjunto habitacional de Hershey tenía
dos zonas de viviendas diferenciadas: el Batey Norte, donde estaban los
servicios públicos principales y las casas de las clases sociales más altas, y
el Batey Sur, que agrupaba las viviendas de los obreros rasos y los peones y
aprendices. Incluía 200 viviendas de madera con techos de dos y cuatro aguas y
otras 50 de mampostería recubiertas con piedras y techos de teja catalana y
criolla. Fueron construidas con distintos niveles de confort en función de la
categoría de los empleados que las habitaban. Además, Milton Hershey construyó barracones
de mampostería y piedra para los hombres solteros y para los peones extranjeros
con empleos transitorios.
Casas del Batey Sur de Hershey |
Junto a las viviendas se levantó un
centro médico moderno, equipado con la última tecnología, una farmacia que
siempre estaba perfectamente abastecida con medicamentos de Estados Unidos, un
cine, un teatro, un club social deportivo para deportes “indoor”, un campo de
golf y otro de baseball, y una escuela pública gratuita para los hijos de los
trabajadores. Con el tiempo abriría otro centro educativo en el Central Rosario
para niños huérfano; la Hershey Agricultural School, que, como su homóloga en
Pensilvania, preparaba a los jóvenes para carreras agrícolas e industriales.
Hizo también un supermercado y una
carnicería con grandes frigoríficos y una planta de energía solo para las casas
e instaló servicios de agua potable corriente y alcantarillado, y un parque de
diversiones con norias, toboganes y columpios.
No hay que olvidar que, mucho antes
de que el ecologismo y las sensibilidades medioambientales se pusieran de moda,
ya Milton Hershey ordenó sembrar árboles en el batey de su central para luchar
contra la contaminación. También prohibió el vertido de desechos contaminantes
en las aguas fluviales circundantes, consciente de que debía mantener su pureza
y potabilidad.
Hershey convirtió su pueblo en una
comunidad tan atractiva y pintoresca como Derry Church, pero que la superaba en
confort y clima, y que tenía el gran atractivo de la cercanía de la playa. Su
fama voló más allá de las colinas de Santa Cruz del Norte, y empezó a ser
visitado por turistas, hombres de negocios, artistas y famosos que venían a La
Habana. El Hotel Hershey estaba siempre lleno, y el turismo generaba una nueva
fuente de ingresos; los turistas ricos utilizaban los restaurantes y fondas de
la zona, y frecuentaban el campo de golf, cuyos jóvenes caddies, -siempre
exquisitamente uniformados-, eran los hijos de los trabajadores del central.
La vida social y cultural en el
batey era tan atractiva, que todos los habitantes de los pueblos aledaños lo
convirtieron en su destino lúdico de fines de semana. Iban allí para ver
películas en el cine del pueblo, llevar a sus hijos al parque infantil, ir de
picnic a los Jardines Tropicales, o disfrutar del campo de golf, el estadio de
béisbol y la playa cercana. También eran notorias las funciones que ofrecía el
teatro de la localidad, las retretas de la Banda de música de Hershey, las
verbenas, las fiestas carnavalescas y las ferias. Aunque Milton Hershey no era
un católico practicante, sino de confesión menonita, permitió que se hicieran
celebraciones religiosas los domingos y durante las fiestas de guardar. Se
celebraban en La Glorieta, en un altar desmontable que construyó para los
devotos del batey.
El administrador del Central
Hershey, Mr. C. L. Kelly, construyó en 1932 un mini aeropuerto con un hangar y dos pistas de
67 metros de ancho y 385 de largo. Desde allí viajaba con su mujer a los Estados
Unidos en su avión biplaza Stearman. Estaba ubicado al oeste del pueblo de
Santa Cruz del Norte, donde hoy se encuentra el Sector Militar y la Cafetería
Habana.
Pero Milton Hershey no tenía grandes
lujos en el pueblo para uso propio. Pasaba largas temporadas en La Habana para
controlar su negocio, pero vivía en su propia oficina al lado del batey, apenas
provista de un baño y un pequeño dormitorio.
El azúcar del central Hershey lo
había salvado de un descalabro empresarial durante la guerra, y los beneficios
económicos que generó después, lo ayudaron a financiar muchas de las
construcciones en la ciudad de Hershey en Pensilvania. Por eso dispensó una
atención especial a sus inversiones en Cuba, y siempre le estuvo agradecido al
país, a los cubanos en general, y a sus empleados en particular, a los que cada
año entregaba aguinaldos por Navidad.
