jueves, 28 de junio de 2018

PLUMAS OCULTAS DE JOSE MARTÍ (I)

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"Hay afectos de tan delicada honestidad…”
José Martí

Se ha escrito mucho del pensamiento martiano asociado a la homosexualidad, y también sobre la propia moral del prócer sobre esa tendencia. 

Abordaron la cuestión, con mayor o menor éxito, figuras literarias de solera como Sylvia Molloy, Arnaldo Cruz-Malavé, Ana Peluffo, Francisco Morán o Benigno Sánchez-Eppler, entre otros. Y también lo han hecho, de manera festiva, muchos martianos “lights” del montón -entre los que me incluyo-, muy lejos de las doctas excelencias de esos especialistas.

Me considero un simple admirador del legado martiano, y apenas un intruso curioso de su estudio, y eso me libera de presiones éticas y me blinda ante las críticas rancias. 

No es de recibo, pues, que nadie se tome mis palabras profanas con el rigor con que leemos a sus biógrafos notables, incluso al peor de sus más críticos ensayistas. Con la reflexión que sigue, solo pretendo dar mi punto de vista -como lector de Pepe-, sobre un tema espinoso de su pensamiento, pasado por alto intencionadamente por toda la literatura martiana oficialista.

Soy consciente de que, pese a esta salvedad, no podré evitar que alguien considere irrespetuosas mis palabras. Pero me sale a cuenta el riesgo que asumo; no escribo para pieles sensibles, así que me resbala la opinión de los que siguen viendo en Martí una reliquia intocable y pura; él era solo un hombre repleto de virtudes y también de defectos. Pobre opinión merece quien lo adora como a un apóstol bíblico verdadero, ignorando que su mayor grandeza estaba justamente en su humana condición, y que su excelencia inmortal comienza donde termina el último de sus pecados más inconfesables.

Prefiero mil veces a un Martí descocado de amor por la mujer de su amigo, o incluso al legendario y denostado “Pepe Ginebrita” -un mote que es un mito clamoroso, porque no hay prueba alguna de adicción alcohólica en su biografía-, que a la testa de yeso sin mácula ni humanidad en que han intentado convertirlo. Por eso reivindico al Martí de carne y hueso, y me resisto a venerar al busto pétreo sin mirada y sin alma que existe en Cuba en todas las escuelas.

Aunque la escueta herencia que nos dejó en papel el hijo de Leonor sobre la homosexualidad, permite aventurar alguna reflexión, e incluso fantasear alrededor de su propia tendencia en tal sentido -si la hubo-, ni de lejos llegaremos nunca a tener la certeza de que, en su fuero interno, tuvo alguna inquietud “non sancta” hacia personas de su propio sexo. Pero cualquiera de nosotros está en el derecho legítimo de hacerse todas las preguntas que desee sobre lo poco que se sabe al respecto, por él y por sus biógrafos. Y también, a falta de evidencias, somos libres de aventurar respuestas.

Si ahora, en pleno siglo XXI, es imposible sacar del closet a quien no quiere hacerlo por sus pies, porque consigue engañarnos ocultando su tendencia sexual con éxito, es absurdo poner las manos en el fuego por un hombre inteligente del siglo XIX, honesto y sincero en casi todos sus actos y pensamientos, pero atado a convencionalismos familiares, sociales, morales y éticos, mucho más rígidos que los que hoy seguimos. Lo digo, porque estoy harto de leer la estúpida frase, “si lo era, lo hubiéramos sabido”.

Quizás sea este uno de los tantos motivos por los que existen aún martianos radicales, en su gran mayoría desconocedores de su inmensa herencia humanista, que convulsionan ante cualquier palabra que interpreten como irrespetuosa hacia su ídolo. Son solo pataletas frívolas de fans, llantinas de groupies e histerias absurdas de “followers” martianos de pacotilla que me aburren, y por los que no siento ningún respeto. Martí seguramente hoy también prescindiría de sus encorsetadas reverencias.

