“Nada hay más justo que dejar en punto de verdad las cosas de la Historia”
José Martí
Hace algunos años escribí una larga
crónica que ponía en cuestión un artículo de la historiadora cubana Paula María
Luzón Pi, habitual columnista de “cosas martianas” de los libelos isleños
comunistas, y benévola biógrafa oficial en Cuba de José Francisco Martí
Zayas-Bazán, pródigo hijo del Apóstol.
Perdí el texto original de aquella
crónica, y lo cierto es que no tenía ganas de volver al tema, a tenor del nulo
interés que me inspiran en lo personal, tanto la biógrafa como el
biografiado. Pero recientemente, en una
de mis travesías por el mundo cibernético martiano, me crucé en un fórum
dedicado a la memoria del Poeta, con una claque entera de defensores de Paula
María y de sus publicaciones serviles.
Aplaudían el relato falso y
complaciente que escribió ella sobre José Francisco, en una biografía engañosa,
trufada de medias verdades, clamorosas omisiones y flagrantes mentiras, y
publicada -sin anestesia- en el diario oficialista Juventud Rebelde en 2015: “A siete décadas de la muerte del hijo de Martí”.
Los apuntes biográficos de la señora
Luzón Pi sobre la vida del vástago de Pepe y Carmen, reproducen al carbón el
relato mediatizado que de él hicieron casi siempre los historiadores de la Cuba
republicana, así que eso no es noticia. Sí lo es, que la autora añada de forma
temeraria otras consideraciones inventadas “ad hoc”, para justificar las
inmerecidas alabanzas que –inexplicablemente–
ha seguido haciéndole la revolución, al más indigno, aprovechado y cruel
de todos los hijos de próceres cubanos.
Creo firmemente que los
investigadores serios de la obra del Apóstol –como también nosotros, los
lectores de a pie que valoramos esta labor y a quienes la realizan–, estamos
obligados a activar el radar de la réplica, y poner pronto el foco sobre estas
cuestiones, para enmendar la plana al discurso partidista de la Isla, cada vez
que éste intente distorsionar la realidad. Debe ponerse en valor la historia
verdadera, siempre que la oficial pretenda emponzoñarla, falseándola para sus
propios intereses.
El de José Francisco, es un capítulo
más de los escritos por una larga lista de relatores complacientes -como Paula
María- que han tejido a lo largo de 100 años, un manto piadoso tan grande sobre
la naturaleza humana del padre, que les ha alcanzado para cubrir también con
él, las más mezquinas herejías del hijo.
Intentaré pues, acercarme, -otra
vez-, con todo el tacto que me permita mi irreverencia al personaje, al falso
mito que el castrismo –y el republicanismo– construyeron en torno a la vida
oculta del hijo indigno del más digno de los mártires cubanos.
Desvelaremos quién o qué fue
realmente José Francisco, “El Ismaelillo”, además del nombre de un libro que no
se merecía, y el de un campamento de pioneros de la dictadura. Hoy a sus
usuarios, pobres infantes inocentes, se les obliga a rendir, sin saberlo, un
tributo inmerecido a un hombre desalmado, asesino, racista y ventajero, indigno
del hombre y la mujer que lo engendraron.
UN INVITADO, UNA FIESTA
Y UN HOTEL
DE LUJO
Cinco años después de declararse la
independencia de Cuba, el 10 de marzo de 1907, Pilar Samoano, célebre personaje
de la aristocracia habanera de la primera República, abrió las puertas del
hotel Campoamor, para su fiesta de inauguración en el pueblo de pescadores de
Cojímar.
La veraniega localidad costera de
las afueras de La Habana era, por entonces un balneario floreciente, destino
lúdico estival de los capitalinos de bien, que iban allí de picnic los fines de
semana a disfrutar de las bondades del sol, el buen pescado y sus dos playas;
El Cachón, que era de arena fina, y Nuestra Señora de la Asunción, una rocosa
pero apacible ensenada escondida en el recodo de un pinar exuberante.
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Hotel Campoamor |
Aquella tarde de 1907, las amistades
distinguidas de Doña Pilar invitadas al ágape, encontraron en el recién
estrenado Campoamor, un restaurante montado a todo trapo con deliciosas
delicatessens importadas, un espacioso salón de baile donde tocaba la Orquesta
Ensueño, un casino de lujo con jóvenes crupiers uniformados, y un elegantísimo
“roof garden” en la azotea.
Junto a lo más selecto de la jet
cubana, a la inauguración del Campoamor concurrieron también figuras
influyentes de la política, el arte y el ejército. Estaba toda la red carpet de
nuestra nobleza de cartón; los marqueses de Bejucal y los de Pinar del Río, la
familia Loynaz del Castillo al completo, los Revilla de Camargo, los dos
marqueses de Aguas Claras, los Céspedes, los Gómez, los Quesada y un largo
etcétera de clanes de abolengo y rancios aristócratas.
Quizás por eso, a pocos asombró ver
también por allí entre los invitados, a Doña María del Carmen de Zayas-Bazán e
Hidalgo, la ya mal llamada entonces “viuda del Apóstol” –puesto que se había
divorciado de él antes de su muerte–, del brazo del único hijo de ambos; el
Capitán del Ejército Libertador, José Francisco Martí Zayas-Bazán, por esos
días a punto de cumplir los 30 años.
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José Francisco Martí Zayas-Bazán Foto tomada el 20 de mayo de 1902 |
El vástago del mártir era –o quería
ser– ya entonces, uno más entre los aristócratas, a pesar de no serlo ni por
sangre, ni por fortuna, ni por estirpe. Tampoco debía serlo por ideología, si
hacemos caso a sus biógrafos más benevolentes, que –como Paula María Luzón Pi–,
aún lo consideran heredero del pensamiento de su padre.
He comenzado por esta anécdota
pueril de la vida de José Francisco, porque es muy sintomática del lado más
frívolo de sus aspiraciones sociales, un dato importante a tener en cuenta, si
se quiere entender la verdadera esencia de su retorcida y vanidosa
personalidad.
¿Qué hacía entonces José Francisco,
supuesto defensor de los valores humildes del pueblo llano que defendió el Apóstol,
en una recepción de la opulencia aristocrática cubana y blanca más granada?
¿Qué había ocurrido en su vida hasta ese día, para que fuera considerado y
aceptado como un miembro más de la alcurnia habanera?
Comencemos por el principio, un poco
antes de su llegada al mundo.
PEPITO
«Hijo soy de mi hijo. ¡Tú flotas sobre todo, hijo del alma!»
José Martí
José Francisco Martí Zayas-Bazán fue
engendrado en México, pero viajó a Cuba en el vientre de Carmen en los días
posteriores a la amnistía del Pacto del Zanjón. José Martí y su esposa
embarazada arribaron a La Habana el 31 de agosto de 1878. Regresaban a su tierra natal tras haber contraído matrimonio en el país azteca
y luego de una corta luna de miel en Guatemala. Ambos habían sufrido un largo
exilio involuntario: él, víctima del destierro político por sus actividades
contra la Corona, y ella, obligada a vivir fuera de Cuba con su familia
españolista, venida a menos y perseguida por los mambises.
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Martí y Carmen Zayas-Bazán |
Martí había traído poco dinero a
Cuba, apenas el que le regalaron sus amigos en su boda, y un donativo especial
de Manuel Mercado. Ya la pareja había empezado a sufrir las consecuencias del
rencor de la familia Zayas-Bazán, cuyos miembros les dieron la espalda, y ni un
peso a Carmen como dote, por órdenes de Don Francisco. El patriarca se resistía
a perdonar a su hija díscola.
