viernes, 9 de marzo de 2018

LA MUSMÉ: EL TRANSFORMISMO COMO ARTE

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Por Carlos Ferrera


Se considera a Rita Montaner la primera transformista femenina cubana, desde el 29 de septiembre de 1927 en el Teatro Regina, donde estrenó la zarzuela “Niña bonita o La Habana en 1830”, de Lecuona y Grenet. Rita se transformaba en el personaje del negrito calesero José Rosario, que dejó el tango congo “¡Ay!, Mamá Inés” para la posteridad. 
Pero el primero y más histórico de los transformistas masculinos cubanos tardó 23 años más en llegar.
PAJARITO
Por entonces el transformismo de la Isla se circunscribía a personajes hilarantes del teatro bufo o vernáculo y de variedades, y a las fiestas populares. Era la consecuencia de que para las mujeres aún estaban vedados ciertos espacios artísticos a los que sólo los hombres podían acceder, como el transformismo, un arquetipo maniqueo del arte con una identidad de género excluida del rígido modelo de masculinidad que demandaba la sociedad cubana de entonces.
Hacia finales de los 30, y antes que en la mayoría de los países de Latinoamérica, ya en Cuba los transformistas figuraban en los espectáculos musicales de importantes centros nocturnos habaneros, aunque nunca como figuras reconocidas, y sin aceptar explícitamente el transformismo como un tipo de arte escénico. Sin embargo, a partir de los 50 floreció el género.
El compositor cubano Bobby Collazo menciona a una veintena de transformistas en este década en su libro “La última noche que pasé contigo: 40 años de farándula cubana (1920-60)”. Dice Bobby que “era raro el cabaret de segunda que no tuviera un transformista en su elenco”. Y en efecto, los transformistas figuraban entre las coristas de los cabarets Rumba Palace, Montmartre y Night and Day, en los míticos cabarets de la playa de Marianao (El Panchín, El Chori, y la Taberna de Pedro), los garitos del puerto Estrella y Helena, y los de público homosexual más underground, como el famoso Slopy Joe’s, Los Troncos de Centro Habana y el Saint John del Vedado.
Collazo clasifica a los transformistas de este período en cantantes, “los que cantan con sus propias voces”, y bailarines, los que se dedicaban sólo a la danza. Entre los primeros estaba el cantante lírico Omar Ferrán, La Kismet, que tomó su nombre de la película de Marlene Dietrich, René Romance y René Rubens. Pero el más brillante de la época fue sin dudas LA MUSMÉ.
LA CARPA DE INFANTA Y SAN RAFAEL
Empezaban los años 50 en La Habana y a las 12 de la noche abría sus puertas La Musical, una carpa convertida en garito nocturno en Infanta y San Rafael, donde actuaban artistas amateurs o noveles poco conocidos, buscando su primer reconocimiento público.
No muy lejos de allí, en la calle Zanja con Gervasio, un chino feo con la mirada lánguida, cerraba las puertas de su lavandería y se montaba en una bicicleta rumbo a “La Musical”. Calzaba tenis blancos y vestía camisa también blanca de mangas largas, pantalones bombachos del mismo color con el cinto entallado más arriba de la cintura, y un sombrero de pajilla que cubría una calvicie precoz. Llamaban la atención sus manos femeninas y pálidas, con unas uñas postizas larguísimas pintadas de rojo pasión.

