Por Carlos Ferrera
- Maestra... ¿puede rememorar aquellos días de septiembre del 43 en Nueva York?
- Ahí empezó todo… ¿tienes un cigarro?
- Tenga…
- ¿Dunhill? ¿No tendrás Aromas?
- No Maestra…
- Pues fueron días muy convulsos. Nadie sabe lo que llegué a sufrir…
- Dicen que invocó al Maligno.
- No tuve más remedio. Nunca antes me vi en una situación similar. Sólo ÉL podía sacarme de aquello.
- ¿Lo recuerda?
- Como si fuera hoy.
- Qué memoria, Maestra.
- Soy muy memoriona.
- Cuéntenos Maestra… ¿cómo encontró a Giselle?
- Satanás la puso en mi camino aquella noche del 43 en New York.
- ¿Qué pasó?
- Fue un día espantoso y una tarde horrible, llovía constantemente. New York nublado me ha parecido siempre tan triste…
- Pero el American Opera House era un edificio hermoso, aun en medio de una tormenta.
- ¡Fue mi Palacio de Bodas!
- ¿De bodas?
- De mis bodas con Giselle…
- Ah…
- Pero yo aun no estaba en el teatro. Todavía no.
- ¿Dónde estaba usted?
- En mi apartamento de Manhattan.
- ¿Tranquila?
- ¡Qué va! Estaba hecha una furia, totalmente fuera de mí. ¡Caminando del salón al dormitorio y del dormitorio al salón, elucubrando, elucubrando…! ¡Y el cielo encapotado, y los truenos y los rayos que caían sobre Manhattan! ¡Y yo furiosa, llena de rencor! Todo muy tétrico e infernal.
- Qué horror
- ¡Pero era porque ella estaba a punto de arrancarme mi sueño!
- ¿Ella?
- Alicia Markova. ¡La hija de la gran puta de la Markova!
- (…)
- Ya venía jodiendo desde que hicimos el Pas de Quatre con Nora Kaye y Janet Reed.
- Qué sádica...
- Y me ponía...
- (...)
- (...)
- Me ponía traspiés.
- ¡Qué mala entraña!
- Yo vivía y moría revolcada por el suelo...
- Qué horror.

- No era mediocre.
- ¡Claro que era mediocre!
- Era la primera bailarina del American Ballet…- ¡Era mediocre! ¡A ver si vas a llevarme la contraria!
- ¡No no, Dios me libre Alicia…!
- ¿Qué? Ya, Diosmelibrealicia Diosmelibrealicia... ¡Ustedes los pájaros siempre se creen que saben más que una!
- Perdone Maestra…

- Curiosa manera de definirla…
- Y era muy mala persona, como se demostró esa misma noche. Yo es que con las malas personas no puedo. Es algo que no está en mí…
- Ya
- Y encima ella me iba a robar mi momento. ¡Yo tenía un encabronamiento encima...!
- La entiendo.
- Y entonces invoqué al Maléfic
- ¡No!
- No hay nada malo en invocar al diablo; todos lo hacemos. ¿Tú no lo invocas?
- Bueno yo…
- ¡Aquella noche era perfecta para que el Demonio se hiciera visible! ¡New York estaba cubierta de nubarrones negros, tronaba y soplaba un viento helado...! Entonces abrí de par en par las puertas de mi balcón a la 5ta Avenida, conjuré al mal, y dejé que entrara la tormenta a mi sala de estar... se dice que El Maléfico se mueve cabalgando sobre una tromba…
- Madre mía…
- Oye tú, pues se presentó y como si nos hubiéramos conocido de toda la vida, chico.
- Menos mal....
- Fue una conversación muy distendida.
- Qué buena onda, ¿no?
- Soy muy amigable y conversadora, sobre todo con las fuerzas del mal.
- Anjá...
- Y entonces le expliqué rápidamente la situación: necesitaba neutralizar a la Markova, conseguir que el público americano se rindiera a mis pies, convertirme en primera bailarina del American Ballet y sobre todo, hacer que desde aquella noche, Giselle me perteneciera para siempre…
- Muchas peticiones para ser una bailarina novata… ¿Y él que dijo?
- Que Ok.
- ¿Así por las buenas?
- Ni un problema me puso. Ah, y que a cambio de todo eso, sólo quería mi alma.
- Lo típico.
- Fue muy generoso.
- Más que dadivoso.
- Así que cerramos el trato y él fue a preparar todo el show.
- ¿Y…?
- El pacto se puso en marcha en segundos. El teléfono sonó y era el director de la fundación del American Ballet. Markova había enfermado repentinamente.
- ¡Qué casualidad!
- No seas imbécil, no estás atento a mis palabras. Fui yo quien propició su enfermedad.
- Ah
- Y del American Ballet llamaban para preguntarme si yo estaba en condiciones de hacer Gisselle… Casi se me cae el teléfono de las manos.
- Qué fuerte.
- Ya le habían preguntado a otras. A la Smirnova, a la Kaye, a la Chandler, a la Volskova… pero ninguna estaba preparada. Eran bailarinas sin aspiraciones, simples cisnecitos de la Markova. Calladas, nada ambiciosas. Como Caridad Martínez, pero en blancas.