Pero Carmen encontrará pronto el
modo de romper la coraza de su padre resabiado; añadirá su nombre tras el de su
marido, para dárselo a su hijo, “y que no olvide nunca de dónde ha venido”,
escribirá a su hermana Isabel en su primera carta desde Cuba. El gesto
ablandará el corazón del viejo, que regresará poco después con toda la familia,
para ser el padrino de su nieto en su bautizo.
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Nicolás Azcárate y Escobedo |
Gracias a la ayuda de su amigo, el
abogado Nicolás Azcárate y Escobedo, Martí encuentra y alquila una casita muy
modesta de dos estancias y un cuarto de baño en un bajo de la calle Tulipán 32, en la barriada del Cerro, «Delicioso lugar, como una Tacubaya suiza, donde vivimos...» le escribe a su amigo
Mercado en octubre del 78. Escoge esa vivienda porque está muy cerca la parada
del tranvía, que le facilita trabajar en el centro de la ciudad y regresar a
casa de forma expedita.
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Casa de Martí en Tulipán 32, en El Cerro |
Y es allí donde nace el 22 de
noviembre de 1878, José Francisco Martí y Zayas-Bazán, -al principio
simplemente “Pepito” para sus padres-; en el corazón de El Cerro. Carmen tuvo un
parto doloroso y difícil, porque José Francisco venía torcido. Sufrió una
operación complicada por mala praxis médica, que le ocasionó padecimientos
crónicos desde entonces. Pero Pepe recordó siempre ese instante como «uno de
los diez momentos supremos» de su vida, y así lo reflejó en sus “Cuadernos de
Apuntes”, donde relacionaba los títulos de los libros que tenía en proyecto
escribir.
Aunque Martí vuelve a La Habana ilusionado, el regreso a Cuba es una decepción para Carmen. Las autoridades españolas tratan a la pareja con desprecio y hostilidad; no han olvidado las causas de la primera deportación de Pepe, y desde entonces lo mantendrán bajo vigilancia.
Aunque Martí vuelve a La Habana ilusionado, el regreso a Cuba es una decepción para Carmen. Las autoridades españolas tratan a la pareja con desprecio y hostilidad; no han olvidado las causas de la primera deportación de Pepe, y desde entonces lo mantendrán bajo vigilancia.
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Último aspecto de la casa de Martí en Tulipán 32, antes de ser demolida (Foto: Annery del Colle) |
La situación económica del matrimonio es precaria, pero el Apóstol
tiene fe en el futuro, un optimismo que se desprende de sus palabras en su
primera carta a Mercado tras volver a la patria: "Hoy mi pobre Carmen, que tanto lloró por volver, se lamenta de haber llorado tanto… Todo lo compensa mi mujer heroica y mi lindísimo hijo".
El pequeño José Francisco recibe las
aguas bautismales cuatro meses después de su nacimiento, el 6 de abril de 1879
en la iglesia Nuestra Señora de Monserrate de La Habana. Sus padrinos son Doña
Leonor Pérez Cabrera, abuela paterna, y Francisco Zayas-Bazán y Varona, abuelo
materno.
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Iglesia Nuestra Señora de Monserrate de La Habana |
La iglesia tenía un gran significado para la familia de Martí, porque
allí se casaron sus padres Don Mariano y Doña Leonor, se bautizaron dos de sus
hermanas y se casaron tres de ellas, y otros familiares. Allí también sería
bautizada años después María Teresa Bances y Fernández Criado, destinada a
convertirse en la futura –e infeliz– esposa de José Francisco.
Desde su llegada, Pepe reanuda las
relaciones con sus amigos de la infancia, sobre todo con los hermanos Valdés
Domínguez, que continuaban viviendo en la calle Industria 122. Incluso se cree
que llega a trabajar por un corto período de tiempo con Eusebio, el hermano de
Fermín, ya graduado de abogado.
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Aceras del Louvre |
Es por esos días que conoce en los altos del
café El Louvre, al periodista Adolfo Márquez y Sterling, director del periódico
La Discusión, y al violinista Rafael Díaz-Albertini y Urioste, amistades que
mantendrá el resto de su vida. También restablece vínculos con Carlos Sauvalle,
editor de publicaciones independentistas, como El Laborante, del que Martí fue
redactor cuando era un adolescente.
Como se sabe, en España, Martí se
había licenciado en Derecho Civil y Canónico, y en Filosofía y Letras, pero no
había podido pagar las tasas de los certificados de sus dos carreras
universitarias, algo que le ocasiona bastantes contratiempos para encontrar
empleo como abogado o profesor.
Carente, pues, de autorización para ejercer la
abogacía, debe emplearse como pasante en los bufetes de dos amigos: el de
Nicolás Azcárate —donde conoce a Juan Gualberto Gómez— en San Ignacio no. 55, y
el de Miguel Francisco Viondi y Vera, en Empedrado 2 esquina Mercaderes.
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Busto de Miguel Viondi |
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Aspecto original del bufete de Miguel Viondi |
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Aspecto actual del edificio del bufete de Miguel Viondi. |
Martí al fin consigue permisos
temporales para trabajar como maestro, en espera de sus certificados, y
comienza a impartir clases de Gramática Castellana, Retórica y Poética a los
alumnos de primer año del Colegio Casa de Educación. Ya tiene veintiséis años
de edad, y empieza a hacerse notar en los círculos culturales habaneros; es
nombrado secretario del Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa, y sobresale
como orador en diferentes actividades públicas.
Un discurso patriótico encendido que
pronuncia por aquellos días en el Liceo de Guanabacoa, delante del entonces
capitán general Ramón Blanco y Erenas, enfada al funcionario colonial, que
declara: «Quiero no recordar lo que yo he oído y no concebí nunca que se dijera
delante de mí, un representante del gobierno español. Voy a pensar que Martí es
un loco, pero un loco peligroso». Martí no sabe que ha encendido una mecha que
cambiará el curso de su vida y de la de su familia.
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Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa |
Es 1879, y Martí ya es un hombre muy
ocupado, al que apenas le alcanza el tiempo para estar en casa con la familia.
Vive inmerso en sus actividades patrióticas clandestinas, una vida social
intensa y sus obligatorios compromisos laborales. No tiene mucho tiempo para
entregarse a los placeres de esa “vida hogareña” que con frecuencia le
atribuyen sus más amables biógrafos. Claro que le seduce estar en casa, pero no
puede hacerlo y es consciente de que su actividad política lo obliga a
abandonar a Carmen con frecuencia. Ya ha escrito a Mercado, convencido: “Afortunadamente, viviré poco, y tendré pocos hijos, no la haré sufrir.”
Gran parte de los relatores de la
vida del prócer han insistido -e insisten- en decorar este segmento de su
biografía, con falsas florituras del todo innecesarias. Dice, -más bien
especula- por ejemplo, la escritora María Luisa García Moreno:
“Martí, quien disfrutaba de los placeres hogareños, comparte con Carmen los
primeros días de José Francisco. Es posible que juntos pasearan por el parque
Tulipán próximo a su residencia, donde llevaran al pequeño a tomar sol. Es
probable también que su esposa e hijo lo acompañaran en sus viajes a Guanabacoa
y a la Playa de Cojímar, atravesando un amplio terreno que se extendía de la
villa al marino pueblo; así era esta zona, con una playa al este y un montículo
al oeste, en el cual se podía observar la puesta de sol desde la arena. Pudo
ser este detalle el que tuvo en cuenta al componer el escenario de Los
zapaticos de rosa, dado el carácter autobiográfico de su obra”.