Y atención, porque era José también un hombre muy atento a no ser mancillado en su dignidad o en su honor, aunque para ello a veces renunciara a usar su nombre y firmara algunas piezas con seudónimo, casi siempre portadoras de un mensaje políticamente incorrecto para la sociedad de entonces. 

Martí era valiente, pero no suicida, y no era tampoco, salvando abismos obvios, Reinaldo Arenas, gracias a Dios, en ningún sentido.

SEXO Y SENSIBILIDAD

Un elemento que suele aflorar en la deconstrucción de la masculinidad de Martí, es su sensibilidad femenina; la ternura, la delicadeza, e incluso la angustia con que expresaba sus emociones, tanto en su lírica como en su epistolario íntimo a familiares y amigos, y también en el lenguaje coloquial de su vida cotidiana.

Martí era un hombre atento, gentil e inusualmente delicado, y verbalizar esos sentimientos durante su juventud, le granjeó muchas simpatías entre las féminas, pero también molestas burlas entre sus contemporáneos masculinos.
Martí en 1872
Para colmo, en su primera etapa literaria recurrió a una retórica exaltada y lacrimógena como recurso para conmover a sus lectores. Mimetizaba una tendencia de los autores que leía, influenciado por la literatura romántica, convencido de que era un modo eficaz de demostrar los sufrimientos que padecían los cubanos bajo el yugo español.

Por eso a su llegada a España en 1872, es motivo de chanzas y lo apodan “Cuba llora”, un mote que le molesta profundamente. Cae en la cuenta de que el sentimentalismo, en efecto, era una forma de motivar a la rebelión, pero también una muestra de debilidad. Por eso se propone “frenar” en lo adelante esa proyección en su obra.

Martí llega a los 30 años convencido de que quejarse al hablar o escribir (en vez de “actuar”) “desvirilizaba” a la poesía y al poeta, y que expresar angustia y dolor se entendía como una castración; los escritores que mostraban esa debilidad, eran como mujeres. Sin embargo, también reparó en que el fenómeno tenía consecuencias distintas en la vida pública y en la privada, por eso empieza a utilizar seudónimos cuando publica poesías comprometedoras.

Es sabido que Pepe dejó sin publicar buena parte de su obra poética. Según Julio Camacho, uno de sus más prolijos estudiosos “esta reticencia a hacer públicas sus angustias, debe leerse como un intento de controlar su propia imagen y mostrar su flaqueza (que en Martí es siempre un mecanismo retórico de convencer a quienes lo escuchan, de ahí que sea un “performance”) solamente a sus amigos más íntimos. Por eso, a partir de la década del 1880 comienza a preocuparse más por no quejarse en público, ni mostrarse demasiado sensible en sus poemas y hay una despersonificación en su obra publicada. Las angustias quedan para sus Versos libres. Antes aceptaba esta exteriorización del dolor, y por eso es lógico que apareciera de esta forma en sus primeros escritos e incluso en su alegato contra el presidio político español. Después de esta fecha, este tipo de sentimientos desaparecerán en función de crear una figura modélica, fuerte y viril capaz de enfrentar los grandes retos de la guerra”.

Está claro que con eso, Pepe intentaba mostrar a sus lectores a un hombre diferente del que era, exactamente igual que hace un homosexual actual para evitar el escarnio, cuando se manifiesta socialmente como heterosexual.
Se nota el afán del poeta por “aparentar hombría”,  cuando recurre a un lenguaje claramente homofóbico en el texto de “Nuestra América”, -que ya había utilizado en algunos ensayos que escribió sobre poesía francesa contemporánea-, y también en otro poema que firma en 1877 titulado “Carmen” (dedicado a su esposa Carmen Zayas-Bazán) que publica mucho después en La Habana, el 12 de abril de 1888, siete años antes de morir.