Se llamaba Julio Chang y era lavandero desde los 14 años. 
Julio había nacido el 3 de mayo de 1919 -según sus propias palabras en entrevista que concedió a un diario neoyorkino casi al final de su vida- y no había conocido otra profesión que la que heredó de sus padres, que le dieron de comer lavando y planchando ropa en un tren de lavado de la calle Zanja. 
Pero dos veces a la semana, el chino Chang se iba a la carpa de Infanta, se metía en los camerinos, y a la media hora salía de allí metamorfoseado en una rutilante beldad asiática vestida y maquillada impecablemente, subida en taconazos de vértigo y luciendo pelucón glam. Durante tres horas, ya no era Julio Chang, sino La Musmé, el primer transformista masculino de Cuba que cantó con su propia voz. Y qué voz.
El registro vocal de La Musmé era sorprendentemente parecido al de Olga Guillot. Asistió a clases de canto con Mariana de Gonitch y ensayaba a diario sus números con gran rigor. Los músicos que la acompañaron siempre alababan sus cualidades vocales y su afinación, que era perfecta.
La incipiente notoriedad de La Musmé trascendió a la humilde carpa de La Musical, y llegó a oídos de la mismísima Olga Guillot, que fue en persona a verla y escucharla cantar varias veces al tugurio de Infanta. Olga quedó tan impresionada que la recomendó a los dueños del Teatro Pachín de Marianao, el sitio donde se formó verdaderamente como artista profesional. Pero a Julio Chang le llegó la verdadera fama cuando debutó en el Teatro Campoamor, que fue su hogar hasta que triunfó la Revolución.
Durante todos esos años La Musmé sólo tuvo una rival: la norteamericana Christine Jorgensen, la primera transexual que accedió a la cirugía de adecuación genital en Dinamarca, invitada por Rodney en 1953 al espectáculo de Tropicana. La orquesta Aragón le dedicó a la Jorgensen un cha cha chá que rezaba: “Yo no voy a Dinamarca porque me cambian la marca”, y se cuenta que la comunidad gay acudió a recibirla al aeropuerto con flores, bombones y un enorme cartel de bienvenida. Pero Christine Jorgensen era fría y distante, y hacía playbacks, mientras La Musmé derrochaba calidez y cercanía, y cantaba en directo con su propia y sugerente voz.
ADIÓS CUBA, HOLA USA
A inicios de los 60, La Musmé partió, como su referente Olga Guillot, a buscarse la vida en Estados Unidos huyendo de la debacle comunista, y llegó a Las Vegas. Y en Las Vegas, se hizo grande. Gracias a la Guillot que la recomendó a distintos empresarios, tuvo su propio show itinerante durante casi toda la década en varios hoteles de la ciudad, que alternaba con presentaciones en New York en el Club Members, un cabaret para transformistas en la calle 46 con la 9na Ave., que después (y no sé si hasta hoy) fue el famoso Restaurant RD.
En Members encontró a otro músico cubano emigrado, Juanito Pires, que le montó un nuevo repertorio y la hizo todavía más famosa. La Musmé y Juanito Pires formaron una dupla de éxito con un espectáculo divertido y nada decadente como los que solían hacer los transformistas norteamericanos, porque interactuaban en escena mezclando humor fino con música en directo de calidad.
La Musmé era célebre por su gran voz de soprano, pero también por su agudo y mordaz sentido del humor y por su extraordinaria colección de vestidos, pelucas y antológicos trajes de geisha. Cuando se transformaba, aquel chino feo se convertía era una china tan bella y sensual, que era capaz de emocionar al respetable, lo mismo atacando las notas altas de Madame Butterfly, que cantando cualquiera de los boleros cubanos en boga. 
Su gran histrionismo llamó la atención de varios productores cinematográficos que le propusieron rodar una película en Hollywood, un ofrecimiento que declinó siempre, porque lo suyo era la noche y el contacto con el público.
En los años 70, La Musmé se trasladó a La Florida y empezó a dar conciertos en varios teatros de distintas ciudades. Pisó los escenarios del Tijuana Cat, el Olympia del downtown, y el Catalino, en Union City, entre otros.
Después se me perdieron sus pasos, pero gracias a la publicación de esta crónica, me entero de que Julio Chang vivió hasta los años 90 con su familia en la calle 200 de Manhattan, NY. Allí regentaba una florería en la que todavía trabajaba en el momento de su muerte.
También me cuentan que la suya es la más peligrosa e influyente familia china del hampa neoyorquino del siglo XXI, que sus cuñados medran en la parte amarilla menos apetecible de la Gran Manzana. No me importa; ella ya había hecho historia con su arte y nada tenía que ver con el lado delictivo de sus parientes. 
Julio Chang ha dejado su huella inolvidable como referente máximo del transformismo cubano como género. En palabras del teatrólogo Raúl de Cárdenas, “La China Musmé convirtió el travestismo en la forma más pura del arte, y merece el mismo reconocimiento que otras cantantes cubanas célebres”.
Hoy que los travestis cubanos regresan con nuevos bríos a la oferta lúdica nocturna habanera y de otras ciudades de la Isla, estaría bien homenajear el recuerdo de Julio Chang con un garito que llevara su nombre de guerra: La Musmé.
Sería una fantástica forma de recordarla para siempre.
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Cubano de nacimiento y catalán de adopción

10 comentarios:

  1. Esperanza Hernández9 de marzo de 2018, 15:39

    Gracias Carlos, no conocía la historia de La Musme, muy bonita e interesante por lo que representó, cómo siempre agradecida contigo por tú forma tan increíble de escribir, gracias.

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  2. Carlos me regalas mas fotos de ella? Gracias por traer este artículo. Aunque ser travesti y transexual son cosas diferentes a veces las fronteras se borran. Conozco varias "crossdressers" que no se hab convertido en transexuales por motivos de familia o de trabajo, o miedo a la discriminación. Y a la vez conozco transexuales que no pasan de ser travestis con documentos de mujer.
    I'm just being shady now 😂

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  3. Yo recuerdo haberlo visto vestido de hombre y me parece que le llamaban “El Chino Musme” en los anuncios de alguna de sus presentaciones como un artista más del elenco.
    Viendo las fotos me llama la atención la forma de hacer lucir su escote en la época que aún no se hacían implantes ni las hormonas inyectables eran tan populares.

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    1. No sabía que se presentara como Julio Chang en escena, ¿lo viste actuar como hombre en Cuba o en los Estados Unidos?

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  4. De repente pienso, que sería de tanta historia sin ti Carli!
    Gracias.

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    1. Estaría otro haciendo lo mismo que hago yo... somos prescindibles siempre querido Alberto, todo en la vida es circunstancial. :)

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  5. Este artículo es un elogio al talento, sea cual sea la condición. Además, qué hermosa era la Musme

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  6. Agradezco tanto poder leer tus historias. No conocía a La Musmé y me ha gustado mucho. Eres un regalo muy preciado.

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