¿Por qué esa azucarada insistencia
en adornar con tan tópicas “probabilidades”, las escenas familiares de la vida
del Poeta? ¿Acaso para correr un velo piadoso sobre su escasa presencia en casa
como padre? “Es probable”, “es posible”, “quizás”, “pudo ser”; todo un párrafo
de fatuas especulaciones para enseñar un paisaje familiar idílico, que jamás
existió en ningún momento durante el tiempo en que Carmen y Martí compartieron
el mismo techo. Toda la biografía martiana está trufada de cábalas amables, que
poco a poco nos han convertido al ser humano, en un ángel perfecto. Pepe no lo
fue nunca, gracias a Dios.
Martí sabe que Carmen se niega a que
siga implicándose en la revolución, pero no vacila. Escoge el sacrificio
personal como único camino “para que mi
hijo tenga una patria libre”. Pero se equivoca; no es solo “su” sacrificio.
Es también el de Carmen.
SEGUNDO DESTIERRO,
PRIMERA
SOLEDAD
Los empleos de Martí permiten que la
pequeña familia Martí Zayas-Bazán mejore un poco su estatus económico y se mude
a otra casa en la calle Amistad 42, entre Neptuno y Concordia.
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Casa de Martí en Amistad 42 |
Pero la
felicidad conyugal dura poco tiempo; el 17 de septiembre de 1879, Martí es
detenido en su nuevo domicilio, donde se hallaba almorzando con su esposa y su
amigo Juan Gualberto Gómez.
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Juan Gualberto Gómez |
Lo arrestan –le dicen– por sus vínculos con los cabecillas de la
conocida como Guerra Chiquita, pero realmente el motivo es aquel discurso
anticolonialista que pronunció en El Liceo de Guanabacoa. Es la venganza del Capitán
General Ramón Blanco y Erenas.
Juan Gualberto consigue avisar al
grupo de conspiradores de la célula habanera, para poner a salvo documentos
comprometedores de la facción. Deja testimonio de lo ocurrido ese día en su
trabajo, “Martí y yo: la última visita”.
Martí es conducido a la estación de
policía de Empedrado y Monserrate, donde se le encierra solo e incomunicado
varios días. Pero su amigo Nicolás Azcárate, con cierta influencia en los
mandos de la policía española, interviene para que le levanten la
incomunicación. A partir de ese momento, pasan a verlo por el recinto policial
más de trescientos amigos, alumnos y maestros del colegio donde trabajaba. Pero
de nada vale ahora la mano de Azcárate; sin juicio ni proceso penal alguno, Ramón
Blanco dispone su segunda deportación a España. El 25 de septiembre de 1878, el
Apóstol parte en calidad de preso hacia su segundo destierro español a bordo
del vapor Alfonso XII con destino a Santander, para quedar allí a disposición
del gobernador de la ciudad. Se reúnen una cincuentena de amigos para
despedirlo y consolar a Carmen, que llora sin consuelo en el puerto con Juan
Francisco en brazos.
Al siguiente día de llegar a España,
el Ministro de Ultramar ordena el ingreso del Poeta en la prisión de Ceuta, que
por suerte no se produce al concedérsele libertad bajo fianza, y luego anularse
la disposición por el propio gobierno español. Queda en libertad en territorio
de España, pero no puede moverse a otro país ni regresar a su tierra. No
volverá a pisarla hasta el 11 de abril de 1895, y ya será en la manigua.
La historiadora Perla Cartaya Cotta,
otra solícita biógrafa de José Martí, escribe al respecto: “Quedan aquí (en Cuba) el niño, centro de su drama familiar, y Carmen,
que enfrentará sola, porque así lo quiso, el cuidado del retoño”.
¿Cómo que “porque así lo quiso”?
¡Carmen no tenía otra opción! No podía seguir a su marido al destierro, si allí iba
a estar completamente sola, en un país extraño con su marido preso y sin medios
con qué mantenerse ni ella ni su hijo. Otra vez la historia –y los que la escriben–
demonizan a Carmen para salvar al prócer.
Así que, con José Francisco de solo
cinco meses de edad, Carmen enfrenta desamparada y sola su cuidado. Pasará al
principio muchas estrecheces, porque su padre ha vuelto a rechazarla por su
insistencia en no dejar a su marido subversivo y poco atento al hogar, según su
parecer. Sus hermanas la ayudan enviándole desde Puerto Príncipe pequeñas sumas
de dinero a escondidas y también lo hacen algunos amigos de Martí. Pero no
basta. Por eso Carmen baja la cabeza, acepta volver a la casa paterna y se
marcha a Puerto Príncipe con José Francisco.
“Cuánto amor y dolor había en el pecho de José Martí al dejar a su esposa e
hijo en Cuba”, leo en las
palabras de los relatores que describen ese instante. Y es cierto, porque Martí
amaba a su hijo sobre todas las cosas. Pero se habla siempre de su dolor de
padre, sin mencionar una palabra que parece que empañe su memoria:
“remordimientos”; un sentimiento natural, humano, y en su caso apreciable,
hermoso y sincero, que para los historiadores, parece proscrito en la sensibilidad del Poeta.
Pero Martí sabía en su fuero interno
que la separación de su hijo no era culpa de Carmen, ni de su matrimonio, ni
siquiera de su vida modesta, sino una consecuencia de su decisión firme de
poner siempre a la Patria antes que a la familia. Sin embargo, aun teniendo clara
y asumida esa idea, era un hombre sensible y un amante padre que sufrirá hasta su muerte, cada segundo de ausencia de su hijo.
¿Qué nos impide
entonces, asumir también que se sentía culpable de su abandono, y que es ese
dolor el que se manifiesta en cada verso que escribió para él? ¿Por qué no
aceptamos de una vez la diferencia entre ser un “padre amoroso” y un “buen padre”,
haciendo una mezcla tendenciosa de ambas cosas, para que fuera Carmen la única
responsable de que Martí viviera la mayor parte de su vida lejos del hijo de
los dos?
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Martí y su hijo Pepito con 5 meses |
En el exilio español, a Pepe todas
las cosas le recuerdan al niño. Escribirá más tarde en sus Versos Sencillos:
«Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar.
Y no es un suspiro, es
Que mi hijo va a despertar».
Martí está poco más de tres meses en
Madrid. En carta a su amigo Miguel Viondi se lamenta: "¡Qué será de mí por estos yermos, sin noticias de mi mujer y de
mi hijo!”. Poco después consigue finalmente burlar la vigilancia de las
autoridades españolas, y escapa a Francia, desde donde viajará a los Estados
Unidos, el centro de la insurgencia cubana en el exilio. Allí llega el 8 de
enero de 1880 para continuar con su labor política, y enseguida es nombrado
vocal del Comité Revolucionario Cubano.
También trabaja mucho para reunir el
dinero suficiente que le permita traer a su familia a Nueva York, y escribe en
esos días: «Es cosa de huir de mí mismo
esta de no tener ni suelo propio en que vivir ni cabeza de hijo que besar».
También le escribe a Viondi: "Desde
el 3 de enero ando por las calles con las carnes sanas y los huesos fuertes,
pero con el corazón herido por la mano más blanca que he calentado con la
mía". Y con la carta, adjunta a Viondi un giro con la suma necesaria
para el pasaje de Carmen y su Pepito, rogándole que los ayude a reunirse con él
en Nueva York.