En los versos de “Carmen”, Pepe se refiere a “la veste indigna del amor del griego” (OC XVIII 134), y celebra el amor a su pareja ponderando la función reproductiva del sexo, un dogma que usaba la iglesia de su tiempo para criticar la sodomía. Dice también que “desdeña el torpe amor de Tíbulo y de Ovidio”, refiriéndose al poeta de la antigua Roma que le escribió versos de amor a un joven del que se enamoró.
Carmen Zayas-Bazán
Pero esta imagen tan prejuiciada de la homosexualidad es solo una pose. Martí la adopta para obtener el crédito y la confianza de sus lectores, y sobre todo de sus editores. Paralelamente durante toda su vida, su verdadera esencia moral sobre el sexo, y el grueso de su obra poética, fueron en otra dirección. Sus poemas bordearon las fronteras de lo prohibido, y a veces transgredieron sus límites, pero al mismo tiempo Martí tuvo siempre un miedo atroz de parecer homosexual, algo perfectamente lógico en la Cuba del siglo XIX.

Es absurdo entonces, atribuirle con total certeza una heterosexualidad incontestable, una bisexualidad velada, y menos, una supuesta homosexualidad. 
Tanto quienes buscan y pretenden encontrarle plumas distintas a las que usaba para escribir, como quienes defienden la creencia dogmática de que jamás pensó de forma insana en otros hombres, solo patinan en el hielo de las suposiciones.
Su tendencia sexual verdadera quedará tan inaccesible para sus lectores actuales, como lo ha sido durante siglo y medio para el resto, a falta de que aparezca de pronto una constancia escrita de su puño y letra sobre ella, hecho que dudo que se produzca en el futuro.
Vamos pues, a entrar en una de las más controversiales harinas martianas: sus coqueteos con el lado rosa de la sexualidad; las plumas escondidas del poeta.