Por su gran aportación a la
comunidad, todos los gobiernos republicanos que existieron mientras el jerarca
estuvo en Cuba, lo distinguieron con infinidad de distinciones honoríficas. De
hecho, Milton Hershey ha sido el único empresario norteamericano condecorado más
de una vez, con la más importante de ellas: la Gran Cruz a la Orden Nacional.
EL FINAL DE UN HOMBRE DE ÉXITO
A finales de los años 30s, Milton ya
era un anciano que no podía realizar viajes muy largos; había trabajado mucho y
estaba muy cansado, así que no pudo continuar viajando a Cuba. Como el mayor
placer de su difunta esposa Catherine era diseñar y disfrutar de los jardines
que él construyó en High Point, tras su muerte, el magnate hizo trasladar sus
rosas a los Jardines Hershey. En sus últimos años, solía ir allí acompañado de
su enfermera y su chófer, para estar un rato junto a las rosas de su amada Kitty.
En 1937, Milton Hershey celebró su
80 cumpleaños en la Arena Deportiva de Pensilvania, en compañía de sus seis mil
empleados. Había cuatro orquestas amenizando la fiesta, toda su familia y
amigos, una abundante representación de los alumnos de las escuelas que fundó,
y un cake de tres pies de altura con ochenta velas. La intensa emoción que
experimentó ese día El Rey del Chocolate fue tan fuerte, que sufrió un infarto.
Pero era un hombre fuerte y superó
el percance, sobreviviendo ocho años más a la tragedia. Los infaustos días de
la Segunda Guerra Mundial lo tuvieron muy atento a la situación del mundo, y se
implicó especialmente en el alistamiento de los jóvenes del pueblo que había
fundado.
Escuchaba atentamente en su residencia las noticias del conflicto bélico
pegado a la radio, mientras fumaba sus puros cubanos. Y allí fueron a verlo un
grupo de militares de alto rango del ejército norteamericano, para pedirle que
creara un chocolate para consumo de los soldados en el campo de batalla, que
pudieran conservar en sus mochilas sin necesidad de frío.
En un postrero esfuerzo, el anciano
se remangó la camisa y se metió en los laboratorios de su fábrica.
Allí elaboró la famosa “Ración de Campaña D”, un «snack» que proporcionaba un
extra de energía y un aporte de 1800 calorías divididas en tres chocolatinas de
4 onzas, resistentes al calor.
Hershey Chocolate Corp. fabricó 500 barras
diarias de ese chocolate hasta el final de la contienda, que terminó el 2 de
septiembre de 1945. Fue el último servicio del chocolatero a su Patria.
Milton Hershey vivió para volver a
ver el mundo en paz antes de morir, pero solo pocos días más. Lo mató una
neumonía el 13 de octubre de 1945, dejando al mundo un ejemplo encomiable de
tesón y filantropía, y a los cubanos una experiencia fugaz de modernidad, que
no volvería a repetirse nunca más. Tenía 88 años.
ADIÓS AL REINO DEL CHOCOLATE, LLEGA
EL REY DEL AZÚCAR
Al terminar la Segunda Guerra
Mundial en 1943, y ya fallecido Milton Hershey, su compañía Hershey Chocolate
Corp. consideró que ya tenía suficientes plantaciones de caña y remolacha en
Estados Unidos, y no necesitaba del azúcar cubano. Entonces dio por terminada la
aventura cubana de su fundador, y comenzó a vender todas sus fábricas e
instalaciones, con ferrocarril incluido.
El central, la ferrovía y los
cañaverales pasaron a manos de la Cuban-Atlantic Sugar Company, cuya
titularidad se hizo oficial en 1946. Ya sin las motivaciones filantrópicas de
Milton Hershey, y solo mirando la rentabilidad económica, la corporación
explotó el central hasta 1958. Ese año, Cuban-Atlantic Sugar Company le vendió
el central al industrial y millonario venezolano nacionalizado cubano, Julio
Lobo Olavarría, por entonces el principal magnate azucarero de Cuba.
Lobo era el hombre más rico del país,
y el más exitoso de los empresarios cubanos de antes del 59. Su fortuna ascendía
a $100 000 000 dólares y sus empresas abarcaban todos los sectores de la
economía, desde la construcción y la agricultura, hasta los servicios y la
banca. Había fundado el Banco Financiero en 1950, que utilizó para controlar
dos de las compañías marítimas cubanas más importantes, Vacuba y Naviera
Cubamar. Poseía, además, una agencia de radiocomunicaciones, una aerolínea, una
aseguradora y una petrolera. Tenía 16 centrales azucareros y 22 almacenes de
azúcar, y era el mayor productor de la Isla, con 3.941.814 sacos de 325 libras
anuales. Controlaba la mitad del azúcar cubano y puertorriqueño, gran parte del
filipino y el 60% del azúcar refino norteamericano. Por eso se le conocía como “El
Rey del Azúcar”.