EL REENCUENTRO
Al fin, tras seis meses de
separación, Martí logra traer a su esposa y a su hijo a los Estados Unidos el 3
de marzo de 1880. De aquel reencuentro y de la ternura que provocó Pepito en su
padre, queda constancia escrita en otra misiva a Manuel Mercado: “No tiene esa prematurés portentosa que
hacen las delicias de los padres vulgares…. Tiene ojos profundos y frente
ancha. Pero es blando y sencillo como a sus meses toca…”
Por su parte, Carmen llega a New
York convencida de que tantos sinsabores han rebajado el patriotismo militante
de su esposo, apartándolo por fin de las ideas políticas que habían causado su
destierro. Por eso se entristece al encontrarlo inmerso en la misma batalla,
quizás con más resolución y empeño, y casi desde el primer día comienza la
tensión entre ambos. En carta del 6 de mayo, Martí le escribe a su amigo
Mercado:
«Carmen no comparte, con estos juicios del presente que no siempre alcanzan
a lo futuro, mi devoción a mis tareas de hoy. Pero compensa estas pequeñas
injusticias con su cariño siempre tierno, y con una exquisita consagración a
esta delicada criatura que nuestra buena fortuna nos dio por hijo... Regaño a
Carmen porque ha dejado de ser mi mujer para ser su madre…»
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Carmen Zayas-Bazán con su hijo Pepito a su llegada a los Estados Unidos |
Martí se queja de que Carmen no
comprende su pasión por conseguir la libertad de Cuba, pero él tampoco asume el
amor de madre de su esposa, que le reclama infructuosamente cada día, formar un
hogar estable y tranquilo. Es un reclamo imposible a un hombre llamado a
cumplir metas muchos más elevadas; Martí el patriota ganará la batalla a Martí
el padre y a Martí el esposo, y en el proceso, tanto él como su mujer y su hijo
perderán poco a poco el vínculo físico y filial. Pero eso Carmen todavía no lo
sabe, o quizás no quiere saberlo; aun lo ama y por eso continúa a su lado. Pero
por poco tiempo.
OTRA SEPARACIÓN
Martí trabaja en un periódico por
muy poco dinero y mantiene con dificultad a su pequeña familia, pero, como en
Cuba, cada vez se hacen más frecuentes sus ausencias del hogar por su intensa
actividad política. En la despensa casi nunca hay lo suficiente para tres
bocas, y José Francisco apenas ve a su padre. Además, Carmen comienza a tener
evidencias de algunas aventuras extramatrimoniales del Poeta a sus espaldas, le
llega el nombre de otra mujer que se llama Carmen como ella. La ha visto alguna
vez acompañada de su esposo, un amigo del suyo, así que no da crédito –o no
quiere darlo- pero se exacerban sus
celos, aumentan las disputas conyugales y son más prolongadas las ausencias de
Pepe del hogar familiar. Pero Carmen aguanta el tirón.
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Carmen Miyares |
Lo hace, porque unos meses antes, el
16 de junio de 1880, Martí había cesado su responsabilidad al frente del Comité
Revolucionario Cubano, que había asumido el 26 de marzo cuando partió hacia
Cuba la expedición del General Calixto García. Pero ahora había dejado el cargo
en manos de José Francisco Lamadriz, y Carmen intuye que, una vez liberado de
esa labor, por fin su marido tendrá más tiempo para estar en casa con ella y
con su hijo. Pero eso está muy lejos de ocurrir.
El 21 de octubre de 1880, cuando
José Francisco aún no ha cumplido los 2 años de edad, Martí se dispone a viajar
a Venezuela. Allí le han ofrecido empleos más rentables, pero su familia debe
quedarse otra vez sola en los Estados Unidos. Entonces Carmen decide que ya es
suficiente: regresará a Cuba y se llevará a su hijo con ella.
Vale recordar que el día 28 de
noviembre de ese mismo año, ya en ausencia de Martí, nace María Mantilla, la hija
de Carmen Miyares y supuestamente de Manuel Mantilla. La criatura será objeto
de especulaciones y escándalos en el futuro, porque se atribuirá su paternidad verdadera
al Poeta. Él llevará en su pecho una foto suya cuando parta a los campos de Cuba,
como escudo protector contra las balas, que lamentablemente no funcionará.
Aquí hay otro detalle tendencioso
que compulsan casi todos sus biógrafos, aunque pasando de puntillas sobre él:
se presenta el viaje de Martí a Caracas como consecuencia del abandono de
Carmen, “que inicia el año 1881 con la decisión de probar suerte en Venezuela,
al ser abandonado por su esposa”, dicen. Pero fue exactamente al revés.
Mientras tanto, el regreso de Carmen
a Puerto Príncipe está lejos de ser un alivio para ella. El amplio historial de
disgustos que le ha dado a su padre por causa de sus amores con Pepe, y sobre
todo su última decisión de reunirse con él en los Estados Unidos, después de
haber regresado a la casa familiar, han tenido consecuencias.
Carmen no es bien recibida en su
casa. La familia Zayas-Bazán ahora le es, incluso, más hostil que antes. María
Amalia, una de sus hermanas menores, ha contraído matrimonio con el coronel
español Leopoldo Barrios, y el resto de sus hermanos consideran que Pepito y
ella son una incómoda carga familiar, en lo político y en lo económico, así que
le dan techo de muy mala gana, pero no asumen su manutención. Carmen le escribe
a su marido el 7 de enero de 1881:
“He sabido que escribiste una carta a papá en la que le decías yo había
venido porque no quería pasar pobreza a tu lado; mi contestación a eso está
dada, todos saben que ya solo la ropa teníamos que empeñar para vivir y que tú
no tenías donde trabajar. Desde hoy espero tus órdenes para hacer cuanto me
mandes. Créeme, Pepe, yo no quiero sino que olvidemos el pasado, es necesario
estar unidos por nuestro hijo, no se le da vida a un ser para sacrificarlo,
sino para sacrificarse por él”.
Pero Martí no responde a esta carta.
Ya está inmerso en su viaje a Venezuela, a donde llega el 21 de enero con la intención
de trabajar en Caracas, que llamará desde entonces “La Jerusalén de los Americanos”.
Quedará para la historia su arribo a la urbe sudamericana al anochecer, porque “sin sacudirse el polvo del camino, no
preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a dónde estaba la
estatua de Bolívar”.
Enseguida se cumplen las promesas
laborales que le hicieron; impartirá clases de Gramática Francesa y Literatura
en el colegio de Santa María, que dirige su amigo Agustín Aveledo y será
profesor de Literatura en el Colegio Villegas, donde sentará cátedra de oratoria.
Comienza a escribir para el periódico “La Opinión Nacional de Caracas”, y en la
“Revista Venezolana” en su primer y único número, con 35 páginas escritas por
él.
Pero su amistad con el patriota venezolano
Cecilio Acosta, y las duras palabras que pronunciará contra el gobierno
venezolano el día de su muerte, provocan la ira del presidente de la república.
El 27 de julio se le ordena abandonar la patria de Bolívar y regresar a Nueva
York.
Allí llega a bordo del vapor
Claudius el 10 de agosto de 1881 para organizar la llamada Guerra Necesaria, y
es también cuando su figura política se encumbra y alcanza fama internacional. En este período Martí escribe
sus más brillantes crónicas periodísticas y llega al cenit de su prestigio como
literato, poeta, diplomático, maestro y sociólogo. Será el momento en que
escriba sus mejores semblanzas de la sociedad norteamericana y brillarán sus
colaboraciones con “La Opinión Nacional”, de Caracas, “La Nación”, de Buenos
Aires, “La República” de Honduras, “La América”, de Nueva York, y “El Partido
Liberal” de México.
ISMAELILLO
«Hijo, espantado de todo me refugio en ti»
José Martí
También en 1881, Martí escribe el
libro en que sublima el amor que siente hacia su hijo ausente, y que titulará
con el apodo con que lo llamará desde entonces cariñosamente; “Ismaelillo”. Es un
pequeño volumen que los emigrantes cubanos exiliados en Nueva York, conocerán en 1882 impreso
por los editores Thompson y Moreau; “Ya que nos quedamos por ahora con las ganas de ver a Pepito, es menester que venga Ismaelillo”, dice el Poeta.