MARTÍ Y MANUEL: 
LA FRONTERA INTANGIBLE ENTRE LA AMISTAD Y EL AMOR

He comenzado esta reseña con la última frase que José Martí escribió en su vida: "Hay afectos de tan delicada honestidad…” Son seis palabras de una oración inconclusa, escritas por él en mangas de camisa, seguramente con una de sus estilográficas americanas, en el campamento de Dos Ríos, apenas unas horas antes de morir de forma prematura en el bautizo de fuego de su primer y último combate.
José Martí y Manuel Mercado
Es la frase final sin terminar de una carta a su amigo del alma, el mexicano Manuel Mercado, encontrada por los españoles cuando secuestraron su cadáver, en un bolsillo interior de su chaqueta. Nunca llegó a Mercado porque permaneció en manos enemigasel oficial peninsular Enrique Ubieta de origen cubano, se quedó con ella durante casi tres lustros, hasta que se decidió publicarla en la Revista El Fígaro en 1909.
Es su último testimonio epistolar, y también para algunos, lo que pudo ser su último devaneo sentimental, si hablamos de sentimientos en el más noble sentido del concepto. La carta -o su fragmento-, a falta de lo que pudo ser, de haberla podido terminar, suele entenderse como una síntesis del ideario patriótico martiano, así que los cubanos de la posteridad no tardaron ni un segundo en engancharle el título de “Testamento Político del Apóstol”.
Lo más seguro es que hoy Martí rechazara esta etiqueta, igual que pienso que habría hecho con la denominación de “Apóstol”, epíteto rimbombante que lo sacraliza y lo convierte en el santo que nunca quiso ser. De haber sabido que iba a morir al día siguiente, seguramente habría dejado escrito en limpio algo bastante más profundo y brillante como testamento. El epitafio de su vida heroica es imposible de resumir en un corto pasaje epistolar privado. 
Pero solo tenemos esa carta, fechada el 18 de mayo de 1895, que Pepe interrumpe y se mete doblada en el bolsillo, por la llegada del general Bartolomé Masó al campamento, a quien  va a recibir
Para nadie es un secreto que José amó a Manuel como pocos hombres aman a un amigo, sin que existieran (o quizás existiendo) aditivos sexuales o sentimentales de por medio, eso nadie lo sabe. Hay otras cartas que demuestran el malestar provocado por el político mexicano en su otro amigo, Fermín Valdés Domínguez. Rivalidad de camaradas para unos, celos sentimentales para otros, ¿quién sabe?
La carta ha sido interpretada de muchas formas distintas a lo largo de más de un siglo, especulada en sus entrelíneas, distorsionada en su mensaje y enrarecida en su esencia y en su contenido. Quizás a la mayor parte de los cubanos que me leen, esas seis últimas palabras les sean desconocidas, y de hecho, posiblemente muchos ignoren el resto del contexto. Pero casi ninguno, el fragmento con el que comienza: 
“Mi hermano queridísimo: Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber (…) de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser (…), porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin.”
¿A cuántos cubanos de a pie sin pretensiones martianas, pero que vivieron la Cuba de los 80s, les es ajeno este párrafo? Y si bien todos sabían que eran palabras de Martí, ¿cuántos de ellos crecieron con el convencimiento de que la locución en off de la cabecera de aquella serie mítica, era una carta de amor postrera a su mejor amigo, entendiendo “amor” en su acepción más casta y fraternal?
Hay un ensayo del prestigioso historiador cubano exiliado en México, Francisco Morán, -el más serio de todos los que han estudiado la homosexualidad en la vida y la obra de Martí-, donde el autor se cuestiona la naturaleza problemática y “transgresora” de la amistad que lo unió a Manuel Mercado.
Para Morán, la relación epistolar entre Martí y el mexicano es un claro ejemplo de “homosociabilidad”, donde la mujer (la de Martí, Carmen, y la de Mercado, Lola) es un subterfugio que ambos hombres toman como excusa para estar juntos. Morán dice que “de lo que se trata en el fondo es de suplantar como pareja –al menos psicológicamente–, a la mujer por el amigo, y al amor heterosexual, por el amor de hombres”. Está diciendo que Martí tuvo, por fuerza, que hacer más cosas en silencio, además de luchar por la Patria, y que para lograrlas, también tuvo que ocultarlas. ¿Son solo cábalas?
La amistad estrecha entre Pepe y Manuel es paradigmática; radiografía el lado prohibido de la dialéctica martiana sobre amores que entonces eran censurables. Después de cinco largos párrafos de un vibrante alegato libertario, -del que más adelante hablaremos-, Martí le escribe a Mercado:
“Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablaré de mí, ya que sólo la emoción de este deber pudo alzar de la muerte apetecida al hombre que, ahora que Nájera no vive donde se le vea, y acaricia como un tesoro en su corazón la amistad con que Vd. lo enorgullece. Ya sé sus regaños, callados, después de mi viaje. ¡Y tanto que le dimos, de toda nuestra alma, y callado él! ¡Qué engaño es este y qué alma tan encallecida la suya, que el tributo y la honra de nuestro afecto, no ha podido hacerle escribir una carta más sobre el papel de carta y de periódico que llena al día! […]”
Martí escribía sin complejos a los hombres que ocupaban su corazón, con la misma ternura que a las mujeres que ocuparon su cama. 
Hay aun caminos insondables en la amistosa pasión que profesó a Manuel, y a la que éste correspondió en igual medida. La emoción se palpa en las palabras de los dos en más de un centenar de cartas que se intercambiaron durante 30 años. Pero hay mucha prosa martiana todavía muy difícil de decodificar en ellas, incluso para quienes han consagrado su vida entera a esa tarea.
Admitámoslo: a Martí suele recitársele y leérsele sin apenas entenderle, porque al vulgo no le importa mucho “qué quiso decir” con un verso, si le basta con que “rime bonito”. También, por la obligación arbitraria de su estudio; “los horribles niños memorizadores de pensamientos y versos sencillos”, -decía Severo Sarduy-, y sobre estas palabras, la reflexión atinada de Jacobo Machover en su libro, La Memoria frente al Poder: “La mención constante de su nombre y de su obra provoca un rechazo en la juventud, para la que Martí es una imposición escolar incómoda”.
Suscribo a Machover en su llamada de atención; Martí puede aburrir por sobredosis, sobre todo a los jóvenes, así que debe administrarse con mesura. Pero no existe el tedio en su lectura si se saben leer las entrelíneas de sus bellas metáforas. 
Su lírica es, en apariencia, de sencilla factura, pero su esencia y contendido son complejos, tridimensionales en su significado, y ricos en información oculta. No hay nada de sencillo en sus Versos Sencillos, solo hay la singular destreza de plasmar ideas complejas en palabras simples.
Martí era grandilocuente y barroco en sus primeros discursos, pronunciados con apenas 20 años, pero ejerció un encomiable ejercicio de autocrítica para perfeccionar su retórica. Después, nadie como él ha conseguido escribir con igual simpleza semántica, pensamientos de esencias tan profundas. Sus cartas a Mercado son quizás el ejemplo perfecto de esta economía literaria; en ellas el poeta describe más y mejor sus sentimientos, con menos y más simples palabras.
Pero la importancia de este documento, trasciende a la intimidad sentimental de Martí, y es también mucho más que su testamento político.  Este asunto tiene que ver solo tangencialmente con el tema que me ocupa, pero es lo suficientemente importante como para analizarlo monográficamente. Yo me permitiré un breve spoiler, aunque me aleje un poco del hilo de esta crónica.