En 1946, Lobo había sufrido –y
sobrevivido– a un intento de secuestro en el que recibió dos disparos en la
cabeza y uno en una pierna, que lo condenó a ser cojo hasta el fin de sus días.
Julio tenía una visión más fría y menos filantrópica de los negocios que Milton
Hershey, así que no era predecible que la próspera comunidad fabril que levantó
el pastelero de Pensilvania, tuviera continuidad con él, al menos en lo social.
Era rico de cuna, tenía gustos refinados y apetencias de lujos decimonónicos,
al extremo de estar totalmente enganchado a la estética napoleónica.
Su pasión por el prócer francés lo
llevó a comprar el palacete renacentista florentino que construyeron Govantes y
Cabarroca en La Habana, para el acaudalado jerarca italiano Orestes Ferrara,
convirtiéndolo en lo que es hoy el Museo Napoleónico de Cuba. Durante toda su vida, Lobo compró todo lo que pudo
relacionado con Napoleón Bonaparte, y en el año 1954 creó la Biblioteca
Napoleónica, cuya organización puso bajo la dirección de su amiga María Teresa
Freyre de Andrade.
Y también compró el Central Hershey
en 1958, pero pudo disfrutar muy poco de sus dulces beneficios. Castro se lo
quitaría en solo 12 meses, junto al museo, su exclusiva pinacoteca y hasta el
último trapo de su querido Napoleón.
Como tantos otros empresarios, Lobo
tomó el camino del exilo en 1960, para establecerse por corto tiempo en los
Estados Unidos. Se llevó con él lo poco que pudo salvar de su preciada
colección napoleónica, algunos documentos y objetos que están actualmente en
manos de sus herederos en Miami, pero tuvo que dejar la mayor parte en La
Habana.
En 1965 se fue a vivir a Madrid, donde fundó el Centro Cubano, que
presidió durante ocho años. Murió allí el 30 de enero de 1983 a los 84 años,
habiendo amasado una fortuna de 30.000 millones de dólares.
REVOLUCIÓN ES DESTRUIR
El 1ro de enero de 1959 se acabaron
los sueños para la empresa privada cubana y extranjera. Fidel nacionalizó todo
el tejido empresarial y de servicio, y las propiedades de Julio Lobo fueron las
primeras en pasar a sus manos; también el Central Hershey.
Comenzaba el proceso de destrucción
ininterrumpida del país por la desidia castrista, y con ella la pérdida
irreversible de todo lo que una vez tuvo algún valor empresarial,
arquitectónico, artístico o histórico en Cuba.
La dejadez institucional se dejó
sentir casi inmediatamente en la comunidad del central Hershey, que Fidel y su
combo redujeron en poco tiempo a un montón de chatarra y ruinas inservibles.
El Central Hershey perdió hasta el
nombre, que desde entonces es “Camilo Cienfuegos”. Pero la fuerza de la memoria
histórica de sus habitantes, ha conseguido que se conserve el apellido Hershey
para los que no conocieron el pueblo en sus tiempos de gloria. Todos siguen
llamándolo como antes, y Milton Hershey continúa silenciosamente presente en
medio del desastre.
Su avanzada y moderna comunidad
fabril azucarera es un viejo cementerio de recuerdos marchitos, casas
destruidas y solares yermos, donde la mala yerba y la desesperanza compiten por
crecer. La dictadura que castró su futuro le ha pasado por encima como una
aplanadora. No existe casi nada de lo que hizo el filántropo; es un pueblo
fantasma perdido en Santa Cruz, cuya sola visión es tan amarga, como dulces fueron
sus mejores momentos.
Queda el tren, renqueante, mal
gestionado, eventualmente “modernizado”, si cabe la palabra. Va y viene a duras
penas como una reliquia, por las mismas vías que Milton dibujó entre Casa
Blanca y Matanzas. “Nunca llega en
hora”, dicen los que lo usan. Antes era puntual, cuando cumplía la función que
lo hizo célebre; hacer llegar al pueblo la modernidad y el desarrollo. Era “El
Tren del Dinero”, pero hace tiempo fue asaltado por ladrones peores que los de
la película.
Hoy los 1200 habitantes del batey, viven
con frustrada resignación su inexorable muerte. Pero ellos, y los 11 millones
de cubanos restantes, ya están acostumbrados a este duelo, porque el resto de
Cuba ha ido muriendo igual. Hershey es solo una metástasis del
cáncer comunista.