A los cubanos nos resultan
familiares y cercanas casi todas las frases de ese libro, y también
dolorosamente tristes: «Hijo, espantado de todo me refugio en ti», «Hijo
soy de mi hijo, él me rehace» «¡Tú flotas sobre todo, hijo del alma!». Y le
llama “mi reyecillo”, “mi dueño", "mi despensero". Martí bautiza
a su hijo con el nombre bíblico que quedará en el imaginario popular, casi como
su verdadero nombre. Es un diminutivo dulce que, poco a poco, le quedará
demasiado grande al adulto ambicioso, trepa y racista en que Pepito se
convertirá al crecer.
CARTAS Y REPROCHES
Mientras tanto, en Puerto Príncipe,
sola y totalmente hundida, Carmen solicita a su padre la parte de la herencia
de su madre que le corresponde desde tres años antes, "porque no tenía ni para zapatos del niño", le escribe a
Martí. Pero Don Francisco se enfada ante ese requerimiento, que considera
impertinente, y solo le da 40 pesos como única ayuda, para todo y para siempre.
Entristecida e impotente ante la situación por la que está pasando, Carmen le
cuenta lo ocurrido a Martí en otra carta:
“Viendo yo desde hacía tiempo por los insultos de mis hermanos que todo el
motivo que tenían contra mí era que yo estaba en la casa sin deber, haciendo
gastos, consulté a Azcárate sobre si podía pedir a papá, sin estar tú aquí, mi
haber materno, pues no tenía ni para zapatos para el niño. (…) Fui a hablar con
papá, que ha cedido en todo lo que Barrios ha querido en contra mía, me dijo
que me viniera a vivir con mis tías porque yo no tenía derecho a estar en casa:
entonces le dije si no lo tengo sí lo tengo al haber materno pues no tengo con
qué vivir y hace ya tres años que usted debió dármelo y nunca lo he molestado.
Gritó, dijo que no tenía un medio, que acabara con su fortuna, que lo quemara
todo, que nunca debí hablarle de esto, que me cogiera una casa; acepté y
entonces retrocedió y me dijo que solo podía darme 40 pesos papel ¡para vivir y
todas mis necesidades como rédito de mi haber materno! Vivo en la calle Mayor
16 comiendo escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo (…) El pueblo
está escandalizado (…) Aquí no se habla de otra cosa (…) los escándalos que se
han dado en casa hoy son origen de todas las conversaciones”.
Resumiendo, la familia Zayas-Bazán,
tanto su padre, como sus hermanos y ahora el cuñado español, no quieren más a
Carmen en casa, por su enlace con Martí, ni a su hijo, por ser el fruto de ese
amor. Para colmo, sus relaciones con Leonor y Mariano, los padres de su marido,
que antes fluían con cordialidad, se han ido al traste después que ella lo ha
abandonado y separado de su hijo. Quizás es ese el motivo que la impulsa a
escribirle otra carta a su marido cuando regresa de visitar a sus suegros en La
Habana: "Me llevo la triste
convicción de que tu familia no me querrá jamás; al niño sí lo quieren", y
añade, "tengo sed de cariño, de ver
solícitas a esas gentes que me quieren todavía viviendo y llorando conmigo...
¿Cuándo verás a tu hijo?".
Carmen, desesperada se ve obligada a
huir de la casa familiar y pedir ayuda a sus tías Carmen e Isabel, que la
acogen en su hogar. Pero ellas son también muy pobres y la situación económica
de las tres mujeres y el niño no mejora demasiado. "Comía escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo",
le dice a Martí en otra carta, y añade: "me
han herido, me han injuriado, me han ofendido todos".
En una carta que Manuela, hermana de
Carmen, envía a Martí poco después, le cuenta que Carmen y el niño, que están
viviendo con ella, “han llegado de La
Habana muy delgados, y Carmen, de estar sin el calor del esposo, anda medio
loca”.
Carmen, por su parte, le cuenta al
padre de su hijo en sus siguientes cartas, que la aqueja un doloroso
padecimiento de la cintura del que no quiere darle detalles, pero que “le resulta muy penoso e invalidante”. Los
médicos le aconsejan que no viaje a reunirse con Martí, pues su estado de salud
no le permitiría llegar muy lejos. También Leonor, la madre de Martí le dice en
otra carta que su nuera, aunque joven, es ya una mujer muy enferma:
“Creo que no debes precipitar su regreso hasta que estés enteramente
tranquilo y tengas trabajo seguro, pues ella no es para penalidades. Aquí raro
era el día que no necesitaba médico, y gracias a que lo tenía con facilidad,
porque el de los fosos es buena persona y venía al momento que lo llamaba, esto
no es echarte en cara su naturaleza débil, pero sí decirte que no es mujer para
penalidades ni para vivir con pocos recursos y creo harás bien en dejarla
descansar algunos meses…”
En realidad, ya Martí no desea tanto
la presencia de su esposa como la de su hijo. Tantas separaciones y tantas heridas
han debilitado el amor que sentía por ella. La sigue queriendo como madre
amantísima de su único vástago, pero alguien ya la ha sustituido en su corazón.
Cuando Martí se queda solo en
Brooklyn no puede asumir los gastos de una casa, porque ha perdido la mayor
parte de sus empleos como traductor y articulista. Debe rehacer su vida
personal y laboral, y recurre a la ayuda de un amigo que tiene una casa de
huéspedes. Es su compañero de ideas políticas, y también el marido de la mujer
que ha estado cortejando a espaldas de Carmen, el cubano Manuel Mantilla.
Manuel acoge a Martí en su casa, no
se sabe si en este momento, ya sabedor del idilio entre el poeta y su mujer. Pero
en cualquier caso, ha decidido a echarle una mano al prócer. Le permite incluso
que no pague los primeros meses de alquiler –no se los cobrará nunca–. Martí,
sin embargo, no puede devolverle el favor con igual gratitud; se ha enamorado
de su esposa.
La historia oficial ha sido tan
pacata, tibia y mentirosa sobre este segmento de la vida del Apóstol, que
apenas encontramos pasajes blancos y superficiales sobre este instante en los
libros de texto. Para muestra, otra vez el libelo Ecured:
“Techo, comprensión, colaboración y abrigo encuentra en la casa de Manuel
Mantilla y Carmen Miyares. El hogar de esta familia cubana identificada
plenamente con las luchas de nuestra independencia resultará el ambiente
propicio para desarrollar en silencio la obra redentora”.
Grandilocuencias patrióticas para
esconder una verdad con tintes de tragedia. Ni una palabra sobre el intenso
drama que se vivió entre aquellas cuatro paredes mientras Carmen estaba en Cuba
con su hijo: Un esposo cornudo que callaba y aceptaba el idilio de su inquilino
y amigo con su mujer, ante sus propios ojos. Un Martí confundido, pero
apasionado, debatiéndose entre la lealtad a que obliga la amistad, y la pasión
que sentía por una mujer cuyo esposo le había dado techo y comida. Una mujer
loca de amor por el hombre que también admiraba como líder, y que no pudo
reprimir una pasión carnal y amorosa por el amigo del padre de sus hijos. Un
silencioso y silenciado melodrama, perversamente escamoteado en las biografías
nobles del Apóstol.
No me extenderé en éste idilio
oscuro de Martí, porque esta la historia de su hijo; ya lo hago
ampliamente en mi crónica “El amor multiplicado del poeta”. Bástenos ahora
saber que no solo la lucha libertaria restaba tiempo a Pepe para escribirle a su
esposa Carmen Zayas-Bazán. También su tiempo lo ocupaba su amante Carmen
Miyares.