LA CARTA A MERCADO: 
¿LLAMADA DE AUXILIO A PORFIRIO O RECONCILIACIÓN CON MANUEL?

Retrato de Martí en México, 1875. 
El 8 de febrero de 1875, Martí llega a Veracruz, después de haber estado un mes en Nueva York. Allí se reúne con su familia ya establecida en México, y su padre Don Mariano, le presenta a Manuel Mercado, que vivía en la casa contigua a la de la familia. Comienza así una amistad que duraría hasta el día de la muerte del poeta cubano.
Una de las hermanas de Martí, María Salustiana (1856-1875), a quien él llamaba Ana, falleció en México con solo 19 años y Mercado le regaló a la familia Martí Pérez -pobre in extremis-, una pequeña parcela en un cementerio para que pudieran enterrarla allí. Desde entonces Martí consideró a Mercado sangre de su sangre, su confesor, su amigo y el hermano que sus padres no le dieron, a pesar de Fermín Valdés Domínguez.
María Salustiana Martí y Pérez (Ana)
(1856-1875)
Es gracias a la influencia política y social de Mercado, que Martí publica sus primeros artículos periodísticos en la Revista Universal, firmando a veces con su nombre y otras bajo el seudónimo de Orestes, entre ellos el poema “Alfredo”, -su mejor ejemplo de literatura homoerótica, que después retomaremos-, un poema dedicado a su hermana muerta, y la traducción del texto “Mis hijos” de Víctor Hugo.
Fue Mercado quien movió los hilos que lo integraron a lo más granado del mundo artístico e intelectual mexicano, y el promotor de su éxito en el Teatro Principal con el drama de amor de su autoría, “Amor con amor se paga”, que escribió para su amante Concha Padilla.
Para Martí, Mercado era “el único hombre que sabe cosas sobre mí que ni a usted confiaría”, le escribiría años después a su madre.
Y esa admiración se redoblaba con el respeto casi reverente, que el joven poeta profesó al político maduro, -que le sacaba 15 años- solo comparable con el que sintió alguna vez por su maestro Rafael María de Mendive. Su propio padre, Don Mariano Martí, llegó a ver con suspicacias la relación estrecha entre su hijo y su maestro, aunque aceptó de buen grado el noble ofrecimiento de Mendive de pagarle los estudios. 
Don Mariano Martí
Don Mariano era un hombre con la mentalidad esclavista, machista y patriarcal del siglo XIX, y obviamente esperaba que su primogénito y único varón, se pusiera a trabajar cuanto antes para ayudar al sustento de sus siete hermanas, su madre, y él mismo. Pero Martí quería seguir estudiando, animado por Mendive, y esa actitud le generó un conflicto delicado con su padre. Una carta a Mendive, fechada en La Habana el 4 de octubre de 1869, manifiesta la tensión entre ellos:
«Trabajo ahora de seis de la mañana a 8 de la noche y gano 4 onzas y media que entrego a mi padre. Este me hace sufrir cada día más, y me ha llegado a lastimar tanto que confieso a Vd. con toda la franqueza ruda que Vd. me conoce que sólo la esperanza de volver a verle, me ha impedido matarme. La carta de Vd. de ayer me ha salvado. Algún día verá Vd. mi Diario, y en él, que no era un arrebato de chiquillo, sino una resolución pesada y medida».
Rafael María de Mendive
“Solo la esperanza de volver a verle me ha impedido matarme”; una frase apasionada y trágica donde las haya, que bien podía ser parte de la declaración de amor de un adolescente. Pero en la prosa del Apóstol, se desdibujan las fronteras del amor, la admiración y la amistad, y utiliza las mismas palabras para expresar esos sentimientos. Por eso Martí revive pocos años más tarde la admiración por su maestro, en la relación íntima con su amigo Manuel Mercado. Y Mercado lo es todo para él, hasta que deja de serlo.