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Bibliografía consultada:
Cuba, Central Hershey, 1916-1946 -
Hershey Community Archieves.
Toro González, Carlos del: La alta
burguesía cubana (1920-1958), Editorial Ciencias Sociales, 2003.
Jiménez, Guillermo: Los propietarios
de Cuba 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
The Washington Post (May 2015) – “The
Cuban town Mr. Hershey built”.
Carpentier, Alejo: La consagración
de la primavera, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1979.
Lobo, María Luisa, Zoila Lapique y Alicia
García – “La Habana: Historia y arquitectura de una Ciudad”. Romántica,
Editorial Monachelli, Nueva York, 2000.
Martínez Camarero, Claudia - Hershey:
Un pueblo con dulces recuerdos.
Ely, Roland T - Cuando Reinaba Su
Majestad el Azúcar, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001.
Martínez Shvietsova, Polina - El
Central Hershey.
Hershey mill had it sweet, South
Florida Sun-Sentinel - February 2005.
Central Hershey - Güije.com
The Hershey Press - El funeral de
Catherine Hershey.
"Hershey, figura de la
Semana" - Revista Bohemia, 15 de junio de 1952.
Zanetti, Oscar y Alejandro García:
Caminos para el azúcar, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1987.
Me he deleitado con esta historia de Milton Hershey. He visto un documental que cuenta la historia del pueblito Cubano de Hershey. La vida y sus azhares. Me fascinó el caracter incansable de Hershey, su pasión, el apoyo de su familia y su amor reciproco. Todo lo que tocó proliferó. Hermoso testimonio homenaje. Hermosa historia para leer este domingo. Divino guión para una película. Muy inspirador.
ResponderEliminarGracias Galia de mi corazón
EliminarLe he estado leyendo varias veces. Me ha requetegustado!
ResponderEliminarDe eso sale un tremendo guión para una buena pelicula.
Coño, que te ganas un puesto al lado de Reynoso y de Moreno Fraginals mi amigo!
Esta historia está entre lo mejor de tu creación. Haces gala de veracidad,rigor y derroche de método investiga tuvo, además de una narrativa que te lleva por sí sola y que no puedes abandonar. Uno de sus valores de tu narrativa es la moraleja: el poder destructivo del régimen castrista.
ResponderEliminarGracias Carlos Ferrera, muy linda crónica! Estuve hace unos años en dicho pueblo, caminé cada cuadra, intenté ir a la biblioteca a leer y pedí me dejaran ver en la computadora, pero no fue posible. La destruction en el que está sumido es triste, pero su río y los viejos ladrillos de sus casas siguen dejando a la imaginacion atisbos de lo que fue. Incluso me contaron que aún sus habitantes mantienen una tradición de esos años 6 que ya olvidé cuál es. Cómo todo lo que leo de ti, me fascinó.
ResponderEliminarGracias Yuri de mi corazón
EliminarSencillamente genial
ResponderEliminarWow que historia interesantisima,ya había oído y leído algo sobre ese gran hombre pero no aprofundizada como esta. .creo que muchos de mi generación no conocen esta fascinante historia es una pena que todo haya sido perdido como muchas otras cosas de nuestra isla ..muchas gracias por esta bella narrativa que personalmente me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMe encantó!!! Qué relato más vívido. Pude oler los caramelos 💖💖💖💖
ResponderEliminarMuchas gracias Carlos, una gran lección. Pocos cubanos saben acerca de estos vericuetos históricos, son demasiado aplastantes, no se pueden incluir en un libro de historia del MINED. Te agradezco por lo exhaustiva de tu investigación, por lo amena de tu forma de contar, y por lo sincero del pensamiento, tuyo, que irremediablemente se entremezcla con los verídicos hechos. Te agradezco, me quito el sombrero, y espero que no cejes, lo haces extraordinariamente bien. Un abrazo desde Santa Clara, Cuba
ResponderEliminarMe encanto!!! Gracias
ResponderEliminarNací en Casablanca en 1966 y por supuesto Hershey y su tren formaron parte de mi adolescencia , ya era una pueblo muerto . Tengo como sueño por cumplir el conocer el mundo de Hershey en Pensilvania .Gracias por este post que me ha alimantado mucho más los deseos de cumplir mi sueño .
ResponderEliminarUsted ha hecho tremendo trabajo,gracias por enzeñarnos tanta historia sobre todo los qe nacimos después del triunfo calificado de fructífero, super interesante e instructivo felicitaciones carlos
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