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José Francisco a los 3 años en 1881 |
En el verano del 81, la Carmen que
está en Cuba, envía otra carta durísima a Martí desde Puerto Príncipe que
muestra su tristeza y desesperación:
“He tenido a mi hijo atacado de una fiebre maligna que lo ha tenido privado
de sentido días enteros (…) solo una cosa pedí a Dios, ¡que no solo él se fuera
de esta vida, bastante falta le hace a mi alma el reposo de la eternidad” (…)
Ojalá que allí halles lo que buscas, pero óyelo bien: nada estable conseguirás.
Te estás matando por un ideal fantástico y estás descuidando sagrados deberes
(…) Nunca se manchó ningún hombre por volver a su tierra esclava ante la
necesidad urgentísima de vestir y dar de comer a su mujer y a su hijo, saber
con qué curar sus enfermedades y enterrarlos si se mueren…”
Pero Martí está muy complicado en la
preparación de la insurgencia. Son los días de sus contactos con Maceo y Gómez
para elaborar las estrategias militares necesarias para la guerra que se avecina,
y sus obligaciones le impiden escribir con frecuencia. También por eso
disminuyen sus cartas a su familia en Cuba. Aun así, las pocas veces que empuña
la pluma para comunicarse con Carmen, se le queja de no recibir noticias de
Pepito.
Carmen muy enfadada le responde: “No tienes más noticias del niño porque no
me parece natural que dejes meses enteros sin escribir”. Y no son solo
Carmen y su hijo los únicos damnificados de las demoras postales del Apóstol. El
19 de agosto de 1881, su madre también le hace reproches muy duros por la falta
de noticias. Doña Leonor escribe:
“Yo no sé qué pensar ya de ti ni de tu sano juicio, ya no sé qué palabras
emplear para hacerte comprender cuanto me haces sufrir con tu abandono para
escribirnos (…) no te cuidas de si vivimos o morimos en meses enteros, no
contestas a ninguna carta por más que te lo suplique (…).La pluma se me cae de
la mano, no sé ni lo que te escribo, ni si esta tendrá la misma suerte de las
anteriores, así es que acabo aquí rogándote que si la lees no sea con la misma
indiferencia como las demás (…) pues por trabajosa que sea tu vida no puede
faltar un momento para evitar esta angustia en que haces vivir, o mejor dicho,
morir a tu madre”.
En epístola a Martí del 21 de enero
de 1882, Carmen le reprocha: “Solo te
diré que una vez que acepté esta pobreza tuya y fui conforme con los riesgos
que traía consigo, y Guatemala es testigo de lo que en ella sufrí, contenta de
lo que después vino no lo he sido jamás, porque creo, sin duda equivocada a tu
juicio, que no era hora de sacrificios ni frutos, ni justo ante ninguna
conciencia prescindir de deberes que no podían cumplirse al mismo tiempo que
ese otro ideal tuyo”.
Es imposible que ante todas estas
quejas, el Apóstol no se sintiera culpable. Era un hombre honesto a pesar de
sus taras de humano. Echa de menos a su hijo como nunca, y habla de él con todo
el mundo, incluso cuando no se le pregunta. En 1882, en carta a su amigo
americano Charles A. Dana le dice: “Mi
hijo es mi sueño”, y aludiendo al libro que le ha dedicado, escribe
orgulloso: “Es la novela de mis amores
con mi hijo”. También a su amigo Agustín Aveledo ese mismo año le confiesa:
“Yo no vendo este libro: es cosa del alma
(…) pensando en mi hijo, se me llena el pecho de jazmines.”
Sin embargo, insisto, los
historiadores siempre dibujan este amor paternal sin el más mínimo rastro de
culpa. Esa cae siempre sobre los hombros de Carmen. Hasta el historiador y
escritor Eduardo Zayas-Bazán, descendiente del clan de Carmen, y a quien no
profesé demasiadas simpatías, se sumó al carro de sus críticos más encarnizados,
en pro de limpiar el honor del Poeta. En un artículo -a mi juicio muy parcial e
injusto con su parienta lejana- titulado “Carmen Zayas-Bazán, una vida trágica”,
escribe:
“Carmen se resiste a ir a Caracas, donde se encuentra Martí, porque pensaba
que lo correcto era que él regresara Cuba. En una carta fortísima lo acusa de
cobarde: "Mucho más que tú tienen méritos esos hombres que lucharon y que
hoy se rinden, no a un gobierno que combatieron sino a las necesidades de sus
hijos no satisfechas… Sacrificar a todos y cantar purezas lejos del contagio,
olvidando cuánto hay de más sagrado en la tierra, y más serio en la vida, ni es
valor ni así se cumple con el deber". Martí le responde en una larga carta
en la que le explica que no se puede exponer a perder su libertad en Cuba, que
no hay garantías y sin ellas no debe emprender el viaje a la Isla. Y termina la
carta abriendo su corazón herido: "Me dices que vaya; ¡si por morir al
llegar, daría la vida! No tengo, pues, que violentarme para ir; sino para no
ir. Si lo entiendes, está bien. Si no, ¿qué he de hacer yo? Que no lo estimas,
ya lo sé. Pero no he de cometer la injusticia de pedirte que estimes una
grandeza meramente espiritual, secreta e improductiva".
Sin embargo, aun entonces Carmen no
renuncia al amor que sigue sintiendo por Pepe, ni a reunirse con él en el
futuro. Permanece con sus tías y su hijo, malviviendo en Puerto Príncipe.
En
tanto, Martí en Nueva York es incansable en su labor revolucionaria, pero es de
justicia reconocer su esfuerzo por volver a traer a su hijo consigo. Por fin reúne
dinero trabajando de vicecónsul de Uruguay, escribiendo artículos y haciendo
traducciones para diferentes tabloides, donde por fin ha sido contratado.
Finalmente, su situación económica mejora y puede alquilar una vivienda nueva
en Brooklyn. Entonces pide a Carmen que vuelva a los Estados Unidos con Pepito.
En diciembre de 1882 Carmen y José
Francisco regresan a Nueva York. La familia vuelve a estar unida. Pero tampoco
esta segunda reunificación tendrá muy largo recorrido.
Vuelvo al texto de Eduardo
Zayas-Bazán:
“Carmen era una mujer fuerte,
exaltada, altiva y celosa que pretendía que Martí fuera no sólo un buen marido,
sino que se dedicara a su hogar y al trabajo productivo. Ya antes de casarse,
en una carta le había confesado a Martí:
"Es cierto que desde que te vi te amé, pero también es cierto que desde
que te conozco no he tenido un día de calma, pues los celos me matan…" Sin
embargo, Martí era un hombre público que tenía deberes importantes que chocaban
con las aspiraciones de Carmen. La falta de compenetración entre ellos continuó
y Carmen decidió regresar a La Habana con Pepito en marzo de 1885”.
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Pepito a los 7 años en 1885 |
Siento un profundo desprecio por el
tono machista y descaradamente chulesco del autor de estas líneas, que minimiza
las infidelidades de Martí, naturalizará más tarde sus devaneos con Carmen
Miyares, y presenta a Carmen Zayas-Bazán como una loca obnubilada por los celos
que “exige” cosas que su marido no puede darle. Plantea la petición de la
esposa del prócer como una “pretensión” exagerada, cuando era solo lo que
cualquier mujer exigiría al hombre con quien se ha casado y tiene un hijo.