Cuidado aquí, porque este fragmento epistolar se atribuye equivocada (e indistintamente) a otras cartas que Martí escribió después a Mercado y a Valdés Domínguez. Es totalmente falso, se la escribió a su maestro muchos años antes. El error (¿intencionado?) viene de los editores de la segunda edición de sus Obras Completas, no corregido hasta la cuarta edición, muchos años más tarde.

Siete años después de haber conocido a Martí, Manuel Mercado es nombrado Subsecretario de Gobernación por el presidente de la República Porfirio Díaz, cargo que ocupará durante muchos años junto al de vicepresidente de la Academia Mexicana de Jurisprudencia, entre otras responsabilidades de Estado. Para entendernos, Mercado se convirtió en el equivalente contemporáneo de un viceministro poderoso, y en consecuencia, uno de los hombres de mayor confianza de la brutal represión porfirista, que Martí rechazaba.
Porfirio Díaz
Ya era evidente la pérdida de sintonía política entre ellos; Mercado ahora ocupaba un lugar importante en el porfirismo, ante cuyo avance Martí protesta y termina abandonando México. Y también lo abandonan las ganas de seguir escribiéndole a Manuel.
Así que suele mencionarse poco -o nada-, que este ascenso de Manuel en un gobierno del que Martí se declaró enemigo, enfrió casi completamente las relaciones entre ambos. Estuvieron muchos años sin verse personalmente, ni escribirse, desde 1878 hasta el fin de su vida en el 95, con la excepción de unos pocos días en el verano de 1894.
A partir de 1890 se detiene el antes abundante intercambio epistolar que ambos mantenían desde 1877. Es muy sintomático que de pronto, en mayo de 1895, el poeta rompa su silencio postal con esta carta, tan extensa y prolija, solo comparable a las que había enviado a sus colaboradores en el extranjero, Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada.
¿Qué contenía esa carta de tanta importancia como para hacer sombra a las veleidades sentimentales del Apóstol con su mejor amigo?
Era un importantísimo documento táctico de negociación del prócer, cuyo verdadero destinatario no era Manuel Mercado, sino el presidente mexicano Porfirio Díaz. Una negociación para la que Martí se proponía utilizar como intermediario a su amigo Manuel, persona de gran confianza del autócrata. Hay mucho ruido aquí.
No me extenderé en los pormenores del documento, -aunque recomiendo su lectura para poner en valor mis palabras- pero refleja en toda su extensión una idea clara: la llamada de auxilio de Martí, en calidad de jefe máximo de la revolución, al dictador mexicano Porfirio Díaz, para que lo ayude a ganar una guerra que él considera perdida.
Esta carta, como aquellas que mandó a Gonzalo y Benjamín, era una “carta de estado” y no una misiva privada. Al escribirla, Martí perseguía claros e importantes objetivos de política exterior: creía que la guerra contra España se haría eterna, y quizás fallida, sin el apoyo de una nación “amiga”, que de ningún modo debía ser Estados Unidos. 
De modo que Pepe recurría a Manuel, para que éste intercediera por él ante Porfirio, su antigua bestia negra. Pero antes, debía plantear esta misiva como una reconciliación amistosa con Mercado. No se pide un favor tan grande a un amigo, después de tantos años de ignorarlo. 
Como en su día Carlos Manuel de Céspedes miró hacia la anexión a los Estados Unidos como una salida posible al conflicto de la primera guerra, Martí puso su mirada en México con similares intenciones, en la segunda.
Cabe entender entonces que el verdadero objetivo de la misiva, fuera pasado sibilinamente por alto por todos los gobiernos republicanos primero, y por el castrocomunismo, después. Negociar con Porfirio, un dictador por el que siempre Martí mostró una gran antipatía, y que era todo contra lo que luchaba, significaba una contradicción perversa en su ideario político más puro, una incómoda incongruencia ideológica en su pensamiento, que los cubanos no debíamos permitirnos airear.
No hay testículos para escribir eso en ningún libro de historia del castrismo complaciente. Y tiene bemoles que después de esto, la carta de Martí a Mercado siga considerándose su testamento político. 
No voy a continuar con los detalles de su contenido, que pueden leer íntegro en la red, solo quiero hacer notar que su trascendencia es bastante más fuerte y desconcertante que cualquier veleidad sexual del poeta. 
Recomiendo leer lo que sobre este asunto escriben varios autores, entre ellos José Gabriel Berrenchea en su artículo “La carta inconclusa de Martí a Manuel Mercado”. No comulgo con algunas de sus apreciaciones, pero coincido en lo esencial con su visión de los hechos.
Pero volvamos al lío rosa, que es nuestro pan de hoy.