- ¿Y usted?
- Qué pregunta. Yo me sabía toda la coreografía. Me escondía en los ensayos de Markova, tomaba notas de sus defectos. Y elucubraba, elucubraba… Siempre elucubro mucho.
- Y entonces de repente, Giselle era suya.
- De repente, el mundo a mis pies.
- ¡Un golpe de suerte!
- ¡No! ¡No fue un golpe de suerte! ¡Tengo talento, no suerte!
- Pero oiga Alicia…
- ¡Qué Oigalicia ni Oigalicia ni Oigalicia! ¡Mi carrera no es una casualidad!
- Pero si yo…
- ¡Tú intentas que yo quede ante el mundo como una bailarina ilusa y mediocre, que un día, así, por casualidad, se convierte en una estrella del ballet!
- ¡Alicia le juro qué…!
- ¡Qué Alicialejuroqué ni Alicialejuroqué! ¡Ustedes los periodistas americanos siempre quieren hacer quedar mal el arte socialista!
- No era mi intención…
- ¡Por eso no he querido abandonar este país que me entiende y me apoya! ¡En América se me odia sin razón!
- Perdone Maestra.
- Que no se vuelva a repetir.
- No Maestra... ¿Entonces… la Markova?
- Intentó joderme hasta el último momento…
- ¿Qué hizo?
- Quiso dinamitar mi estreno desde su cama de enferma.
- ¿Se refiere a la táctica del tocado de Giselle?
- Exacto. La noche del estreno, Markova me mandó un paquete primorosamente envuelto. Era su adorno de cabeza para el segundo acto de “Giselle”.
- Todo un gesto.
- Eso creía yo. Traía una nota: “Úsalo, que te traerá suerte. Tu amiga Alicia Markova”.
- Y usted se lo creyó...
- Soy muy ingenua. Estaba emocionada y agradecida... Y me lo puse. Entonces justo cuando tenía que salir a escena, una bailarina del cuerpo de baile me dijo horrorizada: “¿Qué haces con eso en la cabeza? ¡La Markova no lo usa porque siempre se engancha en las mangas del bailarín!”
- Qué mala fe.
- Una hija de puta inglesa con ínfulas de rusa, que son las peores. Porque Maya era otra...
- Pero ahora hablamos de la Markova... ¿era mala compañera?
- Un demonio. Ni una bailarina de Tropicana cae tan bajo. Usan polvos de brujería para poner dentro del tocado, chinchetas en las zapatillas y aceite en las puntas…
- ¿Usted lo ha hecho?
- Mil veces.
- No me diga...
- A Loipa y a María Elena las volví locas de tanto sabotaje.
- Qué pícara es usted Maestra...
- Me divertía mucho viéndolas caerse.
- Vaya...
- Pero era solo una broma, no había mala fe.
- Menos mal.
- Pero un tocado que se enganche en la ropa de tu partenaire es una tragedia. Nunca te libras del ridículo el resto de tu vida.
- Qué mala persona la Markova, ¿no?
- Una hiena.
- Pero dicen que usted se le parece físicamente...
- ¡¿Qué dices insensato?! ¡Yo siempre he sido bella!
- Ya pero la Markova...
- ¡La Markova era un coco! ¡No podía compararse conmigo! ¡Y de vieja se parecía a Cintio Vitier!
- Si usted lo dice...
- Por eso me alegré de que se muriera en 2004. Con su cara cuadrada de Matriuska rusa y sus vestidos negros de koljosiana... Murió como una serpiente en la oscuridad. Una bruja menos.
- Dicen que usted le mandó aquel tocado a su entierro...
- Lo conservaba. Y qué mejor que ponérselo en su ataúd, para recordar lo mala que fue.
- Usted es una mente muy especial, Maestra...
- Elucubrando, elucubrando siempre.
- ¿Y entonces qué tal fue aquella Giselle en Nueva York?
- ¡Sublime! ¡Aquella noche pude entrar en la piel de Gissell, y poseerla! Fue como hacerle el amor a la amante de Markova delante de 2000 neoyorkinos.
- Qué barbaridad… Digo, ¡qué maravilloso!
- Cuando la función terminó, Giselle ya me pertenecía para siempre. La había poseído, su corazón latía en mis manos… doloroso y sangrante...
- Me erizo tú…
- Es para erizarse
- Da hasta miedo…
- Mi vida entera ha sido así de espeluznante.
- ¡Alicia, queremos saber más!
- Lo cuento todo en el decimosegundo epílogo de mi Cuatrilogía Autobiográfica.
- ¿Dónde podemos encontrarlo?
- Por 150 dólares te bajas un ejemplar de mi web, electrónicamente firmado por mí.
- Alicia, lo haré…
- No no, “Alicialoharé Alicialoharé”, no. ¡Hazlo coño! Que nadie entra a mi web, y eso me saca de quicio. ¿Tienes un cigarrito ahí?
- Sí Maestra.
- Tengo unas ganas de fumarme un Aroma...
FIN
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