SEGUNDA SEPARACIÓN
A partir de entonces la comunicación
postal entre Carmen y Pepe se endurece. El 13 de mayo de 1886 ya la grieta
entre ambos es tan profunda que, a una petición de dinero para el niño que le
hace Carmen desde Cuba, Martí responde dura y escuetamente que no puede cubrir
sus carencias. Carlos Ripoll reproduce la respuesta de Carmen en su libro “La
vida íntima y secreta de José Martí":
“Carmen, herida en lo más vivo de su
dignidad, riposta:
Ante todo, deseo desde el mes que viene no recibir mesada ninguna. (…)
cuando me casé con usted hasta de mis más pequeños gustos prescindí, y anulé de
tal manera mi personalidad que cualquiera hubiera sospechado no era yo capaz de
un pensamiento propio; lo que hice al principio con placer, llena del amor
inmenso que le tenía, mi abnegación de madre me dio fuerzas para llevarlo a
cabo después (yo solo busqué en el matrimonio la felicidad en un hogar modesto
que según mi pensamiento debía haber bastado siempre a usted, como sin duda me
bastó a mí, no es natural que cuando usted cambió tan presto y me abandonó a
mis lágrimas y me dio una muerte civil espantosa dejándome sin posición fija en
la sociedad, quisiera yo para consuelo en una desventura tan grande poder
gastar unos cuantos pesos que recibirlos en esta extraña situación cuesta
violencia suma. O usted nunca ha sabido quién soy u obra con mala fe manifiesta
suponiéndome mezquindades que cuesta rubor hablar de ellas. No sé si es por mi
padre o por mí que dice usted debía avergonzarnos admitir lo que usted envía
con esfuerzo (…) ninguna ilusión me ha hecho lo que usted gane, pues, aunque
fueran miles de pesos, yo no recibiría nunca dinero de un hombre que no es mi
esposo sino por el lazo de mi hijo (…) sería mengua que yo aceptase su trabajo
ofrecido a un lazo indisoluble por punto de honor y no por cariño: si he
aceptado ha sido en nombre de mi hijo. Para nada necesito ese su horrendo
sacrificio de vida que me ofrece ni que se juzgue usted esclavo mío: desde que
supe que su alma no entendía la mía no me creo en el derecho de pedir nada y
muy ofuscado debe andar su espíritu cuando me ha escrito esto. (…) quise venir,
pues eran muchos los tormentos que en un país extraño sin amigos sin conocer el
idioma y enferma sufría, a más de los que usted de diario me preparaba. (…)
Puede usted siempre tenerme no respeto, pues de usted más que de nadie merezco
admiración. De mi hijo esté tranquilo, en mi alma no caben miserias lo enseñaré
a que lo ame siempre”.
Pero Martí sigue inmerso en su ardua
labor revolucionaria, apenas duerme ni come, lo absorbe la dura responsabilidad
que ha aceptado al frente de la revolución. Entonces Carmen le envía otra carta
el 30 de abril de 1887. Dice Ripoll:
“Carmen sigue viviendo expulsada de la casa paterna y sin abrigo financiero
alguno, ella se le queja del olvido en que la tiene y le describe en términos
verdaderamente desgarradores la miserable vida que lleva con Pepito en casa
ajena, y el infierno en la Tierra que tales condiciones significaban para una
mujer sola y enferma a cargo de un niño frágil”
Finalmente, el Poeta responde. La
carta es larga y amorosa con su hijo, pero parca y escueta con la madre. Carmen
le devuelve entonces, estas palabras:
“Al fin recibimos carta, fue tanto lo que padecí en espera de ella que
cuando vino a mis manos no pudo quitarme las muchas tristezas que tenía en el
alma. Solo te diré que en los últimos diez días perdí doce libras, de modo que
todo lo que adelanto a fuerza de cuidados lo pierdo por un olvido que no tiene
nombre tratándose de una situación como esta., pues desde enero no preguntas
por el niño. (…) El retrato (del niño) irá pronto solo uno solo se sacará para
ti porque no puedo más. (…) Cheché nos hace vivir tan afligidos que ni puertas
ni ventanas se abren. Siempre imagina que la insultan y es tanta su desventura
que a veces dice que son sus propias manos quienes le dicen cosas y se las
quiere arrancar arrancándose la piel hasta que le corre sangre, y día y noche
corre por la casa gritando espantosamente; es un espectáculo verdaderamente
desgarrador; a veces los cuchillos, los palos, cualquier cosa coge y se la
arroja a uno encima, a nuestro hijo le ha tirado mucho, aunque cuando se calma
lo besa, pero desgraciadamente sus horas de calma van desapareciendo por
completo. Los médicos me aconsejan que haga huir a mi hijo de este espectáculo
(…) las niñas de Amalia no vienen por nada. Nada te puede pintar nuestra vida
con este espectáculo que no tiene igual”.
Cheché era una de las hermanas de
Carmen, tía de Pepito, que se volvió loca. Algunos biógrafos martianos, han
llegado a describir escenas verdaderamente dantescas de este momento, como la
de Cheché intentando degollar a su sobrino con un cuchillo de cocina, un hecho
del que no he encontrado más descripción documentada que esta carta de Carmen,
pero que menciona, por ejemplo, María Cristina Sánchez Herrera en el también
azucarado artículo "José Francisco Martí Zayas Bazán, el hijo de José
Martí, un hombre digno" (Contribuciones a las Ciencias Sociales, 2011).
Cuenta la historia oficial que “Ismaelillo”
quedó marcado psíquicamente por este ambiente hostil en su familia materna, y
yo suscribo esta idea, porque su comportamiento de adulto fue totalmente
psicótico, vengativo y cruel. Pero aún tiene 10 años y es un niño sin padre y
con una madre enferma y sola.
JOSÉ
FRANCISCO MARTÍ
"Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo”
José Martí
Mientras tanto, Pepito crece en Cuba. El niño deja atrás los dulces diminutivos de su primera infancia, para empezar a ser llamado José Francisco Martí en su etapa escolar.
Y he aquí otra
página de su biografía velada por la historia republicana y después por la
castrista. Ninguna de las dos explica claramente cómo y por qué, en medio de
tanta pobreza, José Francisco consigue cursar sus primeros estudios en el prestigioso Colegio
Escolapio San Calasancio, ubicado entonces en la Calle Luaces 2, hoy sede de Escuela
Provincial de Deportes (ESPA) y de la Clínica Estomatológica Cerro Pelado de Camagüey.
Y no lo explican porque es Don
Francisco, su abuelo, el “malvado oficial”, quien invierte la
herencia de su abuela que antes le negó a su hija, en los estudios de su nieto.
Los mejores que podía tener un niño de provincias.
El 30 de septiembre de 1889, con 11
años de edad, José Francisco Martí Zayas-Bazán ingresa con el expediente N°1201
en el Instituto de Segunda Enseñanza en la Escuelas Pías de Puerto Príncipe, en
la antigua Plaza de San Francisco de Asís, hoy Plaza de la Juventud de
Camagüey.
Allí recibe una educación pro
españolista y directamente enfrentada a los ideales de su padre, pero ya es un
jovencito inteligente y comienza a pensar por sí mismo. Durante todo este
tiempo su madre no ha dejado un segundo de hablarle de Martí y de sus luchas,
lejos de ponerlo en su contra. Carmen en ese aspecto es un ejemplo de
honestidad y amor, y pocas veces se le ha reconocido.
TERCERA SEPARACIÓN
El 30 de julio de 1891, Carmen viaja
con Pepito, que ya es un espigado jovencito de 13 años, de nuevo a Nueva York.
Es un último intento por recuperar el amor de Martí y de que su hijo vuelva a
ver a su padre. Pero al llegar, Carmen confirma lo que hace tantos años había
llegado a sus oídos, y se resistía a creer. Dice su pariente Eduardo
Zayas-Bazán:
“Habían pasado seis años separados y ya era demasiado tarde para el
matrimonio. Martí entonces tenía una relación amorosa con Carmita Miyares. Y
algo le habrán comentado sus amigas o quizás lo leyó en los Versos Sencillos…”
En efecto, Carmen se entera de que
Pepe y la Miyares están juntos y conviviendo bajo el mismo techo. Y –como
aventura Eduardo Zayas-Bazán–, había tenido que tragarse estos versos escritos
por su todavía esposo:
Mi amor del aire se azora:
Eva es rubia, falsa es Eva:
viene una nube, y se lleva
mi amor que gime y que llora.