LA ANDROGINIA MARTIANA

Es en la “etapa mexicana” de Martí, que comienza a detectarse en su obra con más claridad, cierta compulsión por las “sexualidades heterodoxas”, incongruentes con el tradicional binarismo sexual romántico de la lírica hispana de su época. Sobre ellas deja claro un concepto: “Los talentos, para que ser eficaces, han de reunir en sí ambos sexos; el hombre, que invade; la mujer clemente” (José Martí - OC XIII, 147).
“A Martí lo seduce la idea del andrógino, que es esencial en su visión del Universo, cuando habla de sí mismo y de otros hombres que admiraba. Martí asocia lo masculino a la fuerza y la violencia y lo femenino a la compasión, la misericordia y la ternura. Por eso celebra en sus crónicas la conjunción de ambos extremos. Podría pensarse, sin embargo, que esta forma de entender la sexualidad es un subterfugio para expresar la voz lírica su deseo de homosocialidad y se da también que esta exteriorización del lado femenino en sus poemas aparece junto con una mujer demasiado viril, “aterradora”, o “traidora”, que provoca la feminización del poeta y un erotismo proyectado hacia la figura de otro hombre o simplemente de sí mismo.” (Julio Camacho, “Lecturas heterodoxas sobre un cuerpo ambiguo: aproximaciones a los textos de Martí” 2001).
La androginia martiana ha sido sistemáticamente obviada por sus biógrafos “correctos”, que consideran su estudio innecesario. Pero no tiene sentido profundizar en la creación literaria “socialmente aceptable” del poeta, si se pasan por alto las letras que les han sido incómodas a sus puristas. ¿Será que intentaban ocultar también, incómodas apetencias personales del hombre, para no manchar en su moral, al Dios?
En 1876, en México, Martí conoce y le declara su amor a la mexicana Rosario de la Peña. Pero ella lo rechaza, como hizo antes con otro hombre, el estudiante de medicina Manuel Acuña, que se suicida por eso. 
Rosario de la Peña y Llerena
(1847-1924)
Unos meses más tarde, triunfa la revolución de Porfirio Díaz, y Martí se niega a continuar viviendo en tierra azteca. Así que la abandona, pero antes, el 6 de diciembre de 1876, escribe un poema dedicado a Manuel Acuña. Es también una amarga despedida de la mujer de la que ambos sufrieron su desprecio. Dice Martí:

He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.

Y también versea:

Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.

Con estos versos, Martí solo confirma una máxima ética que lo acompañará su vida entera: La camaradería masculina prevalece sobre el amor de mujer. No es un dato menor en la comprensión de sus acciones posteriores, tanto en su obra como en su vida.

En México, Martí vivió cuatro pasiones amorosas y sufrió la angustia de verse rechazado en algunas de ellas. 