Se lleva mi amor que llora
esa nube que se va:
Eva me ha sido traidora:
¡Eva me consolará!
El poeta reconoce en el poema, por
fin, haber encontrado a otra mujer.
Era finalmente cierto que había vivido y
continuaba un turbio idilio con Carmen Miyares, una historia de larga
data, que había empezado en 1880, antes de que Carmen Zayas-Bazán pisara New York por
primera vez. Al asunto ya de por sí humillante para la esposa del prócer, se añadían
los rumores de que su marido era el padre de María Mantilla, la hija de la
Miyares. Entonces Carmen Zayas-Bazán llega al límite de sus fuerzas, y decide
marcharse para siempre.
El regreso definitivo de Carmen a
Cuba, que Eduardo Zayas-Bazán describe como un arrebato caprichoso de mujer
despechada, es en realidad una tragedia lacerante de una esposa abandonada y
engañada por el padre de su hijo.
Absolutamente hundida, sin apoyos ni
amigos, desamada, sola también de espíritu, y rota de dolor, en marzo de 1885
Carmen suplica a un amigo de Martí, el periodista Enrique Trujillo, propietario
del diario “El Porvenir”, que la ayude a regresar a Cuba con Pepito.
Trujillo, al principio duda, por la
amistad que lo une al Poeta, pero Carmen insiste con tanta vehemencia, y está
tan triste y desesperada, que al fin Trujillo se compadece y la acompaña a
solicitar amparo y protección al consulado español. Carmen consigue un
pasaporte que le proporciona el cónsul “sin el consentimiento de su esposo”, apunta
otra vez en tono muy machista, Eduardo Zayas-Bazán.
Debo apostillar aquí que, no solo
Eduardo y muchos otros historiadores cubanos han minimizado –y continúan
haciéndolo–, la responsabilidad de Martí en la separación y abandono de Carmen.
La literatura castrista también culpa a la esposa del prócer, y cuenta este
segmento de la historia menospreciando y culpando a Trujillo, e incluso
suponiendo intereses políticos espurios en esta ayuda a la mujer de su amigo.
Dice Ecured, haciendo gala de un reduccionismo descarado:
“En abril, arriban a Nueva York Carmen Zayas-Bazán junto a su hijo José
Francisco. Cuatro meses más tarde, de manera sorpresiva e inusual y en estrecha
relación con Enrique Trujillo, solicita, a través de este, al Consulado Español
en esa ciudad, despacharan sus pasaportes con la mayor urgencia posible hacia
La Habana. La noticia, la forma oculta de los hechos y el desleal servicio del
periodista y propietario de El Porvenir, conmueven al Maestro, quien jamás los
volverá a ver y le retira su amistad al indigno compañero.”
No hace falta que le metamos mucho
coco a esta descripción de los hechos, porque es a todas luces falsamente
benévola con el Apóstol y condenatoria con Carmen y con Trujillo, al que por
cierto, Martí pidió varias veces dinero prestado para sobrevivir en sus peores
momentos en Nueva York. De hecho, es totalmente incierto que Martí “retirara”
su amistad a Trujillo; otra vez ocurría lo contrario, según Mañach y Ripoll,
fue el periodista quien nunca más dirigió la palabra al Poeta.
Carmen regresa con su hijo al
martirio familiar de Puerto Príncipe, que sin embargo prefiere, a la soledad
marital y al engaño que ha sufrido en el frío Brooklyn.
Esta última separación
será definitiva: los esposos no volverán a unirse más, dice Ripoll, “pues Martí se trasmuta en antorcha que
intenta alimentar hasta sus últimas consecuencias el fuego de la guerra
necesaria. Pero Carmen, ya desamada, sustituida por otra Carmen en el corazón
de su esposo y olvidada para siempre, daría aún dos vivas muestras de que su
amor por Martí seguía intacto, y que a pesar de todo ella continuaba
considerándose su mujer legítima”.
Sin embargo, aún estando con Carmen Miyares, Martí admitió que ni esta Carmen, ni la otra, fueron los grandes amores de su vida, a pesar de que el adulador historiador de Pepe, Eduardo Zayas-Bazán, insistiera inútilmente en que su parienta lejana fue la mujer que más amó el Poeta. Otro biógrafo, más y mejor enterado del tema, Ciro García Bianchi, da las claves de quién fue la fémina que ocupó ese lugar:
“Martí volverá a evocar a María (La Niña de Guatemala) en agosto de 1891, cuando Carmen lo abandona en Nueva York y regresa a Cuba con su hijo. Humillado y colérico, diría, y lamento no tener a mano la cita exacta: “Y pensar que por Carmen sacrifiqué a la pobrecita…”
No hay nada que agregar.
Al año siguiente, en 1892, un Martí solo y entristecido escribe en el periódico Patria: “Un hijo es el mayor premio que un hombre puede recibir sobre la tierra… un hijo es el corazón”. Pero se guarda su último consejo de padre para la última carta que escribe a José Francisco el 1 de abril de 1895 desde Montecristi, República Dominicana, a punto de embarcarse para Cuba para incorporarse a la guerra:
Al año siguiente, en 1892, un Martí solo y entristecido escribe en el periódico Patria: “Un hijo es el mayor premio que un hombre puede recibir sobre la tierra… un hijo es el corazón”. Pero se guarda su último consejo de padre para la última carta que escribe a José Francisco el 1 de abril de 1895 desde Montecristi, República Dominicana, a punto de embarcarse para Cuba para incorporarse a la guerra:
“Hijo: Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi
lado. Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta
carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo”.
Un mes y unos días más tarde, el 19
de mayo de 1895, cuando José Francisco tiene 17 años, Martí muere en Dos Ríos bajo fuego español, sobre su caballo
Baconao. Su hijo recibirá en herencia la leontina y la
bestia que cabalgó Martí, legado que, como veremos en el próximo capítulo,
le resultará exiguo. Intentará emularlo como hombre de guerra, y de hecho, conseguirá superarlo como militar, pero se alejará poco a poco de su ejemplo humanista y de sus limpios ideales patrióticos, hasta convertirse en lo contrario de lo que fue su padre.
E incumpliendo el último consejo del Apóstol, no será un hombre justo jamás.
Continuará en
ISMAELILLO, EL HIJO INDIGNO DEL APÓSTOL (II)
YA ME LO ECHÉ COMPLETITO....ADMIRABLE COMO TODO LO QUE ESCRIBES.
ResponderEliminarGracias Nere
EliminarLeerte tiene, además del placer de tu prosa, el enfrentar datos precisos y opiniones sólidas.
ResponderEliminarMuchas gracias Salva, eres uno de mis lectores fieles, sin lectores como tú no existirían escritores como yo
EliminarUn placer leer lo que escribes. Todos los seres humanos tenemos luces y sombras. Me ha gustado leer tu artículo por la forma en que lo haces, los datos que lo acompañan y la presentación del Martí hombre y no del Martí perfecto que otros quieren pintar. Un hombre como todos con virtudes y defectos, lejos de lo puro y lo divino.
ResponderEliminarMuchas gracias Luis
EliminarMuy buen relato sobre el apóstol.
EliminarMuy atinado y preciso tu articulo. Esclarecedor y de consulta necesaria para todo cubano que ama al Apostol. Mis respeto y admiracion
ResponderEliminarJose Raul Vidal y Franco.
Gracias José Raúl, por tu atento comentario
EliminarQué maravilla leerte, Carlos. Te descubrí hace apenas unos meses y no he podido parar. Gracias infinitas por mostrarnos a ese Martí, el real. Abrazo enorme desde La Habana.
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