Fueron apasionados los sentimientos que sintió por la actriz Rosario de la Peña, la de Acuña, pero ella se negó a dar calor al amor de un joven Pepe, que solo tenía veintitrés años. También se rindió a los deseos de la actriz camagüeyana Eloísa Agüero, que estando casada lo sedujo y él se dejó arrastrar por sus deseos.
Concha Padilla
Poco después se frustró su idilio con Concha Padilla, la otra actriz que recitaba en el teatro mirándolo a los ojos en la platea, los versos que él hizo para ella. Pero Concha lo dejó cuando apareció Carmen después de machacarlo con sus celos, y tachar sus  sentimientos de “infantiles”. Martí se quejaba precisamente en esa pieza teatral, de que “nada mejor podía dar quien no tenía mujer por quien morir”. Y apareció Carmen Zayas-Bazán para satisfacerle esa carencia.
Pero aunque Pepe mandaba constantemente señales a las mujeres de las que se enamoró, de que “deseaba sentirse apresado en sus brazos”, pronto descubrió y asumió una dura verdad sobre sí mismo, que no tardó en trasladarle a Mercado primero verbalmente y luego en una una carta: “yo no he nacido para casado.” 
Carmen Zayas-Bazán
Lo que le sucedería con Carmen en su exilio en Estados Unidos, después de darle un hijo, certifica este extremo: Martí no era un hombre de una sola mujer, ni de ninguna. Amaba su propia libertad tanto como la libertad de Cuba. Y anteponía por sistema, a la Patria y a sus amistades masculinas, antes que a sus amores femeninos. Carmen Zayas-Bazán lo dejó básicamente por eso.

¿O no solo por eso?

(Continúa y termina en el Capítulo II)

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Author: verified_user

Cubano de nacimiento y catalán de adopción

17 comentarios:

  1. Muy bueno,I miss you Carlitos 😘😘😘

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  2. Muy bueno Carlos. Ten mi abrazo. Siempre agradecido del tiempo que disfruto con tus textos.

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    1. Gracias Salvita, eres de los que nunca me falla, un abrazo, te agradezco cada visita siempre

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  3. Impecable, demuestra un estudio y serio conocimiento de Marti. Se siente tu admiración por el escritor, pero también por el ser humano que era. Gracias Carlos, a tu lado no existe la posibilidad del aburrimiento. Cada reseña es puro aprendisaje. Saludos

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    1. ¡Purita, yo también te echo de menos! Gracias por tus lindas palabras.

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  4. Carlitos yo era de las que tenia a Marti como un santo en los altares, pero ahora lo respeto y admire mas, porque me has hecho verlo como soy yo, un ser humano con defectos, pero con unas virtudes tan grandes que lo hicieron alcanzar la inmortalidad. Gracias, y recuerda que te extraño. Maria Ponce

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    1. Qué bien me vienen tus palabras María, en el fondo siempre deseo que quienes leen mis crónicas al final entiendan los mensajes que envío a mis lectores en ellas. Tú lo has captado al vuelo y estoy orgulloso de haberte ayudado a ver a otro Martí distinto al santo. Pronto nos veremos en FB, sé que me extrañas, y yo también a ti. Gracias por venir a visitarme al blog

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  5. Excelente...como siempre, gracias !!!

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  6. Gracias Carlos! excelente! Ese es el Martí que siempre quise descubrir. Gracias

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  7. Excelencia que siempre, en la realidad, sobrepasa las expectaciones de lo que uno entiende por magnificencia

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    1. Eres un sol Christina, siempre ahí, sin abandonarme. Te lo agradezco mucho. Vuelvo el lunes a FB :)

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  8. ¡ Fuerte y claro!

    Tiene el conde su abolengo:
    Tiene la aurora el mendigo:
    Tiene ala el ave: ¡yo tengo
    Allá en México un amigo!

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  9. Carlos, vuelvo a leer tus crónicas investigativas, a las que dedicastes tantas horas y me siento que aún no termino de entender todo lo que nos ofrecistes. Un abrazo enorme, con ganas de que estés bien, que es lo que importa. Muchas Gracias por todo lo que has dejado escrito.

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